Las tardes de la infancia de José Celestino Campusano transcurrieron entre un gimnasio de boxeo de Quilmes y las películas de Leonardo Favio, Leopoldo Torre Nilson y Lucas Demare que pasaban en Canal 7. La vida lo puso a trabajar de vidriero aunque él no pensara en otra cosa que filmar. A comienzos de los ’80 cursó talleres de guión y realización en la Escuela de Cine de Avellaneda pero no había plata ni equipos para aplicar lo aprendido. Cuando ahorró unos pesos se compró una cámara y en 1991 salió a filmar por Wilde, Don Bosco, Ezpeleta, Bernal, Quilmes, Sarandí. El Gran Buenos Aires Sur: su lugar, su mundo. Se dio cuenta que no tenía que ir muy lejos para contar historias porque sucedían a unas cuadras a de su casa.
—Se producen todo el tiempo no hay casi que buscarlas, de alguna forma llegan porque están todo el tiempo ahí en boga. En ese sentido hay como para hacer películas de acá al 2020 —dice el director con la voz seca mientras observa, desde la puerta de su casa en Berazategui, el paso ruidoso de un Ford Falcon anaranjado que intenta ser un Turismo Carretera del Conurbano.
Con su productora “Cinebruto” lleva estrenados 7 largometrajes en salas comerciales: “Vil Romance” (2008); “Legión” (2009), “Vikingo” (2011), “Fango” (2012); “El Perro Molina” (2014); “El placer y martirio” (2015) y “El Sacrificio de Nehuen Puyelli” (2016), aunque entre documentales y cortometrajes son más de 15 producciones que llevan el sello de Campusano.
Todas sus películas han recorrido festivales de cine nacionales e internacionales y con los años han pasado de las críticas más feroces —se las consideró obras de una técnica “desprolija” — a los reconocimientos por parte de los jurados y el público.
—Si hay algo que puede hacer ruido —dice Campusano— es porque básicamente nos manejamos con otros nutrientes, entonces la persona se siente agredida, en falta. Como no comprenden, entonces descalifican. Pero ese no es un problema nuestro.
Motoqueros, narcos, putas y cantantes de heavy metal son sus fetiches: hombres y mujeres que actúan de ellos mismos porque son sus vidas las que se cuentan. Campusano filma realidades sin alterar la ficción, siempre atravesado por una historia de amor.
El director no busca que sus actores cumplan un rol mecánico sino que la búsqueda está en dejar un testimonio, un cine con amplia verosimilitud y de mucho riesgo temático. Sus personajes no tienen la típica mirada del cineasta que juzga lo marginal con el prejuicio que tiene la clase media.
—Creo mucho en el verbo activo y por eso trabajamos con gente que vive la experiencia, que la conoce en un pasado reciente y en su entorno. El sello principal de Cinebruto es que la comunidad aporta personificación, contenidos, producción y posterior difusión.
Campusano es uno de los fundadores del Cluster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires. Un grupo de producción comunitaria que trabaja de forma horizontal y solidaria en la que tanto el director como el responsable del catering —por ejemplo— tienen la misma importancia dentro del proyecto.
—Alguien dijo que el cine era una mentira a 24 cuadros por segundo y yo no acepto esa hipótesis, no creo que tenga que ser así —dice—. El grado de verosimilitud hace que cada cosa signifique diferente en la psiquis del espectador.
En “Fantasmas de la ruta” —película que fue premiada en los festivales de cine de Mar del Plata y Pinamar y seleccionada para el 16º BAFICI— Campusano contó, quizás, la más cruda de sus historias: la trata de personas en el conurbano bonaerense. Pensada en un comienzo como una miniserie de 13 capítulos para la TV Pública, la obra se convirtió en aquel momento en el segundo film más extenso —detrás de “Historias extraordinarias” de Mariano Llinás (245 minutos) — de la cinematografía nacional: 206 minutos.
—Son historias que lamentablemente se repiten tanto en el conurbano como en el interior del país pero que no vas a encontrar la noticia publicada en un diario porque hay un segmento social amplio que consume y es parte de este sistema de explotación diabólico. También pasa en la Capital porque la connivencia policial y judicial está en todo el país. Muchos piensan: ‘mientras no me toquen a mi hija, está todo bien’.
El primer jueves de diciembre el director estrenó “El sacrificio Nehuén Puyelli”. Esta vez cambió las calles de su barrio para meterse en el sur profundo de la Argentina y narrar la historia de un curandero mapuche encarcelado por el ejercicio ilegal de la medicina. El curandero terminó preso por una causa instigada por una mujer blanca de clase alta, madre de un joven que tuvo un amorío con el denunciado.
—Es verídico, sincero. Una historia de la Patagonia para integrar a la memoria colectiva. El racismo y la violencia están latentes así como el desprecio por los originarios.
En esta nueva película Campusano recurrió a actores de la zona, a hombres y mujeres que son en el film lo mismo que en su vida diaria. También trabajó con relatos de vecinos. Un primo que fue carcelero en el sur le ayudó a recrear la vida de Puyelli en el penal.
“El sacrificio Nehuén Puyelli” llegó a 8 salas comerciales del país pero “la taquilla es caótica”. En Buenos Aires el público de Campusano está en salas como el Cine Gaumont aunque paradójicamente la película no llegó a esa sala perteneciente a Espacios INCAA.
Como Campusano es una especie de volcán activo del cine está trabajando en la posproducción de “El azote” otro largometraje filmado también en la Patagonia —esta vez Bariloche—; otro en la Amazonia brasileña (“Cicero impune”), uno más rodado en Bolivia (“El silencio a gritos”) y la primera película argentina en VR: “La secta del gatillo”, basada en el libro homónimo del periodista y escritor Ricardo “Patán” Ragendorfer realizada con el apoyo del Cluster Audiovisual y por las productoras Escafandra RV, Cinebruto, ÑoÑoVR, Alud, Estudio Chroma, Piromania FX, SeirenFilms, Genosha, Lahaye Post, Gandhi Equipos y Cejitango.
—Nos interesa correr riesgos. Es una apuesta de 4 capítulos para la que tuvimos que fabricar un drone para filmar en 360°, con una cámara estereoscópica. Cosas que no existen y que en marzo mostraremos en Texas.
Con su campera negra, el pelo largo y la mirada recia, aquel vidriero de Quilmes que un día se calzó la cámara al hombro para contar lo que pasaba en su barrio vino a romper con una serie de estructuras del cine argentino. Dentro de algunos años, como pasó con otros cineastas, Campusano alcanzará —sin proponérselo— el reconocimiento del público y el de sus pares. Mientras tanto su cine bruto sigue produciendo.
Fotos: Daniela Reboiras