Sentados en el recreo del colegio un grupo de adolescentes mira el celular. Mueven el dedo de forma descontrolada. Suena el timbre, vuelta a clases. La profesora les recuerda que el año que viene les tocará elegir algo para estudiar, una carrera. Uno de los chicos que está sentado en el fondo del salón salta de su banco:
—¿Para qué estudiar? Si hoy se puede ganar guita jugando videojuegos.
—Invertís un toque en cripto, y con eso la re vivís- dice otro.
—Yo voy a vivir en el metaverso.
—¡A vos te re veo vendiendo packs en OnlyFans!.
El curso estalla en risas. El mundo del trabajo entra en crisis.
* * *
Muchos gurúes vaticinan desastres para lxs trabajadorxs de todo el planeta. Muestran una tienda 100% automatizada en alguna ciudad del primer mundo y anuncian sin titubear: “¡Es el fin del trabajo!”.
Si el trabajo tal como lo conocíamos va a desaparecer por los procesos de automatización -según el Foro de Davos-, el debate está en cómo sostener a una sociedad que indefectiblemente va a estar sin empleo -proponen esos gurúes-. Así surgen ideas como la de la Renta Básica Universal, una propuesta de los mismos multimillonarios que se desesperan por conseguir talentos para la industria tecnológica y a la cual se han sumado movimientos sociales y referentes de la economía política progresista. Si bien la ayuda es necesaria y urgente en un mundo con empleo cada vez más precario, el discurso que subyace en el fondo es la aceptación de una hipótesis, al menos cuestionable, de que en el mundo no habrá más empleo en el futuro.
¿Cuál es el riesgo: que la automatización nos deje sin empleo o que, para conservarlo, nos estemos automatizando?
Las estafas piramidales y las cripto es otra relación que parece poner en jaque el mundo del trabajo. Prometen ganancias inexistentes en dólares. Y más gurúes -pero esta vez del trading- aparecen en redes sociales mofándose de la clase trabajadora: vos sos un gil que se toma el bondi y va a un trabajo mal pago todos los días mientras ellos hacen fortunas moviendo el dedito en el celular. Todo, en teoría, por contar con información “que nadie tiene”.
Estos discursos deslegitiman lo que nos hace generar valor en la economía: el trabajo. Y convencen a parte de las nuevas generaciones de que no hay futuro. Que el trabajo va a dejar de existir. Que no tiene sentido estudiar. Que el país no tiene un plan para ellxs. Que las máquinas que harán todo por nosotrxs. Que no hay salida.
¿Y si estos mitos son producto de un imaginario intencional?
Un trabajador desesperanzado acepta malas condiciones de contratación si la amenaza es quedarse sin nada. Aceptalo, es lo que hay: hacia ahí apunta el discurso. Es cierto, estamos viviendo un cambio de época. Pero no va por ahí.
La industria 4.0 de nuestro comportamiento
Un proceso industrial se trata, en términos generales, de ingresar materia prima a una fábrica, procesarla, producir en serie y salir al mercado. Podemos argumentar pequeñas diferencias entre industrias y sectores, pero la producción industrial se trata de eso: de estandarizar, producir a escala y ofrecer productos homogéneos.
Hoy se habla de la industria 4.0 y de la nueva revolución industrial, conceptos que no terminan de definir su sentido. Es que la organización del trabajo comenzó a cambiar a partir de la emergencia de procesos algorítmicos de gestión de la fuerza de trabajo. Con la popularización de los teléfonos celulares y de las apps, la big data analiza acciones, encuentra patrones, predice comportamientos y cómo incidir en ellos.
Este contexto fue cambiando los procesos y las prácticas sociales vinculadas a las comunicaciones, a la compraventa de bienes y servicios, a la automatización y optimización de procesos productivos y a distintos aspectos de nuestra vida cotidiana.
¿Qué tiene que ver el solucionismo tecnológico con el trabajo del futuro?
El capitalismo digital se trata de esto: de recabar datos, predecir nuestro comportamiento, generar sistemas de premios y castigos que orienten las acciones hacia nuevos hábitos de consumo y volver a empezar el círculo.
Lo explica la socióloga Shoshana Zuboff en su libro Capitalismo de vigilancia: primero fueron por los consumidores. Después desplegó la ingeniería conductual de nuestras vidas ciudadanas (como lo demostró el escándalo de Cambridge Analítica). Hoy se centra en la ingeniería de la clase trabajadora (que busca estandarizar nuestro comportamiento hacia los intereses de la empresa para la que trabajamos).
¿Cuál es el riesgo: que la automatización nos deje sin empleo o que, para conservarlo, nos estemos automatizando?
Una industria sedienta
La reja se abre frente a mí. Entro, muestro el DNI, estoy en un patio con palmeras. Me siento esperanzada y feliz. ¡Qué linda es la Casa Rosada! En este lugar descansan tantos sueños y promesas… Camino hasta el Salón de los Pueblos Originarios donde se realizará el lanzamiento del Centro Argentino Multidisciplinario de Inteligencia Artificial.
La jornada busca pensar la industria de IA local, las cadenas de valor y la inserción de nuestras pymes en la economía global. Pasan los paneles. El ecosistema se exhibe: académicos, empresarios, trabajadores, educadores. Todos vienen del sector tecnológico. Presentan los desafíos y las oportunidades de la industria, y un hilo común: la falta de mano de obra. La necesidad de incorporar gente en el sector es desesperante. Para formar nuevos profesionales, investigar otras soluciones, trabajar en el sector privado, renovar los servicios públicos y desarrollar ciudades inteligentes.
—La fuga de cerebros es bestial.
—No alcanzan los que hay.
—No alcanza con programadores e ingenieros. Necesitamos psicólogos, filósofos, comunicadores.
¿Qué es el solucionismo tecnológico? La certeza de que una app puede resolver cualquier problema. Pero si se quiere resolver un problema a partir de un desarrollo tecnológico, hay que consultar a un especialista en el problema, no a un especialista en tecnología. Se necesitan multienfoques: todo problema es un sistema complejo en sí mismo que puede ser visto desde distintas ópticas.
Una digitalización pandémica
En la pandemia, no fue la automatización lo que nos dejó las tasas globales de desempleo más altas de las últimas décadas. Las únicas ganadoras fueron las industrias con alto nivel de digitalización y las empresas que tuvieron capacidad de reconversión hacia el teletrabajo.
Pese a la oleada de virtualización que el covid 19 aceleró de forma exponencial, el trabajo no ha muerto. Al contrario. Está más vivo que nunca pero exige nuevas habilidades.
Ana tenía un negocio de ropa en la peatonal de un pueblo. Abrió su cuenta de Instagram y hace showroom una vez por semana. Otras amigas que tienen negocios similares la ayudan: contratan fotógrafos para mejorar la imagen de los productos, comparten posteos, dan likes y comparten el alquiler del local.
Martin es churrero en la playa. Empezó a aceptar tarjetas aprendiendo a usar soluciones desarrolladas por fintech; hoy capta más clientes y no maneja efectivo. ¡Hasta recibe pedidos por whatsapp!
Florencia es cosmetóloga y además de hacer consultorio tienen una abultada cuenta en redes sociales con muchos followers donde da consejos y vende cursos y talleres.
Francisco negoció con su jefe pasarse 100% al teletrabajo. Ahora puede acompañar a su madre enferma y empezó a estudiar online para poder seguir avanzando en su carrera.
Muchas historias individuales lo muestran: durante la pandemia hemos resuelto trámites, regalitos, urgencias, hemos hecho cursos y hasta consultas médicas on line. Algo que en 2019 parecía impensado hoy es parte de nuestra vida cotidiana.
Participo de una videoconferencia con trabajadores de una empresa de ropa deportiva marplatense y dirigentes sindicales. Comienzo la entrevista. Anoto:
—La empresa contrató más gente después de la ley de teletrabajo.
—Gracias al e-commerce seguimos cobrando los sueldos igual, aun sin poder abrir el negocio por 5 meses.
La digitalización no destruyó empleo, lo salvó. Pero no llegó a todos por igual.
Durante la pandemia, la tasa de desocupación creció más entre las mujeres que entre los hombres. Y entre las personas de menores ingresos llegó a picos del 32%, cuando la media se ubicaba en ese mismo momento en torno al 13%. La brecha también aparece en terreno digital: en Argentina, el acceso a Internet y dispositivos no diferencia en términos de género pero sí de clases. Cerca del 80% de los hogares del conurbano, por ejemplo, no contaron con el equipamiento tecnológico necesario durante la pandemia, y eso se debe principalmente a la brecha de ingresos, a la educación, al salario, al trabajo.
Alfabetismos aumentados y nuevos derechos laborales
La reconversión laboral es necesaria y urgente. Se habla de educación digital, ¿pero qué implica este concepto en el nuevo mundo del trabajo? Computación y robótica se volvieron materias imprescindibles en las escuelas.
Qué más necesita aprender el ciudadano del futuro: una relación estrecha con los alfabetismos aumentados, un concepto nuevo y útil desarrollado por la investigadora Mariana Ferrarelli, consultora tecnopedagógica. Si aprender a comunicarse a través de la lectoescritura era un acto emancipatorio y civilizatorio hace algunos siglos, ¿por dónde pasa la emancipación hoy? Se necesitan ciudadanos y trabajadores que aprendan a manejarse en entornos virtuales, sí, pero que también entiendan los nuevos medios, los cuestionen, los adapten a las necesidades sectoriales y encuentren oportunidades en la resolución de problemas.
El mercado se mueve cada vez más en la nube. Se busca y se encuentra trabajo por la web; hay que saber usar esas herramientas y también aprender a manejar la imagen, la presentación y la privacidad de las personas trabajadoras y ciudadanas.
Hola Siglo XXI: acá estamos, frente al desafío de diseñar planes educativos integrales que nos acerquen con sentido crítico y práctico hacia los nuevos saberes. Que nos adviertan que la tecnología no nace sino se hace, no viene dada cual Deus Ex Machina, se puede apropiar, se la diseña, se la adapta.
Atención jóvenes: ¡el trabajo no ha muerto!
Cuestionar los procesos tecnológicos en los que estamos inmersos favorece debates sociales que lleven a nuevas leyes y regulaciones, a una conciencia colectiva sobre el poder que ejercen sobre nosotrxs, pero sobre todo para luchar por nuestra soberanía del espacio y tiempo de trabajo. Los alfabetismos aumentados son la única esperanza de no volvernos robots de la revolución industrial conductual.
Otro desafío es diseñar una nueva agenda de derechos y reglas de juego en un mundo digital que crea puestos de trabajo con nuevas lógicas de fusión del tiempo y el espacio. Nos queda hablar de desconexión digital, soberanía del tiempo, protección de datos de las personas trabajadoras y auditoría algorítmica, entre otras cuestiones.
Terminemos con el miedo. La pandemia nos enseñó que la digitalización puede crear más puestos de los que destruye. Hay que encauzarla a través de nuevos derechos laborales para que no vaya en detrimento de las condiciones de trabajo y alcancemos empleo decente para todos en los años por venir, de la mano de una nueva agenda de alfabetismos aumentados para que las personas trabajadoras puedan acceder a los puestos de trabajo del mañana.
¡El trabajo no ha muerto! Digámoselo a los jóvenes para que no sean engañados. ¡Sigamos exigiendo empleo decente para todas las personas trabajadoras!