Crónica

Incendios en la Patagonia


Cenizas del paraíso

En el sur del país el suelo está caliente, los árboles humean, los incendios siguen. Para combatir los focos en las distintas provincias, los vecinos se organizan. La experiencia previa y los lazos comunitarios suplen la falta de planificación de los organismos estatales ante las quemas intencionales o ante las catástrofes que aumentan por la intervención humana. La ministra Patricia Bullrich sigue en silencio. Desde Mallín Ahogado, Franciso Huisman y Camila Vautier narran la odisea de aquellos que vigilan el terreno ya quemado, intentan proteger los bosques y cuidan que el fuego no tome a nadie por sorpresa.

En el camino troncal al refugio del Cajón del Azul, ahí donde se juntan el río Blanco y el río Azul, en Mallín Ahogado, la tarde estaba despejada, había viento. Faltaban dos días para que termine el enero eterno del 2025 y la temperatura superaba los 30°C. En ese paraje rural, a unos 14 kilómetros al norte de El Bolsón, Río Negro, hacía semanas que no caía una gota de agua del cielo y el bosque estaba seco. Un polvorín. 

Milena estaba en el cumpleaños de un amigo. Pichón había terminado una changa que le suma un ingreso a su jubilación como portero de una escuela de Mallín Ahogado y descansaba antes de ir a otra chacra a trabajar. Mauro, en su carpintería, le daba forma a un mueble. Maxi y Ceci terminaban de construir una parrilla de cemento y ladrillos, atentos a que su viejo chulengo, ante la sequía, no aguantaba más. Eliana estaba en su casa, junto a sus hijos y Fermín, su compañero. Adrián, en alerta, porque en la mañana ya había habido un foco de incendio sobre el Cerro Currumahuida, cerca de donde vive y Pablo acababa de terminar su cobertura como movilero para su programa de radio. 

Entonces el viento. Entonces el calor. Entonces la columna de humo: blanco, gris, negro, rojo, naranja: los colores del apocalipsis. Entonces revisar los grupos de whatsapp. Entonces la angustia. Entonces qué hacer. 

Por las condiciones meteorológicas, los focos se multiplicaron y el fuego avanzó rápidamente hacia Mallín del Medio dejando sólo carbón, ceniza y escombros a su paso. En pocos minutos el viento y el fuego comenzaron su avance implacable sobre la geografía y la vida de los mallineros, los habitantes de ese paraje rural, orgullo de paisanos y recién llegados, hippies y chacareros, zona productiva, paisaje imponente. 

Entonces el viento. Entonces el calor. Entonces la columna de humo: blanco, gris, negro, rojo, naranja: los colores del apocalipsis. Entonces revisar los grupos de whatsapp. Entonces la angustia. Entonces qué hacer. 

Hace una semana que el incendio está activo. Ya arrasó con más de un centenar de viviendas y cerca de 3.000 mil hectáreas de bosque. También con la vida de un hombre. Don Ángel Reyes, un antiguo poblador de 87 años que volvió a darle de comer a su perro y fue alcanzado por las llamas. 

El fuego arrasó y, mientras escribimos esto, todavía arrasa. Por lo que se hace difícil escribir en pasado: porque el incendio sigue, el suelo está caliente, los árboles humean. Los habitantes de Mallín recorren atónitos sus chacras, sus campos, sus casas. Los vecinos de toda la comarca ayudan en el territorio: cocinan viandas, buscan agua, juntan fondos para los afectados. Las brigadas nacionales y provinciales, junto a bomberos voluntarios y brigadas de autoconvocados recorren la línea de fuego: algunos vigilan el terreno ya quemado, otros intentan proteger los bosques, otros cuidan que el fuego no tome a nadie por sorpresa. La palabra es todavía. La forma verbal es el gerundio. El tiempo es el presente.

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Mauro Salinas está más tranquilo: anoche pudo dormir. El fuego ya no está cerca aunque sabe que no puede bajar la guardia. El viento reaviva cualquier foco porque la tierra aún está prendida. Parece mentira que hace sólo tres días, estaba frente a frente con el fuego. 

Esa tarde estaba en su carpintería trabajando cuando vio en el celular el aviso de incendio en el Cajón del Azul, en lo de Wharton. Salieron con su esposa a la pampita a mirar y dijeron: está lejos, no pasa nada. Pero se empezó a arrimar, el fuego se empezó a arrimar: 

—Me llegó un mensaje de mi hermano diciendo que el fuego estaba llegando. Después avisaron que se había quemado el aserradero, y que había cruzado la ruta, y nos empezamos a preparar. A sacar todo. Vinieron a buscar a mi vieja, que se fue llorando de su casa, a mi compañera y a mi hija y se fueron para Bolsón —relata mientras su hija, una niña pequeña que anda entre sus piernas, dice que le avisen donde hay fuego porque quiere ser bombera. 

La primera noche, mientras unas 100 personas llegaban a evacuarse al polideportivo municipal, donde se montó un operativo de asistencia, Mauro la pasó en vela. Estaba atento a la dirección del fuego:

—Estuvimos despiertos pero no llegó. Al otro día se empezó a arrimar de a poquito, y a eso de las doce se levantó una columna aquí enfrente, en medio de todo el monte. En cuestión de segundos, el viento fue impresionante y se prendió rapidísimo —cuenta. 

Sólo llegó a prenderse el techo de su casa, que logró apagar con la ayuda de vecinos, bomberos y gente que él nunca había visto pero que estaban ahí colaborando. 

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Pablo Makarczuk es periodista, se especializa en móviles de exteriores, escribe y edita en un portal de noticias local, trabaja en radio y televisión. Ese miércoles había terminado su programa de radio sobre el mediodía, y las noticias de que había algunos focos en Cerro Radal y en el Currumahuida, en Lago Puelo, provincia de Chubut, lo llevaron a cubrir esa zona. Desde el Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (SPLIF), organismo de la provincia de Río Negro, les habían informado sobre el riesgo extremo de ese día y pedían mucha precaución porque cualquier incendio que se desatara iba a tener un comportamiento explosivo. 

No se equivocaron. 

Por la tarde, cuando Makarczuk volvía de cubrir lo que sucedía en el noroeste de Chubut, donde los focos fueron rápidamente controlados, comenzó el fuego en la zona Wharton, en Mallín Ahogado. Sin dudarlo fue derecho hacia el lugar con el móvil de la radio.

Las ráfagas de viento soplaban con fuerza y una columna de humo impresionante se alzaba y volvía el cielo de un color ámbar. Pablo hacía los primeros despachos donde se solicitaba a la gente que no se acercara a la zona cuando empezó a escuchar el rugir del fuego, como si fuera la turbina de un avión. Había dejado el auto previendo una vía de escape, apuntando hacia la Escuela 103 pero el fuego cortó el camino. Decidió salir a zona segura y subió a la ruta asfaltada, a la altura del Aserradero Hielo Azul, donde ya había un retén con control de la policía caminera. Siguió avanzando y cada tanto paraba a tomar imágenes. El fuego acechaba.

Cuando regresó al otro día, todo era desolación. El aserradero a donde se había refugiado se había reducido a escombros, hierros retorcidos. La Escuela 103, una escuela primaria rural histórica, logró salvarse aunque el bosque a su alrededor quedó calcinado. El centro de salud, ubicado a unos metros, fue consumido por las llamas. 

Esa noche, al llegar a su casa, Pablo se abrazó a su pareja y lloró. Jamás había visto algo así.

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En la zona afectada se desplegó un operativo con 54 combatientes más todo el personal de la central abocado a la logística del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios (SPLIF), 45 brigadistas del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, tres aviones hidrantes y dos helicópteros del Servicio Nacional de Manejo del Fuego. Además, Bomberos Voluntarios de El Bolsón, de la Comarca Andina y de distintos puntos de la provincia. 

¿En qué condiciones llegan las y los brigadistas a este combate? La gestión libertaria de Javier Milei desfinanció el Servicio Nacional de Manejo del Fuego: en 2024 ejecutó 73% menos que en 2023. Además, la mitad de los trabajadores y trabajadoras de Parques Nacionales están, al día de hoy, trabajando sin contrato. Se trata de 400 brigadistas y 600 profesionales y administrativos

No se perdieron solo casas. Se perdieron animales, talleres de los artesanos, gallineros, alambrados. Vehículos, camionetas, que la gente necesita para laburar. Se quemaron historias, sueños y proyectos.

En diciembre del año pasado, el organismo pasó a la órbita del Ministerio de Seguridad que conduce Patricia Bullrich, quien hasta el momento no se hizo presente en el lugar. En sus redes sociales, a raíz de los incendios, la Ministra aprovechó para declarar a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) como terroristas y denunciar a Facundo Jones Huala. Sobre la catástrofe, las cientos de familias que quedaron con lo puesto y de cómo harán para colaborar en la reconstrucción, sólo hay silencio.  

Únicamente el secretario de Emergencias, Guillermo Madero, e integrantes del Ejército Argentino llegaron a la zona y aportaron un helicóptero. Pero de ayuda humanitaria, por parte del Gobierno Nacional, aún no hay nada. 

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Hace 20 años que Milena Randucci vive en la Comarca Andina y 12 que es secretaria del Centro de Educación Agropecuaria (CEA) N° 3. Supo del incendio a través de las redes sociales:

—Nuestra directora vive en Mallín, no podía hacer nada porque tenía que ocuparse de ver si el fuego llegaba a su casa, así que los otros compañeros de la coordinación que estábamos libres vinimos al CEA y cargamos todo lo que se podía —cuenta. 

Esa misma noche llegó Defensa Civil de la municipalidad de El Bolsón y se instalaron allí los radio operadores que hacen de puente con todas las brigadas. 

Y al día siguiente se empezaron a organizar. Un vecino prestó su motobomba, ya que el Ministerio de Educación de la Provincia no les había provisto de una pese a estar en una zona rural. Milena no sabe bien en qué momento, pero pronto empezaron a aparecer personas dispuestas a ayudar. Muchas de las familias damnificadas no llegaban hasta el polideportivo de El Bolsón -donde se había dispuesto el centro de evacuados- o por la distancia o por la falta de vehículos, entonces el CEA 3 se convirtió en un centro de recepción y distribución de viandas, alimentos, nafta, ropa de trabajo, botines, medias, guantes, gafas. Se destinó un sector de comida, uno de ropa y uno de botiquín con elementos de primeros auxilios. Saben que es imposible, que a menos que llueva el fuego no se apagará, pero no se pueden quedar sin hacer nada, no son superhéroes pero tienen dos manos y la voluntad de cuidar lo que queda. 

Así, empezaron a brotar centros solidarios como la Vecinal del Paraje Entre Ríos, el CIC o en iglesias. Se acercó y se sigue acercando gente de toda la Comarca Andina, turistas, personas damnificadas o aún los que ya no podían salvar nada de lo suyo. Salen de sus trabajos o se hacen un rato en la crianza, dejan a los hijos y a las hijas en el espacio para infancias en Ave Fénix, un teatro y espacio cultural que abrió sus puertas ante la emergencia y están ahí, ayudando a salvarse en comunidad: 

—Si no fuera por eso, no seguiríamos en pie —dice Milena. Habla rápido, como los voluntarios y voluntarias que pasan a su lado, de un lado a otro llevando y trayendo cosas. 

En un mapa de Mallín Ahogado extendido sobre la mesa, las familias que llegan al CEA marcan el lugar en donde estaban sus casas. No hay un número certero de la cantidad de personas que habitan este paraje, cuyo territorio es ampliamente mayor que el de El Bolsón.  

No se perdieron solo casas. Se perdieron animales, talleres de los artesanos, gallineros, alambrados. Vehículos, camionetas, que la gente necesita para laburar. Se quemaron historias, sueños y proyectos:

—No es solo la casa —aclara Milena —es una comunidad que no va a tener para producir y sostenerse económicamente ni para ser atractivo turístico. Y no hablemos del desastre ambiental. 

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Eliana Caamaño forma parte de la delegación de Guías de Alta Montaña y Trekking y de la Comisión de Auxilio Forestal de la Comarca Andina (CAX), un grupo que se creó con los incendios de marzo de 2021 en Las Golondrinas y que se fue equipando y capacitando para accionar ante estas catástrofes, cada vez más frecuentes. Ella fue una de las voluntarias que combatió en este incendio:

—Lo que nos sucedió fue que gran parte de los que somos de la CAX Forestal estábamos defendiendo nuestras propias casas, y nos asistimos con amigos de otros lugares de la Comarca, porque no podíamos reagruparnos —relata.  

No era la única. A un lado y a otro de la Ruta provincial 86, en el circuito de Mallín Ahogado, hombres y mujeres se lanzaron a la batalla contra el fuego. Por tristeza, por convicción, por amor, hacían cortafuegos con machetes, palas, azadas, motosierras. Solo paraban a mirar si las llamas acechaban. Las camionetas pasaban a toda velocidad con tanques de agua en las cajas y, colgados de ellas, dos o tres muchachos con pasamontañas y cara de cansados, llenas de carbón, ceniza y tierra. Brigadistas y vecinos lucharon codo a codo contra el fuego que ahora parece más calmo, pero lejos está de apagarse.

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Pichón es un hombre de campo, nacido y criado en Mallín, portero jubilado de la Escuela 103: 

—Esto no llega acá. Esto va a tomar para arriba —le dijo a su esposa cuando supo del incendio, cuando todavía estaba lejos.

Pero en menos de dos horas tuvieron que irse perseguidos por el fuego. Con las pocas palabras que puede sacar de su garganta, porque la tristeza es tanta que las lágrimas lo inundan y se le hace un nudo, cuenta que se fueron con lo puesto en el autito en el que entra la familia y nada más: 

—En eso nos encontramos con mi hermano Nilo, y a él sí se le quemó todo, el fuego no le dio tiempo para nada: cuando salió a ver el humo ya lo tenía encima. 

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El incendio comenzó en el Área Natural Protegida Río Azul-Lago Escondido (ANPRALE), donde se encuentra el circuito de refugios de montaña que año a año son visitados por cientos de turistas. El domingo 2 de Febrero fueron evacuados los últimos 23 de los más de 800 turistas que permanecían en los refugios: 

—Ningún gobierno fue capaz de gestionar un plan de manejo. Este desastre es la consecuencia de la negligencia, del desfinanciamiento y la falta de políticas públicas para los espacios donde se invita de forma masiva al turismo —denunció Manuel, un vecino de Wharton en una entrevista publicada en las redes sociales de la revista Al Margen —Los vecinos venían pidiendo organización, logística, aforo máximo de personas por día y eso nunca se trabajó. El área tiene 65.000 hectáreas y solamente hay 6 guardias ambientales, lo veníamos denunciando. 

El gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, dijo en sus redes sociales que se trató de un hecho “delictivo e intencional”. Informó que la Policía de Río Negro y el Fiscal de turno encontraron una botella de vidrio en el lugar donde se inició el fuego y será peritada. Según se supo luego, ya se habrían identificado a los autores.  

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Adrián Monteleone es profesor en Geografía, Magíster en Ciencias sociales y Humanidades por la Universidad de Quilmes, trabaja en el instituto de formación docente de El Bolsón y se especializa en temas referidos a la naturaleza como renta inmobiliaria. Para Monteleone, si bien pueden existir pirómanos, hay que analizar las múltiples causas que generan estos fenómenos: 

"Ningún gobierno fue capaz de gestionar un plan de manejo. Este desastre es la consecuencia de la negligencia, del desfinanciamiento y la falta de políticas públicas para los espacios donde se invita de forma masiva al turismo".

—Esas múltiples causas —sigue Adrián —tienen que ver con postergaciones en políticas públicas, con falta de infraestructura y mantenimiento, negocios de algunos actores inmobiliarios locales, y también con algunas cuestiones que refieren a los cambios que se vienen dando en los últimos treinta, cuarenta años en la variabilidad climática, en los ecosistemas. Al transformarse la zona patagónica en un lugar de deseo, de uso, de consumo, por el suelo, por el paisaje, se generó una densificación de todas estas zonas periféricas, llamadas zona de interfase por la convivencia de características urbanas y rurales. Y la catástrofe es aún mayor. 

Adrian insiste en que si hay un pirómano con intenciones de quemar, esa quema se magnífica por todas los cambios que vienen teniendo lugar: climáticos, del ecosistema, en el uso del suelo, por los fraccionamientos, la densificación de viviendas, la infraestructura eléctrica, la falta de manejo de bosques nativos y las plantaciones de pino:

—Hay brigadistas del estado trabajando, junto con otros organismos. Pero falla la planificación o la anticipación de las catástrofes. Entonces la sociedad se va organizando  de manera autogestiva. Eso está buenísimo pero, a veces, también puede haber algunas complicaciones. Pero es la respuesta, en muchos casos, a la falta de una organización estatal que sepa qué hacer y cómo conducir estas situaciones.

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La casa en la que Brisa vivió con su hermana y su papá durante casi treinta años ardió íntegra en la zona de Wharton, a unos metros de la capilla Virgen de las Nieves, de la que solo quedó en pie la cruz. Por esa zona, las llamas  redujeron todo a cenizas. Detrás de los escombros, asoma enclenque, derretido, un invernadero. 

Brisa camina entre los bancales. El fuego es caprichoso y cruel, pero hay algo que en su voracidad dejó en pie: de las plantas calcinadas, brotan tomates y zapallos. Hay vida. Entre los escombros, todavía hay vida.