Foto de portada: Flávio Correia Lima
En uno de los meses más fríos, de uno de los años más fríos, el sábado 23 de julio se decidió a regalar una tarde de sol que casi araña los 18 grados. En pleno centro de San Isidro, la plazoleta del mástil, un poco antes de las 15 empieza a poblarse de mujeres envalentonadas por sus congéneres. Favorecidas por el calorcito abren sus camisas y suben sus sweaters para amamantar libremente a sus hijos.
La teteada masiva organizada en menos de una semana es un éxito rotundo. Unas 500 personas se convocaron para manifestarse en repudio a la violencia institucional ante una mujer que amamantó en el espacio público y a favor del derecho a dar el pecho donde sea.
La mayoría son mujeres, pero hay también muchísimos hombres. Se ven pancartas improvisadas y otras más elaboradas. Fotógrafos por doquier. Bebés tan chiquitos que seguramente están viviendo su primera manifestación. Está Adolfo Pérez Esquivel, del Servicio Paz y Justicia, Vilma Ripoll del MST, Marcela Durrieu del Frente Renovador y Victoria Donda de Libres del Sur. También está Raquel Witis, cuyo hijo fue hace 16 años asesinado por la policía en otro acto de violencia institucional.
Y ahí está ella, Coni Santos, la mujer a la que el último martes 12 de julio unas policías echaron de esa misma plaza por amamantar en público a su bebé de ocho meses. Había salido del Banco Nación y luego de hacer una cola de más de una hora se sentó en el mástil para darle a su hijo un poco de teta. Lo que sucedió después, lo contó en su perfil de Facebook, de donde saltó a los medios de comunicación: un grupo de uniformadas de la Local la increparon advirtiéndole que tenía que retirarse, que hay una ley que prohíbe amamantar en público, y si no lo hacían iban a llevarsela a la comisaría por resistencia a la autoridad. Llegaron incluso a tomarla del brazo.
Cargando a su bebé, que al ver su alimentación interrumpida había estallado en llanto, Coni se dirigió entonces a otro grupo de policías -en este caso varones- para preguntarles cuál era el nombre de sus compañeras. Solo se rieron de ella. Así que se fue conteniendo la furia, pero a los pocos días se decidió a hacer la denuncia. Averiguó en las comisarías y juzgados de la zona y la derivaron a la Comisaría de la Mujer ubicada en Martínez. “Nosotros no manejamos esto porque no hubo delito –le dijeron-. No te maltrató, no te pegó ni a vos ni a tu bebé”.
La joven de 22 años no es en absoluto el centro de la teteada. No lleva ningún cartel y ni siquiera habla demasiado con los medios y hasta parece un poco apichonada. Solo aclara que la denuncia está ahora en manos de la Justicia. Nadie que se atreva a acusar a la policía puede gozar de plena tranquilidad en la Argentina.
Algunos bebés se prenden a la teta a pleno y succionan con ganas. Otros miran, muy pocos lloran y están también, naturalmente, los que duermen como si el mundo no existiera.
Si hay algo que aquí queda claro es que no hay horarios para amamantar. Puede pasar que el chico quiera la teta y estemos en el colectivo, o caminando, o en un restaurant, o en la cola del súper. Algunos lloran y otros la señalan, mientras los más grandecitos la piden clarísimo: “teta”. Casi siempre sucede cuando están cerquita, o cansados, o se quieren dormir. Y no es lo mismo consolarlos con un pedazo de pan, un cartón de Cindor o un yogur, ni siquiera con una mamadera. Quieren eso que reclaman, qué demonios les importa a ellos el lugar. Por qué será –podríamos alguna vez preguntarnos- que nos cuesta tanto a veces adoptar la perspectiva de un niño.
María de Velasco, la mentora de esta gran movida láctea, aclara que no es ni prima, ni amiga, ni nada de Coni Santos, que ella solo se enteró del caso y empezó a movilizar opiniones vía Facebook entre un grupo de vecinos de Villa Adelina, de donde es oriunda. “Me había pasado ponerme a amamantar en la calle y que me miraran mal, pero esto ya me pareció el colmo", explicó. Fue mamá a los 19, hoy tiene tres chicos y desde hace rato que viene reflexionando sobre la lactancia. En un principio medio se le burlaron de la palabra, no era común hablar de “teteada”. Pero la mecha estaba encendida y ahí nomás el fuego comenzó a arder: que dónde, que cómo, que quiénes vendrían, que a qué hora conviene, que quién se anima a hacer un volante, quién a dar una charla.
“Teteada masiva” se llamó el evento en la red social. Las adhesiones no tardaron en llegar mientras los clicks de “asistiré” se sumaban junto a tantos dibujos y fotos y relatos en primera persona que demostraban que algo permanecía latente, que no era un caso aislado el de Coni Santos. Y como San Isidro no es el único lugar donde a las madres que amamantan se las discrimina, entonces las teteadas se multiplicaron hacia las plazas de todo el país: en Rosario se hizo en el Monumento a la Bandera, en Ramos en la plaza Mitre, en Quilmes en la plaza de las Madres, en La Plata en la plaza Moreno, en Córdoba en la plazoleta Agustín Tosco, en Cañuelas en la plaza San Martín, en Resistencia en el Domo del Centenario, en Salta en la plazoleta IV Siglos, en Neuquén en el Monumento al General San Martín, en Mendoza en la esquina de San Martín y Garibaldi, en la ciudad de Buenos Aires, en el Obelisco.
La teta rebelde
Casi todo el mundo sabe que la Organización Mundial de la Salud recomienda el amamantamiento exclusivo hasta los seis meses y la lactancia acompañada de otros alimentos hasta más allá de los dos años. Que los beneficios de la leche materna son únicos tanto para la salud del lactante como para su crecimiento y desarrollo. Que no existe absolutamente ninguna leche de fórmula que se asemeje a la materna, ya que hablamos de un tejido vivo que va cambiando su composición y se adecua a cada bebé para brindarle todos los anticuerpos que necesita. Lo dice la OMS, lo dice la UNICEF, lo dice el Ministerio de Salud, prácticamente todos los pediatras y hasta los afiches en las salas de espera de las guardias. La lactancia materna reduce la mortalidad infantil y tiene beneficios sanitarios que llegan hasta la edad adulta, promueve el desarrollo sensorial y cognitivo y protege al bebé de enfermedades infecciosas y crónicas. Conlleva además beneficios para la madre, refuerza el vínculo afectivo entre ambos y, como si fuera poco, siempre está disponible, en el acto y a la temperatura justa.
¿Quién sería capaz entonces oponerse a dar la teta?
Algo hay de rebelde y contestatario en el acto de amamantar. Porque el mercado voraz que todo lo subyuga y todo lo codicia no ha podido todavía meter su cola en este delgado resquicio de naturaleza gratuita. Porque nada hay que gastar para amamantar, los laboratorios no han sido aún capaces de meter nuestra leche en bolsitas para luego vendérnosla.
La lactancia materna desafía el modelo de mujer consumidora que para todo busca soluciones compradas y fuera de sí misma. Por eso es que la teta resulta, de algún modo, anticapitalista.
Los productores de fórmulas infantiles realizan enormes esfuerzos para expandir sus negocios y en ese tren violan normas de cumplimiento obligatorio destinadas a proteger la lactancia materna: promocionan sus productos en eventos médicos, hacen publicidad en revistas científicas, reparten muestras gratis, distribuyen material de promoción en hospitales y consultorios, emiten mensajes desalentadores de la lactancia en los medios de comunicación. Todas estas conductas están prohibidas por el Código Internacional de Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna en América latina, que se aprobó en 1981 y al que la Argentina adhirió en 1997.
El marketing de sustitutos de leche materna está haciendo su efecto: la encuesta de la Liga de la Leche antes citada reportó que más del 51 por ciento de los argentinos equipara la leche envasada al amamantamiento natural, cuando las diferencias entre una y otra son en realidad abismales.
El ritmo de vida actual y la creencia –equivocada- de que a partir de cierta edad la leche materna no alimenta han llevado a que el período de lactancia fuera acortándose en la sociedad occidental. El dato refuerza aún más la idea de que dar la teta va hoy en contra de la cultura dominante: lleva tiempo, es difícil al principio y la mayoría de las veces requiere alejarse del trabajo cuanto menos por un rato, debiendo confrontar tanto con empleadores como con el sistema de trabajo masculino.
La construcción colectiva
Resulta imposible no entrever en esta gesta el vínculo con ese enorme grito colectivo que hace poco más de un año fue coronado con la frase “Ni una menos”. Porque tras enterarse del asesinato de Chiara Páez el 11 de mayo de 2015 la periodista de Radio Mitre Marcela Ojeda publicó en su cuenta de Twitter: "Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… ¿no vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO”. Luego, un grupo de colegas con buena llegada a los medios masivos empezó a agitar la posibilidad de “hacer algo”. “En ese momento creíamos que íbamos a ser diez locas vestidas de violeta y con un megáfono”, relataba otra periodista, Florencia Etcheves. Pero fueron 250 mil las almas que apenas 23 días más tarde marchaban al Congreso, en tanto otras miles y miles lo hacían a lo largo y ancho del país. Erizaba la piel verlas y escucharlas reivindicar el derecho femenino a decir no frente a aquello que no se desea –una pareja, un embarazo, un acto sexual, un mandato de sumisión, un modo de vida preestablecido- “para poder decir sí a nuestras decisiones sobre nuestros cuerpos”.
No es un caso aislado el de Coni Santos. “Yo pasé un caso similar. Amamantaba a mi bebé en el colectivo y una señora casi me trató de prostituta. Me dijo que si quería hacer ‘esas cosas’ mejor que me bajara y me tomara un taxi. Terminé llorando de la impotencia” se leyó en uno de los numerosos relatos que, luego del episodio en San Isidro, salieron a la luz.
“Tengo una niña de casi dos años y le di teta hasta los 22 meses”, arrancaba otro testimonio. “He aprovechado los lactarios que algunos lugares públicos tienen, pero también tuve que dar teta en plazas, aeropuertos, estudios de filmación, restaurantes y reuniones familiares. Si bien me tapaba sutilmente lo que podía tapar, hay una edad en la que ellos ya no solo toman sino que les gusta ‘mirar’ la teta, o toman un poco, ven alrededor y luego vuelven a la teta. Al padre de mi hija eso le daba vergüenza, me decía que nuestra cultura no es así. O si lo hacía delante de sus amigos, me acusaba de querer seducirlos. Tuve que enfrentarme con él muchas veces”.
Le pasó el año pasado a la diputada Vicky Donda, cuando una foto amantando a su hija en el Congreso desató tamaña polémica. Le pasó en España a la legisladora de Podemos Carolina Bescansa, que se presentó al recinto con su bebé de seis meses y literalmente le llovieron las críticas: que estaba haciendo un uso político del niño, que daba un mensaje contraproducente, que para qué lo llevaba si en el Congreso hay una guardería. A casi nadie se le ocurrió que tanto Vicky como Carolina son junto a todas las mujeres de la tierra dueñas absolutas de proceder con la lactancia materna como mejor les plazca.
Al final no estaba tan sola Coni Santos.
Tapar o destapar
A María de Velasco le bloquean el Facebook por publicar una foto de un pecho con una gota de leche y la leyenda “Viva la teta revolucionaria. No nos van a detener por dar amor”.
De un día para el otro todos están hablando de las tetas. Algo sucede en nuestra cultura con los pechos de la mujer.
El intendente de San Isidro, Gustavo Posse, salió a decir que se solidarizaba con Constanza, que fue una "decisión equivocada" la de las agentes policiales y que instruyó al comisario de su fuerza a que las "concientice en la defensa de las libertades públicas".
Hay quienes hablan de un recrudecimiento del Estado policial y vinculan el episodio con aquel en el que un guarda ferroviario pidió a dos federales que obligaran a un pasajero a bajar del tren Mitre por el solo hecho de portar un cartel en el que tildaba a Mauricio Macri de mentiroso.
Los foros arden. Algunas voces se apresuran a aclarar que “ojo con lo que están diciendo. Miren que la teteada no es política”.
Hace tiempo los movimientos de mujeres protestan con su cuerpo, desnudan su torso y escriben consignas de lucha que hacen ruido alrededor del mundo. Las activistas de Femen se volvieron fuertes en Europa protestando en toples contra el turismo sexual, los femicidios y la penalización del aborto, al tiempo que campañas como #Free the nipple (“libera el pezón”) y #Free to feed (libre para amamantar) se han concentrado en el derecho de amamantar en público.
“Las distintas culturas -léase sus hombres, que son quienes establecen las reglas- exigen que las mujeres tapemos nuestras cabelleras, nuestros rostros, nuestros tobillos, nuestras tetas. Que ocultemos lo que no les gusta (las arrugas, las canas), y que aumentemos lo que los provoca con siliconas en tetas y culos”, decía Monique Altschtul, de la Fundación Mujeres en Igualdad, entrevistada por Mariana Iglesias para una nota titulada “El poder de las lolas”.
Amantar es un derecho que en la Argentina está protegido por la Ley nacional 28.873 de Promoción y Concientización Pública sobre la Lactancia Materna, promulgada en 2013 y reglamentada en 2015. Lo que no existe es ninguna ley ni ordenanza que prohíban amamantar en público. Cualquier madre puede ofrecer a su hijo el pecho cuando y donde quiera.
Tres de cada diez argentinos se sienten sin embargo incómodos frente a una madre que amamanta a su bebé y creen, por lo tanto, que se trata de algo que debería hacerse en privado. Son datos de la Primera Encuesta de Opinión Pública sobre Lactancia Materna que la Liga de la Leche llevó a cabo el año pasado.
“Ocurre sobre todo en Occidente que la función sexual y nutricia de los pechos están superpuestas. Es una cuestión de cultura. Y cambiar una cultura lleva por lo menos cien años”, señaló esta semana en declaraciones radiales Mónica Tesone, coordinadora de enlaces profesionales de la división internacional de la Liga de la Leche. “Los pechos son sexies porque así nos lo enseñaron, pero en las sociedades donde no hay vergüenza ligada al amamantamiento no son vistos como algo sexualmente estimulante”, agregó. Y relató también que en países como Gran Bretaña o Puerto Rico existen normas que describen la prohibición de amamantar en público como discriminación a la mujer. Aunque advierte: “Tuvieron que crear leyes especiales para eso”.
“Lactancia Materna, clave para el desarrollo sostenible” será el lema de la próxima Semana Mundial de la Lactancia Materna del 1 al 7 de agosto de 2016. Se pensó en sintonía con el Objetivo de Desarrollo Sostenible número once, que pretende conseguir que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilentes y sostenibles. “A eso lo podemos ligar con las madres lactantes y sus bebés, que necesitan sentir seguridad y ser bienvenidas en todos los espacios. Cuanta más gente pueda ver a las madres amamantando en diferentes situaciones, más fácil va a ser el cambio. Tenemos que seguir trabajando para que amamantar sea algo natural en cualquier sitio”, concluyó Tesone.
“Ignorancia y autoritarismo hacen que sectores masculinizados vean al pecho solo como un objeto erótico. Entonces aparece la interdicción de amamantar en público, porque se considera una exhibición obscena”, dice Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. En ese sentido, según ella, el ‘piquetetazo’ es una estrategia de participación ciudadana que tiene que ver con un acto de desobediencia civil y con una búsqueda de transformación de la cultura bien interesante, porque habla de una democracia más participativa. Me parece valiosa esa reivindicación de esos actores tan explotados y al mismo tiempo desfavorecidos que son las madres, y sobre todo las madres jóvenes, y sobre todo las madres jóvenes y pobres.
Activismo público, pechos al descubierto para reivindicar la libertad de las mujeres de decidir sobre sus cuerpos y sus vidas repudiando a la vez una cultura machista que solo tolera a la teta cuando aparece en sus propios términos.
Suena demasiado político como para no ser político.
La lactancia y el feminismo
El feminismo ha ido tramitando con variantes las cuestiones de maternidad y lactancia. En plenos ‘60 y a medida que la participación de la mujer en el mercado laboral crecía, la teta empezó a tomarse como un obstáculo para la realización profesional. No por nada fue la época de auge de las leches de fórmula. El amamantamiento era en ciertos círculos hasta mal visto y muchas mujeres advertían una conquista en la opción -también válida- de dar la mamadera.
Con el tiempo, y en especial de la mano del feminismo de la diferencia, fueron apareciendo otras miradas que defendían a la función maternal como una cuestión central para la identidad femenina y a la lactancia como un derecho al uso del propio cuerpo. Pero las tensiones no han sido del todo saldadas.
Queda flotando, en este y otro orden, una gran contradicción: más allá de todo lo que la OMS sugiera, no están dadas hoy en la Argentina las condiciones para cumplir con los seis meses de lactancia exclusiva cuando las licencias por maternidad culminan en el mejor de los casos a los 90 días. Jornadas de trabajo más cortas y flexibles para ambos padres forman parte, junto al aborto legal, seguro y gratuito- de una de las grandes deudas que la democracia tiene para con la mujer.
De tetas y mandatos
“Todas queríamos dar la teta con la convicción de quien se juega en ello el título de madre” escribía Margarita García Robayo en Anfibia para referirse a la presión social a la que se enfrenta una primeriza que, pese a un esfuerzo gigantesco, resulta así y todo incapaz de amamantar.
En Mi amiga del parque, el último y sensible drama de Ana Katz, Julieta Zylberberg interpreta a una puérpera, Liz, a quien se le caen las lágrimas cada vez que se ve obligada a explicar: “lo que pasa es que no tenía leche”. Durante una escena corre con toda premura hacia su casa para evitar que la nanny le dé al bebé su mamadera, algo que, según le explicó el pediatra, debería hacer ella misma “por el vínculo”.
Florencia Kirchner adelantó antes de ser madre que no pensaba dar la teta. Habló sí de las múltiples ventajas de la leche materna, pero explicó que a ella simplemente no le gustaba la idea de hacerlo. “Afirmar que ‘dar la teta es lo mejor de vos’ es sentenciar a las mujeres. Con esos mensajes no se promueve ni se informa, se sentencia”. Y advirtió: “de paso se oculta el dolor de los pechos, las mastitis, los bebés que la rechazan y la extrema dependencia”.
Hasta Marge Simpson se enfrentó a la mirada reprobatoria de un grupo de mujeres cuando al ingresar por error con Maggie en brazos a un “círculo de la leche” debió confesar que “lo admito, le doy fórmula a mi bebé” mientras amenazaba a sus congéneres… con una mamadera.
“La idea de que si no das el pecho eres una mala madre o, cuando menos, una madre no todo lo buena que sería deseable, es omnipresente. Las que no amamantan intentan conjurar las críticas y el sentimiento de culpa aclarando que no es que no quieran, es que no pueden. El problema es que los defensores de la lactancia consideran que prácticamente ningún obstáculo es motivo suficiente para abandonarla: la literatura especializada abunda en espeluznantes ejemplos de amamantamientos heroicos. Así que las mujeres que no dan el pecho difícilmente puedan escapar a la sensación de culpa por no haber estado a la altura”, marca la filósofa Carolina del Olmo en ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista.
Por eso esta teteada no puede –no debe- ser una oda a la lactancia ni una idealización que pase por alto las diferencias individuales.
“Dar la teta es un derecho y un logro que empodera. También una elección, y a veces hasta un lujo: hay que ser capaz, no abandonar en el intento, tener apoyo e información”, sostiene la licenciada en Psicología Luciana Ré. “Ahora bien: tampoco la sacralización. Hoy por hoy veo entre mujeres educadas una especie de revuelta naturalista que ha convertido a la lactancia en mandato, un mandato al que podemos meter en el mismo combo de la crianza con apego, el colecho y el porteo. Me parece que con este discurso de que somos mamíferos hay una oleada que me huele a biologicista y que termina siendo tendenciosa y reduccionista. Claro que es valioso defender la lactancia, pero sin atrincherarse”.
Irene Meler subraya la necesidad de no trasladar a las mujeres una responsabilidad que es del Estado. “Muchas veces se ha tratado de descargar el peso de la reproducción generacional en los actores sociales más débiles. Entonces, si la estructura social es inequitativa, si hay sectores de la población que están excluidos del consumo de los bienes más básicos y si hay chicos que corren el riesgo de crecer con deficiencias nutricionales, eso pretende solucionarse mediante el pecho femenino. Y en lugar de generar políticas públicas que fomenten el empleo, el crecimiento económico y el bienestar general lo que se busca es paliarlo, estimulando a las mujeres como una especie de producción ganadera sin costo marginal alguno”. Para Meler, el cuidado de los niños es una responsabilidad colectiva de las generaciones adultas y es el Estado el que debe regularla.
La teta no puede ser entonces un mandato que viene de afuera y debilita, sino un deseo y un derecho que tiene que ser garantizado desde el Estado. Solo así la lactancia se transforma en un acto que empodera y a la vez confronta un poder que viene ejerciéndose sobre el cuerpo femenino.
Este 23 de julio quedará en la memoria colectiva como el día en el que por primera vez miles de argentinas se mostraron orgullosas amamantando en público.
Si hay algo que define a nuestro género, son los lazos de solidaridad que surgen frente a lo que a todas nos toca. Por eso la lactancia no puede ser una lucha individual, ni un triunfo personal ni otra estúpida historia de meritocracia.
Libertad: de eso se trata. A ejercer la maternidad sin mandatos y a elegir la mejor forma de nutrir a nuestros hijos con la debida información y sin ningún tipo de asedio, temor o vergüenza.
Que el corset quede entonces para los prejuicios y el machismo; y la vergüenza para los tratantes y represores. Nada de lo que es verdadero y amoroso debería ser tapado. Muchísimo menos una mujer con su bebé y su teta.