Fotos: Pagina oficial Donald Trump, Gage Skidmore, A Jones
Hasta hace poco tiempo y para un amplio sector de la sociedad mexicana, el nombre Donald Trump no significaba gran cosa, apenas se le vinculaba a la farándula y los concursos de las “misses universo”, un escándalo aquí, otro allá, nada que preocupara o nos pusiera en alerta. Las cosas cambiaron cuando –como decimos en México- en un auto-destape temprano se auto-postuló como candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos. Su discurso bravucón e incendiario, por decirlo de manera suave, le hizo ganar terreno. En cuestión de meses, él mismo se convirtió en el debate y obligó a Hillary Clinton a subirse a un tren sin freno de emergencia.
El impacto de los resultados del 8 de noviembre fue mayúsculo: mercados enloquecidos, monedas desplomadas, preocupación mundial (justificada), y ya se ven las primeras manifestaciones de protesta en las calles estadounidenses. Pero también se percibe en las calles y en las redes, la euforia de los seguidores y simpatizantes de Trump, empoderados y crecidos ante el mejor slogan y hashtag de campaña “Make America Great Again” #MAGA, por sus siglas en inglés, que fue captando voluntades, frustraciones, enojos alrededor de propuestas regresivas inimaginables pero manejadas con profunda habilidad para interpelar a una ciudadanía empobrecida y con altos niveles de insatisfacción frente al sistema político.
#MAGA, interpeló sobre todo a hombres blancos. En un sondeo temprano de NBC, los seguidores del hoy Presidente Electo, respondían que “están de acuerdo en mayor proporción que los republicanos cuando se les pregunta por los siguientes asuntos: si los inmigrantes son una carga para Estados Unidos (8 de cada 10, frente a 6 de cada 10 votantes republicanos), poseen más armas, consideran la bandera Confederada como un símbolo de orgullo sureño, los afroamericanos son los responsables de no “salir adelante” como otros ciudadanos, niegan la contribución del ser humano al cambio climático, creen que todos los ciudadanos tiene las mismas oportunidades en la situación económica actual y consideran que el gobierno debería promover valores tradicionales en la sociedad”. LINK: (http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/11/estados_unidos/1449861263_609012.html).
Trump no inventó a sus votantes, ahí estaban. Lo que el candidato hizo a lo largo de su campaña fue gestionar a gritos las emociones primarias: el miedo y la esperanza.
En un país con un corredor industrial en severa crisis, donde 1 de cada 6 ciudadanos es pobre y donde según datos del Departamento de Agricultura, 1 de cada 5 niños pasa hambre, no resulta sorprendente que la narrativa de Trump lograra canalizar la frustración.
Un congreso en manos de los republicanos frenó muchas leyes sociales, limitó los beneficios de desempleo, eliminó fondos para la educación, entre otras cosas. El desempleo a largo plazo se ha convertido en un obstáculo importante para la economía de los Estados Unidos. Un total récord de 95 millones de estadounidenses, ya no están en la fuerza laboral. De hecho, 14 millones de estadounidenses han dejado de buscar trabajo. Más de 43 millones de personas viven en la pobreza, lo que representa un aumento del 4% durante la presidencia de Obama. Y los datos (obtenidos de fuentes oficiales), podrían seguir. Este es un escenario propicio para la explosión emocional de los sectores más castigados por la crisis económica y la percepción constante de catástrofe inminente, en el que pesa, además, las configuraciones socioculturales de lo que algunos autores llaman la “América profunda”, religiosa, fanática, poco educada, nacionalista y, con fácil acceso a armas.
Con respecto a las emociones, o mejor, afectos (en términos spinozianos), es importante diferenciar las causas (que detonan la emoción), de los objetos (aquello a lo que dirigen su atención las emociones, una vez excitadas). Es importante destacar aquí la noción de “objeto de atribución”, ya que permite entender los mecanismos a los que ha apelado Trump a lo largo de su campaña. El miedo (real) al desempleo, a la disolución del tejido social o “pérdida de los valores tradicionales”, a la inseguridad, que preexistía a Trum pero que ha sido exacerbado por él, ha encontrado claros objetos de atribución (fuerzas, instituciones y actores específicos) a los cuáles culpar de su desasosiego: mexicanos, migrantes, terroristas, liberales, la clase política tradicional y el Estado débil. #MAGA ha sido la pieza maestra para poner al centro de los miedos y enojos, de un modo no reflexivo a estos objetos de atribución y logró a través de la simplicidad de sus enunciados, diluir las “causas” del malestar, convirtiendo a los inmigrantes, musulmanes, mexicanos y una interesante lista de etcéteras en el foco de las emociones desatadas.
El duro golpe político propinado por un no-político al sistema norteamericano no es fácil de entender si no se atienden estas dimensiones. Esta elección ha sido fundamentalmente una elección emocional. La adversaria de Trump, una política experimentada y de pura cepa, no logró levantar entusiasmos ni hablarle al núcleo duro de esa América al borde del hartazgo de un sistema que redujo los márgenes de bienestar y aumentó el privilegio de unos pocos, ese 1% al que aludió el movimiento Occupy Wall Street en 2011.
Para entender estos quebrantos emocionales es necesario revisar 3 momentos claves que ayudan a comprender porqué ni el abierto apoyo de los Obama logró permear en el ánimo de los votantes. La cuestión emocional jugó un papel central en el proceso y quedó muy clara con el crecimiento en simpatías y arrastre del precandidato demócrata Bernie Sanders. El precandidato demócrata logró emocionar a las y los jóvenes, los activistas, estudiantes y ciudadanos que se involucraron en Occupy Wall Street y más tarde en Occupy Sandy. Lo veían como alguién de los suyos. Sanders hizo eco de lo que Ángel Luis Lara (http://anarquiacoronada.blogspot.mx/2016/03/bernie-sanders-y-la-razon-neoliberal.html?view=snapshot) señala a propósito de la fuerza que ha representado el movimiento: OWS “ponía sobre la mesa del debate público la necesidad de un cambio general de sentido. Occupy movió una energía que conectó con el estado de ánimo de millones de personas en el país”. Lo que la corta pero ascendente campaña de Sanders logró fue articular un movimiento social, condición que hubiera sido fundamental para derrotar a Trump.
Puede ser que el pragmatismo de los demócratas, y la ambición de los Clinton, no les permitiera leer los signos ominosos. La retirada de Sanders a favor de Hillary hizo estragos entre un numeroso sector de jóvenes y progresistas. El día en que anunció su retiro, en las noticias, los videos de Youtube, en Twitter y Facebook podía percbirse que algo serio se había fracturado en el ánimo festivo de que otra América era posible. Esa noche apareció el hashtag #NeverHillary que opacó el muy exitoso y recurrido #FeelTheBern.
Que Sanders hubiera podido derrotar a Trump es difícil afirmarlo, pero lo que sí se puede afirmar es que la energía que Sanders logró activar se diluyó dejando tras de sí una estela de sentimientos de traición y frustración.
Aunque aún son necesarios más datos, es posible pensar que a diferencia de Clinton, Trump logró levantar quizás no un movimiento social para sostener su campaña pero sí un espacio social de reconocimiento y acumulación de energías. Sanders construyó un discurso de crítica y esperanza, de señalamientos y posibilidades; Trump catapultó el miedo y la desesperanza para convertirlos en la esperanza como revancha o al revés, la venganza, la revancha de pobres y excluidos, de los odiadores amateurs y profesionales, como única opción política y lo logró en las plazas y en las redes.
Vinieron después las filtraciones de Wikileaks y la ya conocida actuación del FBI, dos factores que exacerbaron el rechazo de uno y otro lado a la opción “Hillary” y fueron hábilmente manejados por Trump y su equipo para fortalecer la retórica de #MAGA.
Y también un tema nada menor que no alcanzó visibilidad en los medios pero que fue decisiva en redes (la búsqueda “spirit cooking” arroja 42 millones 900 mil resultados en 54 segundos en Google) y en los imaginarios de los seguidores de Trump: la última filtración de correos. La artista Marina Abramovic manda un correo al hermano de John Podesta, jefe de campaña de Clinton, para invitarlo a una cena, una “spirit cooking”. En una perfomance así titulada, la artista hace un ritual con sangre, orina y semen, invocando al dolor. Fue como un incendio en una pradera seca y llena de maleza: se asoció a Hillary Clinton, a su jefe de campaña y a la clase política conocida como el stablishment, a rituales satánicos (Un video alusivo, nada serio, pero que puede ayudar a entender el impacto que esto tuvo, especialmente en redes sociales se puede consultar aquí: https://www.youtube.com/watch?v=8PFDcsV02LM).
El escándalo estalló el 4 de noviembre, a cuatro días de la elección. La situación no podía ser más favorable: a los miedos generados por el neoliberalismo predador, se sumaban los miedos al ocultismo. El seguimiento en redes fue impactante y si en las semanas anteriores no se habían percibido maniobras orquestadas para movilizar bots y troles (esas figuras que ya forman parte de nuestra realidad cotidiana), a partir del 5 de noviembre la batalla por las emociones comenzó a subir de tono. Los estrategas de Clinton decidieron no presentar batalla, ni aludir al tema ¿quizás porque la locura que esto representaba les hizo bajar la guardia? ¿Era tan torpe y tan forzada la maniobra que no calibraron el impacto que una acusación de satanismo podía tener?
Pasó poco tiempo habrá más variables para pensar con la calma que hoy falta. Pero la relación miedo-esperanza es una buena clave para no desistir y para asumir que hoy, ninguna falsa autoridad moral debería llevar a desestimar los imaginarios profundos en una sociedad que quiere respuestas, hoy, ahora y que parece inclinarse –a contravía del ciclo 2010-2013, cuando los movimientos sociales cuestionaron al sistema y no a los “objetos de atribución”-, a la eliminación de la diferencia y al cierre de fronteras.