Crónica

Igualdad de género y capitalismo


El feminismo pesimista

Virtuosa de la articulación, la influyente inglesa Nina Power, propone múltiples anclajes entre la clase, el deseo, el trabajo, el consumo y los medios de comunicación para entender al feminismo contemporáneo. Es también de esas raras académicas poco persuadidas por la idea de que el trabajo intelectual debe ser una actividad intramuros. Antes de su visita a Buenos Aires, la especialista Lucía Ariza resume su trayectoria y el núcleo de su programa teórico, que nunca es doctrinario y desconfía del feminismo optimista y teleológico.

Nina Power no necesita ninguna introducción solemne. Se introduce sola: habla por todos lados. Acepta intervenir. La he visto hablar en conferencias. La sigo en portales académicos. La leo online en la prensa británica y global. Bajé sus libros y artículos. La googleé varias veces, la miré en fotos. A esta altura, podría hasta proponerme contribuir a su entrada en Wikipedia. Por sobre todas las cosas, Nina Power parece sentirse muy cómoda en la piel de una traficante de experiencias globales, una traductora de órdenes de existencia que tendemos a concebir como disociados (la filosofía y la vida cotidiana, el feminismo y la sociedad de consumo, el arte y la política, etc.).

Bajo cualquier parámetro Nina Power es muy joven. Y mediática. Es también de esas raras académicas poco persuadidas por la idea de que el trabajo intelectual debe ser una actividad intramuros. Conociendo las reglas del método, parece aplicarlas más bien en la medida en que la supervivencia en ese espacio le permita saltar la cerca y dialogar más allá de la doctrina. Ese gesto, casi de rigor en Latinoamérica y otras zonas del Sur Global, no es sin embargo del todo frecuente en la cada vez más precarizada academia británica, organizada sobre todo por una definición del trabajo intelectual como producción para el lenguaje codificado del journal.

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Virtuosa de la articulación, Nina Power propone múltiples anclajes entre la clase, el deseo, el trabajo, el consumo y los medios de comunicación para entender al feminismo contemporáneo. La autora es responsable de apreciar, entre otras cosas, cómo el feminismo podría estar convirtiéndose en algo perversamente hot. En su más famoso y adrede no académico libro La mujer unidimensional[1], escrito bajo la fuerte influencia de la ola anti-islámica, Power lee la emergencia de la figura de Sarah Palin (en 2008 candidata a vicepresidenta de los Estados Unidos por el Partido Republicano, junto a John McCain) como indicio de una mutación imprevista y preocupante del feminismo. Palin, la política devenida ama de casa, detractora de los derechos sexuales y reproductivos, amante de las armas y pro-bélica es, también, una autoproclamada feminista. Su pertenencia a la organización pro-vida Feminists for life (Feministas por la vida) representa algo más que la astucia de la razón, que una pura irracionalidad. No se trata sólo de un feminismo retorcido ni, desde luego, de una falta de comprensión o de dimensión histórica de las demandas centrales del movimiento. En los ojos de Power, Palin personifica más bien la instrumentalización capitalista efectiva de casi todo lo que el movimiento de mujeres ha resistido: el deseo femenino estructurado a través del deseo patriarcal sobre sus cuerpos, la belleza como eje de la figuración social y política, la pareja heterosexual como modelo privilegiado de organización social, la violentación de la autonomía reproductiva y sexual a través del daño a los derechos que la garantizan. Incluso su belicismo y su membresía a la Asociación Nacional del Rifle denotan en Palin la explotación perversa de una inquietud patriarcal subterránea: la posible afinidad de ciertas mujeres con las armas y la guerra. Pero que esta serie de adscripciones realce su sentido cuando es enfundada a través de la autodenominación feminista se explica, para Power, porque el feminismo ha devenido una herramienta útil del único vector que parece realmente interpelar a las mujeres cisexuales contemporáneas: la sexualización. Ser feminista en los términos de Palin podría hasta convertirse en una poderosa arma de seducción heteronormativa: ama de casa, madre, compañera servicial, y además, política, mujer pública, objeto de deseo, “defensora la vida”, hacedora de la guerra. Es esta maligna conjunción de opuestos, la cooptación de casi toda posible diferencia, la que está erotizada en la figura de Palin. Que en los grupos de Facebook como Sarah Palin is HOT! mujeres y hombres declaren su interés erótico por la republicana demuestra, en opinión de Power, el devenir sexualizante de un cierto feminismo mainstream contemporáneo. Esta operación deja por fuera algo que sigue siendo central para una política feminista: la consideración de una posición estructuralmente vulnerable, en la actualidad oscurecida por el acceso alienante a las fantasmagorías del consumo capitalista.

En las economías liberales del hemisferio norte (¿y tal vez sólo ahí?), las mujeres (pero aclaro: especialmente las cis y heterosexuales) hemos ganado: masivamente incorporadas al trabajo asalariado y sus derechos, sobresalimos sin haber renunciado a criar descendencia; delineamos parte de la política internacional; definimos si, cómo, con quién, cuándo procreamos; y hemos aprendido a la perfección el lenguaje del hedonismo y la auto-satisfacción, entre infinitos etcéteras.

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Y sin embargo, para Power, hemos perdido. El balance insatisfactorio de un posible equilibrio entre vida y trabajo, y el más puro descontento con la maternidad expresados en libros como el exitoso No kid. 40 razones para no tener hijos, de Corinne Maier, atestiguan las insuficiencias de un sistema capitalista que no sería “el mejor amigo de las chicas”. Un feminismo optimista y teleológico que vea en aquellas conquistas simetría entre géneros y algo parecido al fin de la historia pierde el punto central: dichos éxitos están garantizados por algo mucho más definitorio, como es el acceso fenomenal al infinito mundo de los bienes de consumo. En la estela marcusiana[2] honrada en el título de su libro más conocido, Nina Power suscribe la hipótesis de la emancipación femenina como fantasma sostenido por una fantasmagoría aún mayor, la de un acceso sin restricciones a la mercancía. La de una mujer convertida ella misma en mercancía patriarcal, una mujer que se ofrece, y se encuentra en perpetua disponibilidad laboral y sexual; absorbida en la satisfacción capitalista de su propio deseo. Esta simetría (especialmente fuerte, deberíamos notar, en las democracias del norte y de Australia) entre autonomía femenina y capacidad de (auto-) consumo define, para Power, las coordenadas actuales de aquel feminismo satisfecho. Y esto es lógicamente problemático.

No se trata de desconocer, dice Power, los significativos efectos de muchas de las estrategias feministas (en La mujer… nombra tres: la reescritura de las historias culturales, el reclamo del cuerpo y la ocupación de posiciones masculinas), sino de explorar hasta qué punto la “base material” de la ideología –el ingreso sin precedentes al consumo- deshila de día las resistencias que tejemos de noche. Así, en las “partes afluentes del mundo”, las formas tradicionales de organización feminista (“sindicatos, grupos de protesta”) son percibidas como fuera de moda. Al mismo tiempo, la manipulación del género (Sarah Palin) y la raza (Condoleezza Rice) se convierten en trampas de la democracia, ilustrando los límites de la política de la identidad. En las democracias liberales, ejes de la crítica de Power, el término “feminista” se ha convertido en un vale todo. Es el clásico significante vacío, disponible para los proyectos más anti-feministas de todos: bombardear países en nombre de la libertad de las mujeres islámicas o vender champú. El feminismo imperialista a la Laura Bush “usa el lenguaje del feminismo liberal (extender los derechos humanos, extender el voto) pero las técnicas de la guerra”. Es fundamentalmente consumista y bélico. Y delimita un imperativo para las mujeres, el de la mostración pública sexualizada y la auto-promoción perpetua, donde el hijab[3] y la negativa a jugar el juego de la exhibición devienen un símbolo de los límites a la libre elección en los estrechos parámetros de la lógica del mercado.

Valiéndose de una revisión crítica del trabajo de Lee Edelman[4], así como de un análisis del contexto pro-maternalista de la Francia de los primeros años del 2000, Power ha propuesto en textos posteriores una consideración de algunas formas posibles de la maternidad queer. Se trata, en este caso, de aquellas articuladas desde el punto de vista de una mujer que ya es madre pero se niega a desempeñar ese rol; que se arrepiente, y que al cuestionar “la magnificencia y la centralidad del/x niñx (…) cuestiona la misma estructura de la sociedad (…) y el orden simbólico en su conjunto”[5]. Es una figura sugestiva, que responde, en parte, a las aporías capitalistas planteadas en La mujer…, y en la que Power ve no sólo la posibilidad de “re-encender un cierto debate feminista acerca de la identidad de las mujeres en relación con la maternidad”, sino también de “rehusar la estructura entera de la vida contemporánea”[6] en sus imperativos procreativos, laborales, mediáticos, económicos. Una política característicamente queer que, lejos de operar a través de la identificación lo hace por medio del desconocerse en los lugares comunes de abrochamiento identitario, para cuestionar no sólo un cierto orden sexogenérico y socioafectivo, sino al orden capitalista en su conjunto.

Traductora y editora (con Alberto Toscano) de Alan Badiou al inglés, estudiosa de Jean Paul Sartre y Louis Althusser, Henri Bergson y Jaques Rancière, Power es ella misma una artista de la contaminación entre la filosofía, la política, lo mediático, la cultura. Y una artífice de lo hot en la filosofía, si entendemos por esto la diseminación deseante de una caja de herramientas, a la vez precisa e itinerante, instruida y en exceso de su lugar autorizado de ocurrencia, es decir, la academia. Power rehúye el feminismo “upbeat” (alegre), al plantear preguntas intimidantes (y que es necesario contestar), y al reelaborar de manera irreverente a los grandes varones de la filosofía francesa. De Rancière dirá, por ejemplo, que puede ser invocado en nombre de una cierta “racionalidad queer”[7]. Lo excluido interno de la política será nombrado por Power como queer. Este último término que, como se sabe, describe lo no reproductivo, lo que excede sexual, genérica y socioafectivamente lo dicotómico; lo que desea más allá de los cánones de edad, etnia, sexo/género, simboliza en la rendición ranceriana de Power lo incorrecto, lo no querido, lo no deseado, y a lo que en el régimen policial de simples diferencias no se le permite hablar. Lo queer vendría a significar entonces, en esta lectura de Rancière, no solo lo diferente, sino “lo incorrecto en general”[8], el exceso identitario de cualquier sistema cerrado de diferencias, el lugar de la política como desacuerdo.

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Aún si salvamos las distancias entre la instrumentación imperialista y consumista del feminismo en las democracias liberales del norte, y los derroteros particulares del movimiento feminista en América Latina, hay algo muy incómodo, y por ello atendible, en Nina Power. Y es la idea de que las apropiaciones masivas de extractos de la práctica feminista (la conquista del propio cuerpo, la autonomía sociosexual y reproductiva, el deseo de consumir y de exhibirse, la exposición, satisfacción y explotación del deseo como tal) estarían siendo instrumentadas de manera errática pero eficaz, por el capital. Así como estas prácticas son vectores de expresión y empoderamiento, Power dice que podrían ser también una nueva superficie de la vulneración cis femenina. Queremos creer que no lo son. Pero sobre todo, sería oportuno conversar con Nina sobre esto. Pensar con ella en nuestros estudios de mujeres jóvenes socializadas en la cultura de masas, en la cumbia (la feminista y la que no), la música romántica o las formas de uso local de Snapchat o Instagram; en las booktubers y youtubers argentinas, en las usuarias de Poringa!, en la especificidad latinoamericana que marcó el éxito de redes como Sonico y Orkut. El capitalismo es raramente intencional, no posee un solo centro. Sus innovaciones se apropian en pocos núcleos de privilegio, pero suelen originarse en los márgenes. Por sobre todas las cosas, el capitalismo es una temible máquina de captación del azar, de conquista de la creatividad y el deseo humanos y no humanos. Sin embargo, este proceso no es nunca exhaustivo, y los usos irreverentes e inesperados de las mercancías son la clave. La desacralización de los objetos de consumo, su anti-circulación, pueden conjugarse bien con el tipo de feminismo no satisfecho que reclama Power. Latinoamérica parece estar llena de ejemplos. No sólo porque los bordes suelen ser más permeables a usos inapropiados (doblemente: porque reorganizan las coordenadas morales y porque no han sido aún enteramente ingresados a un régimen centralizado de producción de beneficio). Sino también por la efervescencia actual de la protesta y la validez y capacidad de interpelación de las formas de organización que Power considera obsoletas en el norte. Ojalá Power se sorprenda aquí.

[1] La mujer unidimensional. 2017. Buenos Aires: Cruce Casa Editora.

[2] Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. 1993. Buenos Aires: Planeta.

[3] Velo que cubre la cabeza, utilizado por mujeres musulmanas, en presencia de personas no pertenecientes a su familia, especialmente varones adultos.

[4] No al futuro. La teoría queer y la pulsión de muerte. 2014. Madrid: Egales.

[5] Power, N. (2012). Motherhood in France: towards a Queer Maternity? Paragraph, 35(2), p. 257.

[6] Motherhood in France, p. 258.

[7] Power. N. (2009). Non-Reproductive Futurism. Rancière’s rational equality against Edelman’s body apolitic. Borderlands, 8(2), p. 1-16.

[8] Non-Reproductive Futurism, p. 7