Son las cinco de la tarde; el sol poco a poco desaparece en el horizonte de la isla Asia y Alexandre observa el mar sentado desde el viejo helipuerto. En la misma plataforma, sobre el Pacífico peruano, se levantan dos tiendas de lona, refugio de un grupo de “campañeros”. Todos llegaron para trabajar en la temporada de guano.
El guano peruano es reconocido a nivel internacional como uno de los mejores fertilizantes orgánicos del mundo. Rico en nitrógeno, fósforo y potasio, el guano –wuanu es el término quechua para “abono”- fue un tesoro para Perú. Tanto que en el siglo XIX el país era reconocido como “la república del guano”. El tiempo sucedido desde esa época hasta ahora no ha modificado el método de extracción. La extracción manual “salvaguarda” el carácter cien por ciento orgánico del fertilizante y, al mismo tiempo, evita la contaminación de las reservas naturales. Pero esta forma de extracción se olvida de lo más importante: los hombres.
Alexandre tiene 26 años y es uno de ellos. Viajó desde el departamento del Ancash, al oeste del país. “Me aburro, no hay nada que hacer además de trabajar. Yo vine por la plata. A diferencia de otros trabajos igual de duros, aquí por lo menos te dan tres comidas y una cama, además no pagan tan mal”, dice. Alexandre es un novato. Dejó su hogar buscando un trabajo que le permitiera ahorrar para poder seguir sus estudios. “ Quiero poder estudiar. Pero necesito ahorrar para pagar la universidad. Vengo de una familia muy humilde, he tenido la suerte de poder estudiar lo básico, pero yo quiero ser arquitecto. Lo voy a lograr”.
En el horizonte que observa Alexandre, a un poco más de nueve kilómetros, ya en el continente, sobresalen los perfiles de un lujoso y exclusivo club. Es Asia, situada en la playa que le da su nombre. “Allí vive la gente de plata de este país -dice Alexandre-. Resulta humillante estar aquí peleando por una oportunidad o por un plato de papas, jugándonos la vida como esclavos cuando la gente de allí lo tiene todo y ni tan siquiera sabe que existimos. Así es Perú hermano, unos tienen tanto y otros tan poco”.
Este año la campaña de extracción de guano tocó en la Isla de Asia y está siendo mejor de lo esperado. Hasta la fecha se ha extraido 17 mil toneladas y se calcula que se obtendrán unos 5.4 millones de dólares de beneficio. En total han trabajado unas 700 personas en forma directa e indirecta.
En Perú, los planes de extracción de guano se hacen año a año y los establece Agrorural, la única institución autorizada por ley. Anteriormente, en la época de la Compañía Administradora del Guano y -antes- con la Compañía de Fertilizantes, los planes se hacían a largo plazo y eran ejecutados por empresas concesionarias del Estado. Hubo una época de oro en esta industria que terminó con la guerra con Chile (1879-1883). Entonces casi toda la nación vivía de esta industria.
El vestíbulo del infierno. De lejos, el acantilado parece ocupado por una colonia de hormigas que trabaja sin descanso desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía. Unos cepillan el suelo para extraer el guano mientras que otros lo meten en bolsones negros de cincuenta kilos y que son transportadas por estas especies de las llamadas “mulas humanas”, que hace equilibrio entre los riscos del acantilado. Varias cuadrillas se ocupan del “tamizado”, un proceso en el que manualmente se separa las impurezas para luego embolsar en unos sacos amarillos lo que llegará al mercado.
El fuerte olor del guano mezclado con el sudor de los “campañeros” hace al aire casi irrespirable. Felipe Chuquilla carga un bolsón de 50 kilos sobre su espalda. Camina entre rocas. Es consciente de que un error le podría costar la muerte. Un precipicio con una caída de más de cien metros al mar se lo recuerda con cada paso que da sobre el suelo resbaladizo. “ No sé cuantas cargas llevo, más de cien”, dice. Felipe Chuquilla es un hombre adulto, corpulento, de unos cuarenta años, proveniente del departamento de Cajamarca, al norte del Perú.
“Aquí nos hacen trabajar como esclavos, no les importamos nada, nos tratan como animales. Yo nunca pensé que esto sería así”. Felipe al igual que el resto de 400 hombres que componen el equipo que trabaja en la isla vinieron libremente. Todos ellos con un “contrato de locación de servicios”, una fórmula jurídica con más sombras que luces. Desde Agrorural aclaran que “por lo peculiar del trabajo de los “campañeros” la empresa añade en los contratos en beneficio de los trabajadores un seguro de accidente, seguro médico, y seguro de vida. Además, se les brinda la alimentación y la ropa de trabajo. Nada de esto está establecido en la ley para casos similares de contratación, pero nosotros lo hacemos”.
Felipe está seguro de algo: no repetirá el año que viene. Está cansado, se siente mal y, según él, es un trabajo supone un gran riesgo para la vida y la salud.
“La necesidad hace que aguantes esto. Si eres pobre en Perú no vales nada. Realmente da igual donde busques trabajo, las condiciones son terribles en todos lados. Yo tengo que sacar adelante a una familia, intentar que mis hijos tengan una oportunidad, pero siendo sincero que más da, ya se que mis hijos no la tendrán y acabarán como yo, porque en este país las cosas nunca cambian para las familias como la mía o las de los campañeros que están aquí trabajando”.
Luchando contra corriente. Muchas voces críticas ponen en evidencia las complicadas condiciones de trabajo y la dureza del sistema de extracción del guano para los “campañeros”. Pero el caso del guano no es un hecho aislado dentro de la realidad peruana. Perú es uno de los países latinoamericanos en el que la brecha de las diferencias sociales es cada vez más evidente. La Ong Oxfam, en su informe “ Brechas latentes: Índice de avances contra la desigualdad”, publicado en 2017, resalta que la reducción de la desigualdad en el Perú se encuentra en un período de estancamiento desde el año 2014. El boom económico del país -tan publicitado a nivel internacional- se extendió desde 2003 a 2013, pero no fue aprovechado para impulsar políticas sociales o mejorar la recaudación fiscal que está en sus niveles más bajos desde 2010.
"El grueso de la recaudación proviene no de impuestos a la renta que grava directamente la riqueza, sino de impuestos indirectos como el IGV y el ISC, que son aquellos que gravan indiscriminadamente a los ciudadanos", señala Oxfam. En los países desarrollados ocurre todo lo contrario. De hecho, según Oxfam, la presión tributaria en el Perú apenas llega al 14% del PBI, por debajo del estándar de los países de la OCDE, que es de un 25,1%. Armando Mendoza, investigador de Oxfam, apunta que hay grandes empresas que deben miles de millones de soles al Estado y hace 10 o 15 años no pagan. "No es posible que haya empresas que eludan sus obligaciones, mientras que a los pequeños contribuyentes los persigan y los ahoguen”. El mismo informe también señala la presencia de un "estancamiento laboral", ya que solo 1 de cada 23 trabajadores tiene protección gremial, mientras que el salario mínimo vital apenas supera el 50% del que se tenía en 1980, hace casi 40 años.
Sin embargo, esta realidad endémica de corrupción no evita que desde adentro del propio equipo administrativo responsable de la extracción de guano se afirme que se lucha contra corriente para cambiar las cosas. “Sin duda las condiciones no son las mejores, queda por mejorar, nosotros somos muy conscientes de ellos, pero poco a poco vamos ganando batallas frente a la burocracia que nos permiten mejorar las condiciones de trabajo de los campañeros”, explica Iván Balbín, responsable de la administración de la campaña de extracción de Guano en las islas. Lleva treinta años en el sector y conoce muy bien la realidad ya que él también comenzó como campañero.
“Cuando yo entré a trabajar en la extracción del guano las condiciones eran mucho más duras. La empresa no nos daba ropa, ni zapatos, ni ninguna herramienta de seguridad como damos a día de hoy con las máscaras y las fajas. Recuerdo que muchas veces no teníamos ni agua. Hoy gracias a Dios y al trabajo de mucha gente hemos logrado mejorar las condiciones de trabajo aquí en las islas”, explica.
Un futuro incierto. Edgar Rivera, a través de los Guarda Islas, es una de las figuras clave para que el guano se almacene en las islas y es también responsable de la supervisión. Según él, los principales retos de esta industria son “sostenerse frente a las presiones políticas que genera un sector como el guano” por un lado. Y por otro, “los conflictos económicos entre la pesquería, la industria y el turismo, enemigos naturales por la mala articulación legal”. Para él, el alza de esta industria dependerá “de los cambios climáticos y si se logran leyes más severas para la depredación de la cadena. Es decir, sin alimento no hay aves y su alimento se lo llevan las grandes empresas industriales de la pesca”. Según explica el 10% de la producción es robado con el sistema hormiga que no tiene leyes eficientes para detenerlo sumada a la matanza de aves para venderlas para consumo humano”. Y la realidad le da un dato para confirmar su frase. “Justo hoy me informan del abandono de 12.000 pelícanos y de la muerte de más de 3.000 polluelos abandonados en sus nidos, sus padres han debido alejarse para buscar más comida o quizás sea por el turismo mal llevado... ”