La reunión del bloque ya llevaba más de tres horas. Se habían pasado rápido entre la catarsis y los insultos por las medidas del gobierno de Mauricio Macri. Hablaban de compañeros que se habían quedado sin trabajo, de militantes a la intemperie, de amigos que no sabían cómo iban a hacer para aguantar estos cuatro años. Máximo Kirchner fue uno de los que más habló. Insistió, como siempre, en que los números tienen que cerrar con la gente adentro, y eso a este gobierno no le importa. Esbozó una suerte de autocrítica: habló de errores propios, pidió mirar hacia adelante. Pero los casi ochenta diputados no podían dejar de pensar en uno, a esa altura el gran ausente y protagonista de la reunión. Algunos se habían referido a él sin nombrarlo: contaron que se les había acercado para tentarlos y no habían aceptado. Condenaban su decisión pero, ante el desconcierto, eligieron palabras medidas para mencionarlo. Excepto una diputada. Desde el centro del que llegaba su chispa y frontalidad, su tonada litoraleña y cadenciosa:
—Basta de eufemismos, compañeros. Diego Bossio es un traidor hijo de puta.
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Las tres derrotas electorales consecutivas después de trece años de gobernar la Nación y 28 la provincia de Buenos Aires dejaron al peronismo en un estado asambleario subterráneo en el cual nadie sabe bien quién tiene el poder. Decir esto al hablar de un partido que se regocija y reconoce en la verticalidad y la lealtad, puede ser hablar de una catástrofe. El desconcierto, la crisis y las oportunidades se perciben en cada lugar donde haya un peronista. ¿Con quién alinearse? ¿Con Cristina? Ya se fue y no quiere liderar el PJ. ¿Con Daniel Scioli? Perdió. ¿Con La Cámpora? Los pibes no tienen territorio. ¿Con los gobernadores? Están divididos y la mayoría sólo quiere salvar las cuentas provinciales. ¿Con Urtubey? Se pegó mucho a Macri. ¿Con Massa? Está afuera. ¿Cómo se posicionan los diferentes actores del universo peronista ante esta coyuntura? ¿Cuál es el norte, quién marca el camino?
En la búsqueda de respuestas, el primer mes de 2016 provocó al menos cuatro reuniones partidarias: la de San Juan, liderada por los gobernadores; la de Santa Teresita, liderada por Fernando Espinoza, del PJ bonaerense; la del bloque de diputados en el Congreso, la del Consejo del PJ y la de intendentes peronistas de todo el país, convocados por Jorge Capitanich. Nadie sabe cuánto poder tiene cada uno de los integrantes del partido ni sus satélites. Por eso en cada encuentro se escenifican estrategias previas, se transparentan jugadas y se representan conflictos. Por eso, cada encuentro es clave: en ellos se va delineando una radiografía del estado interno del peronismo.
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El miércoles pasado, separados por apenas cinco cuadras, se reunieron primero los diputados nacionales del FpV-PJ en el Congreso y después los miembros del Consejo Nacional del Partido Justicialista en la sede del partido.
La primera reunión, la de los legisladores, catártica, quedó cruzada por la decisión anunciada, casi en paralelo, desde el Sindicato de Taxis: 12 diputados siguieron a Diego Bossio y se fueron del bloque. La noticia se veía venir, pero comprobar cómo se materializaba sacudió los ánimos. Un poco más de lo que ya estaban.
Bossio, brazo ejecutor, quedó como la cara visible de una ruptura fogoneada y diseñada por el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey. Cabeza del grupo, el salteño tejió durante semanas y consiguió poner de su lado a otros gobernadores, como la catamarqueña Lucía Corpacci, el chaqueño Domingo Peppo y el riojano Sergio Casas; quienes le ofrendaron las bancas de sus legisladores. Y a sindicalistas de la talla de Ricardo Pignanelli, de Smata; Sergio Sassia, de Unión Ferroviaria; Norberto Di Próspero, de la Asociación de Personal Legislativo, y Omar Viviani y Raúl Olivares, de taxistas. Muchos de ellos hasta hace pocos días formaban parte en la CGT Alsina, aliada al gobierno anterior.
La ruptura profundizó la balcanización del PJ en Diputados. Con el nuevo grupo, bautizado “Justicialistas”, ya llegan a la decena los bloques que se reconocen peronistas, muchos de ellos, de cinco integrantes o menos. La Cámara baja se convirtió así en el lugar más gráfico para ver el mapa del PJ hoy.
Existe una imagen generalizada y caricaturesca de las rivalidades personales y la ferocidad que podrían adquirir las disputas del PJ. Todas desembocan en la remanida frase de Perón sobre las peleas y la reproducción del partido. Pero detrás del folclore subrayado en la lógica mediática -se sabe, las coberturas de campaña, por ejemplo, se tiñen de terminología bélica y pugilística- existe un acomodamiento de los representantes de distintos grupos sociales dentro de un partido político. Y eso no es sólo potestad del peronismo sino de todas las agrupaciones y movimientos en busca de liderazgos y de conseguir sus intereses, desde la izquierda a Cambiemos.
Las seis horas que duró la reunión del bloque les sirvieron a los diputados del FpV-PJ no sólo para absorber el golpe de la fractura, sino para cumplir con una tarea largamente postergada: procesar y admitir, al fin, la derrota electoral. Dos meses después del ballotage. Lo hablaron a puertas cerradas y en familia. A lo largo de la mesa, en el tercer piso de la Cámara de Diputados, empezaron las autoridades del bloque. Héctor Recalde en el centro, flanqueado por José Luis Gioja, Teresa García y Luis Basterra. De frente a ellos, sentados en semi círculo, el resto. Máximo Kirchner quedó en una punta, al lado del Carlos Kunkel, quien lucía una barba incipiente comentada luego en los medios como gran novedad.
El grupo heterogéneo coincide en un punto: la adversidad electoral. La mitad del bloque llegó a la Cámara tras las elecciones de 2013, en las que un Sergio Massa, reciente antikirchnerista, emergió como la nueva estrella del firmamento político. La otra mitad asumió en diciembre, el mismo día en que Mauricio Macri juraba como presidente de los argentinos.
–Lo aceptamos. Dos meses después, fue la primera vez que lo aceptamos. Perdimos. Dijimos: somos oposición- dijo uno que estuvo en la reunión.
Con esa aceptación, llegó el paso siguiente en el duelo: el reconocimiento de que el corazón del bloque, integrado por La Cámpora y el cristinismo más duro, no tiene territorio ni peso en las urnas. “Necesitamos dirigentes con votos”, fue la conclusión.
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Terminado el encuentro de los diputados, a 500 metros del Congreso, doscientas personas se amontonaron en el quincho del tercer piso de la sede del PJ, en el barrio de Once. Consejeros, dirigentes de todo el país, asesores y colados volvían más denso el calor húmedo de febrero en Buenos Aires. Los tres ventiladores de techo no hacían más que tirar aire caliente.
El presidente del partido, Eduardo Fellner, en el centro de la larga mesa principal, al frente del salón, estaba flanqueado por alguno de sus vices y secretarios. A su izquierda, Gildo Insfrán, Jorge Capitanich, José Luis Gioja y Antonio Caló. En la derecha, Beatriz Rojkés, Eduardo “Wado” De Pedro y el apoderado del partido, Jorge Landau. A sus espaldas, sobre la pared de ladrillos a la vista y machimbre, imágenes de Cristina Fernández de Kirchner, Eva Duarte de Perón, Juan Perón y Néstor Kirchner.
Fellner abrió la reunión con un diagnóstico. “Ya nos tocó esto en la historia”, dijo en alusión a la derrota electoral de 1999 a manos de Fernando De la Rúa. “Y fuimos capaces de atravesar esos tiempos difíciles superando diferencias”. Todos lo escuchaban en silencio. La platea era un manojo de tensiones, remordimientos, distancias y cercanías con otros compañeros. Las ubicaciones elegidas armaban un mapa político emocional. Aníbal Fernández en primera fila, dolido aún por la derrota en la provincia de Buenos Aires, se sentó bien lejos de su rival en la interna, Julián Domínguez, a quien responsabiliza por gran parte de su mala suerte. El de Chacabuco se quedó apoyado contra una ventana a mitad del salón. No charló con nadie en lo que duró el encuentro. Un poco más adelante de él, casi tocando la punta derecha de la mesa principal al frente del salón, cuchicheaban sin parar Miguel Pichetto, Agustín Rossi y Carlos Zannini. Sentados en tercera fila, un poco más atrás de Aníbal, Marín Insaurralde y Alejandro Granados se hablaban al oído compinches mientras Fellner seguía: “Los gobernadores y los intendentes y los legisladores no serán nada sin el respaldo de una conducción política que los pueda acompañar desde el partido”. Insistió en que todos superen sus diferencias en pos del objetivo común, ese que suele adosarse al peronismo como un cliché: volver a gobernar.
En física se denomina Problema de Fermi a dilemas que involucran el cálculo de cantidades que parecen imposibles de estimar dada la limitada información disponible. El enfrentamiento latente desde hace años entre el peronismo más tradicional y el cristinismo, personificado en “los pibes” de La Cámpora, es el gran Problema de Fermi del PJ hoy. ¿Quién será el líder que los convoque en la próxima ronda electoral? ¿Adónde están los votos? ¿Quién tiene la estrategia correcta para volver al poder? ¿Cómo se dirime la pelea?
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Jorge Landau estaba pensando en los planes que había armado con su familia cuando le sonó el celular. No le llamó la atención la hora del llamado. Su rol de apoderado del PJ lo acostumbró a conversaciones sin horario y preguntas descabelladas. Pero del otro lado de la línea, la jueza con competencia electoral María Servini de Cubría no tenía una pregunta, sino una advertencia.
—Jorgito, te voy a intervenir el partido.
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La amenaza judicial que pende sobre el PJ obliga al partido a convocar a elecciones internas en medio del desconcierto. Si no hay elecciones, la amenaza de Servini no va a tardar en concretarse. El Consejo, entonces, fijó que los comicios sean el 8 de mayo. Para que la pelea no estalle, la mayoría impulsa acordar la presentación de una lista única. La última vez que el peronismo tuvo elecciones internas por voto directo de los afiliados -el único procedimiento establecido en su carta orgánica- fue en 1988. Se enfrentaron Antonio Cafiero y Carlos Menem. Ganó el riojano.
Los rupturistas Bossio y Urtubey hablan de una lista de unidad que escenifique la interna de manera ritual, sin materializarla. El nombre para esa boleta es el de José Luis Gioja. El sanjuanino es el socio mayoritario histórico en el tándem político que ¿conformaba? con Bossio desde hace más de ocho años. Juntos impulsaron Gestar, el Instituto de Estudios y Formación Política del Partido Justicialista que les sirvió a varios dirigentes para mostrarse en todo el país e insinuar una llegada a la juventud sin depender de La Cámpora. Esa cercanía hizo que Gioja sonara como integrante claro del grupo de los rebeldes en la antesala de la ruptura del bloque. Sin embargo, el sanjuanino no se fue. Y eso para muchos es señal suficiente de que puede ser prenda de unidad: habla con “los pibes” y con los gobernadores. “Es un sobreviviente, en todas las acepciones del término”, lo define con la sonrisa ladeada un operador peronista de larga data. Gioja se mantiene por ahora en silencio. En el quincho del partido no pidió la palabra.
El kirchnerismo también ve con buenos ojos a Gioja. Aunque, de existir la posibilidad, preferiría a otra candidata. “Me gustaría que Cristina sea la presidenta del PJ. En la mayoría de los países del mundo, el principal partido opositor es presidido por la principal dirigente opositora, y eso en la Argentina tiene nombre y apellido: Partido Justicialista y Cristina Fernández de Kirchner”, dice Agustín Rossi en la antesala de la reunión del Consejo. Una vez en el quincho, pedirá el micrófono para proponer un aplauso a la ex presidenta y a Daniel Scioli. Cosechará una ovación.
Entre las varias y difusas líneas internas del peronismo, el kirchnerismo sigue siendo la más nítida. Está claro qué quiere, qué piensa y quién lo conduce. Por los mismos motivos, sigue siendo también la línea más expulsiva. No por casualidad la fractura tomó cuerpo justo en el lugar donde Cristina había planeado refugiar al kirchnerismo: el bloque de diputados.
Cristina es la figura omnipresente del peronismo, la raíz del problema que representa la interna partidaria, porque avisó a fines de noviembre que no quería presidir el PJ. Y porque muchos de los enojados, están enojados con ella. La ven como responsable de la derrota, porque “no puso lo que había que poner”, porque “jugó a perder”, porque “quería que ganara Macri”. Le recriminan además su ausencia, que no baje una línea directa a quienes esperan ansiosos su palabra para seguirla o para rechazarla. Según la imagen mediática: Cristina, la única dirigente peronista que hoy podría, si quisiera, reventar una convocatoria masiva en cualquier escenario que se proponga. Cristina, la líder que reniega del PJ, que se desentiende de la estructura partidaria, que no la necesita.
Néstor Kirchner lo dijo algunas veces desde que llegó a la Casa Rosada, y su sucesora insistió durante sus dos mandatos: no hay intermediarios entre un Kirchner y su pueblo. No son necesarios ni los medios de comunicación, ni el partido, ni los sindicatos. La Plaza desbordada del 9 de diciembre, la última de Cristina Presidenta, funcionaría como prueba. “Tuvimos muchos éxitos. No sólo hay que ver los errores. Somos el primer gobierno que se fue con una plaza llena”, remarca Oscar Parrilli para contrapesar las críticas en el quincho.
El signo de interrogación sobre el presente de la ex presidenta se disipará pronto. Enojadísima con Bossio, intentó frenar la ruptura vía Carlos Zannini y Máximo Kirchner. No lo logró. Y sin terminar de entender qué hay detrás de la movida, apunta contra Gioja como uno de los responsables. De todas formas, el partido no la preocupa, asegura cuando comenta las noticias del día con su entorno en el Sur. Según dicen, pidiendo estricto off, algunos de sus allegados, lo identifica con los gobernadores y con la estrategia que terminó fracasando en las urnas. Ella quería habilitar las primarias para definir al candidato. Según esas fuentes, ellos insistieron en que no.
—Eligieron a Scioli como candidato. Ahora que se arreglen —dicen haberla escuchado decir la semana pasada en El Calafate.
Según esas mismas fuentes, su regreso tiene fecha. Será después de su cumpleaños número 63, el 19 de febrero. Así, para marzo, estaría completamente instalada en la agenda pública.
“Los que creen que el kirchnerismo murió, se equivocan”, dice un día después del Consejo Felipe Solá en TN. Y de esto algo sabe. Hace ya ocho años que se alejó del FpV. Ocho años en los que vio cómo el kirchnerismo ganaba y perdía elecciones, pero siempre acumulaba poder.
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Cuando Mario Ishii pidió la palabra, algunos cruzaron miradas en las que se leía el gesto silencioso de refregarse las manos. Desde aquel 2009 en que Ishii salió a cazar traidores para vengar la derrota de Kirchner en las legislativas sus puteadas se volvieron costumbre dentro del partido. Ishii suele decir en voz alta lo que muchos comentan a escondidas. Todos giraron para mirarlo, parado adelante del salón, en el costado izquierdo, mientras los ventiladores de quincho seguían en su lucha y las mujeres agitaban sus abanicos. Las caras brillaban de sudor. La de él no a pesar del abrigadísimo poncho rojo que lo acompaña siempre, sobre su hombro derecho. Con la otra mano agarró el micrófono. “Nos cagaron a palos. En 2013 y en 2015. Les dije que estaban equivocados en la estrategia de campaña y se hicieron los pelotudos, no me dieron bola. Desde 2011 a esta parte se adueñaron del partido y así estamos. Hay que poner la cara. Acá se perdió y hay que decir quién perdió. Porque los compañeros que nos rompimos el culo en los barrios no perdimos, nos han hecho perder las estrategias malas, el dedo permanente”. El intendente de José C. Paz hablaba del dedo de una mujer. Hablaba de Cristina.
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El gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, amasa su cachetazo al kirchnerismo desde hace años. Intentó concretarlo varias veces, despegarse, abrirse solo. Esas pruebas nunca le salieron del todo bien. Esta vez es diferente.
Con el bloque de senadores como mayoría clara en la Cámara alta, al macrismo no le quedaba otra opción que apostar todas sus expectativas de algún éxito legislativo a los diputados. Y la estrategia del gobernador de Salta apareció como la gran esperanza. Los dos sectores se unieron por conveniencia, y Urtubey pegó donde y cuando duele. Aunque el movimiento anunciado no llegó a ser tan contundente como se esperaba (al principio se decía que iba a llevarse a más de 20 legisladores), terminó arrebatándole 12 bancas al FpV-PJ. No hirió de muerte al bloque, pero complicó uno de los pocos argumentos de resistencia del kirchnerismo en Diputados: el número. El grupo que preside Héctor Recalde era hasta la semana pasada la primera minoría clara. Ahora eso está peleado y puede ser puesto en discusión por Cambiemos, que uniendo a la UCR, el PRO y la Coalición Cívica, suma casi la misma cantidad de escaños que el FpV-PJ.
Urtubey siempre quiso ser presidente. Sin el kirchnerismo en el poder, el tablero se abre un poco y él podrá decir en el futuro que fue el primero en jugar. El trazo grueso de su estrategia está definido. Si no hay lista de unidad, será candidato a presidir el PJ. El objetivo es alejarse de Cristina y de cualquier palabra que se escriba con K. Y, como contrapartida, jugar dentro del 60% de imagen positiva que, cree, hoy tiene Mauricio Macri; pegarse a esa dulce atmósfera de aprobación. “Después, en algún momento, va a tener que darse a sí mismo una estrategia de diferenciación”, conceden en su equipo de trabajo. ¿Rechazar algunos de los DNU que firmó el Presidente y que requieren de aprobación parlamentaria? Puede ser. ¿Acompañar al Gobierno desde el Congreso sólo hasta mediados de año? Es otra opción. Va a decidir sobre la marcha, según su instinto. El mismo que lo llevó a ser tres veces gobernador de Salta.
Le divierte saber que la rebelión no afectó sólo al cristinismo. En una jugada de pinzas notable, el salteño resintió por igual al bloque del FpV-PJ y al del Frente Renovador. No porque le haya sacado bancas al massismo, sino porque le quitó poder de negociación.
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Hasta la semana pasada, Sergio Massa tenía la llave del quórum en la Cámara de Diputados. El Gobierno iba a depender de algunos de sus más de 30 hombres cada vez que pretendiera aprobar leyes. Pero eso cambió. Los 12 de Urtubey (a los que se sumaron tres peronistas extra FpV-PJ) podrán ser ahora las piezas clave en la estrategia oficial.
—El enemigo de Sergio hoy por hoy es Juan — define una integrante de la mesa chica del massismo y peronista bonaerense histórica. “Pero -agrega-, Juan tiene menos posibilidades porque se despegó del kirchnerismo hace dos minutos”.
Massa está concentrado en ganar en 2017 y en 2019: También quiere ser presidente. Como parte de esa estrategia, sumó a diez figuras del Frente Renovador a los gobiernos en manos del PRO. Jorge Sarghini preside la Cámara de Diputados bonaerense; Diego Kravetz es secretario de Seguridad en Lanús; Ricardo Delgado quedó a cargo de la Subsecretaría Nacional de Coordinación de la Obra Pública; Daniel Arroyo, Mauricio D´Alessandro y Mario Meoni son directores del Banco Provincia; Marcelo D´Alessandro es secretario de Seguridad de la Ciudad; Santiago Cantón es secretario de Derechos Humanos de la Provincia; Néstor Pulichino quedó al frente del Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible; Sergio Federovisky intentará limpiar el Riachuelo; y Adrián Pérez –quien de todas formas dejó en claro que ya se fue del massismo- se encarga de la reforma política.
¿Cogobierno? “Nosotros hicimos un acuerdo para ganar en 2017. Ese es nuestro objetivo. No le agarramos nada a Macri, eh. Los que se fueron, se fueron solos. Delgado no habla con nosotros para preguntarnos dónde pone la obra pública. Hoy es funcionario del PRO”, asegura una de las gestoras del Frente Renovador. Suena contradictorio, pero es así. El massismo se autopercibe más lejos del macrismo de lo que supone el resto del arco político.
La excepción es María Eugenia Vidal. El massismo la llama despectivamente “la niña” y dice que quiere cuidarla estos dos años para pelearse con ella después. La Provincia será el gran campo de la batalla en 2017, cuando el Frente Renovador cortará los vínculos con el PRO y se acercará a Margarita Stolbizer. “Sergio es amigo de Marga, tiene muy buen diálogo. Y nos garantiza corrernos hacia el progresismo sin las locuras del kirchnerismo”. Kirchnerismo sin kirchneristas.
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Bajo uno de los tristes ventiladores y sin abanico, la consejera, sentada en la última fila, recibió un whatsapp breve: “Está Aníbal. Me quiero ir”. Se lo había mandado alguien que también participaba de la reunión. Ella le respondió rápido, con malabares nada exitosos para tapar la pantalla. “Rossi. Parrilli. Zannini”, tecleó con tono reprobatorio. Antes de enviarlo tuvo que reescribir el último apellido, el del Chino, mano derecha de Cristina. El autocorrector se lo había cambiado por la palabra dañino.
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¿Qué forma terminará adoptando el kirchnerismo cuando haya terminado este proceso de reconfiguración del peronismo? Para la mayoría de los presentes, la reunión del Consejo partidario marcó el principio del fin de una etapa. “Empezó el fin de los pibes, del cristinismo duro. Sin dar nombres, hubo muchos pases de factura a ellos. Los pibes creen que vuelve Cristina. Y eso puede ser si el país estalla en los próximos seis meses. Y eso al PJ no le conviene”, define un operador avezado en batallas de la primera sección electoral que en octubre jugó con la boleta del FpV y ganó.
Al igual que los gobernadores, los intendentes bonaerenses -parte del selecto grupo de peronistas con territorio- se inclinan por una estructura en la que “los pibes” queden adentro pero ya sin poder. No se consideran necesariamente en contra de La Cámpora o de la ex presidenta. Pero sienten que el juego cambió. “Tienen que entender que son parte del peronismo -señalan cerca de un intendente, remarcando la palabra parte-. Ya no son el todo. Son una parte. Así chiquita”. El dedo índice y el gordo se van juntando en el aire hasta quedar separados por apenas un centímetro.
La primera demostración de poder de los intendentes bonaerenses tuvo lugar, justamente, cuando se separaron del kirchnerismo más duro y se acercaron a los legisladores bonaerenses del peronismo en busca de los votos necesarios para votar el presupuesto 2016. Así lograron varios objetivos a la vez: mostraron personalidad propia y poder independiente, quedaron (junto al massismo bonaerense) como garantes de la gobernabilidad, limitaron un pedido de endeudamiento inmenso de 120 mil millones de pesos pedido por Vidal, y consiguieron que de los 60 mil finalmente autorizados, 10 mil se distribuyan directamente a los municipios bonaerenses. Lograron dinero y demostración de poder en un mismo movimiento. Ni que fueran peronistas.
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Miguel Pichetto, jefe del bloque de Senadores nacionales, no muestra término medio. Así se manejó siempre. “Lo que tengamos que hacer, hagámoslo rápido”, le dijo a Julio Cobos cuando pasadas las 4 de la mañana, el entonces vicepresidente demoraba su voto no positivo. A él, figura legislativa de la última década o más, no le gusta el filibusterismo, esa técnica parlamentaria que consiste en estirar los discursos e ir obstruyendo las decisiones finales.
Soldado del territorio, avisó inmediatamente después de la derrota que el bloque de 42 senadores que el peronismo tiene en el Congreso (cinco más que el quórum) habilitará la discusión horizontal y se pondrá al servicio de los gobernadores. “El Senado representa a las provincias y a los municipios y nosotros no vamos a hacer nada de manera individual”, insistió en una breve intervención en ese quincho atestado. Todos lo escuchaban con expectativa; suele decir verdades incómodas.
“Debemos hacer un análisis a fondo sobre qué nos faltó para ganar, quiénes no querían ganar. Porque no todos pusieron lo que había que poner para ganar”, dijo. A su lado, Zannini con la mirada perdida en un punto de la pared. Tal vez recordaba el cruce que Pichetto había tenido días atrás con Máximo Kirchner. El diputado lo había increpado en público después de que el senador responsabilizara a La Cámpora por la derrota.
—Él sacó 34 puntos y después Scioli sacó 59-60 en Río Negro. Néstor cuando perdió con De Narváez al otro día se fue del partido —dijo Máximo.
Pichetto no sólo no se fue, sino que guarda uno de los pocos resortes de poder que le quedaron al peronismo a nivel nacional. Y, a diferencia del bloque de diputados, que reivindica la conducción de Cristina, el rionegrino se alineó con los gobernadores. Las relaciones con el macrismo no le resultan abominables.
—Algunos hablan como si este gobierno tuviera ya dos años de ejercicio —siguió hablando en el Consejo. Enseguida tuvo que hacer un alto: desde el fondo del quincho se escucharon silbidos y algún abucheo.
—¡No lo estoy defendiendo! —se vio obligado a aclarar— pero hay que dejar que la sociedad haga un análisis. El peronismo no puede ser un instrumento de bloqueo, de la antigobernabilidad. Tenemos que tener la inteligencia y la prudencia de defender a todos los gobiernos provinciales y municipales. Aquí nadie nos baja la línea. Nadie es el dueño ahora. Hay algunos que quieren prenderle rápido fuego a la pradera, creen que están en una etapa preinsurreccional y este gobierno no llegó todavía a los dos meses.
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Pichetto es uno de los pocos que habla del Gobierno en esos términos. Para la mayoría del peronismo, el macrismo en el poder es un accidente, una circunstancia que no es mérito del PRO, ni de Macri, ni de Durán Barba, ni de la alianza con la UCR. Para el peronismo, que Mauricio Macri sea presidente es responsabilidad del PJ.
Lo mismo vale para el resto del escenario político. ¿El PRO operó para romper el bloque de diputados? Sin dudas. Pero no fue eso lo que decidió a Urtubey y a Bossio a liderar la rebelión. Como advierte una operadora bonaerense con licenciatura, máster y doctorado en el partido: “Creer que todo es en función de Macri es no entender la lógica del peronismo”. Ella se alejó del kirchnerismo hace siete años. Dice que el PRO es “una bolsa de gatos”. Le divierte ver al oficialismo festejando la ruptura del bloque. “Emilio Monzó cree que va a romper al peronismo. Por favor. Los que se van están buscando poder, no un negocio. El peronismo tiene que ir por el poder, no tiene otra alternativa. Creer que este paquete le va a resolver al Gobierno las votaciones es no tener ni puta idea. Cuando a la gente se le pase la calentura con Macri, al único lugar que van a mirar es al PJ”.
Esa última oración es el sentido común del peronismo hoy. Los votos van a volver. Esa certeza aviva la discusión que se abrió con la derrota y que durará un par de años.
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Ya de noche, el quincho se fue vaciando. Hacía años que una reunión partidaria no duraba tanto. Apurado por cerrar el encuentro sin que las diferencias pasen a mayores, Fellner pregunta si quedan oradores. Parado al fondo del salón, un pibe de pelo largo y flequillo, transpirado, pide la palabra. Es Pablo Ayala, secretario de Diversidad del PJ y fundador de la agrupación Putos Peronistas. Ninguno de los que estuvo discutiendo y repartiendo culpas parece reconocerlo, así que tiene que insistir para que le pasen el micrófono. Se lo dan.
—Probablemente soy sino el único pobre, el más pobre del Secretariado del Partido Justicialista. Vengo de La Matanza, tengo el orgullo de ser parte del partido de Perón y quiero decir que Cristina me empoderó. Cuando termina de hablar, recibe muchos abrazos compañeros. Aníbal Fernández, Jorge Capitanich, Julián Domínguez, Verónica Magario, Guillermo Moreno, Oscar Parrilli y muchos otros se le acercan. Por los parlantes empieza a sonar la marcha.
“Empoderamiento” es una palabra que nadie en la reunión había dicho, pero que sí se había escuchado en la vereda, antes de entrar al quincho, adonde un grupo escuálido de militantes cantaba “vamos a volver”.
Y aunque usen palabras diferentes, vean traidores en lugares distintos y encuentren causas y responsabilidades cruzadas, a todos esos grupos los atraviesa un sentimiento transversal y compartido. En los militantes sueltos, en las agrupaciones que adhirieron al kirchnerismo, en la cúpula del PJ y hasta en los peronistas que hoy no están en el partido, asoma la misma lógica. Los votos van a volver. Los próximos años servirán para dirimir a nombre de quién; mientras ponderan cuánta fuerza tiene cada uno, y a quién representa.