Abelardo Castillo tiene porte de escritor. De ese tipo de escritores serios, adustos, según reza el imaginario del lector adolescente: compenetrados en lo trágico de la existencia. Sin embargo, en algunas fotos se lo ve reír. Quienes lo han entrevistado o lo conocen, cuentan que es una persona relajada y amable.
De trayectoria enorme, partícipe de proyectos transformados en hitos en la historia de la literatura argentina como El escarabajo de oro y más tarde El Ornitorrinco, ha publicado cuentos, novelas, obras de teatro y ensayos traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, eslovaco, ruso y polaco.
Entre muchos otros, Las otras puertas, Cuentos crueles, Las palabras y los días, Las maquinarias de la noche, El espejo que tiembla, Crónica de un iniciado, El que tiene sed y El Evangelio según Van Hutten. Entre sus obras de teatro se destacan El otro judas, Israfel y Tres dramas.
Viene cosechando galardones desde los años sesenta, cuando ganó el Casa de las Américas. En 2011, recibió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y el año pasado el Premio a la trayectoria cultural de la Revista Ñ.
Suele decir que jamás se despertó a las 9 de la mañana.