Fotos: Gustavo Lagarde
PD: ¿Porfa cuando vengas me podés traer arroz, fideos, aceite y yerba?
Fin del correo. Aprieto “enviar”, cierro la computadora y me doy cuenta: nada de dulce de leche, alfajores, vino, fernet, pedido clásico de argentino en la distancia. Solo la yerba, que más que lujo es necesidad alimentaria y laboral. Repito en mi cabeza: arroz, fideos y aceite. No dije lentejas, dentífrico, jabón, azúcar, desodorante, papel higiénico, porque sería demasiado y lo primero es lo primero. Si pudiera pediría una canasta básica de alimentación e higiene -con un agregado de paracetamol y amoxicilina. Me pregunto qué pensará al leer el correo.
La respuesta al mail es un “claro no hay problema”. Me quedo tranquilo. Miro mi estante: medio paquete de fideos, uno de arroz. Aceite no consigo desde hace meses. Como mi amiga viene en unos días, no tendré que estar al acecho de la llegada de un camión al supermercado en la esquina de mi casa, ni comprar en el mercado negro. Por lo menos para esos productos. Lo imprescindible son los fideos. Arroz se remplaza por puré, aceite por una mantequilla de color amarillo que suda un líquido casi naranja y no es necesario guardar en la heladera -como un plástico fundido. Sirve para que, más o menos, no se peguen las cosas en el sartén.
Lo bueno del desabastecimiento generalizado que lleva dos años es que se aprende a reemplazar cosas: la clásica arepa venezolana de harina de maíz se transformó en arepa de mandioca -también puede ser de remolacha. Sabe incluso más rico. El problema siempre está en las proteínas: el kilo de carne y de cerdo está en los cuatro mil bolívares, el pescado en dos o tres mil, el pollo dos mil, la lata de atún mil, y el medio cartón de huevos mil ochocientos. El sueldo mínimo: 33.000 mensuales -el cambio oficial es 1 dólar/650 bolívares, el paralelo, que rige casi todo, 1/900. El furor son las sardinas: cuatrocientos el kilo.
—Compadre aquí a las sardinas le decimos blue jeans, combinan con todo.
Veo a mi amiga dos días después de su llegada. Guardo la comida en la mochila como si fuera oro. Un paquete de arroz regulado cuesta 450, y en el mercado negro 2.500. Conversamos sobre el país, la revolución, sobre cómo llegamos a este punto y qué hacer para no terminar como cenizas. Está preocupada cuando le hago una radiografía de la situación -ellos, nosotros, los debates dentro del nosotros. Yo también lo estoy, sobre todo desde hace unos meses.
Podríamos hablar horas y horas, pero ya son las ocho de la noche, demasiado tarde para esta ciudad. Me despido, se van a descansar a la costa unos días -un Caribe todavía salvaje y auténtico. Agarro el subte, tres paradas, bajo en la estación El Silencio. Hay seis cuadras hasta mi casa. En la calle quedan algunos linyeras, un módulo de la policía, el último vendedor de cigarrillos y yo, que encaro decidido. Tengo que darle la vuelta al Palacio de Miraflores. Está totalmente apagado por el racionamiento de energía. En las esquinas oscuras está la Guardia de Honor con impermeables verdes y ametralladoras. Me quedan dos cuadras sin nadie en la calle, ya es costumbre. Caracas se apaga a las siete.
Tengo fideos.
***
Hace tres años y medio que vivo en Venezuela. Llegué dos meses antes de la muerte de Hugo Chávez -acá no se dice “muerte” sino “siembra”. Desde entonces trabajé como cronista en varios ministerios, viví en cinco lugares -hoteles incluidos- y me dediqué centralmente a recorrer, escuchar y escribir. El país cambió, y mucho. Yo también, pero en algo no: al llegar era chavista, hoy sigo siéndolo.
Chavista por Chávez, haberlo escuchado en Mar del Plata, en La Plata, en Caracas, por su proyecto político. Y sobre todo por la gente. Porque la revolución es centralmente su gente, los más humildes. Siempre lo fue. Lo descubrí en primera visita en el año 2011, lo sigo confirmando hoy: para descifrar el ADN bolivariano hay que comprender los tiempos populares. Sin eso se puede entender la estrategia geopolítica, las alianzas, confrontaciones y etc., pero no al chavismo como movimiento de masas, identidad política que puso en jaque un orden entero. Digamos que -con las mil distancias- para acercarse a esta dimensión se puede leer Apuntes sobre la militancia, de John William Cooke. Algunas de esas páginas parecen escritas en este proceso histórico. Planteado al revés: comprendí ciertos pliegues imprescindibles de la Argentina de los 60/70 al leerlo desde Venezuela. El peronismo era el “nombre político del proletariado argentino”. Igual que el chavismo.
Existen varios paralelismos entre ambos movimientos, algunos forzados, otros genuinos. Se ha dicho por ejemplo que el chavismo tiene algo de peronismo tardío -por el carácter nacionalista. Algo de razón hay en eso. A una cercanía pongamos una distancia: Chávez, el líder indiscutible, dejó escrito con precisión el proyecto estratégico. El asunto fue ir más allá del capital, el capitalismo serio y sus variantes lingüísticas: el asunto planteado se llamó socialismo del Siglo XXI. Sin ponernos a desmenuzar las características del proyecto -reunido en materiales como el Aló Presidente Teórico Nro. 1, el Plan de la Patria y el Golpe de Timón- lo cierto es que el rumbo y las formas para alcanzarlo eran claras, el liderazgo fuera de lo común, y el apego de la gente multitudinario.
Recuerdo todavía con escalofríos el entierro. Diez días y noches de masas y lágrimas. Agradezco infinitamente haber estado.
Muerto Chávez, la derecha sacó cuentas y llegó a la conclusión de que su hora había sonado -era de esperarse. Como siempre, no comprendió la dimensión identitaria del movimiento y pensó que una buena cantidad de muertos podía saldar el asunto: asesinó en un año a unas sesenta personas en protestas callejeras. La oposición siempre fue tan nítidamente burguesa como el chavismo popular:
—“El peo es de clases”, dicen las paredes de Caracas.
Desplegó todos los golpes en simultáneo: mediático, geopolítico, psicológico, violento, y económico. Estos tres últimos para desgastar a la base social de la revolución: enfermar, matar y hambrear. Eso hizo de forma sistemática durante los últimos tres años. Logró desplazar, en parte, el debate del imperialismo al desodorante, del socialismo al arroz, y hacer que nada pueda conseguirse por canales regulares a precios justos. Ni comida, ni medicinas, ni repuestos para autos, ni autos, ni casi cualquier cosa de la vida diaria. El plan fue transformar el país de la abundancia petrolera en la sociedad de la escasez. Y poner a los pobres a competir entre ellos para desorganizarlos y romper el vínculo con el Gobierno. Lo cotidiano fue entrando en crisis, con una impunidad creciente a todo nivel.
Ejemplo clásico en un hospital público saboteado o una clínica privada:
—Necesita tomar tal antibiótico por tantos días.
—¿Se consigue en las farmacias?
—No.
—¿Y entonces doctor?
—Bueno tengo un conocido que se lo puede conseguir, eso sí, es costoso.
Números: 11% de las medicinas, 42% de los productos de aseo y 40% de otros productos son los que suministra el mercado paralelo, llamado bachaquero. 62.7% de 42 productos básicos no están en el hogar, en 45% de los casos porque no se consiguen, 42% porque ya no se puede pagar. Estos son los resultados de agosto de la encuestadora Hinterlaces. Los que más pierden son quienes trabajan con contrato y los 33.000 bolívares de mínimo: un taxista gana más de dos cientos mil al mes -un caucho cuesta cerca de ochenta mil.
A veces imagino cuánto aguantaría el pueblo argentino en estas condiciones. Porque van tres años, siempre más agudo: la inflación según el Banco Central de Venezuela fue 2.357,90% en el 2015, el desabastecimiento no decrece, cuando aparece un producto es a precio inalcanzable, las colas siguen y duran muchas horas. Uno se acostumbra. Uno sí, que no es medida de las cosas, no tiene hijos, ni enfermedad, ni personas de la tercera edad que atender, que puede conseguir fideos y arroz con una amiga que viene de fuera.
¿Cuánto resistirá la gente, la base de la revolución, el chavismo? ¿Cuántos quedarán?
Preguntas del millón.
***
Decía que recorro, escucho y escribo. Como militante y como cronista. Estuve en 22 de las 24 provincias, siempre de la misma manera: metido en comunas, milicias, experiencias productivas, en lo alto de cerros, llano adentro, en chozas, ranchos, casas y edificios de la Gran Misión Vivienda Venezuela -que inauguró un millón cien mil viviendas en cinco años. Lo hice a través de ministerios, con movimientos populares y por cuenta propia.
Abajo, bien abajo, ese es mi principal termómetro del proceso. La otra posibilidad para saber qué está pasando sería con información desde las altas esferas. Porque en el medio es muy difícil informarse, imposible diría. Por eso la campaña comunicacional internacional contra Venezuela, que no duda en mentir, tiene mucho impacto. El Gobierno solo hace propaganda de sí -no muy buena- y alocuciones de varias horas del presidente Nicolás Maduro y dos dirigentes más, Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez.
Antes resolvía Chávez. Y todos somos Chávez, pero….
La situación es muy compleja. Y ya no existe lugar para la inocencia: hay una guerra. Por eso empiezo por ahí, para demarcar quién es quién y no olvidar que está en marcha un plan diseñado desde laboratorios y experiencias contrarrevolucionarias. El imperialismo no es un mito, Alvaro Uribe y sus amigos tampoco. ¿Toda la culpa es externa? Indudablemente no. Eso le contaba a mi amiga del arroz, los fideos, el aceite y la yerba -si sabía que la cosa estaba así te traía más, me dijo. Por eso la preocupación. Si habría que definir de un modo algo rígido el asunto podríamos decir que existe varios bloques: el que comúnmente se llama el enemigo histórico, y el chavista, que está dividido en dos, el chavismo burocrático y el chavismo popular. Hay algo otra vez de peronismo en esto, ese asunto de que al interior del movimiento se expresaba la lucha de clases. Eso emerge hoy en el chavismo. Y que, como decía Cooke, el peronismo era un gigante miope e invertebrado. Salvando nuevamente las mil distancias.
Sobre esa división interna -sin límites nítidos- existe un acuerdo extendido aguas abajo acerca de que la dirección está en manos casi exclusivas del sector burocrático, tanto civil como militar, ganador de la pulseada post-Chávez. Es quien conducen, cada vez más despegado, con acuerdos con el empresariado y la banca, que trágicamente -ese es el punto- no cesan su plan de desestabilización. Esta es la única revolución que le da poder al enemigo, me dijo hace unos días un compañero. Y dinero ya no hay para todos: los costos de la guerra/crisis, aún con las ayudas sociales de las misiones, los pagan los más humildes.
Desconexión. Esa es la palabra que más usada para describir la actualidad del Gobierno.
Escuchar cadenas nacionales y declaraciones oficiales, suele angustiar más que aclarar. No hay que olvidar que Chávez gobernaba y formaba políticamente en gran parte por radio y televisión. Las mediaciones/herramientas políticas casi siempre estuvieron cuestionadas -en particular el Partido Socialista Unido de Venezuela, por su importancia. La revolución venezolana se fundó con un liderazgo extraordinario que convocaba centralmente de arriba hacia abajo. Con la actual crisis de liderazgo el esquema hace agua, tormentas. Falta la referencia ética, moral, ejemplar, en un escenario donde ya es vox populis por la evidencia de los hechos, que la corrupción ha corroído hasta niveles insospechados -ese mal no alcanza, y es bueno resaltarlo, la figura de Nicolás Maduro. Para desabastecer un país hace falta un plan muy bien aceitado y cómplices de gran escala.
Esto era un debate de opiniones hasta fin del año pasado, refutable como toda opinión. Con los resultados electorales del 6 de diciembre, donde el chavismo perdió el Poder Legislativo con un voto castigo, se evidenció que la crisis al interior del proceso existía. Seis meses después, y esa es la principal preocupación, los rumbos estructurantes de la dirección siguen iguales. Y, a pesar de todo, 40% de la población quiere que sea este Gobierno quien resuelva los problemas -el año pasado era 54%, también según Hinterlaces. El chavismo no es mayoría, pero es la primera fuerza social y simbólica, tiene una base única, que puede volver a ampliarse con medidas que atraigan a los desencantados, los miles que no van a ninguna parte salvo a la desilusión. La oposición no fue ni es alternativa.
—La gente sigue siendo chavista, coplero, pero ya no le tiene confianza al Gobierno.
En cuanto a las bases, ese universo inmenso y descocido del chavismo popular, no tienen la capacidad para revertir la situación. Falta quien conduzca, vertebre, en una cultura política que siempre dependió del liderazgo de Chávez.
Las debilidades estructurales se pagan muy caro: podemos perder. No solamente el Gobierno sino el proyecto estratégico.
***
En Venezuela encontré una felicidad nueva. No por el cliché del Caribe y la permanencia del calor, sino por descubrir durante un tiempo breve lo inmenso que es vencer. Vi a los desdentados, los marginados, las doñas, los campesinos, los pescadores, las barriadas, tomar cuotas de poder, de dignidad, de política, arrancar a toneladas lo que les había sido negado por siglos. Sin eso ¿qué razón tendría todo esto?
Por eso tanta obstinación en un país que siempre parece “a punto de...” Donde la vida no es sencilla -aunque tampoco pueda quejarme. Si tuviera que nombrar dos cosas que me cuestan diría que la amistad y la noche. Sobre lo primero es un problema de todos los argentinos que conocí que vivieron en Venezuela -me refiero a los de esta época, no a los exiliados que se quedaron. Cuesta mucho hacerse amigos, que no es lo mismo que “panas”, como se dice acá. No sé si existe una forma nacional de la amistad, pero de haberla es indudable que es diferente -tal vez en El hombre que está solo y escribe estén algunas claves. Por ese motivo varios compañeros regresaron luego de unos años. Aclaro: nunca me han tratado tan bien como en este país, pero la amistad es otra cosa. En cuanto a la noche, parece una reja: la ciudad se apaga a las siete, la guerra económica disparó el precio de las cervezas y el ron, y tomar un taxi para volver -única posibilidad- se torna económicamente muy difícil. Se sale igual, poco, pero se sale. Y Caracas, tan inmensa e imponente, es provinciana y conservadora.
Eso hace a la vida solitaria. La gente -esa categoría confusa pero que se siente- parece muy sola. Sumándole la violencia propia de una ciudad de histórica marginación en contexto de guerra, el resultado es mucho encierro. La calle no invita a pasear, la ciudad es hostil. Uno se acostumbra, como a todo.
Lo serio, que preocupa con hondura, son los asesinatos selectivos de cuadros medios y bajos del chavismo. Suceden semanalmente, desde los casos invisibles -ataques con granadas a comisarías, militantes muertos por intentos de robos que nunca roban sino que solo matan etc.- hasta los ejemplificadores: una dirigente del Partido acribillada y quemada en su barrio, un diputado muerto con punzón en su casa, el hijo de un dirigente baleado en la puerta de su casa, un periodista asesinado al pie de su edificio. Para nombrar solo algunos. Este último se llamaba Ricardo Durán, y la prensa internacional, tan preocupada por las libertades en Venezuela, no se indignó ni pidió justicia. Es una suerte de tarea Triple A, pero sin nombre, camuflada de delincuencia. Ya no tenemos el lujo de que el enemigo diga que es enemigo, ni en los asesinatos de compañeros, ni en los intentos de saqueos y estallidos financiados. La guerra es invisible, su fuerza está en ser líquida.
—Hola Marco ¿estás bien allá? —me escriben desde Argentina.
Contesto que “sí”. Qué más decir. Cómo explicar todo esto en un mensaje de Facebook.
Porque estoy bien como tres veces al día, tengo techo, salud, panas, poquitos amigos, recorro, escucho, escribo. Estoy parado donde la historia se curva con toda la fuerza antes de volver a golpear. Las conclusiones políticas que violentamente se desprenden son esenciales para saber por qué se perderá o ganará, cómo proyectar futuras transformaciones en nuestras sociedades latinoamericanas. La revolución venezolana planteó la hipótesis más avanzada de transformación de este siglo: su desenlace encierra posibilidades y cadenas para las épocas venideras.
Si para tener el privilegio de vivirlo y escribirlo es necesario pedir fideos, arroz y aceite no tengo ningún problema -es un detalle. Se trata en el fondo de un asunto de ética, de jugar la partida sin saber qué pasará. Sabiendo que las victorias son excepción y no regla. ¿Y sino qué? En Venezuela aprendí una nueva felicidad -frágil y hermosa como toda felicidad. La quiero para el pueblo argentino.