A los 20 años, Diego no sabía qué hacer con su vida y empezó a sacar fotos. De alguna manera, encontró contención. Les dijo a sus papás que quería dedicarse a eso. “¿Pero de qué vas a vivir?”, le preguntaron. Empezó haciendo fotografía documental y varios talleres. En 1993 armó una carpeta con veinte fotos, fue a la revista La Maga y mostró su trabajo. Gustó. Lo llamaron. Fue el primer paso. A partir de allí, su oficio, su medio de vida y la confirmación de lo que había hecho tenía sentido. Sandstede, que recorrió la ciudad de Buenos Aires, en su Volkswagen Gol, buscando lugares con los que ilustrar el libro de Daniel Riera Buenos Aires Bizarro, es fotógrafo de los buenos. Cuando retrata a una ola, por ejemplo, uno ve en la imagen la fuerza del agua, el detalle de la espuma, el movimiento de cada partícula. A lo largo de toda su carrera, comprobó que a la gente no le gusta verse en las fotos. “A ocho de cada diez, no les gusta”. Esta vez no tuvo problemas. Retrató un puma y varios stencils.