18 de enero de 2015. El fiscal Alberto Nisman aparece muerto en su departamento de Puerto Madero. El juez Ariel Lijo tiene que anticipar el regreso de sus vacaciones; es uno de los pocos mortales que recorren los pasillos de Comodoro Py. No tiene ropa de juez: no usa saco y corbata, sino vaquero y camisa de jean.
Los medios presionan a la fiscalía que lleva adelante la causa de la muerte de Nisman, y en los tribunales federales, donde se tramita la denuncia por encubrimiento del atentado a la AMIA que el fiscal hizo contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuatro días antes de morir .
Lijo es una figurita difícil para los periodistas. Aún así, dos corresponsales de medios angloparlantes logran traspasar la fortaleza con el estricto compromiso de que lo que se hable entre las cuatro paredes de su despacho será off the record. Le preguntan qué se siente tener la causa más importante para la política nacional.
—Puedo convertirme en el juez que procesó a dos presidentes —contesta él y lanza una carcajada mientras juguetea con las tazas de café que están sobre su escritorio
Lijo ya ha mandado a juicio a Carlos Menem por el desvío de la investigación del atentado a la AMIA y ahora tiene en sus manos el destino de CFK. Le gusta el poder. No le teme. Sabe administrarlo.
Sabe cuándo acelerar y, sobre todo, cuándo pisar el freno.
Pero ese verano de 2015 Lijo no será quien procese a dos presidentes. Ni siquiera llegará a evaluar la denuncia de Nisman: dirá que no es parte de lo que investiga y la dejará en manos de otro juez.
Nueve años más tarde Lijo se convertirá en uno de los candidatos de Javier Milei para la Corte Suprema. Y, como la vida es una moneda, su suerte estará en manos de CFK, principal líder del peronismo, que es mayoría en el Senado.
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21 de agosto de 2024. Después de meses de macerar las respuestas, a Lijo le llegó su momento. Es a todo o nada. En el Salón Azul lo escuchan los senadores y las senadoras que tienen que darle su voto. Pero él sabe que hay mucha más gente pendiente de esa audiencia. En los tribunales de Comodoro Py, ese mundo que habita hace 30 años, siguen la transmisión por YouTube.
–Yo creo que la Corte hoy está integrada por académicos, por jueces que provienen de distintos sectores de la actividad jurídica y yo sería un representante del Poder Judicial.
Lijo explicita lo que muchos dicen: si llega a la Corte, Comodoro Py desembarca en el Palacio de Talcahuano. Con él, ese mundo plebeyo pero profundamente poderoso puede dar el salto final hacia la cima del sistema de justicia en la Argentina.
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Lijo es el principal caudillo de Comodoro Py. Cuando alguno de los integrantes de los tribunales cae en desgracia, él abre las puertas de su despacho del tercer piso. En esa oficina —a la que únicamente se accede con el beneplácito de su secretaria Sabrina— guarda tesoros preciados que son parte del sincretismo judicial: diplomas, dibujos de sus tres hijos y un retrato del Papa Francisco.
En el juzgado de Lijo suelen repetir que están más allá de la grieta.
—Todos se llevan bien con Ariel —dice un exministro que lo conoce.
Tiene razón: antes de las elecciones, Lijo sonó como candidato a procurador si Horacio Rodríguez Larreta ganaba la Presidencia. También conversó sobre esa postulación con su amigo Sergio Massa. Pero terminó siendo el candidato de Javier Milei. Patricia Bullrich no dudó y salió a elogiarlo.
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20 de marzo de 2024. Comunicado oficial 34. La Oficina del Presidente anuncia que Lijo y Manuel García Mansilla serán los nominados para ocupar un lugar en la Corte. El juez federal irá por el lugar que dejó vacante Highton de Nolasco. Mansilla, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral, por la silla de Juan Carlos Maqueda, que en diciembre cumplirá 75 años, edad límite para ejercer la magistratura.
Ambos necesitan los dos tercios del Senado para ser elegidos. Victoria Villarruel reina en la Cámara Alta, pero se entera de la decisión de Milei por los medios. Mastica bronca y finalmente estalla un día después en una entrevista con TN.
—¿Y Lijo? —le pregunta el periodista Jonathan Viale después de que la vice se deshiciera en elogios para García Mansilla.
Ariel Lijo, que en 2015 tuvo la suerte de CFK en sus manos, hoy depende de ella, la principal líder de un peronismo que es mayoría en el Senado.
—No lo conozco, pero no me gustó como actuó en la causa Rucci —contesta ella.
Se refiere a la investigación por la muerte del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci, asesinado el 25 de septiembre de 1973. En 2012, Lijo atribuyó el crimen a Montoneros, pero dijo que no se trataba de un caso de lesa humanidad porque la organización político-militar peronista no ostentaba el control del territorio. Pudo cerrar la causa hace mucho tiempo, pero no lo hizo.
—¿Por qué actuó mal? —preguntó Viale.
—Porque facilitó que esté en un limbo eterno.
Villarruel sabe también usar el freno y fundir el acelerador. Organiza un acto para un día antes de la audiencia de Lijo en el Senado. Allí le recrimina que carece de los pergaminos para la Corte.
La vice tiene aliados. El senador Francisco Paoltroni, del oficialismo, recorre radios y canales, para oponerse a la candidatura de Lijo. En su cruzada, se enreda en una trifulca, en la que termina involucrando a Santiago Caputo, el monje negro de la Casa Rosada. “Espero que ese discurso principista superfluo y pelotudo venga sin siquiera una multa de conducir”, escribe el usuario John. Es una de las cuentas que se le atribuye al asesor presidencial. Paoltroni estalla de ira: reclama su cabeza.
A Milei le importa poco y nada lo que sucede en el Poder Judicial. La trama detrás de la nominación de Lijo tiene un gestor: Ricardo Lorenzetti, que presidió la Corte Suprema durante diez años y pretende volver al cargo del que lo arrancaron en 2018 con un golpe palaciego orquestado por Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Elena Highton de Nolasco. Lorenzetti abogó por el nombre de Lijo para sumarlo al máximo tribunal, y Milei le dio para adelante.
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En el mundo judicial Lijo es un plebeyo. No es hijo ni nieto de jueces, fiscales o abogados. Entró a trabajar al Poder Judicial casi por casualidad, mientras estudiaba abogacía y fantaseaba con tirar la toalla. Lo recomendó Federico Merlini, un compañero de la facultad con el que solía juntarse a estudiar y a jugar al fútbol.
A Lijo no le iba mal en la carrera. Quienes estudiaron con él lo describen como un alumno inteligente, que “no se tiraba al cuatro” pero tampoco se desvivía por sacarse un diez. No recuerdan que haya tenido inclinación por la política, aunque venía de una familia con simpatías por el peronismo.
Lijo es el principal caudillo de Comodoro Py. Cuando alguno de los integrantes de los tribunales cae en desgracia, él abre las puertas de su despacho del tercer piso.
Los Lijo eran una familia católica del conurbano bonaerense con una particular devoción por los canarios. Sus padres, Oscar y Ofelia eran docentes. Ariel fue el primogénito. Nació el 19 de octubre de 1968. Después llegaron Alfredo y Hernán. Aunque no nació en la zona sur por un hecho fortuito, nadie dudaría en calificarlo como un nacido y criado en el conurbano. Se crió en Villa Domínico, a media hora del centro de la Ciudad de Buenos Aires y estudió en el Pío XII, un colegio parroquial del centro de Avellaneda. Por impulso de su padre, cursó parte de la secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA), pero tuvo que irse porque le habían quedado materias previas. Terminó los estudios en el Nacional 7 “Juan Martín de Pueyrredón” de San Telmo y se anotó en la Facultad de Derecho de la UBA.
Lijo solía contar que su vida transcurría en un colectivo. Así iba a la facultad, a hacer los trámites para el estudio jurídico en el que trabajaba o a bailar en los boliches de la zona, como el Country Club de Banfield o Bon Ami. Para entonces, todavía tenía una melena con rulos que se cortó cuando se calzó el traje para trabajar en tribunales.
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Lijo creció bajo el ala de Luisa Riva Aramayo, un emblema de la guardia de hierro menemista en la justicia federal. La acompañó en la fiscalía ante la Cámara del Crimen y, en 1993, lo llevó consigo a los flamantes tribunales de Comodoro Py cuando la nombraron en la Cámara Federal porteña.
La “Piru” Riva Aramayo no escondía su amistad con el ministro del Interior, Carlos Corach, y jugó un rol importante en el desvío de la investigación sobre el atentado a la AMIA: después de recibir visitas en la cárcel, Carlos Telleldín incriminó a un grupo de policías de la Bonaerense en la bomba que mató a 85 personas. Esa línea de investigación se derrumbó, como se derrumbó en septiembre de 2004 el primer juicio por el atentado.
Un mes después, Lijo fue designado al frente del Juzgado Federal 4. Era el despacho que había dejado vacante su cuñado Gabriel Cavallo, el magistrado que en 2001 había declarado la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Lijo integró la primera camada de jueces nombrados por Néstor Kirchner en los tribunales de Comodoro Py junto a Daniel Rafecas, Julián Ercolini y Guillermo Montenegro.
Antes de las elecciones, Lijo sonó como candidato a procurador si Rodríguez Larreta ganaba la Presidencia. También conversó sobre esa postulación con su amigo Sergio Massa. Pero terminó siendo el candidato de Javier Milei.
Con el tiempo, quedó a cargo de la causa por el encubrimiento del atentado. Mandó a juicio a Menem, al exjuez Juan José Galeano, a los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia. Nunca dejó de hablar con cariño de su madrina, la “Piru”.
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Lijo es fanático de Boca Juniors. Y se involucró con el club hasta llegar a la comisión de seguridad junto con otros judiciales como Montenegro –actual intendente del partido de General Pueyrredón– y los fiscales Raúl Pleé, Carlos Stornelli y Gerardo Pollicita. También estaba Carlos Beraldi, exfiscal y abogado de Cristina Fernández de Kirchner.
Su vínculo con el fútbol supera a Boca. Jugó durante años en Camarilla Fútbol Club, el equipo que reunía a funcionarios de los tribunales federales. No era la estrella del equipo, pero sí un arquero sólido. Camarilla tuvo su momento de gloria en el año 2000, cuando sus integrantes viajaron a República Dominicana para jugar una serie de partidos amistosos.
En el hotel en el que se hospedaban los confundieron con los jugadores de la selección argentina. El agasajo fue tal que los pasearon en un autobomba. Lijo jura que él no se subió, pero admite que fue parte del desfile: manejaba una de las camionetas con las que se desplazaban por Dominicana.
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18 de diciembre de 2007. Lijo dicta la primera sentencia contra jefes militares desde la reapertura de los juicios por crímenes cometidos durante la dictadura. Tiene 39 años y enfrente están los responsables de secuestrar y desaparecer a un grupo de militantes de Montoneros que habían llegado al país en el marco de la llamada Contraofensiva.
La causa se tramitó con el código de procedimientos antiguo. Eso implicó que el proceso fuera por escrito. Los abogados Carolina Varsky y Santiago Felgueras, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), pidieron que el último tramo del juicio fuera oral. Lijo se esmeró ante un momento que sabía que quedaría en la historia: ha conseguido para el día de la sentencia la sala del Palacio de Justicia en la que se había dictado el fallo contra las tres primeras Juntas en diciembre de 1985.
Frente a él está Pascual Guerrieri, jefe de la Central de Operaciones del Batallón de Inteligencia 601. El juez trabó cierto vínculo con Guerrieri durante el tiempo que examinó su responsabilidad en la causa. Guerrieri solía aparecer en el despacho de Lijo, donde aprovechaba para desparramarse en el sillón y quejarse de sus problemas maritales. Lijo le prestaba el oído.
En el mundo judicial Lijo es un plebeyo.
El vínculo amable se deterioró un poco cuando el juez le revocó la prisión domiciliaria y lo mandó a la cárcel. Guerrieri había sido sorprendido por un notero de CQC mientras se desplazaba en un remis. Lo habían filmado antes en el colectivo o volviendo a casa con una raqueta después de jugar al tenis. “Yo no soy yo”, atinó a responder el jerarca militar. Fue en abril de 2006 y Lijo seguía acumulando fojas al expediente con los seis casos de secuestros por los que lo acusaban.
—Soñé que volvíamos y que estaban todos ustedes en fila para pegarles un tiro entre los ojos– le dijo Guerrieri al juez en una de sus incursiones al despacho.
Lijo le sostuvo la mirada. Guerrieri era alguien que conocía todos los sótanos de la patria: había estado en el Batallón 601 y en SIDE. Fue responsable de varios centros clandestinos en Rosario. Para entonces, no tenía condena alguna.
—Pero yo gritaba: “no, al doctor Lijo, no” —completó el relato Guerrieri.
El militar esperaba ver la cara de terror del juez. O, al menos, de gratitud. Lijo lo descolocó. Rió con desenfado. Su carcajada, estruendosa como el cacareo de un gallo de pecho ancho, se escuchó en los pasillos fuera del despacho. Fue su forma de demostrar quién tenía el poder.
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19 de mayo de 2017. Lijo muestra los fierros de Comodoro Py y la justicia federal. Encabeza en el Salón Azul de la Facultad de Derecho de la UBA la asamblea fundacional de la Asociación de Jueces y Juezas Federales (AJUFE), un espacio con el que pretende disputarle a la Asociación de Magistrados —dominada por la justicia nacional— la representación de los judiciales.
Lijo se mueve como el gran titiritero. Todos saben que, aunque se muestren otros, él maneja los piolines.
–El factor aglutinante es que somos todos jueces del fuero federal con inquietudes en común y la idea es intercambiar ideas, generar actividad académica, trabajar propuestas legislativas– dice en la facultad en la que ha estudiado y dado clases.
En el acto hay jueces como Sergio Torres, Julián Ercolini, Luis Rodríguez, Sebastián Casanello, Rodolfo Canicoba Corral o Leopoldo Bruglia. María Servini, con quien el juez tiene una relación cercana, no está pero mandó un poder. Lijo es ungido secretario general de la AJUFE, que replica el nombre de la liga de jueces brasileños creada en 1972, en plena dictadura.
Hace un mes Lijo fue uno de los invitados al cónclave con Sergio Moro, el juez al frente de la persecución penal contra Luis Inácio Lula da Silva en Brasil. En el encuentro, Lijo diferenció la situación en los países vecinos: dijo que allá los procedimientos eran más flexibles. En Argentina, Lijo había hecho punta con las causas de corrupción en las postrimerías del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner cuando —en junio de 2014— procesó al vicepresidente Amado Boudou, a quien acusó de haber usado un prestanombres para quedarse con Ciccone Calcográfica, la empresa que fabricaba los billetes.
Con la llegada de Mauricio Macri al poder, la Corte Suprema se quedó con una de las joyas de la corona: la oficina de escuchas. Mauricio Macri firmó un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) para quitársela a la procuradora Alejandra Gils Carbó y dejarla en manos del tribunal que presidía Lorenzetti.
Una vez más, Lorenzetti confió en Lijo. Él recomendó a uno de sus secretarios, Juan Tomás Rodríguez Ponte, para hacerse cargo del manejo del edificio de Los Incas 3834. Durante el macrismo, la Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos y Crimen Organizado (DAJuDeCO) estuvo en la mira por la filtración de audios, especialmente de CFK. El hit fue un diálogo entre la expresidenta y Oscar Parrilli en el que ella se presentaba como: “Yo, Cristina, pelotudo”.
Lijo integró la primera camada de jueces nombrados por Néstor Kirchner en los tribunales de Comodoro Py. Con el tiempo, quedó a cargo de la causa por el encubrimiento del atentado a la AMIA.
Lijo no solo apadrinó la llegada de Rodríguez Ponte a la oficina de escuchas, fue a poner el cuerpo en los primeros tiempos. El juez deambulaba por el lugar y repartía abrazos entre propios y extraños. Quienes se lo cruzaron coincidían con el diagnóstico: estaba contento como chico con chiche nuevo.
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Mauricio Macri también sabe jugar con los tiempos. Esperó casi cuatro meses para anunciar que no le gustaba Lijo para la Corte Suprema. Eso sí, tuvo una gentileza antes de declararlo públicamente. Tomó su teléfono y le avisó al juez que no daría su beneplácito para que el PRO acompañe su pliego en el Senado. El 1 de agosto, el expresidente dijo en una entrevista que postular a Lijo era “un error”.
El expresidente no puede quejarse de su experiencia con Lijo. Nunca avanzó contra él en la causa por el acuerdo ruinoso que el Estado argentino firmó con el Correo Argentino, empresa de la familia Macri.
—Mauricio tuvo muchas presiones internas para apoyarlo —dice un hombre que asesora al líder del PRO en materia judicial.
Todas las miradas apuntan, sobre todo, al lobby de Daniel Angelici. Con el “Tano”, Lijo forjó su vínculo en los palcos de la Bombonera. Angelici hizo explícita su simpatía por el juez en una entrevista radial: “Si fuera senador, votaría por Lijo”.
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21 de agosto de 2024. Salón Azul del Senado. Lijo viste un traje azul oscuro y una corbata azul Francia con pintitas. Está sentado junto a la senadora Guadalupe Tagliaferri, que preside la comisión de Acuerdos de la Cámara Alta. Se pone y se saca unos lentes de armazón negro mientras revisa unas hojas que llevó de ayudamemoria. Las mejillas le hierven. Detrás suyo, están sentados los secretarios de su juzgado.
–Bueno, mi nombre es Ariel Lijo. Tengo 55 años. Soy padre de tres hijos: María Belén, Santiago y Ángeles.
Arranca su exposición. Habla de un tirón hasta que cuenta que hace 20 años estuvo en ese mismo salón acompañado por su padre –que falleció tiempo atrás– y por su madre –que está ahí acompañándolo.
–Es una luchadora.
Se emociona. Pide perdón.
18 de diciembre de 2007. Lijo dicta la primera sentencia contra jefes militares desde la reapertura de los juicios por crímenes cometidos durante la dictadura.
El Ministerio de Justicia recibió 3578 adhesiones y 328 impugnaciones a la postulación de Lijo. La principal campaña contra la candidatura del juez emana desde el Colegio de Abogados de la Ciudad, la entidad conservadora con sede en la calle Montevideo en la que se referencia la familia judicial tradicional. Años atrás, el Colegio había denunciado a Lijo por “cajonear” causas de corrupción, lo que derivó en una auditoría que se llevó a cabo durante el macrismo.
Elisa Carrió siente tanto desprecio por Lijo como por Lorenzetti. En 2018, lo denunció por asociación ilícita, lavado de dinero y tráfico de influencias. El argumento central de la denuncia es que su hermano Alfredo –más conocido como “Freddy”- habría traficado influencias en favor del exministro de Planificación Federal Julio de Vido. Según Carrió, el tráfico de dinero habría sido tan importante que hasta incluyó la contratación de empresas privadas. La causa fue desestimada. En ese expediente, el juez tuvo como abogado a Mariano Cúneo Libarona, el actual ministro de Justicia.
Según la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), Lijo tuvo 32 denuncias ante el Consejo de la Magistratura. Eso lo convierte en el tercer juez más denunciado en Comodoro Py.
El Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP) lo calificó como “el juez más ineficaz” de los tribunales de Retiro porque su juzgado registra un 44 por ciento de casos no resueltos.
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28 de mayo de 2024. El Poder Ejecutivo envió los pliegos de Lijo y de García Mansilla al Senado para que se inicie el trámite.
Lijo camina por el pasillo del tercer piso. En ese ala, hay solo tres despachos: el suyo, el de María Eugenia Capuchetti y el que dejó vacante Canicoba Corral, un juzgado que ahora él subroga.
El juez avanza junto al fiscal Eduardo Taiano –otro funcionario salido de la cantera de la “Piru” Riva Aramayo– y a Julio Piumato, líder de la Unión de Empleados Judiciales de la Nación (UEJN). Los tres hombres se paran antes de llegar a la puerta del despacho.
—Ojo que la Corte es como un palacio florentino– se lo escucha decir a Piumato.
Conocedor de ese mundo de internas palaciegas y traiciones a la vuelta de la esquina, Lijo reacciona como suele hacerlo. Ríe a carcajadas. Y su risa se escucha por los pasillos.