Hace menos de un mes, analizábamos en Anfibia los resultados de la primera vuelta electoral en Brasil, postulábamos tres hipótesis para explicar esos resultados y adelantábamos una posible distribución de los votantes de Marina Silva entre los candidatos que pasaron al ballotage. Hoy, a la luz de las mismas hipótesis, intentaremos comprender el desenlace final de esas elecciones.
En aquel primer tramo Dilma Rousseff y Marina Silva se habían turnado como favoritas en las encuestas. Sobre el final no se sabía quién sería el segundo candidato que pasaría al ballotage. Las cosas no fueron muy distintas en el segundo turno. No solo porque Dilma y Aecio encabezaron la intención de voto en distintos tramos de la campaña, sino porque se llegó a las vísperas de la elección con empate técnico. Sólo los sondeos del viernes y sábado previos a los comicios, anunciaron una leve ventaja del oficialismo, que dada la persistencia de electores indecisos podía revertirse el mismo día de la elección. Finalmente Dilma Rousseff se impuso con el 51,6% de los votos, frente al 48,4% de Aecio Neves. Esto es, 54 millones y medio de electores apoyaron a la candidata del PT, y 51 millones al tucano, separándolos una diferencia de apenas tres millones y medio de votos.
Los mismos argumentos que explicaron el triunfo ajustado de Dilma Rousseff en la primera vuelta profundizaron el ajustado resultado del segundo turno que hizo posible su reelección. Por un lado, el desigual desempeño de los principales indicadores económicos; positivos en cuanto a la disminución de la pobreza y el aumento del empleo, menos favorables con relación a la inflación y decididamente desfavorables en lo que hace el crecimiento de la economía, en particular si se toma como parámetro el último año del gobierno de Lula. Junto con ello, la especial sensibilidad del electorado ante los escándalos de corrupción, cuando la economía ya no marcha tan bien. Ambos temas –economía y corrupción- estuvieron al tope de la agenda durante todo el segundo tramo de campaña y fueron planteados por ambos candidatos en los debates, en particular en el último. Aecio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), intentó convencer al electorado de la pésima gestión de la presidente, al tiempo que prometió no interrumpir el Plan Bolsa Familia y en general, la ayuda social del Estado. A la vez cargó contra Rousseff y su partido por el escándalo de la petrolera estatal Petrobrás, ayudado por las denuncias publicadas por la revista Veja dos días antes de la elección, que responsabilizó también al ex presidente Lula de estar al tanto de la trama de corrupción que rodeaba a la empresa estatal. Por su parte Dilma Rousseff, desde los extensos espacios de publicidad que correspondían a su partido y aliados en el horario pago por el Estado, y también en los debates, se dedicó a comparar los indicadores económicos de la era petista con los de los gobiernos de Fernando Henrique Cardozo (FHC), y azuzó los fantasmas de un posible ajuste en caso que el PSDB retornara al poder. También, sacó a la luz los escándalos de corrupción que tenían por protagonista al propio PSDB, en los varios estados en los que gobierna.
Finalmente, la presidenta y su partido fueron considerados por una mayoría ajustada, como los más capaces de llevar a cabo los cambios que en ambas materias el país necesita hacer, así como de cuidar los logros alcanzados, y en su primer discurso luego de resultar reelecta, la presidenta se comprometió a promover acciones localizadas en la economía para retomar los niveles de crecimiento, seguir garantizando empleo alto y valorización de los salarios; seguir combatiendo con rigor la inflación y avanzar en el terreno de la responsabilidad fiscal. También prometió fortalecer las instituciones de control contra la corrupción y aseguró ser consciente de la responsabilidad que al respecto pesa sobre sus hombros.
La segunda hipótesis: las aspiraciones de la llamada nueva clase media, que las encuestas mostraban fluctuando en su decisión de voto. Efectivamente, este segmento (que algunos definen a partir del nivel de renta, y otros por el acceso a bienes, condiciones de las viviendas y nivel educativo), votó divido. Sintetizando la información disponible diríamos que una parte, la que ascendió socialmente por efecto del plan Bolsa Familia, se mantuvo fiel y volvió a apoyar al PT; la otra, que mejoró sus condiciones de vida debido a las mejoras en las condiciones de empleo y salario más altos, que se muestra más exigente sobre la calidad de los servicios del Estado, y que atribuye su ascenso social sobre todo a sus propios esfuerzos, optó mayoritariamente por el candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Esto nos da pie para dar cuenta también de la distribución territorial del voto por cada candidato. Dilma arrasó en esta segunda vuelta en las regiones del norte y nordeste, en tanto que Aecio tuvo su mejor desempeño en las del sur y el centro-oeste. En total la candidata del PT venció en 15 estados y Aecio en 11 más el distrito federal. Resulta significativo que el candidato tucano no haya conseguido superar a Rousseff en el distrito de Minas Geráis donde él gobernó durante dos períodos, hasta 2010. Al mismo tiempo, el PSDB confirmó su predominio en Sao Paulo, el distrito con mayor número de electores.
En tercer lugar, Rousseff había sido la peor ganadora en primera vuelta de las últimas cuatro elecciones, en parte por el cambio en las percepciones sobre la presidente como sucesora bendecida por Lula para continuar su gestión y evidenciadas en las disputas internas del propio PT que ya habían aflorado antes de la campaña. En este sentido, y de una forma contundente, el PT cerró filas en favor de su candidata en la segunda vuelta, al tiempo que Lula, el político con mayor popularidad en el país, volvió a renovar su apoyo a la candidata. Quizás lo más novedoso haya sido que sobre el final de la campaña, los militantes (orgánicos y también la periféricos o simpatizantes) volvieron a tomar las calles, hicieron campaña en las redes sociales, y multiplicaron una serie de acciones espontáneas tendientes a convencer a los indecisos. A la vez, Dilma dirigió parte de sus primeras palabras al primer militante por la causa de los más vulnerables, el “presidente Lula”, y al presidente del propio PT, además de los respectivos mandatarios del resto de los partidos de su coalición.
Hace un mes atrás, no era descabellado pensar que los partidarios del Partido Socialista Brasileño (PSB) del fallecido Eduardo Campos, y que candidateaba a Marina Silva como presidenta, se volcaran en la segunda vuelta por la presidente Rousseff, siendo que habían sido sus aliados en el Congreso durante todo su primer gobierno. Iniciado el segundo tramo de la campaña, el ex presidente FHC entró en acción dirigiendo las negociaciones con Silva para lograr su apoyo explícito al candidato del PSDB. También logró el apoyo de la familia del fallecido Campos. No obstante, en el estado de Pernambuco, principal bastión del PSB y donde Marina Silva había vencido en la primera vuelta, los electores se inclinaron mayoritariamente por la candidata del PT, dándole una contundente victoria con el 70% de los votos. Como ya señalamos, los electores no tienen dueño, ni las conducciones partidarias control sobre sus voluntades.
¿Qué implicancias a futuro tienen estos resultados?
Si tuviéramos que resumir los resultados de estos comicios en un solo y sencillo concepto elegiríamos el de poder repartido. Esto no sólo porque las elecciones a nivel de presidente hayan sido tan competitivas (es decir con incertidumbre sobre sus resultados), de modo que algo más de la mitad del país apoyó a la presidente Rousseff, y la otra mitad votó por el candidato opositor Aecio Neves, separados por por un tres por ciento de los votos. También por cómo quedó repartido el poder a nivel de los gobernadores de los estados y del congreso. Los 26 estados y el distrito federal quedaron en manos de nueve partidos políticos, siendo el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, que no presentó candidato a presidente, el que más estados gobierna (siete en total). En cuanto al congreso, la representación en la Cámara de Diputados quedó fragmentada como nunca antes luego de esos comicios, con 28 partidos que accederán al reparto de bancas, nueve de los cuales conforman la coalición que apoyó a Rousseff, sin contar los pequeños partidos que se sumen a posteriori “al carro vencedor”. Es ese sentido, si bien las condiciones de gobernabilidad son algo mejores para Rousseff de lo que lo que a priori hubieran sido para el candidato tucano, cuya fórmula presidencial había sido inscripta con el apoyo de seis partidos (cinco de ellos pequeños), es preciso señalar que un congreso tan fragmentado es un desafío para cualquier presidente. En cuanto al senado, que renovó un tercio de sus bancas, albergará a partir del 1 de enero senadores de 17 partidos distintos. De los 81 senadores totales, sólo 13 serán del PT, en tanto que de un total de 513 diputados, 70 de ellos serán petistas.
Esta realidad del poder repartido es una consecuencia de la particular dinámica del sistema político brasileño, en el que coexisten tres rasgos: el presidencialismo, el federalismo y el sistema multipartidista a nivel del congreso. Como señala la politóloga brasileña Raquel Meneguello, estos tres vectores orientan la composición y el funcionamiento de los poderes Legislativo y Ejecutivo, y condicionan el formato del sistema de partidos.
En este sentido, la presidenta ha dado indicios claros en su primer discurso de que comprende la envergadura de los desafíos que enfrenta. No en vano se manifestó dispuesta al diálogo, siendo ése el primer compromiso de su segundo mandato. La misma noche en que resultó reelecta dijo estar dispuesta a abrir un gran espacio de diálogo con todos los sectores de la sociedad para juntos enfrentar las soluciones más rápidas a nuestros problemas.
A nivel de la región, también son importantes las implicancias de estos resultados. Este nuevo triunfo del PT viene a consolidar la predominancia de gobiernos de centroizquierda, en sintonía con los resultados en Bolivia, Chile y Ecuador (los dos últimos con elecciones presidenciales en 2013) y el reciente triunfo de Tabaré Vázquez en Uruguay, quien no obstante deberá competir en una segunda vuelta. Lo cierto es que a fines de noviembre quedará configurado el nuevo mapa de poder de nuestros cinco países vecinos (Paraguay eligió a Horacio Cartes en abril de 2013), y esto constituirá un marco de referencia ineludible para las próximas elecciones presidenciales de la Argentina.