A pesar de que nuestra sociedad sea glorificada como de redes y plataformas multimediáticas, sigue siendo escritural y audiovisual. La preeminencia de lo audiovisual y escritural se observó cuando el teléfono móvil, primero, y el smartphone, después, se convirtieron en las cuartas pantallas para producir y distribuir textos audiovisuales o escriturales. Pero, en especial, se convirtieron en nueva interfaz de las redes sociales: rápidamente las selfies y la lecto-escritura en espacios públicos se volvieron nuevos indicadores del riesgo de sufrir accidentes. ¿Pero cuántos saben que la radio sigue teniendo un éxito implacable?
Sin llamar la atención y sin ser consultados sobre qué están haciendo, muchas personas andan a pie, en bicicleta, en rollers y en transportes públicos con auriculares. Acompañan la vida con sonido. En circuitos muy especializados se los denomina audionautas.
Si aceptamos que están a la vista de todos y que la audionavegación no genera inquietud social, un primer nivel de reflexión es: ¿se trata de un fenómeno realmente importante o la preocupación debería ser sólo de tipo académica?
¿Qué se esconde detrás de este hábito tan poco registrado y por lo tanto, tan poco indagado? Durante los últimos tiempos, y en todo este año, hemos trabajado y conversado de este tema con nuestros más de trescientos alumnos de la Universidad. Pronto habrá resultados de este proyecto de investigación.
Una mediatización no se define sólo por los dispositivos técnicos aplicados; también incluye sistemas genérico-estilísticos de lo discursivo y diferentes posibilidades de uso, aceptadas socialmente.
Para lo que nos interesa aquí, lo que tienen en común las mediatizaciones del sonido es la carencia de imagen, dato central pero al que no se les presta demasiada atención en la vida académica. Lo telefónico, lo radiofónico, lo fonográfico en cada una de sus variantes, son diferentes sistemas de intercambios discursivos que incluyen diferentes dispositivos técnicos, lenguajes y usos. Y además, desde muy temprano, han funcionado en sistema.
Lo viejo en lo nuevo
A través de los auriculares y los smartphones todavía se escucha radio, en general, para escuchar música. Mientras crecen todos los modos de acceder a lo musical, la radio sigue siendo el canal mayoritario (40 % en USA, según estudios recientes).
Y respecto de la insistencia radiofónica, se seguirán afirmando fenómenos incomprobables, como que la radio acompaña o que fomenta la imaginación. Lo cierto es que las radios consideradas musicales, aún por sus oyentes, dan mucho más que música: presentaciones, biografías, información de diferente tipo, publicidad, estados del tiempo, etc. Quien escucha radio, escucha mucho más que música y allí debe buscarse la clave de su poco reconocido éxito y permanencia.
Si escuchar radio a través de los auriculares es el extremo del contacto del individuo con un sistema de intercambio mediático de amplia extensión cultural, en el otro extremo están las conversaciones interindividuales telefónicas. Y ahí van, hablando como locos solos por la calle, pero animados y representando todos los estados de ánimo. Y además, están en expansión las conversaciones telefónicas a través de WhatsApp. Y hablamos aquí solode las conversaciones telefónicas.
Lo de las conversaciones telefónicas es de mucho interés respecto de cómo se desarrollan las mediatizaciones de sonido. Por supuesto los smartphones son complejos dispositivos de intercambio multimedia (intercambio multimedia incluye producir, emitir, distribuir y recibir mensajes de diversas mediatizaciones, géneros y estilos, audiovisuales, escritos y de audio).
Playlists
Otro gran sistema de intercambio mediático que compite en el uso actual del sistema auriculares-smartphones es el de la escucha de música grabada. Por supuesto que si el usuario prefiere combinar los auriculares con i-Pods o con cualquier otro dispositivo equivalente que archive música, la recepción musical ya ganó la batalla frente a los otros intercambios multimedia de sonido. Pero hoy sería, sin duda, una elección estilística y no tecnológica. El que toma esa decisión decide no consumir radio ni hablar por teléfono en el mismo espacio, en que intercambia lo musical.
Los oyentes suelen construir playlists propias, que presentan sus diferentes gustos musicales y su modo de ordenamiento. ¿Es puramente individual? En cierto sentido sí, pero el estilo individual, salvo en casos especialmente vanguardistas o transgresores, es un modo de articulación de estilos regionales, de época o de sector, en este caso a nivel musical.
En el otro extremo de la playlist propia está la que nos construye nuestro proveedor de archivos musicales por streaming, ahora pagos en sus versiones premium (Spotify, Deezer, pero también otros más específicos como LastFm o SoundCloud). Estas playlists, sospechadas de ser influidas comercialmente por las grabadoras, son construidas centralmente por algoritmos que procesan los pedidos de cada individuo con los que hacen otros individuos con quienes coinciden. Todavía no se ve con claridad, pero aquí se reproducirá la conflictividad estilística.
Entre lo relativamente propio y lo relativamente ajeno aparecen dos fenómenos intermedios. Los usuarios de plataformas pueden organizarse playlists propias dentro de las plataformas y esas playlists, según confesiones que hemos obtenido, pueden tener una doble función: hay listas para el consumo exclusivamente personal y hay listas para que otros sectores dentro de la red de la plataforma se hagan una imagen más favorable del organizador. Detrás de los auriculares, las plataformas de música en streaming son mediatizaciones: no sólo dispositivos técnicos, no sólo diversos géneros y estilos, sino también diferentes hábitos de uso que tienden a lo interaccional.
Podcasting
Por último, la revolución del podcasting. No somos de los que defendemos a la radio como un medio bueno, sólo tratamos de explicar su vida social. Pero el hecho es que, por definición, el podcasting, soñado como nueva radio, es sonido grabado (ahora también video) y la radio conocida y aceptada por la sociedad emite en vivo y eso cambia las relaciones de ambos sistemas de intercambio.
La oposición vivo-grabado es una barrera muy profunda que consideramos que no ha sido tomada con seriedad por los investigadores de la comunicación, salvo, y algo, para el caso de la televisión. No es este un lugar para profundizar, pero la radio convive en tiempo real con sus oyentes (y los hace interactuar con lo pasado), construye una atmósfera de actualidad rabiosa en común con su audiencia. Compite con otras mediatizaciones y genera un efecto de imprevisibilidad que se opone a toda otra discursividad guionada. La radio ha perdido a los grandes textos narrativos o de larga y estructurada argumentación: emite textos mosaicos sin unidad predeterminada y en los que se supone que cada oyente, de manera trabajosa, construye una continuidad.
Lo que interesa aquí es la aplicación actual del podcasting en la torta de usos del sistema auriculares–smartphone. Y ahí encontramos también un principio clasificatorio.
Por un lado, encontramos los podcasts profesionales o cuasi-profesionales, a veces integrados a sistemas de medios de diferentes tipos, o como parte de la oferta radiofónica en los portales de radios comunes. Otras veces se presentan como especies de blogs total o parcialmente construidos con la edición de sonido. Si bien hay casos de éxito y libros que hablan de la revolución sonora del podcasting, se trata de un fenómeno disponible para nuestros audionautas pero del que es difícil todavía establecer su penetración.
Un caso particular que puede entenderse como de podcasting es el intercambio de mensajes sonoros grabados, que si bien eran posibles con Facebook, explotaron con WhatsApp. Hay un efecto de edición en el pensar antes de grabar y en enviar cada mensaje o no. Y una experiencia muy interesante, observada hasta en el ámbito familiar, es el uso grupal del podcasting: a partir de una anécdota o un hecho sucedido en común, algunos adolescentes pueden pasar largos ratos reconstruyendo relatos hasta hacerlos puramente ficcionales o absurdos.
Nos consta que no todos los que utilizan auriculares practican todos los sistemas de intercambio. Pero salvo los más primitivos, saben que en ese juego tienen diversas posibilidades. Es decir que, aunque no lo practiquen, son conscientes de que están inmersos en un sistema de intercambios multimediáticos y con formato de plataforma.
Esa vida en plataforma no es sencilla, por especializada, como la que se puede practicar en Netflix, en Tindle, Wikipedia o en alguna de las páginas web de un medio. Es una vida en plataforma, con una complejidad equivalente al menos a Facebook, Twitter, Vorterix, la BBC, Google y sus múltiples herramientas y usos.
Ahora bien, estos individuos, mientras caminan, viajan o andan en bicicleta, switchean, en gran parte voluntariamente, entre lo más social de la cultura, lo más individual de su vida privada, múltiples sistemas de intercambio y de goce, y todo sin el apoyo de un papel, una letra o una imagen. Y no hablaremos aquí de que, además, pueden hacer un podcast o un tema musical y compartirlo en las redes mientras se mueven.
Las preguntas que quedan abiertas son las siguientes: ¿qué otro individuo está mejor preparado para comprender y protagonizar cualquier transformación por venir que estos navegantes de los sistemas de audio? ¿En dónde puede el sistema establecido estar más en riesgo que ahí, en esa entretela que teje la audionavegación fuera del control social generalizado? ¿Qué se puede decir con seguridad sobre el sistema social y sobre nuestra cultura, mientras no conozcamos en detalle esos intercambios, sus distribuciones y sus interacciones entre sistemas? Está bien, suspendamos aquí. No responderemos semejantes preguntas en épocas de azoramiento y de desconfianza hacia las prácticas que no caben en nuestros verosímiles.