Día de la secretaria


Bombones para todas

Desde que empezó a trabajar, a pesar de tener puestos importantes en distintas empresas, el día de la secretaria Mónica Yemayel recibió bombones. "Acá, hoy se les regala a todas", le decían. En esas cajitas con moño, la cronista veía las huellas de una violencia solapada, mansa, duradera, casi imperceptible.

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El 8 de agosto de 1988 fue un día frío en Buenos Aires y yo me abrigué con una capa negra que mi madre me había regalado con una clara intención. Para ella, esa capa negra -comprada en cuotas en la boutique del barrio- era tan distinguida que seguramente yo causaría una buena impresión y podría conseguir trabajo en un momento económicamente difícil; tan difícil que un año después estallaría la peor hiperinflación de la historia argentina.  8 del 8 del 88. Así registro en mi memoria el inicio de la carrera profesional que aquel día comencé en una de las más renombradas corporaciones del circuito financiero local. Mi madre tenía razón. En la entrevista, además de analizar mi curriculum en voz alta, el entrevistador halagó mi capa negra. Tenés hijos, preguntó. No, mentí yo. Creo que sólo en eso mentí. No fue una decisión calculada. Improvisé. Intuí que negar a mi hija me daría más chances de conseguir el empleo. Mi madre confiaba en la capa; yo no creí que eso fuera suficiente. Aquel día obtuve el puesto y menos de un mes después, el 4 de septiembre, encontré sobre mi escritorio una despampanante caja de bombones envuelta en papel de seda. “Es el día de la secretaria”, dijo un compañero. Supuse que había un error; mi puesto no era el de secretaria. “Acá, se les regala bombones a todas las mujeres”, aclaró. Durante los 25 años que siguieron y sin importar las posiciones que fui ocupando encontré, cada 4 de septiembre, una caja de bombones despampanante sobre mi escritorio. Varios Gerentes Generales y Presidentes fueron sucediéndose; ninguno cuestionó el agasajo indiferenciado. Ser secretaria ¿es el único destino posible para una mujer?  En todo este tiempo, seguramente, debo haber sentido odio por cosas más graves que recibir bombones el día de la secretaria sin haberlo sido nunca. Sin embargo, en ese acto en apariencia menor -un gesto que para muchos sólo peca de ingenuidad- yo sigo encontrando las huellas de una violencia solapada, mansa, duradera, casi imperceptible. No tengo pruebas. Ni tampoco el modo de explicar por qué esas cajas de bombones envueltas en papel de seda se mezclan en mis recuerdos con la capa negra que mi regaló mi madre y con la mentira triste que dije aquel día.