Texto publicado el 6 de junio de 2016
Foto 1: Federico Cosso.
En su libro En busca del tiempo perdido Marcel Proust revela que “Los hechos no penetran en el mundo donde viven nuestras creencias, y como no les dieron vida no las pueden matar, pueden estar desmintiéndolas constantemente sin debilitarlas, y un alud de desgracia o enfermedades que una tras otra padece una familia, no le hace dudar de la bondad de su Dios ni de la pericia de su médico”.
De manera similar, las creencias y los prejuicios que sustentan gran parte del andamiaje social, jurídico y político que consiente la vulneración de los derechos de las mujeres parece no debilitarse ante la tragedia de que cada año, en Argentina, mueran cientos de ellas. Los hechos, como dice Proust, no desmienten las creencias ni pueden matarlas. A veces, ni siquiera las debilitan.
No alcanza ni el dolor por las vidas perdidas, por los centenares de niños huérfanos, por los niños asesinados como forma de venganza hacia sus madres; ni el sufrimiento de hermanos, padres y madres de las mujeres víctimas. Tampoco los gastos que afronta el Estado en salud pública y pensiones por discapacidad producto de la violencia machista, ni los problemas laborales que sufren esas mujeres, ni los problemas escolares y de vinculación de los niños que viven en hogares violentos. Ninguno de estos hechos parece debilitar la creencia sexista de que las mujeres, por alguna razón, merecen ser “castigadas” y deben ser “corregidas”.
Como si fuera necesario “poner las cosas en su lugar”, recomponer un orden jerárquico en el que a lo femenino se le adjudica un valor inferior y de subordinación, la violencia ejercida contra ellas parece ser producto de la “desobediencia” a este orden. Pero el problema pocas veces se focaliza en las jerarquías, sino mas bien en las mujeres.
A pesar de la contundencia de las estadísticas, hay una obstinación en pensar a las mujeres como culpables y no como víctimas, y a la violencia contra las mujeres como un problema personal y no como un problema público. Para hacer inteligible el ejercicio de la violencia hacia las mujeres, debemos comprender que las razones no se agotan en un individuo, ni en historias personales, sino que proviene de una construcción intersubjetiva en la que intervienen los mas variados actores sociales.
No son los hechos entonces, por más contundentes que resulten, los que debilitarán o extinguirán las creencias compartidas, sino un trabajo colectivo destinado a desmontar la estructura que por un lado consiente y por otro garantiza la subordinación de las mujeres. Esta tarea requiere de la construcción de lazos sociales basados en valores en los que los derechos y la libertad de las mujeres no sean vistos como amenazas a la masculinidad. Se trata, sin lugar a dudas, de un trabajo arduo.
Ni una Menos, lejos de ser una manifestación espontánea, una toma de conciencia repentina de la sociedad por el elevado número de feminicidios o el resultado de una exitosa convocatoria de algunas mujeres, es la expresión pública de un trabajo de transformación. Un trabajo realizado a lo largo de décadas para que las conductas consideradas propias del rol asignado a las mujeres pasaran a ser lentamente reconocidas como un problema de interés público, sobre el cual el Estado y la sociedad deben dar respuesta.
Se trata de trabajo minuciosos y sostenido que debe realizarse en varios frentes: sobre las propias mujeres y concomitantemente sobre los varones que ejercen violencia, pero también sobre quienes la consienten por acción u omisión (vecinos, familiares, amigos). Asimismo es un tarea que debe comprometer a todos los agentes, públicos o privados, involucrados en el problema: funcionarios de gobierno, médicos, abogados, jueces, policías, periodistas, trabajadores sociales, psicólogos.
Las acciones para desmontar la estructura jerárquica que acepta y justifica la violencia contra las mujeres fueron lentas y tímidas al principio y quienes las iniciaron no necesariamente tienen hoy un reconocimiento público por su trabajo militante. En esta nota quiero destacar al menos cuatro de los espacios a partir de los cuales se ha trabajado arduamente (y en algunos aún se trabaja) para debilitar las creencias que sustentan el consentimiento de la violencia hacia las mujeres:
La militancia feminista y los grupos de concientización. El primer paso para llevar las las desigualdades de género propias el ámbito doméstico a la arena pública surgieron en Argentina a comienzos de los años 70 con los grupos de “autoconciencia” o “autoconocimiento”. Concienciación fue el neologismo que las integrantes de Unión Feminista Argentina (UFA) usaron para traducir el término en inglés conscienciousness-raising. Estos grupos se desarrollaron en Buenos Aires en un momento de expansión de la cultura psicoanalítica y fueron considerados el germen y el saber profundo necesarios para sostener la consigna: lo personal es político. En estos encuentros se pasaba del relato ‘lo mío es algo muy particular’ a encontrar las cosas comunes a los problemas que preocupaban a las mujeres. El uso de la palabra, condiciones que inspiraran confianza, estrategias tendientes a no jerarquizar el grupo, el compromiso de escuchar sin interrumpir y sin juzgar, la “desparticularización” de los relatos y la objetivación de las experiencias personales fueron las técnicas utilizadas por las mujeres para dar nuevos sentidos a sus experiencias de sufrimiento.
Debatir en espacios colectivos temas considerados “íntimos” o “personales”, fue la forma de subvertir el ideal republicano de división y oposición entre lo público y lo privado. El espacio privado se convertía en público con técnicas tan simples como eficaces: el uso de la palabra, la creación de un público y la utilización de espacios colectivos . Por esto la consigna lo personal es político fue una de las más importantes para el feminismo de los 70 y continúa siéndolo aún hoy. Ha sido y es uno de los primeros pasos para transformar “problemas personales” en “problemas públicos” y desmontar la estructura que sostiene la desigualdad.
En otros ámbitos y sin este nombre, o con la denominación de grupos de autoayuda, muchas mujeres también se reúnen para compartir sus experiencias de violencia y colocarlas en un plano social y comunitario.
Las feministas en las universidades. Desmontar las creencias que garantizan la desigualdad y justifican la violencia exige también un extrañamiento con los datos de la realidad que se aceptan como “normales”. Una de las formas de lograrlo es a través de una reflexión profunda sobre las representaciones que tenemos del mundo, especialmente las más cotidianas.
El aspecto cognitivo de los problemas públicos refiere precisamente a las creencias acerca de los hechos que constituyen el problema. Por ejemplo, las teorías del sentido común acerca de por qué la violencia contra las mujeres: “porque viajan solas”, “porque usan ropa provocativa”, “porque no se ocupan debidamente de sus maridos”, “porque no respetan a su marido”.
Para gran parte de las mujeres la formación universitaria abre la posibilidad de tener una experiencia de extrañamiento con sus propios códigos culturales, especialmente cuando toman contacto con la teoría feminista y de género, que les brindan herramientas para modificar las categorías a partir de las cuales han aprendido el ordenamiento jerárquico de las relaciones de género. La recodificación de las categorías cognitivas es una tarea que se realiza en forma permanente organizando grupos de lectura, encuentros, jornadas, congresos y discusiones sobre temas y problemas que afectan a las mujeres en tanto tales.
Muchas de nosotras hemos conocido el feminismo y nos hemos convertido en feministas a partir de los cursos de género y feminismos de profesoras comprometidas con los derechos de las mujeres y a su vez lo transmitimos a nuestras alumnas. Para las feministas la acción política presupone una subversión cognitiva, una conversión de la visión del mundo. Otra herramienta necesaria para desmontar la estructura que consiente y garantiza la subordinación de las mujeres.
Los organismos gubernamentales para la igualdad de oportunidades entre varones y mujeres, impulsados por mujeres comprometidas con los derechos de las mujeres. A partir de 1983, con el advenimiento de la democracia y el regreso al país de muchas mujeres exiliadas que se convirtieron en feministas en otros países se impulsó la creación de agencias gubernamentales para tratar problemas vinculados a la igualdad de género, entre ellos la violencia contra las mujeres. El puntapié inicial fue en 1987 cuando se creó a nivel nacional la Subsecretaría de la Mujer durante el gobierno de Raúl Alfonsín y en el marco de esta subsecretaría se formuló el Programa Nacional de la Violencia Doméstica y se convocó al Primer Encuentro de Centros de Prevención y Asistencia a la Mujer Golpeada.
Los Encuentros Nacionales de Mujeres. Los Encuentros Nacionales de Mujeres, que se iniciaron en Argentina en 1986 después de la III Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Nairobi (Kenia), son uno de los espacios privilegiados para el debate público. Se trata de una movilización pública y colectiva que se realiza en nombre de los derechos de las mujeres, y que tiene escazo reconocimiento mediático a pesar de las multitudinarias convocatorias. Cada año se realiza en una ciudad diferente del país y allí se trabaja para lograr el reconocimiento de problemas e intereses colectivos y lograr colocarlos en la agenda pública.
Durante los tres días que dura el Encuentro de Mujeres se realizan talleres temáticos. En la definición de los temas se reconoce y legitima lo que merece ser discutido. Son temas definidos por mujeres y donde también ellas las que ofrecen soluciones y reclaman ante “los responsables” por el cumplimiento de la ley y por el reconocimiento de sus derechos. La definición de los temas de los talleres se convierte en una especie de “agenda pública” preliminar que se hará efectiva en las conclusiones del Encuentro y en su posterior divulgación. Esta forma de construir agenda es otra de las formas de transformar una situación particular en un problema social y público, a fin de lograr que sea reconocido por el Estado.
Por otra parte, la presencia masiva de mujeres en los ENM desafían el comportamiento cotidiano de las mujeres de la ciudad. Las que van al Encuentro escenifican una situación excepcional. Durante esos días las mujeres ocupan varios espacios de la ciudad (hoteles, escuelas, restaurantes, plazas, las calles). Ante este desafío al sentido común, en cada ciudad donde se realiza el Encuentro se establece una especie de diálogo con los/as habitantes del lugar que varía desde la aceptación y el festejo a la oposición y el fuerte rechazo.
Desde las universidades, las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos, los organismos gubernmentales, las mujeres han trabajado para transformar la mirada dominante acerca de las relaciones de género. Desde hace un tiempo y hasta ahora las “cuestiones de género” han logrado ser consideradas un problema digno de atención por parte del Estado y la sociedad.
Desde la militancia feminista se ha habilitado un corpus teórico que se refleja en la creación de centros y programas de estudios de género y feministas en las universidades; comisiones de género en los partidos políticos, en los sindicatos y en distintas instancias gubernamentales (y hasta empresariales); además del reconocimiento de los derechos de las mujeres en los sistemas internacionales de protección de los derechos humanos.
Los cuatro espacios descriptos explican, al menos en parte, un cambio que se hizo visible en la concentración, multitudinaria y generalizada en diversas ciudades de la Argentina y algunos países de la región, convocada bajo la consigna Ni una Menos. Y también ayuda a comprender la forma particular bajo la cual se produjo esta concentración que no se asemeja a ninguna otra.