Foto de portada: Prensa Senado Federal de Brasil
Fotos interior: Julia Muriel Dominzain y Diego González / Prensa Senado Federal de Brasil / Prensa Michel Temer
“We want the hole workers party in jail”. El cartel -que pide en inglés que todo el PT vaya preso- es uno de los tantos que portan los brasileños que en la noche del miércoles 11 de mayo celebran sobre la Avenida Paulista, el centro financiero más importante de América Latina. Mientras el senado decidía iniciar el juicio político a la Presidenta Dilma Rousseff en una sesión que duró 21 horas y terminó 55 a 22, unas cuatrocientas personas festejaban con remeras de Brasil, banderas de Brasil, panderetas de Brasil, muñecos de Lula vestido de presidiario, vinchas que decían ‘fuera Dilma’ y cartulinas pidiendo auxilio a las fuerzas armadas. A no más de doscientos metros, había un velorio de íntimos: otros pocos cientos de defensores del PT encendían velas sobre el asfalto formando la palabra “lucha”. Cada uno de los 71 oradores habló 15 minutos y se votó a las 6:30 de la mañana. Acto seguido notificaron a Dilma: se inicia el juicio político y debe apartarse de la presidencia por 180 días. Tres horas después, la presidenta posteó en las redes sociales: "Es golpe".
Tras recibir la notificación, Dilma habló en el Planalto. Ministros y funcionarios la recibieron cantando "Dilma guerrera de la patria brasilera". Vestida de blanco habló quince minutos y dijo: "Lo que está en juego no es mi mandato sino el respeto a las urnas”. Y continuó con la idea de resistir: “Sufrí el dolor de la tortura, sufrí el dolor de la enfermedad, ahora sufro el dolor de la injusticia. La lucha contra el golpe es larga, se puede ganar. Nosotros vamos a vencer”. Después salió a saludar a quienes habían ido a bancarla. Pero bajó por una puerta alternativa, no usó la simbólica rampa por la que los presidentes entran o salen cada vez que comienza o finaliza un mandato.
La temporada sobre el golpe “a baño maría” del House of Cards brasileño terminó con un capítulo que tuvo sobresaltos pero ningún giro inesperado: Dilma está afuera, Eduardo Cunha -ex presidente de la Cámara y gran armador del impeachment- también, el próximo objetivo será que Lula vaya preso y el poder está por tercera vez en manos del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aunque nunca haya sido con el voto popular.
El flamante presidente del Brasil se llama Michel Temer, fue dos veces vice de Dilma y tiene una intención de voto de 2 por ciento. Según la Constitución, deberá gobernar durante este tiempo. Los Senadores son 81, si mantienen los votos de anoche, les alcanzaría para condenar a Dilma -precisan dos tercios-. En ese caso, Temer terminaría el mandato hasta el último día de 2018.
Temer es un hombre de gestos suaves, sin excesos, que no es hincha de ningún equipo de fútbol. Supo estar en contra del PT. También a favor. Y ahora de nuevo en contra. El abogado paulista pertenece al PMDB desde 1981 y lo preside desde el 2001. El partido no tiene un claro perfil ideológico pero sí territorio, y se jacta de ser el garante de la gobernabilidad. Temer, de 75 años, está casado con Marcela, una joven de 32 a la que la revista Veja definió como “bella, recatada y del hogar”. Su programa de gobierno (“Un puente para el futuro”) está esbozado en 19 páginas y dice 15 veces la palabra “ajuste”.
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Las heterogéneas organizaciones que surgieron a lo largo de los últimos tres años -Vem pra Rua (Vení a la calle), Movimiento Brasil Livre (MBL), La Banda Loka Liberal, Revoltados online, entre otros- fueron las que convocaron a los festejos: las caras visibles del impeachment. Para amenizar, tocó algunas canciones “Boca nerviosa, el exterminador de la corrupción”. El escenario, para simplificar la metáfora, estaba en la puerta del imponente edificio de la Federación de Industriales del Estado de San Pablo (FIESP). Sí, los que en el último tiempo decidieron soltarle la mano a Dilma Rousseff.
Sobre la calle, sostenidos por tensores, flotaban los mismos inflables de quince metros de alto de todos los encuentros: Lula vestido de preso, la suspendida Presidenta con una sonrisa perversa, antifaz, cejas arqueadas y una valija que dice “Cuba” y el presidente de Senadores Renan Calheiros con una bomba en la mano. A pocos metros, custodiado por personal de la FIESP, otra celebridad: el pato. El gigante amarillo de plástico provoca adoración de todo manifestante pro impeachment y el deseo desesperado de cualquier defensor de Dilma de desinflarlo de un pinchazo. La carismática caricatura sintetiza la consigna de los empresarios brasileños: “No vamos a pagar el pato”. Algo así como gritar, desde un yate, “¡que la crisis la paguen los trabajadores!”
Según declaraciones a la red O Globo, Geddel Vieira Lima -hombre del riñón del nuevo presidente- dijo que Temer “no quiere sobresaltos, quiere seguridad y un mercado tranquilo”. Quizá porque les habla a ellos -y no precisa dirigirse a potenciales votantes- el programa de gobierno carece de pudor. Abre la puerta para las privatizaciones y promete aumentar la edad jubilatoria, terminar con los aumentos obligatorios en salud y educación. También establece que los acuerdos entre capital y trabajo en el mundo privado estarán por encima de lo legislado, que habrá libre comercio con Estados Unidos, Asia y la Unión Europea “con o sin compañía del Mercosur”. Propone un Estado que no “distorsione los incentivos de mercado”.
A la una y media de la madrugada, el senador del PT Luiz Lindbergh Farias subió al estrado con el documento “Un puente para el futuro” en la mano, lo revoleó y dijo:
—Ésto que quieren hacer, la restauración del neoliberalismo, sólo pueden hacerla por un golpe.
Ya el 1 de mayo, al terminar el acto del PT por el día de los trabajadores en la Plaza de la Redención de la ciudad de Porto Alegre -uno de los primeros bastiones del partido-, la diputada Federal Maria do Rosário había dicho:
—No vamos a reconocer a Temer, consideramos que es un golpe de Estado y que hay intereses internacionales enfocados en la región. Los neoliberales se organizan para estructurar fuerzas internas en los países contra los gobiernos progresistas.
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Hasta el domingo a la noche, aunque el país atravesaba una tormenta de crisis yuxtapuestas, había una certeza: el juicio político contra Dilma avanzaba tal como se preveía. Pero apareció Waldir Maranhão, un ignoto legislador que por la destitución de su antecesor había llegado a la presidencia de la cámara de diputados. El lunes 9 por la mañana, el hombre del Partido Progresista, que es de centro derecha, escribió dos carillas con las que anulaba las sesiones del 15, 16 y 17 de abril en las que 367 diputados votaron a favor del juicio político y 137 en contra. Calheiros anunció velozmente que la sesión del miércoles se haría igual y dijo que Maranhão estaba “jugando con la democracia”. Los mercados gritaban fuerte ante el capricho: el real cayó un 0.54 por ciento y la Bolsa de San Pablo bajó un 1,41.
Caos. Bagunza. Vale tudo: a la crisis entre los poderes se le sumaba ahora la pelea dentro del Legislativo. Mientras Dilma hacía declaraciones cautelosas y Temer hablaba de su futuro gabinete por la red O’Globo, dos movilizaciones (una a favor y otra en contra) agitaban sobre la Avenida Paulista separados por cien metros y unos cincuenta policías. A la noche, Maranhão anunció que anulaba su decisión de anular la sesión. El martes los mercados amanecieron ganadores: el Bovespa de San Pablo subió un 4.08 por ciento, empujado por la minera Vale, Petrobrás y el sector financiero. La jornada del lunes fue la metáfora perfecta de la crisis total del sistema político.
Hoy en Brasil existen 35 partidos y 28 tienen representación parlamentaria. Los tres principales -PT, PMDB y PSDB- suman 190 diputados de 513, es decir, sólo el 37 por ciento de la Cámara Baja. Esta representación “pulverizada” fue, tal vez, el átomo de la descomposición. Además, el sistema electoral favorece a los individuos sobre la organización -se votan personas, no partidos-. El escenario conforma lo que en Brasil se conoce como un “presidencialismo de coalición” que estimula alianzas opacas y hasta contradictorias.
Detrás de la búsqueda para conseguir mayorías se encuentra la punta del hilo de algunas de las denuncias de corrupción como el Mensalão de 2005 y el Lava Jato actual. Aunque los medios hayan puesto el foco sobre el partido oficialista, los escándalos los salpican a todos. Según la ONG Transparencia Brasil, el 53 por ciento de los diputados y el 55 de los senadores fueron citados por la justicia.
Esto explica, en parte, que el pedido de impeachment contra Dilma no hable del Lava Jato ni de un hipotético financiamiento turbio en su última campaña. A Dilmase la aparta de su cargo por 180 días no por corrupta, sino para investigar una bicicleta administrativa supuestamente irregular conocida como pedalada. Esto, consideraron los parlamentarios, constituiría un “crimen de responsabilidad”.
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La pregunta es por qué los empresarios decidieron girar sobre su eje y volverse militantes del impeachment si las políticas económicas del PT no iban en contra de sus intereses. Y la respuesta es, principalmente, política. El profesor de Ciencia Política de la Universidad de Campinas, explicaba el proceso en el Café de la Librería de la cultura, a pocos metros de la Avenida Paulista:
—Si bien es cierto que en el último tiempo no ganaron tanto como en los años anteriores, el dato fundamental es que tomaron una decisión de mediano plazo. Hace dos años hay una parálisis por la incertidumbre política, entonces decidieron cambiar. El costo está dentro de los cálculos.
Según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), desde que el PT empezó a gobernar en 2003 hasta 2015, el país creció a un promedio del 2.9 por ciento anual. El pico fue en 2010, cuando se alcanzó un 7.5 por ciento. Desde 2014 sólo se creció sólo un 0.1 y en 2015 decreció un 3.8, cifra similar a la que espera para este 2016.
—A la nueva derecha los financian ellos, los empresarios fantasmas de la manufactura. Hay un chiste que dice que “FIESP” significa Federación de importadores, en vez de industriales. Ellos importan y ensamblan. Es más, Paulo Skaf -el presidente- no tiene más industrias y es del PMDB.
Son estos sectores los que en este nuevo contexto de crisis en el sistema de representación buscan nuevos liderazgos, con otra liturgia y estética. Días antes del golpe final, en una moderna oficina del Barrio paulista Bela Vista, Kim Kataguiri, líder del Movimiento Brasil Libre, explicaba:
—Esta lucha puede ser considerada el mito fundante del liberalismo. Cuando la regla es tener movimientos sociales financiados por el gobierno y que el poder económico y la cultura estén a la izquierda, la rebeldía es ser liberal.
Kataguiri tiene 20 años, estudia abogacía, es columnista estrella de Folha de San Pablo y puede postear en Facebook un vídeo exitoso con la misma facilidad con la que habla frente a miles de personas sobre achicar el Estado, disminuir los impuestos y que Brasil se convierta al parlamentarismo. A su alrededor compañeros del MBL trabajaban en mesas grupales. Mientras uno diseñaba un meme, otro editaba un video para subir a Facebook (donde tienen un millón doscientos mil likes), y un tercero esperaba la lista de posibles ministros de Temer para “empezar una campaña en contra”.
El viernes anterior nueve jóvenes de Pueblo sin Miedo y Brasil Popular (frentes conformados por organizaciones sociales anti golpe) se auto convocaban en una oficina cerca del Mercado Central de Porto Alegre. Sentados en círculo en sillas pupitre debatían, desorientados por la “falta de directivas” de la dirigencia del PT.
—Es un ataque continental. Los tipos son geniales: lograron salir de una crisis mundial capitalista con más capitalismo —dijo Ramiro Castro, abogado, 23 años, hijo de militantes del PT.
—Pero nosotros no rompimos con el neoliberalismo en ningún momento. No se lo enfrentó en los hechos. El otro día un profesor me decía que él había votado al PT pero que no hicimos nada por la clase media. ¡Es increíble! —dijo Clarananda Barreira, politóloga.
—Los que se beneficiaron, ahora dicen que era la obligación del gobierno, que era “natural”. La clase media siempre tiene la ilusión de ser rica. Pero nadie se hace rico en Brasil: o nacés rico o no sos rico.
—Nosotros hicimos mucho por la clase media, pero el problema es que no tuvimos un discurso para la clase media —respondió Ramiro, autocrítico.
—Y los medios fueron un cuentagotas que cayeron sobre la cabeza de los padres de familia sin parar —agregó un estudiante de periodismo.
—No usamos todas las herramientas que teníamos para instalarnos en la calle. Es nuestro lugar.
Muchos encuentran el caldo de cultivo en las movilizaciones de junio de 2013. Hasta ese momento Brasil era una estrella rutilante: tenía por delante la organización de un mundial de fútbol y los juegos olímpicos. Lula quería un asiento permanente para su país en el consejo de seguridad de la ONU. The Economist se rendía a los pies del gigante con tapas elogiosas. Según el índice de Gini, desde 2003, aunque despacito, la desigualdad no paraba de caer: de un 0.58 en 2002 a un 0.51 en 2014. Treinta y seis millones de brasileños salían de la pobreza y se incorporaban al mundo del consumo interno que, a su vez, favorecía a la burguesía nacional en un país de 204 millones de habitantes. En un mundo de commodities a precios altos, el del PT fue un modelo de desarrollo del win win. Lula había dicho en su asunción que quería que todos comieran tres veces por día. Parecía que el PT lo iba a lograr. Y el emblema para alcanzar ese objetivo era el programa social Bolsa Familia.
En ese momento, Kataguiri tenía 17 años y cursaba la secundaria en Limeira, un municipio en las afueras de San Pablo. Sus padres (él, metalúrgico y ella ama de casa) nunca le habían hablado de política. En medio de una clase, la profesora de historia se refirió a “Bolsa de familia” y dijo que había disminuido la desigualdad, que había acabado con la miseria, que había hecho el país crecer.
Kataguiri desconfió, volvió a su casa, se metió en Google, investigó y concluyó que el crecimiento económico del país era gracias a “la base que había dejado Fernando Henríquez y al prometedor escenario internacional”. Entonces se sentó frente a su webcam y se grabó respondiéndole a la docente. El vídeo se viralizó. Desde entonces no paró. Se hizo medianamente conocido y empezó a asistir a foros del Instituto Liberal, a seminarios de la Escuela Austríaca.
Las movilizaciones de junio de 2013 son un tema de tesis en sí mismo, fueron una especie de catarsis colectiva. Según el profesor Morales, se trató de dos fenómenos: la primera semana eran reclamos de unos miles que pedían por transporte público gratis y mejor educación, pero después de algunas represiones policiales, los medios empezaron a cambiar el calificativo. Pasaron de llamar los manifestantes “bandidos”, a nombrarlos “héroes de la patria”.
—Desde entonces, ya no fueron los movimientos los que convocaron: fue la TV. La derecha percibió que ahí existía un campo para crecer. Y tienen una gran ventaja: tienen de su lado a los medios comunicación que no pueden hacer todo pero ayudan. Ayudan mucho —explicó mientras la Avenida Paulista se iba llenando de manifestantes pro y anti impeachment.
Un país sin tradición en movilizaciones sociales, ahora se alborotaba con muchas y muy distintas. Para el antropólogo Jean Tiblé, “hablar mal de junio es hablar mal de la vida”. La gran paradoja es que el momento en que la política pasó a la calle fue el naufragio del PT.
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En octubre de 2014 Dilma logró su segundo mandato y el cuarto período para el PT. Como en las otras tres oportunidades, hizo falta una segunda vuelta y el adversario volvió a ser un hombre del PSDB. El dato destacado esta vez era que el aire a favor del PT era muy chico (ganó con el 51.6 por ciento) y que el nuevo congreso electo fue uno de los más conservadores de la democracia brasileña.
A poco de asumir, la presidenta economista tomó decisiones que hicieron tambalear su propia base de apoyo: puso de Ministro de Economía a un banquero (Joaquim Levy) y de Ministra de Agricultura a una mujer del agronegocio (Katia Abreu). Fueron gestos contundentes para el empresariado, pero ni así logró contentarlos. En paralelo, cercada por el congreso, amplió el número de ministerios y repartió cargos para ganarse alguna simpatía en el mundo político que pudiera detener un latente juicio político. Para no traicionar a nadie, terminó traicionando a todos.
Las movilizaciones crecían. La de marzo de 2015 fue masiva. Para Castro, el joven del PT, fue el “trailer” de lo que pasó hoy. En diciembre de 2015, el entonces jefe de la Casa Civil Jaques Wagner pronunció una frase que quedará en la historia:
—Mejor un final trágico que una tragedia sin fin.
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Raúl Anglada Pont fue uno de los fundadores del PT y hoy sigue siendo parte de la mesa chica del partido. El hombre, historiador, fue prefecto de Porto Alegre y diputado federal y estadual. Mientras hablaba, en un banco de plaza del Parque de la Redención, los vecinos lo interrumpían cada minuto. Para sacarse una foto. Para pedirle un abrazo. Para agradecerle por todo. Todas las veces, él sonreía y se tomaba el tiempo y el trabajo de levantarse para responder los gestos de cariño.
—Las encuestas nos dicen que el PT va a pagar un precio muy alto por todo esto, pero cuando preguntamos si el partido tiene influencia en el voto, la mayoría dice que no. Este no es un problema del PT, es de todos los partidos.
—¿Y ahora qué se viene?
—¿Nosotros? —repreguntó mientras pensaba y miraba a la gente su alrededor —Nosotros vamos a sobrevivir.