María Eugenia Marano fue una niña muy inquieta. La más pequeña de 3 hermanos. Desde los 6 peleaba por las causas justas, se amargaba ante las diferencias y, desde entonces, decía que quería ser abogada (jueza, más precisamente): quería escribir leyes, resolver los problemas de la gente, la desbordaban las ganas de ser grande rápido.
A los 15 años tuvo que salir a trabajar, ayudaba en su casa y seguía soñando con ser abogada y con representar a su país en un mundial de patín. Un cimbronazo le cambió el rumbo, un litro y medio de agua comprimía su corazón y cualquier sueño se desvanecía de urgencia. La vida le dio una nueva oportunidad y esas ganas de construir un país más justo se fortalecieron. Mientras daba clases de patín, estudió, estudió y a los 21 años se recibió de abogada.
Es la primera profesional de su familia.
Un gran maestro le dio su primera oportunidad a los 23 años de la mano del derecho societario en la Inspección General de Justicia y desde ese momento su pasión por la función pública fue inquebrantable. Fue cambiando de lugares, de materias, pero siempre con la convicción de que el derecho es una herramienta de transformación social y la función pública un medio para lograrlo.
Apasionada de la música y convencida que el arte puede unir al mundo, ama cantar.
Se especializó en criminalidad económica, género y derecho de la mujer. Investiga, escribe, es docente, mamá de 3 chicos. Sigue en la función pública y desde su pequeño lugar intenta fortalecer las raíces de un futuro mejor.