Ariel Wilkis, muchacho hirsuto de Villa Urquiza, es decano de la Escuela IDAES de la UNSAM y se hace preguntas sobre el tema que lo obsesiona hasta cuando corre. Entrena tres veces por semana, quizá como una forma de canalizar su ansiedad. Tiene en su haber dos maratones de 21 kilómetros. Aspira a llegar a los 42. Duda mucho de poder hacerlo. Wilkis ya no boxea, pero lo hizo y sabe ubicar el hígado de un posible contrincante.
Doctor en Sociología (EHESS, Paris y UBA) e investigador del Conicet, tiene un hijo de seis años, Manuel, filoso defensor del club Río de la Plata, que se le parece muchísimo y con el que a veces va a la cancha a ver a Argentinos Juniors. De su madre, Wilkis heredó el judaísmo. De su padre, la pasión por el fútbol.
El sociólogo publicó artículos en revistas y libros de Argentina, Brasil, Venezuela, México, España y Francia. Su tesis de doctorado se basó en las concepciones y disputas morales en torno al dinero en los sectores populares. Actualmente está preparando un libro acerca de los antagonismos morales que se despliegan alrededor de la plata.
Vive con su hijo en un gran caserón. O en realidad, al parecer, sobrevive: porque no va más allá del huevo duro y los fideos. En su cocina tiene pan lactal, dos condimentos y una botella de aceite. Quizás por eso suele cenar en parrillas, restaurantes o pizzerías del barrio.