Según la leyenda familiar, García dijo a los cinco años que quería ser periodista cuando fuese grande. De más grande, no logró chequear esa información con al menos dos fuentes independientes. Se conformó entonces con decir que se ganaría la vida con ideas y palabras.
En la década que trajinó en la redacción de la calle Azopardo del Buenos Aires Herald (donde hoy es columnista de Medios), se dio cuenta que el periodismo diario no dejaba tiempo para pensar mucho más allá de mañana; y buscó conchabos del otro lado del mostrador informativo, en el mundo gubernamental y empresario. Durante tres temporadas, por caso, fue asesor de prensa de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, donde descubrió los vericuetos de la relación tensa entre diplomacia y comunicación. Todo esto antes de WikiLeaks.
Made in la escuela pública del Conurbano, García estudió Comunicación en grado y Relaciones Internacionales en posgrado en la Universidad de Buenos Aires. Pero su interés por la relación entre periodismo y política internacional viene de antes. En Sudáfrica de intercambio a finales de su adolescencia, escribió su primera crónica, publicada en diario personal, sobre el día que Mandela se convirtió en presidente en abril de 1994. Parado al lado de una fila interminable de gente que esperaba votar por primera vez, García recuerda que lloró.
Quizás porque nunca jugó al TEG de chico, se ufana de ser Kantiano y Habermasiano, aunque prefiere a interpretar el día a día con Morgenthau y Kissinger, “porque es más fácil ver tendencias en la realidad que en las ideas”. Esa misma tensión es la que padece dos domingos al año, cuando se enfrentan sus dos camisetas: River y Tigre. En los 90 fue más realista y socio del millonario. Desde mediados de los 2000 es más idealista y lleva en su bolsillo el carnet del matador de Victoria.