Un rayo en el cielo sereno, un cisne rojinegro menor, una casualidad fugaz de la historia, una excepcionalidad mendocina, un fenómeno pasajero, una particularidad salteña, una singularidad de Jujuy, un anomalía efímera, un hecho fortuito del que no debería preocuparse ni el bendito país burgués que vive su fiesta del cambio ni el eterno peronismo que debate su existencia.
Desde que irrumpió en la política argentina en el año 2011 esas fueron más o menos las fundamentaciones que los analistas del mundo académico o político ofrecieron para explicar los distintos momentos por los que atravesó el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). La coalición trotskysta que integran el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), el Partido Obrero (PO) e Izquierda Socialista (IS) y que recientemente incorporó a algunas organizaciones y referentes que provienen de otras tradiciones, lleva seis años de persistencia en el escenario político criollo.
En sus tiempos de gloria, la expresidenta y hoy senadora electa por la provincia de Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner, había construido un muro imaginario a su izquierda y sentenció que del otro lado residía la nada misma.
En las recientes elecciones generales, el FIT demostró que más allá de la dudosa medianera hubo un millón doscientos mil votantes en todo el país que colocaron en el sobre la boleta del Frente de Izquierda. Ese caudal nada despreciable (5%) para una coalición que los europeos en general y los franceses en particular llaman la “extrema izquierda”, derrumbó algunos mitos creados alrededor de la supuestamente perpetua marginalidad de la izquierda argentina en la posdictadura.
El medio millón de votos en la categoría de diputados nacionales para la lista encabezada por Nicolás del Caño en la estratégica provincia de Buenos Aires que lo llevará al Congreso junto con Romina del Plá desmintió la leyenda de que se trataba de un fenómeno periférico. Creció con respecto a todas sus performances anteriores en una elección donde jugaron varios pesos pesados de la política tradicional, incluida Cristina Fernández y en el marco de una polarización rabiosamente estimulada. La caracterización interesada reconocía que el FIT había logrado algunos “brotes” sobresalientes en provincias que sufrían una especie de anomia de sus subsistemas políticos, pero que en las concentraciones urbanas del centro de gravedad del país no lograba traducir su influencia social o sindical al espinoso territorio de la política. En la microfísica de la segmentación, hubo un sensible desplazamiento del voto hacia sectores más populares del conurbano.
Los resultados en la siempre esquiva “cabeza de Goliat”, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde desde tiempos antediluvianos se multiplicaron como los panes y los peces las uniones transitorias de pequeñas empresas políticas, los microemprendimientos de vendedores de humo y los kioscos con programa político a la carta, complementaron a la provincia en la consolidación del espacio de izquierda. En el tramo a legislador con más de 130 mil votos (7%), la lista encabezada por Myriam Bregman consiguió dos bancas y en el tramo a diputados nacionales, Marcelo Ramal estuvo a un pelito de lograr un lugar para el FIT en la cámara baja del Congreso Nacional. La obstinación de Luis Zamora, el hombre que está solo y espera, fue un factor esencial para evitar este avance. Un amplia gama de intelectuales, periodistas y referentes de la cultura, hasta ahora inédito por su amplitud, convocó a apoyar al FIT de la ciudad, demostrando su influencia más allá del estricto universo de la política y generando simpatías en el mundo de la cultura.
La impactante elección de Alejandro Vilca en Jujuy mató dos pájaros y sus fábulas de un solo tiro. El 18% en toda la provincia y casi un 26% (segundo puesto y diez puntos arriba del peronismo) en el departamento de General Belgrano donde se encuentra la capital San Salvador, refutó que en el interior profundo sólo se trataba de una excepcionalidad mendocina (o antes salteña). Pero además, el origen social del principal referente (obrero recolector de residuos y de origen colla) destruyó un relato sostenido en muchas oportunidades por amigos (y no tan amigos) peronistas: el voto al FIT es ontológicamente de clase media. Con un respaldo considerable en las barriadas obreras y populares, y de un solo saque, Vilca entró en la legislatura provincial junto a tres representantes más y consagró a cinco concejales entre la capital y el interior. Estuvo a un punto de ser elegido diputado nacional. En el laboratorio de avanzada del proyecto cambiemita, con los señores dueños de la Jujuy blanca y radiante reinando con métodos feudales y de Estado policial, el terremoto político multiplica su valor. En la capital, para el peronismo fue Vilca-pugio.
Los 125.000 votos (11,7%) obtenidos en Mendoza consolidaron el espacio abierto por Del Caño hace cuatro años y aunque no alcanzó para la diputación nacional de Noelia Barbeito, la conquista de un senador y un diputado provincial, más cuatro concejales, rebatió otra narración equívoca: la casualidad pasajera de un brote condenado a la insoportable levedad de dejar de ser.
En Neuquén, la elección del FIT fue del 6% (8% en la Capital y un concejal), en Salta casi 8% (un legislador y dos concejales); en Santa Cruz, el 10% y siguen las firmas. La alianza se presentó en 22 de los 24 distritos del país. Es una coalición de extensión nacional, cualidad que casi ninguna formación política puede reivindicar como propia a excepción de los que ocupan el poder del Estado: ahora el macrismo, antes el kirchnerismo.
¿Qué es esto?
Descartadas las disquisiciones facilistas o las negaciones que son producto de prejuicios que actúan como obstáculos epistemológicos, es necesario ensayar una primera explicación más profunda del fenómeno que no tiene precedentes en la historia argentina ni existe hoy experiencia similar en el mundo. No porque no emerjan izquierdas de muchas tonalidades en diversos países, sino porque una coalición esencialmente trotskysta, de izquierda dura y clasista que rechaza cualquier alianza política con variantes del reformismo socialdemócrata o de centroizquierda, es hoy una peculiaridad típicamente argentina.
En el mediano plazo, como ninguno de los fenómenos de la historia reciente del país, la emergencia del FIT no puede explicarse sin el hecho fundante que parió el nuevo siglo: el 2001.
La crisis social, económica y política y el estallido hicieron crujir al régimen de partidos y despedazaron al radicalismo (tradicional representación política de las clases medias), mientras que el peronismo sobrevivió pero no salió indemne. El kirchnerismo fue producto y negación de aquella crisis (como así también, hasta cierto punto y por derecha, el PRO). Lo que luego pasó a la historia con la desgastada categoría de “relato” fue un auxiliar necesario para contener y, dicho en términos gramscianos, “pasivizar” al país para permitir la restauración de la autoridad estatal.
La devaluación y la crisis recesiva que llevaba por lo menos cinco años en 2003, junto al viento de cola internacional sentaron las bases para la expansión económica sobre la cual el kirchnerismo construyó su hegemonía débil. La recomposición social de los sectores obreros y populares y una narrativa de Estado con banderas que para el peronismo de promedio histórico habían sido relativamente ajenas, constituyeron un cierto clima de época. Los límites al intento de instaurar este discurso como un nuevo sentido común de masas fueron directamente proporcionales a las fronteras impuestas y aceptadas en las transformaciones económico-sociales del proyecto posneoliberal. En la larga marcha desde los orígenes (“los piquetes son las tensiones del crecimiento”) hasta las represiones en la Panamericana, sintonía fina y ajuste devaluatorio (2014) e inflacionario, el kirchnerismo fue negando el discurso ensayado para dialogar con el país contencioso que estalló en 2001 y la personificación casi perfecta del final de ese itinerario fue Daniel Scioli.
En los intersticios del proceso de un peronismo de centroizquierda imposible fue tomando cuerpo una izquierda que mantuvo su autonomía e independencia y desarrolló una crítica perseverante y una coherencia práctica. No todas las izquierdas resistieron la integración en los años de los cantos de sirena: desde el oxidado Partido Comunista hasta las izquierdas mal llamadas “independientes” cedieron a la irresistible tentación de ser subsumidos. Hoy acompañan la crisis existencial del peronismo, pero desde la pantalla del cine chico.
La crisis de las tradicionales representaciones del mundo obrero o popular es un fenómeno internacional (las socialdemocracias europeas son sólo un ejemplo). En gran parte por la deriva social-liberal que adoptaron esas formaciones. El peronismo tampoco es ajeno a ese fenómeno con su correspondiente condimento de color local.
Hay un debilitamiento de las identidades políticas de trabajadores y jóvenes y la izquierda argentina del FIT forma parte de las fuerzas que disputan el corazón y las mentes de las nuevas generaciones.
Otro proceso más coyuntural y específico de los últimos años fue la prácticamente desaparición de la centroizquierda “pura”. La de tradición “nacional popular” se integró al kirchnerismo y las más social-liberales también quedaron a la deriva. Margarita Stolbizer y Victoria Donda acompañando el desinfle de Sergio Massa habla de la desorientación de ese universo que siempre compitió una parte de su electorado con la izquierda.
Como característica más conocida pero no menos importante, existe el extendido desarrollo de la izquierda en el mundo obrero, como protagonistas de aquello que alguna vez se llamó “sindicalismo de base” y en la primera fila de luchas ejemplares: de Lear a PepsiCo. Y como cuestionamiento a una de las estructuras cuyo poder totalitario fue sostenido tanto por el kirchnerismo como ahora por el macrismo: la gerontocracia sindical. Las formidables dificultades para arrancar a la burocracia de los gremios, impuestas por una estructura rígida, hipercentralizada y estatizada, que habilita un poder inmenso para las cúpulas y limita la democracia sindical, no implican que en la base del movimiento obrero argentino no exista un odio hacia esa casta que fue la que más se quedó, justamente en el país del “que se vayan todos”. La simpatía hacia quienes los enfrentan cotidianamente y entre ellos esencialmente los referentes del FIT es una consecuencia lógica que también tiene una expresión política. Esto se complementa con la presencia militante en las 21 universidades nacionales y cientos de colegios secundarios o terciarios.
La juventud merece una mención especial entre los motores de impulso y fermento para el FIT. En el conurbano bonaerense, para tomar un ejemplo, Del Caño tuvo votaciones promedio del 6% en los distritos, pero si se recorta el tramo etario de los millennials para abajo, los guarismos superan el 10%, según algunas encuestas previas. En el divino tesoro de la juventud tiene una ascendencia muy superior (una característica que comparte con el kirchnerismo) y que contrasta con la paradoja del PRO: un partido que maneja aceitadamente las últimas herramientas de la comunicación juvenil, pero cuyo núcleo amplio de votantes está entre los mayores.
La presencia constante en el movimiento de mujeres y en el histórico movimiento democrático que existe la Argentina, es una marca de fábrica en las corrientes del FIT: de Julio López a Santiago Maldonado.
Por último, en un terreno muy importante en el mundo contemporáneo como es el de la comunicación política, el FIT y sobre todo el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), ha sabido constituir un ejemplo de avanzada: con un diario digital, un intenso trabajo para expandir las ideas en las redes sociales y métodos para desarrollar creativamente la campaña electoral. Supo ser una izquierda del siglo XXI, pero actualizando una sentencia del siglo XX que se mantiene esencialmente inalterable: flexibilidad táctica e intransigencia ideológica.
El futuro llegó
En el contexto del tan discutido giro a la derecha y la presunta nueva hegemonía de Macri y Cambiemos (con un nuevo abuso sobre el pobre Gramsci), los resultados del Frente de Izquierda no encajan en determinados esquemas. En una etapa en la que macrismo aún debe demostrar que puede traducir su triunfo electoral a un cambio cualitativo de la relación de fuerzas, las posiciones conquistadas son más que importantes. Aún más para un proyecto político cuya estrategia no se reduce a la acumulación gradual de cargos parlamentarios, sino a la combinación de pelea parlamentaria y movilización extraparlamentaria con el centro de gravedad en la calle.
En lo inmediato, la acción para enfrentar a una derecha revalidada encontrará a la izquierda en unidad de acción con muchas personas referenciadas en el kirchnerismo que aspiran enfrentar el ajuste. Así como en la pelea para ponerle freno a la avanzada contra los derechos democráticos que está en el ADN de Cambiemos y que quedó patentado en su actuación infame ante el caso Maldonado.
Luego de este nuevo avance del FIT (y en un clima un poco depresivo de los sectores progresistas), comenzaron a escucharse tempranamente las voces que aconsejan una difusa necesidad de “ampliación”. En no pocos casos, son los mismos que festejaron las ampliaciones de algunas izquierdas que terminaron absorbidas por el régimen político dominante (Podemos en el Estado Español) o más trágico aún, como agentes aplicación del programa del enemigo: Syriza en Grecia.
Cómo superar las encrucijadas entre una marginalidad que ya no es y “ampliaciones” tan elásticas que terminan siendo funcionales al sistema, seguramente será el debate estratégico del próximo periodo. Por ahora, podemos decir que el Frente de Izquierda ha logrado refutar unos cuantos mitos y posicionarse para asumir nuevos e interesantes desafíos.