Texto publicado el 8 de marzo de 2018.
Me acuerdo que en mi juventud tenía que explicar mis necesidades y tenía que convencer para que me comprendan sin ser juzgada. Eso era un trabajo ya incorporado, dificilísimo. No recuerdo el momento que se instaló con tanta naturalidad en mí ese esfuerzo. El esfuerzo que requería ser aceptada a pesar de ser mujer. Ser un poco varonera, empática, adaptarme a cualquier cosa: son maneras de sobrevivir. Vengo de una familia machista patriarcal anti peronista donde las anécdotas de la ferocidad de mi abuelo eran leyenda por la autoridad que impartía y por su intransigencia para con cualquier tema. Había un dejo de admiración en esos cuentos. Cuentos que sufrieron otros, más que nada mi madre y sus hermanos, y por supuesto mi abuela.
Mi abuela es la primera mujer, después de mi mamá, que me quiso sin juzgarme por ser mujer. Cuando yo nací, ella ya hacía tiempo había dejado a mi abuelo, y yo fui la primera nieta, la primera hija de su única hija. Su preferida. Me llenaba de regalos que compraba con su sueldo, nos íbamos de viaje juntas. Ella me llevó a estudiar teatro cuando apenas tenía doce años, un poco a espaldas de mi mamá porque yo insistía en prepararme para lo que siempre supe sería mi vocación y ella no juzgaba mi elección. Supongo que como no tenía la tarea de educarme disfrutaba libremente de mí sin exigencias ni expectativas.
Me emociona estar viviendo este momento de la historia. Cuando yo era chica era impensado que se hablara de feminismo, que se desnaturalizara el abuso de poder y el acoso sexual, que se pudiera debatir la ley de aborto. Gracias a mi profesión logré ocupar un espacio de representación, y habitarlo con responsabilidad es hermoso. Nunca es suficiente, nos falta muchísimo, pero que ese cambio que se percibe hacia la libertad de las mujeres me llena de orgullo y avidez de aprender. Cada vez que me siento incluida en grupos de mujeres que se ocupan de pensar un mundo mejor para otras mujeres, me siento útil y más valorada que nunca. Entendernos como una cadena, pensarnos juntas en acción hacia la igualdad es lo más parecido a la familia feliz que siempre soñé. La maternidad es otra cosa, y con el tiempo también podrá ser una decisión y no un mandato donde en general la única protagonista es la mujer.
El feminismo en mi vida aparece con el encuentro de otras mujeres, mujeres feministas algunas y muchas otras presas de la cultura machista. Porque una va aprendiendo por contraposición también. La santa madre que me tocó era muy inexperta cuando me tuvo, no había podido romper el molde impuesto por un padre exigente y supongo que ese mandato se extendió a mi crianza. Después tuvo a mis dos hermanos varones. Yo mujer, la más grande de tres, seguida por dos varones. Yo punta de lanza, sentaba precedente con cada estructura que iba rompiendo a medida que pasaba el tiempo. Me entrené en argumentar y manipular demagógicamente y mis padres no tuvieron más opción que dejarme ser. Si sufrieron les pido perdón y les agradezco haber cedido ante mi voluntad.
Ahora que pasó el tiempo no quiero hacerme la víctima porque no lo soy, pero me hice sola en el feminismo. A fuerza de sentirme expuesta juzgando a otras mujeres y también por sentirme juzgada aprendí a ser más tolerante, a ser más empática con las pares. Ahora siento un lazo inquebrantable con las de mi género y con cualquier género que sea marginado y esté en desigualdad de condiciones y derechos. Siento que el momento es hoy, que no se puede dejar pasar ningún gesto de exclusión, que lo que nos va a salvar es entender que somos la diferencia, que en la diferencia está el poder y que el poder nos dará la libertad que tanto venimos reclamando. De cualquier manera me expongo a decir también que es momento de intolerancia, ignorancia, hipocresía, manipulación política. Más que nunca hay que animarse a dejar en evidencia, a decir las cosas que veníamos silenciando y creer que es posible el cambio. Juntas.
Yo quise ser actriz principalmente porque cuando era chica la vida me parecía efímera. Me sentía tan ínfima mirando el cielo desde el parabrisas del auto de mi papá cada domingo cuando volvía a la casa de mi mamá en Adrogué que necesitaba hacer algo que quedara para siempre: las películas quedan para siempre. Y la idea de trascender me tranquilizaba. Si yo fuera Mauricio Macri o una diputada no me perdería la oportunidad de quedar en la historia de los derechos humanos de nuestro país. Me apropiaría de este momentazo y no dudaría en #AbortoLegalYa.