Publicado el 10 de septiembre de 2021
“Mirá si será cierto que volvimos que en la Ciudad el peronismo lleva como candidato a uno nuestro”. La broma sobre Leandro Santoro, el irrompible alfonsinista que terminó conquistando el primer lugar de la boleta del Frente de Todos, circula en el radicalismo porteño y pinta el espíritu que envuelve a la dirigencia de la UCR, envalentonada por un promocionado regreso al tablero grande de la discusión política. El 28 de junio Gerardo Morales arrasó en las elecciones de medio término de Jujuy. Dos meses después, Gustavo Valdés fue reelecto por un aluvión de votos en Corrientes. Rodolfo Suárez mantiene el comando de Mendoza. Pero el ambacentrismo manda y son el fichaje de Facundo Manes en la provincia de Buenos Aires y la discusión que propone Martín Lousteau en la Ciudad los que inyectan signos vitales para que la UCR se anime a dar la pelea interna, por primera vez, tras veinte años de la caída de Fernando de la Rúa.
El presidente del partido, el mendocino Alfredo Cornejo, es uno de los que se ilusiona con el reverdecer de la UCR. “Durante años tuvimos un déficit principal en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires. Y hay un lento proceso de recuperación en todas las provincias. Pero, además, ahora hemos tomado otra actitud en nuestro rol de oposición”, dice. Y defiende ese entusiasmo con números: en las PASO del 12 de septiembre competirán en 17 de los 24 distritos. “Estamos generando un protagonismo compartido dentro de Juntos por el Cambio”.
Manes entró a la cancha para pelearle la interna a Diego Santilli en la provincia de Buenos Aires. Lousteau recorre el país. Cornejo reclama protagonismo y Morales dice que Rodríguez Larreta “se está poniendo el traje de candidato a presidente antes de tiempo”. Todo esto envalentona a los radicales. “Ya no nos van a llevar de las narices”, promete el jujeño. “Ahora queremos un radicalismo protagonista”, se entusiasma Cornejo.
Otros son más escépticos: “La fiebre de la resurrección se termina si Manes pierde por mucho la interna”, dice por lo bajo un hombre que trajina los pasillos del Congreso. “El reverdecer es claro y se manifiesta en la captura de candidatos de la sociedad civil, periodistas, economistas, además de Manes, que es la novedad. Y se ve, también, que hay muchos jóvenes, nuevas caras”, cuenta el politólogo radical Andrés Malamud.
Las caras nuevas de Manes y Lousteau, Cornejo en la generación intermedia y Morales, por la vieja guardia, representan a los radicales “famélicos” dispuestos a dar una batalla que parecía abandonada. “Algunos estuvieron muy cómodos este tiempo siendo oposición, sentados en sus bancas en el Congreso y negociando contratos”, dispara un dirigente de la nueva generación.
“Hoy ninguna de las fuerzas puede imponerse sobre la otra. No es el mismo escenario de 2015”, dice el legislador porteño Juan Nosiglia, hijo del histórico operador radical. La próxima fórmula presidencial de Juntos por el Cambio, confían en la UCR, ya no será pura. Lousteau, Cornejo, Morales o Manes -si la sociedad lo avala en las urnas- se anotan para la disputa. Como mínimo, se entusiasman, Rodríguez Larreta deberá llevar a un correligionario como vice. Ahora tienen nombres para hacer un mejor papel que el que hizo Sanz en las PASO de 2015, cuando consiguió apenas el 3 por ciento en la interna presidencial con Macri. El radicalismo culposo post 2001 ya no existe más.
El éxodo
Los relatos de la época coinciden. Los comités de la UCR en todo el país quedaron vacíos y sin luz. Literalmente. “Fue tal la estampida que el comité central de La Rioja ni siquiera contaba con suministro de energía eléctrica”, recordó la riojana Inés Brizuela y Doria en el libro Adelante, radicales, del politólogo Andrés Malamud, cuya tapa ilustra una foto de Alfonsín con binoculares.
No solo fue la luz de los comités. El estallido de 2001 provocó un éxodo masivo de dirigentes del radicalismo, en particular jóvenes, que salieron disparados hacia nuevas propuestas -como el ARI, de Elisa Carrió- y dejaron al partido en estado de trance. Entre los que quedaron, la experiencia fallida del gobierno de Fernando de la Rúa se discutió durante años. “La sociedad no nos va a perdonar”, concluyeron alguna vez en el edificio del Comité Nacional de calle Alsina, a dos cuadras del Congreso, por donde circulaban siempre las mismas caras: los históricos Gerardo Morales, Ernesto Sanz, Federico Storani, Ángel Rozas, José Cano, Luis Naidenoff. El estado casi inerte del partido terminó siendo tema de terapia.
Brizuela y Doria describió ese efecto arrasador de manera descarnada: “Ser radical era como llevar una enfermedad incurable y contagiosa”. Pero el futuro fue más promisorio de lo que imaginaba. En diciembre de 2019, casi dos décadas después de que el comité se quedara sin luz, Brizuela y Doria se convirtió en la primera mujer electa intendenta de la ciudad de La Rioja.
“Para insultarte te decían que eras radical. Se iban todos”, recuerda la diputada cordobesa Brenda Austin, dirigente de la Franja Morada durante el estallido de la Alianza. “Hoy tenemos un sector de batalladores del ´83 y están los más jóvenes, muchos pibes y pibas que se fueron acercando”, cuenta. En el medio, una generación ausente: la generación del éxodo.
Cansarse es traición, decía Ricardo Balbín. Austin oficia ahora como jefa de campaña de Mario Negri, candidato a senador por Córdoba. Es una de las referentes del feminismo dentro del partido, donde las mujeres van tomando protagonismo.
Entre aquella imagen del helicóptero despegando de la Casa Rosada mientras la policía reprimía en la plaza y el entusiasmo de hoy quedaron varios hitos. La primera elección presidencial después del estallido, en 2003, fue la peor de la historia del partido. Leopoldo Moreau le puso la cara a la derrota. Sacó el 2,34% de los votos.
En la ciudad de Buenos Aires, bastión desde el cual había surgido el último presidente, el partido llevó a Cristian Caram como candidato a jefe de Gobierno. Quedó quinto, con el 1,89% de los votos. Mauricio Macri ya había irrumpido en escena para quedarse con el voto radical. “En Argentina los partidos expresan clases y no ideologías. El radicalismo siempre fue el partido de la clase media. Cuando se va todo al diablo, la clase media queda huérfana y busca otro papá. Ahí se alberga bajo el ala del PRO. Buscaban un partido no peronista”, explica Malamud, que entiende que ahora es tiempo de que el votante “vuelva al redil”.
Dicen que en todos los pueblos del país hay una plaza, una iglesia y un comité radical. En 2001, el radicalismo se evaporaba de Buenos Aires mientras en el interior, con una estructura extendida y sólida, buscaba la manera de sobrevivir al desastre. Derrumbado en el centro, la UCR se refugió en las provincias y en las organizaciones estudiantiles y universitarias. De ahí que el surgimiento de Manes, en la provincia de Buenos Aires, después de décadas sin figuras, y que la presión de Lousteau, en la Ciudad, parezca hacia adentro tan auspicioso.
En 2006, los gobernadores radicales Miguel Saiz (Río Negro), Julio Cobos (Mendoza), Arturo Colombi (Corrientes), Gerardo Zamora (Santiago del Estero) y Eduardo Brizuela del Moral (Catamarca) activaron su instinto de supervivencia y atendieron el llamado de la Rosada. Se sentaron con Néstor Kirchner y se convirtieron en radicales K. A ese movimiento se sumaron intendentes del conurbano bonaerense, como Gustavo Posse (San Isidro) y Enrique “Japonés” García (Vicente López) y otros del interior, como el fallecido Mario Meoni (Junín), Héctor “Chachi” Gutiérrez (Pergamino) y Daniel Katz (Mar del Plata). Fue el lanzamiento de la llamada Concertación Plural, que le permitió al kirchnerismo ganar volumen político y ofrecer transversalidad y al radicalismo sobrevivir ante la ausencia de un partido nacional que lo cobijara.
Un año después, Cobos se convirtió en el compañero de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner para la presidencia. En la vereda de enfrente, la UCR no consiguió un dirigente propio que encabezara la boleta. El peronismo le prestó a Roberto Lavagna, que llevó como vice a Gerardo Morales. “Los radicales no podemos caer en la intrascendencia electoral”, dijo el jujeño en la Convención Nacional de 2007 para defender el acuerdo. La alianza se llamó Concertación una Nación Avanzada e incluyó a otros peronistas no kirchneristas. Sacaron menos de 17 puntos. El acuerdo no perduró. A pocos meses de las elecciones, Lavagna estaba abrazado con Kirchner.
La sociedad entre Cobos y Cristina también duró poco. En 2008, el mendocino se rebeló contra el kirchnerismo, tras el conflicto por la resolución 125. Con el voto “no positivo”, la UCR sintió que recuperaba los signos vitales. Fue el primer reverdecer frente a la sociedad. Pero incluyó un paso de comedia: un año antes el Tribunal Nacional de Ética de la UCR había expulsado e inhabilitado al mendocino “de por vida para ocupar funciones o candidaturas” en nombre del partido. A mediados de 2009, con la figura de Cobos en alza, el mismo tribunal anunció la marcha atrás de la sanción.
A eso se sumó otra paradoja: el autor de la resolución 125 había sido Lousteau, por entonces ministro de Economía de Cristina. El mismo que ahora, bajo la protección del eterno Enrique “Coti” Nosiglia, entusiasma correligionarios con la posibilidad de darle pelea a Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires o en la Nación.
La muerte de Raúl Alfonsín, el 31 de marzo de 2009, sumó un capítulo de reconciliación. Con el país convulsionado y dividido por el conflicto con el campo, el expresidente fue despedido por una multitud, reivindicado por propios y ajenos como “el padre de la democracia”. Cristina lo homenajeó y la UCR aprovechó la revisión de su figura en su proceso de recuperación.
La conducción partidaria navegó desde entonces en la dirección que marcaron las voces socialdemócratas internas que, subidas al tren alfonsinista, propiciaron en los años venideros alianzas con el socialismo, Proyecto Sur y el Gen de Margarita Stolbizer, entre otros. En 2011, la UCR llevó como candidato a presidente a Ricardo Alfonsín, hijo del expresidente, acompañado por el economista Javier González Fraga. Fue un arrasador 54% para Cristina, que consiguió la reelección. Alfonsín cosechó el 11% de los votos.
Volver al gobierno pero no al poder
En marzo de 2015, ante una nueva elección presidencial, el radicalismo encontró un pulmotor incómodo en Gualeguaychú, donde se celebró la Convención Nacional. Fueron 13 horas de discusión y debate en las que se enfrentaron dos posturas centrales. La primera, impulsada por Ernesto Sanz, Facundo Suárez Lastra, Storani y Nosiglia, entre otros, proponía un acuerdo con el PRO y la Coalición Cívica. El mendocino Sanz, entonces titular del partido, competiría en la interna como candidato a presidente. La segunda, representada por Cobos, Morales, Rozas y Ricardo Alfonsín, entre otros, planteaba la necesidad de ampliar el acuerdo hacia el Frente Renovador de Sergio Massa y el peronismo no kirchnerista.
Fue una jornada de negociaciones cruzadas, cabildeos, operadores que cruzaban de un campamento a otro, discursos extensos, chicanas, insultos y suelta de globos amarillos a modo de protesta. La votación comenzó poco antes de las cinco de la madrugada. Fueron 186 votos a favor del pacto con Macri, 130 en contra, una abstención y 13 ausencias. Hubo botellazos, llantos y acusaciones de traición a la figura de Raúl Alfonsín. Afuera del teatro municipal de Gualeguaychú, la juventud radical renegaba del pacto con el PRO. “De derecha no soy. No al pacto con Macri”, rezaban las banderas. A las seis de la mañana, Nosiglia se retiró custodiado por la policía que lo protegió de las patadas. Sobre él y Storani llovieron los insultos: “Entregaron el partido”.
El acuerdo dio como resultado la vuelta al gobierno, aunque no al poder. La UCR puso a disposición toda su estructura nacional. Macri, su liderazgo. La alianza Cambiemos ganó las elecciones 2015 pero el PRO manejó a su gusto la Casa Rosada, se quedó con los ministerios clave y también con candidaturas en ciudades importantes donde la UCR tenía candidatos propios, como Mar del Plata. Hubo tironeos, pataleos y algunas críticas. Fue perder para ganar, recuerda Malamud.
“El acuerdo de Gualeguaychú fue muy bueno. El problema fue cómo se implementó y el rol que tuvo el partido. La incapacidad de imponer una posición política distinta, considerando el poder que el radicalismo tenía en el Congreso. Eso llevó a que Cambiemos fuera una coalición parlamentaria. La UCR prácticamente no tuvo influencia en la toma de decisiones”, dice Juan Francisco Nosiglia.
La tensión de Gualeguaychú se esfumó cuatro años después cuando la Convención se reunió en Parque Norte y volvió a someter a votación el pacto con el PRO, después de cuatro años de gobierno de Cambiemos. Fueron 261 votos a favor, 14 en contra y 29 ausentes. Alfonsín, Storani y Juan Manuel Casella lideraron el ala de los rebeldes. Cornejo, ya presidente del partido, habló de “errores garrafales” del gobierno de Cambiemos. Hubo insultos a Macri y a Marcos Peña. Pero la decisión de seguir en Cambiemos quedó firme.
A pesar de cierta incomodidad, la dirigencia radical entendió que fue el acuerdo de Gualeguaychú lo que devolvió el protagonismo a la UCR. Afuera de Juntos por el Cambio está el desierto. Un espejo de lo que sucede, en la vereda de enfrente, al peronismo no kirchnerista. Sin Cristina y lejos del Frente de Todos tampoco hay nada. El presente y el futuro son coalicionistas.
La emblemática Lista 3 que llevó a Alfonsín a la Presidencia ya es parte del recuerdo. “Esa nostalgia va superándose. Si bien tenemos algunas diferencias irresueltas con el PRO, este año hemos hecho internas con competencias de listas en ocho provincias. En ningún caso una lista proponía salirse de Juntos por el Cambio”, dice Cornejo. “El mayor desafío del radicalismo es superar la nostalgia”, agrega Austin, y afirma que el partido “está en proceso de sacar pecho”.
Los que renegaron de los caminos que tomó la conducción de la UCR se habían ido mucho antes, como Moreau y Santoro. Otros se fueron después, como Alfonsín, que aceptó ser embajador en España del gobierno de Alberto Fernández, un presidente peronista que se reivindica alfonsinista. Dentro del partido no quedan rebeldes.
Entre 1983 y 2019, la UCR pasó de presidir un gobierno monocolor a ser socio minoritario de la administración Cambiemos. El politólogo Miguel de Luca aporta datos para graficar el derrotero radical: de siete a tres gobernaciones de provincia, de 129 a 43 diputados nacionales, de 92 a 42 intendentes bonaerenses, de 33 concejales a 5 legisladores porteños.
La esperanza
Más allá del resultado de las primarias, lo cierto es que la aparición de Manes, con la conducción de la UCR bonaerense a cargo de Maximiliano Abad, generó la sensación de que por primera vez en décadas hay voluntad de disputa de poder. Una apetencia que estaba muerta. Abad, protegido de Sanz, le ganó a Gustavo Posse la interna de la UCR bonaerense en marzo de este año y es una de las caras nuevas que entusiasma al partido. Posse tenía el apoyo de Lousteau y Nosiglia.
Antes, a fines de 2021, la UCR definirá nuevas autoridades. El gobernador de Jujuy buscará quedarse con la presidencia del partido. Tiene el apoyo de la estructura del interior y la vieja guardia. El radicalismo porteño, con el padrinazgo de los Nosiglia, llevará a Lousteau, que arrastra jóvenes y agrupaciones universitarias. Para poner la historia radical al alcance de las nuevas generaciones a las que el espacio busca seducir, Juan Nosiglia lanzó hace dos meses un podcast: Partidazo. Cree que es tiempo de “reconstruir la identidad del partido” y apelar a su raíz “democrática, popular y progresista”. En la Juventud Radical también se lanzó el revisionismo de las figuras de Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen.
La batalla ya arrancó. Lousteau salió de gira por las provincias y Morales lo acusó de ser socio de Rodríguez Larreta. Lousteau lo llamó “hipócrita” y lo acusó de no dar todas las discusiones. En su entorno sacan a relucir que fue el exministro de Economía quien casi le arrebata la Ciudad a Larreta en el ballotage de 2015. Perdió por apenas tres puntos. Después sellaron un acuerdo. El jujeño fue parte de los festejos por el triunfo aplastante de Valdés, en Corrientes. Allí estuvieron también Sanz, Cornejo, Manes y Naidenoff. Una tropa leal. Lousteau no fue de la partida.
El nuevo protagonismo radical en la pelea con el PRO entusiasma a sus rivales históricos. “Qué bueno que vuelven, agarren la manija ustedes”, cuenta un diputado radical que le dijo hace pocos días un dirigente con larga historia en el PJ.
“Los que pertenecemos a partidos con fuerte raíz nacional y popular sabemos que es una fecha histórica. No es una fecha histórica únicamente para el peronismo. Es una fecha histórica para la República en donde se ha gestado un partido político que ha marcado la historia de la Argentina juntamente con la Unión Cívica Radical”, dijo el radical Luis Naidenoff desde su banca del Senado para saludar al PJ en el 75° aniversario del 17 de octubre de 1945.
La UCR cumplió 130 años en junio. Fue una de las tantas fechas en las que compañeros y correligionarios depusieron las armas para sacar a relucir la historia que comparten desde hace más de siete décadas. Una historia rica en negociaciones de reglas de debate, normas de convivencia y firma de pactos. De abrazos históricos, perones y balbines, concertaciones. De fotos en sepia: Alfonsín y Menem, Cafiero y Alfonsín defendiendo la democracia. De guerras y treguas. Enemigos compartidos, orígenes populares. Un camino común que, de tanto en tanto, les gusta enrostrarle al PRO, el nuevo miembro de la familia que ahora se sienta en la mesa de la política argentina.
“Me cuesta decir que son un partido. No tienen ninguna identidad. Son nombres que hoy pueden estar ahí y mañana en otro lado”, dice un apellido ilustre de la UCR contra su socio de coalición, el nuevo comensal con el que nadie quiere conversar pero que se convirtió en un interlocutor obligado.
“Con la UCR podemos acordar todo, lo hicimos siempre. Nos puteamos, pero fijamos reglas. Decimos ‘es hasta acá’ y lo cumplimos. Hablamos el mismo idioma. Con el PRO es imposible”, dice una integrante del círculo íntimo de Cristina que mira con optimismo la interna de Juntos por el Cambio. Es una de las tantas voces que pide que sus primos radicales logren, al menos, equilibrar el tablero para volver a sentarse juntos en la mesa grande de los acuerdos.