Fotos: Media Ninja
La idea de la metamorfosis kafkiana es una interesante aproximación para empezar a analizar el momento actual que vive Brasil. El célebre cuento que narra la historia de Gregorio Samsa quien al despertar se da cuenta de que se había convertido en una extraña criatura, una especie de insecto. A lo largo del texto, el protagonista entiende que no podría seguir con su vida usual. A toda esta “desgracia” se le suman las dificultades económicas que recaen en su familia, ya que él era su único sostén. Se refugia, entonces, en su habitación y se transforma en una carga para sus padres y hermana. La soledad y el abandono anticipan su muerte que, paradójicamente, es recibida como un alivio para su entorno.
En esta última semana asistimos perplejos a un nuevo escándalo en el corazón del gobierno brasileño. La difusión del audio que vincula al presidente Michel Temer a una red de sobornos millonaria comandada por la empresa JBS, mayor exportadora de proteína carnívora del mundo. Este hecho ocurre en medio, y a pesar, del contundente avance de la Operación “Lava Jato” que, desde marzo de 2014, ha puesto tras las rejas a políticos y a importantes empresarios de Brasil acusados de corrupción.
No podemos dejar de mencionar, sin embargo, que a partir de 2013 presenciamos una ola de protestas sociales sin precedentes en la historia brasileña. La errática conducción económica del gobierno de Dilma Rousseff (2010 – 2016) desencadenó una lucha feroz de los sectores más conservadores por retomar el poder a casi cualquier costo. Dos años después, empezaba el sangriento proceso político que culminó con el impeachment de Dilma Rousseff y la asunción de Michel Temer (2016) como Presidente de la República. Ahora Temer, al cumplir su primer año de mandato, tambalea en su reciente cargo. Su reiterada negativa por renunciar se explica por acarrear la inmediata pérdida del beneficio del foro privilegiado, algo muy útil cuando se está frente un complejo procesamiento judicial.
Un inminente vacío de poder en el Ejecutivo Federal brasileño, sea por pedido de impeachment o por la vía de la anulación de la fórmula electoral Dilma-Temer (2014), lleva a dos escenarios posibles. El primero es la elección presidencial indirecta por los miembros del Congreso Nacional (513 diputados y 81 senadores), previa asunción interina del presidente del Congreso, Rodrigo Maia (DEM), para organizar la votación y las candidaturas. La segunda resultaría de una modificación constitucional que permitiera el llamado a elecciones directas.
La paradoja entre esos dos escenarios es que, en ambos casos, nos enfrentamos a dilemas de legitimidad política que, de un modo y de otro, nos llaman a reflexionar en profundidad sobre los pilares del sistema político brasileño.
En el primer caso, se delegaría la elección del próximo presidente y de su vice a los miembros del Congreso Nacional, en donde su aplastadora mayoría está bajo graves acusaciones de corrupción. En el segundo caso, el llamado a elecciones directas a través de una modificación constitucional, colocaría al sistema en dos apuros en el mediano plazo. El primero, por las negativas consecuencias institucionales del cambio de reglas al ritmo de las circunstancias y, el segundo, por la posibilidad de que se elija a un outsider “salvador”. Este último aspecto, debemos resaltar, deriva de la falta de legitimidad social que sufre el sistema de partidos hoy en día, a partir del despliegue de la Operación Lava Jato (entre otras operaciones colaterales) que destapó la podrida matriz de la estructura de intercambio político en Brasil.
Tampoco se puede dejar de mencionar la posibilidad de que gane Luis Inácio “Lula” da Silva, siendo él el mejor posicionado para vencer en la contienda, en caso de que se lleve a cabo en este momento. Aquí haré un punto y aparte.
Parte de la izquierda, principalmente los miembros del Partidos dos Trabalhadores (PT), ve esta posibilidad como una sanadora venganza. Sin embargo, se olvidan de que si bien Lula está en primer lugar en las encuestas, los números son peligrosos. El 30% de los entrevistados, según el IBOPE, lo votaría con certeza y el 17% expresó que lo podría llegar a votar; mientras que el 51% afirmó no votarlo en ninguna circunstancia. Dicho esto hago, nuevamente, dos consideraciones. En tiempos de cólera, el apoyo popular no es un valor menor. Lula asumiría con una difícil agenda de reformas a cuestas, acusaciones de corrupción que se reproducen en la medida que aumenta la polarización social y con índices de rechazo no despreciables. Nada muy sencillo.
A su vez, con una mayor pulverización del mayor capital político de la izquierda, Lula, hundiría – aún más – las posibilidades de reconstrucción del PT y, peor aún, desincentivaría a que los partidos más progresistas, incluyendo al propio PT, se rearticulen y, principalmente, se repiensen. Este aspecto, destaco, es la condición necesaria para el inicio de una transformación real del sistema político brasileño. Sin embargo, las transformaciones no se construyen a corto plazo, requieren de mucha paciencia. Quizás, la elección indirecta sea un trago amargo, pero sanador al fin.
Es aquí donde vuelvo a Kafka. El proceso de transformación de Gregorio Samsa descripto en La Metamorfosis muestra cómo se van mezclando los sentidos de Gregorio, como mecanismos fisiológicos de percepción, con los del insecto que emerge de sus mismas entrañas.
Haciendo un paralelo con el caso brasileño, lo que quiero señalar es que estamos frente al gran desafío de impedir que la deteriorada matriz política anteriormente citada, se expanda al punto de anular lo que pudo ser construido hasta aquí.
Desde por lo menos el retorno a la democracia, Brasil ha mostrado contundentes avances político-institucionales que culminaron con la asunción de un metalúrgico “pau-de-arara” del Nordeste brasileño a presidente de la República. Mostró estabilidad, previsibilidad y, hasta 2010, un considerable crecimiento económico apoyado en un aceptable consenso interno acerca de los principales pilares del desarrollo nacional. Reforzó su histórica búsqueda por la hegemonía regional y levantó la bandera de la gobernanza global con el ímpetu de transformarse en un jugador internacional de peso.
Por último, pero no menos importante, en los últimos 15 años, alrededor de 40 millones de brasileños accedieron a la clase media. Al mismo tiempo se fortalecieron las instituciones de control como la Policía Federal (PF) y del Ministerio Público (Fiscalía). En términos del combate a la corrupción, la PF realizó 1.060 operaciones contra apenas 48 registradas en los ocho años de la administración de Frenando Henrique Cardoso (1995 – 2002). La misma tendencia persiste en los dos mandatos de Rousseff: entre 2011 y 2015 fueron realizadas 1.790 operaciones (datos obtenidos en la página de la Policía Federal). Como consecuencia no esperada, estos avances incitaron a que la ciudadanía, ahora más robusta, levantara la bandera de la transparencia política. Definitivamente, el problema de la corrupción entró en la agenda pública. Como fue la consigna respecto a la responsabilidad fiscal a finales de los años 90. Esto muestra, sin duda, que hubo un aprendizaje de la sociedad brasileña que exige que se refleje en sus dirigentes políticos.
Pues bien, si bien el sistema político brasileño daba señales de cambio, los hechos más arriba descriptos nos hacen reflexionar acerca de su real profundidad.
La promiscua relación entre empresarios y la élite política no es una novedad. Su permanencia a lo largo del tiempo se explica, en parte, por las características del proceso de ampliación de la participación política en Brasil desde los años 30, claramente elitista. Asimismo, el poder político de los históricos "coronéis" no ha perdido intensidad. Al contrario, el "presidencialismo de coalizao" (Abranches, 1989) lo supo integrar y amoldar a una estructura republicana. La estabilidad que este tipo de sistema generó, principalmente en un contexto de extremo multipartidismo, se explica por la permanencia en el poder de los partidos tradicionalmente clientelistas y fisiológicos, como los que componen al llamado Centrão.
El término Centrão se refiere a la formación de una mayoría partidaria capaz de cambiar el equilibrio político en el Congreso. Surgió durante las discusiones en torno a la nueva Constitución de 1988, cuando se formó un grupo de centro y de derecha para apoyar al entonces presidente José Sarney (1985 – 1989). Liderazgos conservadores como los del PFL, PL, PDS, PDC y PTB, además de algunos nombres del propio PMDB, consiguieron influir en la redacción final de la Carta Magna del 88 y alcanzaron importantes beneficios, como por ejemplo la ampliación del mandato presidencial. Sin embargo, las críticas sobre este grupo de políticos conservadores recayeron en su recurrente práctica de negociar apoyo a cambio de cargos y beneficios de todo tipo.
Con la entrada del PT en la escena política a partir de los años 80, la ilusión fue creer en la posibilidad de una lenta depuración política del sistema. La realidad pareciera no ser tan así.
En el caso de Gregorio Samsa el insecto se apoderó de su cuerpo hasta mezclarse con sus propios sentidos y llevarlo a la muerte. En Brasil, sin embargo, a pesar de que la matriz arcaica supo transmutar los "brotes verdes" a hojas amarillentas que se desprenden muertas del árbol, el optimismo puede todavía encontrar lugar.
El árbol es frondoso y restan ramas todavía fértiles. El gran desafío es no apurarlas a florecer.