La secuencia, replicada decenas de miles de veces durante las últimas doce horas, quedará entre las más perturbadoras de la galería de la violencia política argentina, al menos desde el 10 de diciembre de 1983: la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner está volviendo a su casa, se acerca al cordón de seguidores que rodean el palier de su edificio, envuelta todavía en una plácida sonrisa, escribe la dedicatoria de uno de sus libros, hasta que el caño negro de un arma irrumpe en el cuadro. Un dedo aprieta dos veces el gatillo -clic, clic: en alguna de las tomas pueden oírse nítidamente-, y Cristina se agacha: no termina de entenderse si espantada por la primera noción del horror o si, sencilla, banalmente, lo hace para levantar un ejemplar de “Sinceramente” que se ha caído al piso. Un instante después se acomoda el peinado, como si olvidara que acaba de ser el blanco de un magnicidio fallido, junta el libro del suelo, y su custodia personal la aparta del gentío.
Cuando miembros de la custodia vicepresidencial detuvieron a Fernando André Sabag Montiel, un hombre nacido en Brasil de 35 años, le secuestraron una pistola Bersa Thunder calibre 32 que tenía cinco balas en el cargador pero ninguna en la recámara: la endeble razón por la que Cristina Fernández está viva.
El arma es de fabricación nacional, y aunque dejó de producirse en 2012, sus repuestos aún se consiguen. Según las fuentes de la Policía Federal sería “apta para el disparo” y tenía la numeración parcialmente borrada: en cuestión de horas podría recuperarse a través de procesos químicos el número de serie completo y podría establecerse algún tipo de trazabilidad.
El tirador nunca accionó la corredera para que uno de los cinco proyectiles pasara del cargador a la recamara. Sencillamente el disparo no salió porque no había bala en la recámara.
¿Y por qué Sabag Montiel no accionó la corredera? Las dos opciones más probables son dos: que se haya puesto nervioso y se haya olvidado de hacerlo o simplemente que desconociera que debía hacerlo antes de disparar.
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La investigación judicial quedó en manos de la jueza federal de turno, María Eugenia Capuchetti, titular del juzgado Federal N°5 de Comodoro Py, y de los fiscales federales Carlos Rívolo y Eduardo Taiano.
El intento de magnicidio la encontró de turno, y ahora seguirá a cargo de la pesquisa. Anoche, a poco de llegar a su despacho, recibió el llamado de Alberto Fernández. El Presidente le pidió, según dijo en cadena nacional, dos cosas: celeridad para descubrir quién estaba detrás del ataque, y que velara por la seguridad física de la vía más directa para llegar a saberlo: Sabag Montiel, el hombre que espera en la sede policial de Cavia 3350, en el barrio de Palermo.
Las primeras medidas de la investigación apuntan a saber quién es el frustrado atacante y cuál es el móvil para este “homicidio calificado en grado de tentativa”. Para eso, indagarán sus vinculaciones: serán claves los contactos y comunicaciones que surjan de su teléfono celular, que ya comenzó a peritarse.
Durante toda la noche, Capuchetti entrevistó a testigos ocasionales del ataque, guardaespaldas de la Vicepresidenta y otros efectivos de la policía Federal. El acusado pasó el examen médico para saber si está en condiciones de ser indagado: algo que podría suceder a lo largo de este viernes.
Por orden de la jueza se allanaron dos propiedades. Una en San Martín, donde aparentemente alquilaba -fue el propietario quien lo denunció en una comisaría- y se encontraron dos cajas de balas 9mm con 50 balas cada una. También una notebook HP. La otra era una casa de Villa del Parque -calle Terrada al 2300- que estaba a su nombre, pero donde aparentemente no vivía más: los inquilinos actuales habían pegado un cartel que anticipaba “Aquí no vive Fernando”.
A primera hora, Capuchetti visitó la esquina de Juncal y Uruguay, en Recoleta. Se entrevistó con algunos oficiales de la Federal, pero se retiró rápidamente, sin visitar a la Vicepresidenta.
El hombre del móvil
—Mi novia, supuestamente tenía planes sociales, pero dejó de tenerlos porque no da sacar la misma plata que es de las personas.
Hace unas semanas, Fernando André Sabag González, el hombre que anoche intentó asesinar a la Vicepresidenta, hablaba para el móvil de Crónica TV en plena Avenida Corrientes. Llevaba patilla larga hasta la quijada, y una remera negra con arabescos amarillos. El tema en debate: planes sociales, sí o no.
—¿Qué plan social cobrabas vos? —le pregunta a su supuesta novia, que permanece fuera de cuadro.
La chica descree de los planes sociales, dice que fomentan la vagancia. Ahora que la cámara de televisión intenta poncharla tampoco se ve: está tapada casi por completo por los copos azucarados que vende. Jura que en tres días recauda los 18 mil pesos que cobraba en el plan social. Unos días después, en un posteo de Facebook, aclara que es un buen negocio y que tuvo que pelearse con “las mafias de coperos peruanos” por el puesto de venta.
—Maestro, rápido: ¿Massa sí o Massa no? —le pregunta otro día un notero del mismo canal.
—No, ni a palos —responde Sabag Montiel, sorprendido ahora a la salida de un cine de la localidad de Tigre, muy lejos de la avenida porteña donde ya fue entrevistado por el mismo canal de televisión.
El hombre lleva un look casual -chamarrita blanca y jeans negros-, y parece acercarse al móvil con fingida naturalidad, como en el sketch de Pablo y Pachu en el viejo programa de Tinelli. Ante la cámara dice que vive en San Martín.
—Ni Milei ni Cristina tampoco.
El magnicida fallido
Fernando André Sabag Montiel es hijo de un hombre chileno y de una mujer argentina, pero nació en Río de Janeiro, Brasil. A los cinco años se instaló en Villa del Parque, junto a sus padres, el barrio en el que lo conocieron como “Tedi” y su afición a la música y al metal. Aún después de convertirse en el detenido más célebre del país, cuando lo redujeron los custodios de Cristina, Sabag Montiel se mantuvo frío, sin emociones desbordadas, algo calculador, según testificaron algunos custodios que durante la madrugada se trasladaron a declarar a Comodoro Py.
Como es usual, los investigadores judiciales analizan las fotos de sus redes sociales -al parecer tenía tres: en Instagram era Andres Sabag Montiel y Fernando_Salim13, mientras que su cuenta de Facebook era Fernando Salim Montiel- donde casi siempre sale en primer plano. En las imágenes, Sabag Montiel se muestra ecléctico para vestir y aparece con looks muy diversos -pelo largo, jopo, chiva, patilla-. A veces con camisas convencionales, otras lleno de cadenas y anillos plateados. En alguna, se fotografía con su perro “Moro” y las pesas con las que acaba de entrenar. El 2 de septiembre de 2021, hace click sobre su antebrazo y anota: “Tattoo nuevo Yggrasil Irminsul”. En su codo izquierdo tiene el Sol Negro, un símbolo ligado a la filosofía ocultista del nazismo.
Una fuente de la investigación filtró un dato a la prensa que podría encajar con actividades de esos grupos: días atrás, Sabag Montiel fue con otros hombres al estacionamiento del Ministerio de Economía, y “se dedicaron a putear a Massa”. Ahora la policía federal está buscando las cámaras de seguridad que tiene en el subsuelo el Palacio de Hacienda. Podría ser un hilo del cual tirar.
El 17 de marzo de 2021, un policía porteño detuvo su Chevrolet Prisma negro, que circulaba sin patente trasera y con los vidrios delanteros bajos. Sabag Montiel le dijo que trabajaba para una empresa telefónica. Cuando abrió la puerta del auto, se cayó un cuchillo de 35 centímetros de largo. La justicia archivó la causa.
Los indicios de su comportamiento público -su exposición ante las cámaras de televisión en las semanas previas- podría llevar a suponer, a priori, que Sabag no era un sicario contratado para ejecutar el último acto de un plan criminal.
Aunque todavía sea muy prematuro calificarlo como un lunático solitario, lleno de rencor, dispuesto a entrar al panteón criminal del país como el único magnicida, también es pronto para saber si hay un autor intelectual detrás de su pulsión asesina. Lo que sí se sabe de sobra, es quiénes son, fueron y seguirán siendo los instigadores: ciertos dirigentes políticos que destilan veneno, estimulados por medios de comunicación que los estimulan todos los días desde diarios y sets televisivos.
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Hay otras preguntas que perturban: ¿Cómo es posible que un hombre haya burlado todos los anillos de seguridad de la dirigente política más importante del país hasta gatillarle una pistola a diez centímetros de la cara? Los últimos días, los medios hegemónicos habían puesto el foco en el número de agentes y el costo de su seguridad. A las 20:19 de ayer, apenas cuarenta y cinco minutos antes del episodio, una extensa nota del diario Clarín titulaba: “Polémica por la seguridad. Cristina Kirchner sumó más policías a su guardia personal y ya es la vicepresidenta más custodiada de la historia”.
Entre 2019 y la actualidad, la custodia de la Vicepresidenta se duplicó: tenía cincuenta agentes de la Policía Federal, con el último refuerzo del mes pasado alcanzó los cien. Hay un primer anillo de cinco “culatas” que debe cuidarla permanentemente, que al menos ayer fue fácilmente vulnerado.
Ahora será otro de los puntos a tener en cuenta en la investigación judicial que tiene a su cargo la jueza federal María Eugenia Capuchetti. ¿Qué tan efectiva es su seguridad?
Poco antes de la medianoche, mientras la militancia se congregaba una vez más en la esquina de Juncal y Uruguay, más por aturdimiento que por una decisión táctica, el presidente Alberto Fernández pronunció -por cadena nacional- un breve pero potente discurso. Decretó feriado nacional para que el pueblo argentino pudiera expresarse “en defensa de la vida”, aseguró que “la convivencia democrática se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”, y se dijo conmocionado ya que por “una razón todavía no confirmada técnicamente, el arma que contaba con cinco balas, no se disparó pese a haber sido gatillada”.