El kirchnerismo no puede ser considerado, desde el punto de vista sociológico, una “minoría intensa”, como afirmó José Natanson, el director de Le Monde Diplomatique, en una muy debatida nota con la cual coincidimos parcialmente. Podría decirse que, dentro del Frente Para la Victoria existen grupos de activistas que disponen de recursos económicos para la tarea política y dedican tiempo completo a la militancia. También que sus simpatizantes participan de distintos encuentros en parques, clubes y centros políticos. Comparten un conjunto de experiencias individuales y colectivas, de valoraciones sobre símbolos y prácticas políticas, como la expansión de derechos sociales para ampliar las bases mismas de la democracia o la aceptación del liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner. Pero eso no convierte a los adherentes kirchneristas en una “aristocracia de la salvación”, en individuos de clases propietarias que se consideran los únicos garantes de la regeneración del orden moral, para utilizar el concepto de Max Weber aplicado por Luis Donatello en su explicación de los Montoneros. Ni tampoco en seguidores de la corriente sunita del islam, con moderado desarrollo en nuestro país, como se mencionó en el artículo. Entre ellos no hay ningún indicio de radicalización o ruptura de sentido con el mundo que justifique una sentencia de ese estilo. El FPV, desde el análisis político, independientemente de lo que deseen algunos de sus integrantes, no es solo el grupo denominado cristinista, conformado en los últimos meses de su gobierno. Incluye, en tensión, a muchos de los tributarios y participantes de los tres gobiernos del FPV, que aún votan y hacen política con los símbolos, canciones y consignas partidarias en disputa.
Suele olvidarse que, tras la derrota electoral de 2015, el cristinismo convive en un desierto opositor con escasa agua, muchos espejismos y pocos oasis, con los fragmentos organizacionales de otras expresiones del vasto universo del FPV. A lo largo de sus tres gobiernos, en el frente confluyeron Felipe Solá, Massa, Moyano, Scioli, Gioja, los peronismos provinciales realmente existentes y a casi todos los intelectuales progresistas y latinoamericanistas, solo para mencionar a algunos. Por lo tanto, hay que comprender su presente dentro de la reorganización de la arena partidaria argentina y de forma relacional con las otras fuerzas políticas. Es imposible, desde la lógica política, explicar tautológicamente al kirchnerismo desde el kirchnerismo, porque la vida social y sus relaciones funcionan de otra forma.
Pero avancemos en una hipótesis sobre la crisis y reorganización partidaria actual del FPV. Podríamos afirmar, con el diario del lunes de los meses siguientes a los resultados electorales bajo el brazo, que el FPV se encuentra ante la mayor crisis de liderazgos intermedios de su corta (o larga) vida. Si observamos a vuelo de águila, los intendentes tradicionales del peronismo perdieron masivamente sus votos; los tres líderes de las CGT (Moyano, Caló y Barrionuevo) están retirándose de la dirección nacional de la central; muchos de los intermediarios culturales de la generación del sesenta y setenta tienen dificultades para procesar los enormes cambios regionales como la visita de Obama a Cuba y Argentina, la irrupción del Papa Francisco, la nueva organización del trabajo, la influencia China o la hecatombe brasilera. ¿Eso permitiría decir, como se ha afirmado en extenso en los últimos años, que el polo del FPV dejará de existir? ¿Se podría aseverar que tiene tres grupos internos en la actualidad? Los que por necesidad o por amor negocian todo con el nuevo presidente, los que no aceptan absolutamente nada de la nueva realidad y los que son opositores, pero quieren seguir en la disputa política y buscan liderazgos alternativos. Entonces, ¿Cómo explicar la Lista de Unidad del PJ o el llamado al Frente Ciudadano de CFK en este contexto?
No compartimos esa apurada apreciación sobre la disolución del FPV: existen evidencias empíricas contundentes de que ese universo de organizaciones que intentan influir políticamente en el Estado y en la sociedad posee grupos reclutados en todas las clases sociales y en todas las generaciones. Desde La Cámpora, las juventudes sindicales, los dirigentes que hoy tienen entre cuarenta y cincuenta en los peronismos provinciales y el massismo, hasta el grupo de Nuevo Encuentro. ¿Y qué pasó con organizaciones nacionales como Kolina o Unidos y Organizados? Ambos se concentran en los espacios de gobierno que conservan, Santa Cruz para los primeros; el parlamento, las universidades nacionales y algunas intendencias, para los segundos. Todos ellos gozan de un caudal electoral, sin importar a cuál ecuación de ficción matemática se recurra. La mayoría de los actores involucrados en el FPV ya han dado señales para cambiar nombres, símbolos y alianzas partidarias. Por mencionar dos ejemplos, a fines de marzo, en el Congreso Nacional, y a expensas de Sergio Massa del Frente Renovador, las cinco centrales de trabajadores, diputados de progresistas, justicialistas y todo el FPV confluyeron en un encuentro para debatir medidas para consensuar leyes de defensa laboral y de reducción de impuesto a las ganancias a trabajadores. El 13 de abril, el discurso de CFK en un acto masivo tras su endeble citación judicial, mencionó la idea de construir un Frente Ciudadano organizado, en el cual el clivaje k-antik sería desplazado a una nueva estructura más amplia y contenedora. Días después, en su nuevo centro político, el Instituto Patria, se reunió con 71 diputados (sobre 79), 22 senadores (de 42), ambos con representación en casi todas las provincias, y con 52 intendentes bonaerenses (de 55). Si bien un analista debe advertir a los lectores que participar o no participar de esas reuniones no quiere decir directamente ser incluido o no en las filas del kirchnerismo, al menos aporta pistas que relativizan la idea de minoría activa y abonan la hipótesis de reconfiguración, disputa y adaptación partidaria.
¿Y la hipótesis de la crisis de las segundas líneas? Ellos son los encargados de gestionar el territorio y las demandas sectoriales, conectarlas con el Estado y ayudar y condicionar a los liderazgos nacionales para que no pierdan de vista la realidad social y los intereses locales. En el caso del FPV es evidente que la relación liderazgo nacional-liderazgos intermedios entró en crisis en el año 2015 y eso redujo la capacidad partidaria de adaptación al efervescente clima electoral y a su gimnasia diaria de replanteo de estrategias y discursos. La actual expresión de esta crisis es la división de los bloques del FPV en las legislaturas. Los distintos grupos de “segunda línea” tratan de posicionarse ante los resultados de dos derrotas electorales consecutivas y ante la disputa por la sucesión del liderazgo nacional. Ninguno de ellos cuenta con más que un puñado de votos, redes de contactos y diminutos espacios en medios de comunicación. Sin embargo, son vitales a la hora de legitimar una conducción nacional y de aplicar una estrategia política más o menos consensuada y duradera.
Finalmente, para recuperar una inquietud de la nota de Natanson ¿cuál fue el mejor gobierno del FPV? Esa pregunta debe ser contestada por cada grupo y por cada votante, porque el FPV también funciona como memoria partidaria colectiva en disputa. Algunos, como los masistas y quienes están cerca de ese espíritu, pero aún en el FPV, consideran la etapa fundacional 2003-2008 como la épica de salvación nacional del infierno del 2001 y la reconstrucción de un capitalismo que logró, en poco tiempo, darle trabajo y comida a casi toda la población, y además impidió el ALCA, apostó por la integración latinoamericana y el desarrollo del aparato productivo. Para otros, como los que persisten en el FPV pero postulan la autocrítica como el legislador Fernando “Chino” Navarro, el interregno 2008-2013 fue dorado porque el conflicto por la renta nacional llegó al punto máximo, con capítulos sobre las actividades agropecuarias, petroleras y de las pensiones de los trabajadores. Para los cristinistas, el período 2013-2015 es de gloria porque vio el esplendor de la participación de La Cámpora y aliados en la gestión estatal y en el corazón de las multitudinarias concentraciones populares en apoyo a CFK. También se encuentra presente una lectura, expuesta por Juan Carlos Schmid, quien probablemente conduzca la CGT unificada, que dijo a la Revista Crisis: “Ahora bien, yo suelo reiterar algo que dijo Putin: ꞌEl que quiere restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazónꞌ. Pienso exactamente lo mismo respecto al kirchnerismo.”
Como las muñecas mamushkas rusas, el polo no-macrista, fragmentado tras sucesivas disputas, contiene al FPV, al FR, a las cinco centrales sindicales, al cristinismo y a los justicialistas, entre otros grupos (excluyendo al trotskismo, que funciona como un polo en sí mismo). Hoy aparecen al observador como separadas y colocadas una frente a la otra en una pequeña mesa, mirándose con desconfianza, similares, pero con distinto tamaño. Sin embargo, aunque las pequeñas mamushkas no lo deseen directamente, muchas veces una mano invisible o las fuerzas sociales y la presión de los electores hacen que vuelvan a meterse una dentro de las otras y enfrenten el mundo protegiéndose mutuamente. Ahí será otra historia.