Ensayo

El legado de Beatriz Sarlo


La mujer que nos enseñó a leer el siglo veinte

No importaban los acuerdos o los desacuerdos, si se la consideraba un oráculo, una elitista, u otra cosa. Se la escuchaba siempre, hasta hace unas semanas nomás: ¿Vieron lo que dijo Sarlo? Su partida, a los 82 años, deja un legado inmenso. Alejandra Laera, que fue su alumna, repasa su obra, su carácter y sus posiciones, con una invitación: no recordar con nostalgia, sino con la efervescencia de las lecturas y los debates.

1.

Los cientos de jóvenes que cada sábado a la mañana abarrotaban los dos o tres pisos de escaleras, se empujaban en los pasillos y buscaban algún lugar en los bancos de madera o en el piso de aquel salón enorme en la UBA, no iban a escuchar a un músico de rock ni a un escritor famoso. La que hablaba era Beatriz Sarlo. Y hablaba sobre literatura argentina del siglo XX. Hablaba del Cortázar de Rayuela, con el que muchos se habían iniciado en la pasión por los libros y de un Borges que no era el de los laberintos y los espejos sino el de las orillas y arrabales. Nos volvía a hacer presente a Rodolfo Walsh y nos descubría para siempre a Juan José Saer. Encontraba en Roberto Arlt un modo diferente de manifestación de las vanguardias. Hablaba de libros pero también de ediciones y editores, de diarios y revistas. Hablaba del mercado y la industria cultural y la cultura de masas, de la democratización de las letras y del campo intelectual. Construía una posición y hacía valoraciones firmes aunque nunca estridentes. Los jóvenes que la escuchábamos éramos estudiantes y ella nos enseñaba una literatura argentina nueva. Beatriz Sarlo fue una poderosa deidad moderna en la épica áulica de la universidad pública de la posdictadura, a la que íbamos a escuchar para oír en sus clases lo que nos había sido ocultado, lo que prohibiciones y censuras, convenciones y mediocridades habían silenciado.    

No exagero cuando digo “cientos”, porque esa era la cantidad de estudiantes que cursaban su flamante materia en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires en esos años ávidos del retorno de la democracia. Y tampoco cuando digo que era una literatura argentina “nueva” la de sus clases sobre el moderno siglo XX, porque su atención puesta en lo nuevo, con su interés en la experimentación y su definición de la cultura de mezcla como clave singular de la sociedad argentina, fue central en su modo de leer, que resultó constitutivo para la crítica literaria de las décadas que siguieron. Pero fue nueva, también, porque no intervino en la cultura, la sociedad y la política con denuncialismos ni contenidismos sino con una lectura que apostaba a las formas, a los procedimientos, que encontraba allí la potencia literaria.  

2.

Ya desde antes, en la oscuridad de los últimos años de la dictadura cívico militar, desde la emblemática revista Punto de Vista, de letra chica y abigarrada, Sarlo intervenía, junto con sus compañeros de ruta, en los debates actuales sobre democracia y nación. Revisitaba y ponía en disponibilidad a autores pasados y difundía a autores presentes que atravesaban sus lecturas y marcarían el pensamiento intelectual durante décadas, desde Walter Benjamin o  Schorske a Raymond Williams y Pierre Bourdieu. Y por esos mismos años de mediados de los 80, casi siempre también con Carlos Altamirano, escribía prolíficamente sobre Esteban Echeverría y Domingo F. Sarmiento, sobre la fundación de la nación, sobre los proyectos de los románticos rioplatenses y la construcción de la figura de escritor. Como si en una década liquidara todo lo que le interesaba del siglo XIX. Es decir, la detección de gestos de modernidad incipiente en sus protagonistas. Como si hubiera buscado en el romanticismo de la Generación del 37 las bases de un proyecto frustrado de modernización para poder llegar después a su realización plena en los años de 1920, con su ebullición de cuerpos, lenguas y papeles. Esos son los años a los que volverá insistentemente, igual que a otros núcleos de modernidad que recorren el siglo XX y estallan sin retorno, pese a la propia Sarlo, en el XXI. Creo que esta búsqueda traza la continuidad con lo que sería ese libro impactante que publicó en 1988, por su combinación de investigación rigurosa y creatividad crítica, y marcó a gran parte de los estudios literarios posteriores: Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930

3.

Una modernidad periférica entregó más que la lectura de ese momento de alta modernización de la literatura argentina y de conformación de un campo intelectual moderno que seguía la definición de Bourdieu. Allí Sarlo también elaboró su lectura  del criollismo urbano de vanguardia de Borges, un hallazgo crítico que ampliaría en el libro dedicado a ese escritor unos años más tarde. Y de la percepción vanguardista cruzada con los rastros de las lecturas en mala traducción desplegada en las novelas de Roberto Arlt, otro hallazgo ineludible que lo hizo ingresar definitivamente en la shortlist de los grandes escritores argentinos. Lo que entregó Sarlo en ese libro fue una conceptualización de la condición cultural moderna de la Argentina: una modernización periférica basada en la cultura urbana de mezcla del Río de la Plata que la vinculaba con las metrópolis de un modo específico y diferencial. Una cultura que resolvía a su manera, por medio de una suerte de democratización pluridireccional de la letra, la relación entre lo alto y lo bajo. 

Desde esa perspectiva, infirió un sesgo culturalista a los estudios literarios locales, generalmente marcados por una estilística convencional, una concepción historicista o un denuncialismo político social, que, por un lado,  estaba anticipada en El imperio de los sentimientos (1985), su investigación sobre las novelas sentimentales en la prensa periódica, y por otro lado, profundizó en La imaginación técnica: sueños modernos de la cultura argentina (1992) en el que se ocupó de la múltiple capacidad inventiva de Arlt y Quiroga. Desde esa perspectiva, también, participó en los intensos debates de los llamados estudios culturales que protagonizaron el campo latinoamericano norte-sur en la década de 1990, cuando en pleno auge de los neoliberalismos en la región se discutían las condiciones de la modernidad, sus límites o su final en dimensión global, su dilución en pastiche posmoderno, su inacabamiento, o la postergación de su cumplimiento. Fueron, de distinta manera y atravesadas por diversas expectativas y urgencias políticas, económicas y sociales, dos décadas de protagonismo de las figuras de la crítica literaria en la escena cultural. Quizás las últimas en un sentido fuerte. 

De esos años es Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (1994), el libro que inauguró lo que sería un viraje casi total en los intereses de Sarlo, como se advierte desde el título. Enseguida llegó Instantáneas: Medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo (1996). Notablemente, podemos observarlo hoy, Sarlo se estaba desplazando del territorio conocido de la modernidad, aun siendo periférica, a las arenas movedizas e inestables de lo contemporáneo.

4.

No se trata de que Sarlo haya abandonado la literatura, solo que nunca más volvió a ella del mismo modo. Dos de mis libros preferidos, de hecho, se escriben a caballo de entresiglos: La máquina cultural: Maestras, traductores y vanguardistas (1998) y La pasión y la excepción (2003). En ellos se alternan episodios inolvidables (escolares, cinematográficos, políticos), lecturas de Victoria Ocampo, de los relatos sobre la muerte de Evita, de “Emma Zunz” de Borges. El apetito intelectual le disputa terreno palmo a palmo a su obsesión con el presente.

Casi tomando el guante de una intervención que no debía quedar acotada a la academia ni a las fronteras literarias, Sarlo se para en el umbral de su salto a los medios masivos. En el siglo XXI escribe para los medios, ya sean diarios o revistas, participa de los escasos programas culturales y de los programas políticos, está en la radio y en la tele. Es columnista. No solo sienta posición, también toma partido. Dije que las del 80 y el 90 fueron quizás las últimas décadas de protagonismo de los críticos literarios en la escena cultural: las dos décadas de siglo XXI tuvieron sin duda como protagonista intelectual a Beatriz Sarlo en la escena pública. No importaban los acuerdos o los desacuerdos, si se la consideraba un oráculo, una elitista o lo que fuere. El asunto es que se la escuchaba siempre, hasta hace unas semanas nomás: ¿vieron lo que dijo Sarlo? En esa forma de escucharla, también, se puede medir la distancia con la escucha en las aulas de los años 80, la distancia entre dos mundos que parecen desconocerse.

5.

       ¿Cómo entender lo contemporáneo sin abandonar un espíritu moderno, a la vez riguroso y pasional? ¿Cómo entender las transformaciones políticas y sociales del presente con las herramientas de la crítica literaria? En estas preguntas, en las que muchos podrían hallar una contradicción, una paradoja insalvable o un error de cálculo, me interesa pensar ya no los deslices en sus lecturas de ciertos escritores jóvenes o en su juicio sobre algunos libros que imposiblemente pueden leerse con un lente moderno. En cambio, prefiero pensar en cómo Sarlo, con todos sus riesgos, con una anti condescencia brutal, incluso con lo que solo logro ver como un salto al vacío en sus intentos de comprender el presente, mantuvo hasta el final un principio crítico casi modernista. ¿Acaso no fue eso lo que, a cualquier costo, la salvaguardó de quedar atrapada en la inmediatez que parece irreductible al mundo contemporáneo en el que se movió? Frente a la inmersión afectiva y sensorial impulsada por las demandas mediáticas y por los públicos, Sarlo sostuvo una distancia que quiso siempre ser crítica, que buscó dar sentido a nociones abstractas a través de la palabra y estimular libremente el pensamiento propio más allá de previsibles efectismos. Una distancia que nunca cedió del todo. Por eso, en este momento, especialmente hoy, quiero resaltar la convicción de las posiciones y el compromiso de las búsquedas, en vez de la validez o no de los resultados.

Como estudiante en formación, como espectadora, como partícipe, ahora mismo, escribiendo sobre ella, no recuerdo los tiempos pasados con nostalgia, cuando escuchaba a Sarlo hablar de literatura argentina en las aulas de la Facultad. Lo que siento, en medio de la tristeza por aquel mundo que ya está terminando de irse, es una efervescencia por la lectura, por los libros, los debates que me llega desde esos años y atraviesa décadas, y que me hace redoblar las ganas de luchar para que no lo perdamos del todo.