El trabajo de campo que dio origen a “Podría Ser Yo. Los sectores populares en imagen y palabra” se realizó entre 1984 y 1986 y consistió en una serie de visitas a barrios populares, clubes, asociaciones de ancianos, lugares de trabajo, etc., ubicados en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, en los que se mostraban conjuntos de fotografías sobre la vida cotidiana de sectores populares y se les pedía a lxs participantes que compartieran las ideas, interpretaciones y sentimientos que las fotografías les provocaban.
Las fotografías actuaban como estímulo para la reflexión. Sobre la situación social en general, sobre la situación personal, familiar y barrial, expresando ilusiones y desilusiones, experiencias vividas y horizontes de expectativas. La mayoría de las entrevistas tuvieron una alta carga emotiva y en general se estableció una relación personalizada entre lxs coordinadorxs de las entrevistas y lxs participantes en las mismas.
Como investigadorxs, no teníamos de antemano certezas acerca de qué iba a ocurrir en esas reuniones. Esperábamos quizás descripciones y comparaciones entre la “realidad” retratada en las fotografías y la realidad vivida. Lo que no anticipamos –y de allí el título del libro—eran las fuertes indicaciones de identificación (positiva y negativa, por cercanía o por operaciones simbólicas de distanciamiento) que el encuentro con fotografías –algunas del propio barrio, la mayoría tomadas en otros barrios—iban a provocar. No pensamos (no sabíamos) que las emociones iban a estar tan presentes en las reuniones. Tampoco esperábamos que lxs entrevistadxs iban a trabajar sobre imágenes cristalizadas de un lugar en un momento demandando y agregando una dimensión temporal. De ahí que, en el armado del libro, hayamos incorporado el paso del tiempo –en fotos de “antes y después”, en diálogos reiterados en forma de “réplicas” a lo que inicialmente habíamos propuesto como texto/fotos.
La recepción del libro
El libro Podría ser yo fue distribuido a partir de julio de 1987. Para este fin, se organizaron diversas actividades tales como debates en instituciones culturales y exposiciones de fotografías dirigidos a distintos públicos, incluyendo organizaciones de base y la población de sectores populares en general.
La reflexión sobre la fotografía que provocó en su momento el debate sobre el libro tiene tres ejes importantes. Un primer tema que aparece en la reflexión es “la mirada”. Se reconoce que el libro refleja la realidad vivida, pero resulta chocante verla cristalizada en fotografías:
Es que a veces vos tenés fuertes choques, porque capaz que estás viviendo esa realidad, pero como no le prestás atención, por ahí te pasa de largo, ¿viste? Y al ver vos la realidad ahí, chocás y decís, “puta, ¿así estamos viviendo nosotros, loco?” Por ahí vos la estás viviendo, pero al verla de frente, al verla así, tan real, choca a veces (integrante del Grupo Patria Grande, reproducido en Jelin y Vila 1989, p. 18).
La realidad que “pasa de largo” no puede seguir pasando de largo con la mirada fotográfica. Hay que prestarle atención, ya que lo que habitualmente transcurre, en la fotografía se congela, se cristaliza, deja de transcurrir. Abruptamente interrumpido por la imagen fotográfica, se ve “de frente” lo que en la costumbre se deja atrás. De ahí el permanente “choque” contra la realidad reflejada en la fotografía. Porque muchas veces se vive, pero no se ve. Y el “choque” del que se habla en la entrevista nos lleva al terreno de los afectos y las emociones: lo que se ve en la foto “duele”, al mover una escena desde el hábito (donde ese dolor se trata de evitar para poder seguir viviendo el día a día en situaciones de precariedad), al ámbito de la representación pública de lo que habitualmente no se suele representar gráficamente (y menos para uno mismo): la pobreza.
Resulta paradójico hablar de la fotografía como, de alguna manera, siendo más “real” que la realidad. En la reflexión presentada más arriba, se plantea el contraste entre lo “real público” (la foto que todos pueden ver, que deja plasmado para siempre lo que fue) y lo “real privado” (como yo vivo existencialmente la realidad, vivencia que puede ser alterada continuamente). Esto habla a las claras del papel que ha adquirido la fotografía como “representante” de la realidad en el mundo contemporáneo --al menos hasta el advenimiento de la fotografía digital con su capacidad de alterar, ad infinitum, la escena de la toma.
En el discurso de sentido común, la fotografía es vista como modelo de veracidad y objetividad. El propio nombre de la lente –al menos en el mundo latino— captura esta creencia: “objetivo” en castellano, “objectif” en francés. La pregunta es cómo la fotografía llegó a ubicarse en la posición privilegiada de ser llamada “objetiva”, cuando se trata de una técnica que sólo puede captar un pequeño aspecto de la realidad (resultado además de una selección arbitraria), que de todas las cualidades de un objeto sólo retiene las cualidades visuales que aparecen en el momento de la toma, haciéndolo desde un solo punto de vista, y que reduce al objeto en su escala y lo proyecta sobre un plano. Según Bourdieu (1990), esto se debe a que la selección del mundo visible que hace la fotografía es totalmente congruente con la representación del mundo que nos ha dominado desde el Quattrocento. De este modo, al proveer el medio mecánico para actualizar la visión del mundo inventado con la perspectiva hace varios siglos, la fotografía pudo convertirse en el estándar de “realismo” y “objetividad”. Éste es el origen de lo que Denzin llama la “lectura realista” de las fotografías que tienen, para este autor, cuatro características:
En primer lugar, trata al texto visual como una descripción realista y verdadera de cierto fenómeno. Las lecturas realistas presuponen que las imagines son ventanas abiertas al mundo real. En segundo lugar, el texto es visto como reivindicación de verdad sobre el mundo y los acontecimientos que suceden; es decir, dice la verdad. Tercero, el significado de un texto fotográfico visual puede obtenerse leyendo cuidadosamente su contenido, fijando la atención en los detalles, en la descripción de los caracteres y en su diálogo. Cuarto, estas lecturas convalidan las pretensiones de verdad que la película o el texto hacen acerca de la realidad (Denzin 1989, p. 230).
Creemos, sin embargo, que la mirada no deja de ser equívoca en otro sentido. En realidad, la mirada misma “significa”. En función de la civilización, de la cultura, de la época y de las creencias, la manera en que miramos las imágenes (la “postura” de la mirada, el punto de mira) significa en sí misma (Dreyfuss 1986). A través de ella, de sus predilecciones e inclinaciones, de sus nociones preconcebidas, la postura de la mirada brinda un testimonio de las opciones de representación. Y esto es verdad para ambas, la mirada del fotógrafo --“la cámara es un mecanismo maravilloso. Va a reproducir, exactamente, lo que pasa dentro de tu cabeza” (Warkov, citado en Becker, 1986, p. 242)-- y la de la gente que mira fotografías:
Cualquier percepción presenta solamente un perfil de un objeto; la gente ve sólo la porción del objeto que tiene frente a ellos. El objeto total nunca es percibido directamente. A través del trabajo de dar sentido es que se puede reconocer que los diversos perfiles son instancias del mismo objeto. A partir del conjunto de instancias o de apariencias parciales, el ámbito del sentido construye una conciencia no perceptiva del objeto en su totalidad (Polkinghorne 1988, p. 5).
Hay dos ejes más en este congelamiento de la fotografía. En el tránsito de la vida cotidiana, el pasado, el presente y el futuro están combinados. Lo que se ve es una visión particular del pasado y parte de un proyecto de futuro, pensados desde y en el presente. La fotografía vuelve a quebrar esta línea temporal, ya que el tiempo no es retratable. El progreso no está debidamente retratado en la fotografía. En realidad, hay una contradicción entre mostrar fotografías y hablar de progreso. Porque la fotografía no tiene incorporada la temporalidad –o, para usar la imagen de R. Barthes, la temporalidad es la de la muerte, la de algo que fue y ya no lo es más—y el progreso no puede ser pensado sin un antes y un después, sin un tiempo que transcurre y transforma. Como dice R. Barthes,
Al igual que el mundo real, el mundo fílmico se encuentra sostenido por la presunción de “que la experiencia seguirá transcurriendo constantemente en el mismo estilo constitutivo” [como diría Husserl]; mientras que la Fotografía rompe con el “estilo constitutivo” (y de ahí el asombro que produce); no hay futuro en ella (de ahí su patetismo, su melancolía); nada de protensión en ella mientras que el cine es de por sí protensivo y por ello en modo alguno melancólico (Barthes 2003, p.138-139).
La imagen congelada, especialmente cuando está en una secuencia establecida y fija de un libro (porque con fotos sueltas cada uno puede acomodarlas según su visión y su relato), invita entonces a reemplazar el fluir temporal por la espacialidad expresada en categorías unívocas, sin la ambigüedad implícita en el devenir. Se trata de mostrar no solamente “lo peor del barrio” sino también las “cosas lindas”:
… no me gustó como estaba [el libro]. Porque sacó todo lo peor que ha podido sacar, en vez de sacar partes malas y partes buenas. Porque en el barrio estamos progresando. Con sacrificio, pero estamos progresando todo el mundo. Porque gracias a Dios y a la Virgen, ahora nosotros somos propietarios del barrio, y no vamos a dejar que toda la vida sea como dice ahí… Porque sacaron lo peor, porque podían haber sacado una casita, no digo la mía porque la mía está a medio terminar, pero acá hay muchas casitas lindas, para que vean que es un barrio que progresa. Somos gente humilde toda la gente que vivimos en este barrio, pero somos gente que trabaja, que progresa (vecina del Barrio Virgen de Luján, reproducido en Jelin y Vila 1989, p. 23-24).
En esta reflexión, la complejización de la temporalidad por la espacialidad se hace en clave de identidad y representación colectiva del barrio, independientemente de dónde se ubica la entrevistada en el continuo entre las partes lindas y las feas del mismo. Ningún/a entrevistadx dijo: “Uds. no fotografiaron mi casa que es mucho más linda que las que aparecen en la foto”. Al contrario, en este caso inclusive no reclama que saquemos una foto de su propia casa para transmitir una imagen del barrio diferente o mejor que la que muestra el libro. Lo que aparece es una defensa del barrio “in toto” en relación a las fotos que, supuestamente, no le hacen justicia. Es la identidad barrial, mucho más que la individual (si es que en realidad se pueda separar una de la otra) la que está en juego: yo soy miembro de un buen barrio, un barrio que progresa.
Al mismo tiempo, la expresión que utiliza la entrevistada para justificar que no sea su casa la fotografiada es significativa: “mi casa está a medio terminar”. No sabemos si en realidad está “a medio empezar” o desde cuándo no se le ha agregado nada en el proceso de “terminar”. La idea es que eventualmente se la va a terminar; no que va a quedar en ese estado. Y esa eventualidad, esa idea de futuro posible, es la que precisamente hace que sea vivible una realidad que sería bastante más difícil de sobrellevar si la idea fuera que “esta casa no se va a terminar jamás”.
Son precisamente estas ambigüedades, posibilidades, ilusiones, sueños de un futuro mejor, etc., lo que un libro de fotografías, por definición, no puede reflejar. Y son ellas las que desataron el enojo de mucha gente hacia el mismo.
La idea de progreso, de la lucha por conseguir la titularidad de la tierra y la propiedad, siempre va unida al esfuerzo, barrial a veces, familiar las más. No es fácil verlas en un libro o en las fotos. La presencia de la imagen congelada, entonces, provoca reacciones y reflexiones.
Un último tema se refiere a la relación entre la imagen material que se ve en la fotografía y el “verdadero” barrio, que está compuesto no solamente por calles, casas o rostros de personas que lo habitan, sino fundamentalmente por el tejido de relaciones interpersonales que lo conforman y que no pueden ser reflejadas de manera inequívoca en imágenes fotográficas. ¿Cuánto de la palabra “buen” barrio está relacionado con su gente y no con su estética? La dimensión afectiva ligada a las relaciones interpersonales puede cambiar radicalmente la imagen que tiene la gente acerca de su propio barrio. Y esto explicaría, en parte, el enojo porque el libro refleja sólo “lo malo” y nada de “lo bueno” del barrio.
La resignación de esperar...
—Gente que estuviera esperando para viajar, los que están con las bolsas.
—Otro de los castigos que tienen los que viajan. Castigo yo le llamo.
—La resignación de la gente...
—El tiempo perdido...
—La resignación de esperar... están resignados a esperar, el viaje. Plaza Constitución parecía, y la parada del bondi que va a Florencio Varela.
—...allá era muy lejos para el trabajo. Se puede imaginar: de Laferrere a la Capital me llevaba una, dos horas llegar a la Boca, y de acá 45 minutos. ¡Y el sacrificio que tenía! Allá tenía que caminar seis cuadras de la parada del colectivo a casa. De la estación tenía que tomar un colectivo hasta seis cuadras de casa, en los días de lluvia, con barro, todo eso. Y las condiciones de vivienda eran lo mismo que acá, mejoría no había.
—Yo lo que veo es que cotidianamente somos los que vamos pasando, pero esto refleja mucho a las comunidades pobres, ¿viste?
—¿La sala de espera?
—Claro, la sala de espera de los hospitales.
—Uno en verano tiene que pasar calor, y en invierno tiene que pasar frío...
—A veces uno va con un chico y tiene fiebre, y tiene que estar esperando dos horas hasta que el médico lo atienda.
—Uno ve estas fotos y parece que se viera ahí, porque la mayoría de las veces la tenemos que pasar ahí y no en la casa, porque la verdad que...
—Un día se corta mi sobrino con una chapa, y lo llevamos allá a la sala San Martín: acá este chico no se queda quieto (nos dicen), llévenlo a otro lado porque es un animalito que no lo podemos atender, llévenlo a que le den la vacuna a otro lado. Yo no se la doy. Agarramos al chico, vengo yo para acá, le digo: ¿tenés antitetánica para darle?... cuando vengo acá, con el chico envuelto. No (me dice), no tenemos, la tenés que ir a comprar... Le digo yo: voy a comprarla y vengo, acá tengo una farmacia. Ah, ino! (me dice), pero yo a las diez me tengo que ir porque tengo un compromiso... Agarro al chico, lo envuelvo, me lo llevo a la sala San Martín, llego a la sala San Martín, después que espero todo digo: Por una antitetánica. Sí, espere. Cuando voy me dicen: ah, pero la tiene que ir a comprar. Es así, así se pasa...
—Es así, así, a mí muchas veces con los chicos me pasó cosas así.
—Podríamos sacarle fotos a la salita, que es una sala que está abandonada. Tiene los mejores aparatos (que no lo tienen por acá los hospitales) y está abandonada... no atiende nadie. Yo quisiera que vean Uds. las mujeres que van a las 7 de la mañana, chupan frío, están hasta las 11, las 12 y se van.
—Es un lujo adentro, pero no funciona.
—Una foto que podemos sacar es las mujeres esperando.
—Bueno, y acá hay... se ve la fila formada de toda gente mayor, de la tercera edad, que la critico: ¿Por qué? Porque esta gente mayor no tenía por qué estar, no sé qué hora será de la mañana... están haciendo la cola quizás para cobrar (y esto lo sé por experiencia porque soy el apoderado de mi madre) y veo que a veces se van antes de la hora, y se van a las seis de la mañana, y están ahí parados, chupando frío...
—Pero ¿por qué van a las cinco de la mañana?
—Y van porque es la costumbre...
—Es muy simple, para mí el dinero no alcanza, entonces el primer día, tratan de ser uno de los primeros!
—Y no podés llamar a Obras Sanitarias por teléfono porque encima te cargan. Llamás dos, tres veces y me dijeron cualquier barbaridad.
—Sí, no, no dan bolilla.
—Tenés que ir con una nota, con sello y con triplicado o directamente ir con una manifestación para que den un poco de... Yo el otro día llamé y (me dijeron): llame a este teléfono. Bueno, si me da el teléfono, le digo. Bueno, pero se lo presto eh, (me dice), devuélvamelo... y qué sé yo todas las barbaridades que me decía. Llamo al otro lado y me dice: qué tal, voy... si... no... voy, ¡me cargaba todavía! Y no, ¡no llamé más!
—Se ve que no da abasto San Cayetano.
—Sí, no da más.
—Resulta que acá dice: Yo soy el pan de vida; y parece que falta mucho pan porque las colas son interminables de tanto... la vida es jodida vivirla, ¿no?
—No, yo creo que demuestra la esperanza.
—Sí, sí, por supuesto, muestra la esperanza. La cola esa infernal es de la esperanza, pero la realidad demuestra que el pan de vida no está dado equitativamente, por lo menos.