Ensayo

Detrás de los candidatos


Transversales

El Frente para la Victoria y el PRO son dos espacios hijos del 2001 que responden a coaliciones diametralmente opuestas. No solo tienen visiones enfrentadas sobre la política, la economía y la sociedad, sino que una y otra están aliadas a sectores que están en conflicto en distintas esferas de la vida social. Apoyos, quiebres y recomposiciones en los dos sectores que se enfrentan en el balotaje.

Ilustración de portada: Julieta De Marziani

Detrás de las figuras de Daniel Scioli y Mauricio Macri se organizan coaliciones políticas y sociales diametralmente opuestas. Las dos son emergentes de la crisis política de 2001. Durante doce años la coalición ahora organizada como Cambiemos se mantuvo dispersa mientras la kirchnerista estuvo cohesionada. El reagrupamiento de un polo no peronista y defensor del libremercado aparece en una coyuntura donde la sucesión presidencial generó tensiones y erosión en la coalición construida por el Frente para la Victoria. El resultado de la segunda vuelta electoral definirá la evolución de este panorama político, pero también la orientación general de la política pública durante los próximos años.

Si la comparamos con las anteriores renovaciones presidenciales en democracia, casi no hay antecedentes de una disputa electoral protagonizada por actores tan disímiles en su perspectiva sobre el Estado. Si en tiempos del consenso neoliberal los principales contendientes representaban, con matices, un núcleo común de perspectivas sobre la política económica, la política exterior o la relación entre Estado y sociedad; durante los años de hegemonía kirchnerista los posicionamientos ideológicos fuertemente discrepantes no lograron instalarse como alternativas verosímiles en elecciones presidenciales y quedaron relegados al rol de comentaristas o críticos de las iniciativas del oficialismo. El único antecedente de una disputa tan ajustada fue el proceso electoral de 2003 que también debería haberse resuelto en una, frustrada, segunda vuelta.

Por entonces resultó vencedor un actor político que se encontraba en pleno proceso de autoconstrucción, que apoyó la candidatura de Néstor Kirchner y Daniel Scioli en el Frente para la Victoria. Ese actor, reconocible emergente de la crisis política de 2001, ahora se enfrenta a otro frente político y social también emergente de esa crisis: el PRO que, con el binomio de Mauricio Macri y Gabriela Michetti, lidera la alianza Cambiemos. Se trata, en ambos casos, de actores con trayectorias previas contrapuestas, sobre las que vale la pena detenerse.

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Como expresan distintos estudios sobre el kirchnerismo, el Frente para la Victoria es un movimiento político liderado por un sector que era periférico en el peronismo y que había demostrado en su experiencia política previa gran capacidad de intervención en contextos de crisis. La rehabilitación del peronismo como identidad movimentista no significó el retorno al modelo del peronismo tradicional. Por el contrario, logró articular un conjunto de reivindicaciones sociales con una amplia agenda de avance de derechos civiles. En su emergencia, el kirchnerismo convocó a actores políticos y sociales asociados a la lucha contra las políticas neoliberales. Entre ellos se contaron grupos piqueteros, organizaciones de derechos humanos, el sindicalismo disidente -la fracción opositora de la CGT, liderada por el camionero Hugo Moyano, y parte de la Central de Trabajadores Argentinos- y dirigentes de la centroizquierda del arco político, provenientes de agrupaciones desprendidas del FREPASO, del Partido Socialista y de otras organizaciones.

Tras doce años de gobiernos kirchneristas, con el avance de una agenda progresista de ampliación de derechos, la base de los actores sociales que forman parte del movimiento se modificó, como lo demuestra, por ejemplo, la vitalidad y diversificación de las organizaciones laborales. Esta evolución en la identidad de los actores marcó también cambios en la composición de la coalición social, con la salida de actores relevantes como el sector gremial liderado por Hugo Moyano o la organización piquetera Barrios de Pie, mientras que se han incorporado nuevos actores sociales, como el movimiento LGTB.
 

Frente al movimiento político kirchnerista, actores hasta ahora dispersos se reunieron bajo la alianza Cambiemos. Esta coalición partidaria reúne a tres agrupaciones políticas hasta el momento minoritarias: la Unión Cívica Radical -que en la última década se redujo a una federación de redes clientelares provinciales sin capacidad de disputar la presidencia-, la Coalición Cívica -un partido de redes construido alrededor del liderazgo declinante de la diputada Elisa Carrió- y el PRO.

La coalición política macrista también emergió como respuesta a la crisis de 2001, aunque en un sentido opuesto al del Frente para la Victoria. Con una línea argumental que cargaba la culpa de la crisis en la corrupción de la clase política, antes que en la inviabilidad de las políticas neoliberales, Macri construyó un partido político de redes organizado como anillos concéntricos en torno del líder y de un núcleo duro de colaboradores. Ese núcleo duro estaba conformado por dos grupos: el entorno personal de Macri –sobre todo, asesores y gerentes del grupo empresario de su familia: SOCMA- y por los cuadros técnicos de la organización no gubernamental fundada por Horacio Rodríguez Larreta, el Grupo Sophia.

Alrededor de este núcleo se convocaron cuadros políticos en disponibilidad provenientes de partidos de centroderecha –por ejemplo, diputados y legisladores electos por el partido de Domingo Cavallo huérfanos de liderazgo- y de sectores disponibles del peronismo porteño. En particular, de dirigentes duhaldistas como Cristian Ritondo, que en 2002 fue Subsecretario de Interior de la Nación, pero también de sectores afines al menemismo que luego se incorporarían formalmente al partido, como el periodista Fernando Niembro o el economista Carlos Melconián. De hecho, los posibles candidatos menemistas a la jefatura de gobierno porteña en 2003 eran Gerardo Sofovich y Fernando Niembro y ambos desistieron de la competencia electoral para no perjudicar las chances de Mauricio Macri al frente del sello Compromiso para el Cambio.

Luego, y antes de acceder al gobierno porteño, el macrismo logró cooptar al partido político de Ricardo López Murphy, RECREAR, que reunía a cuadros políticos del radicalismo y a economistas ortodoxos. El triunfo de Mauricio Macri como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires fue paralelo al derrumbe de una identidad política que el kirchnerismo intentaba incorporar a su coalición: el progresismo de tradición no peronista. La crisis del gobierno de Aníbal Ibarra a partir de la tragedia de Cromañón puso en disponibilidad a un sector del electorado progresista, que se dividió entre su apoyo al kirchnerismo y su adhesión al macrismo, lo que permitió al PRO imponerse en las elecciones de 2007 y sostenerse en el poder por amplios márgenes electorales.

La división del electorado según el clivaje peronismo-antiperonismo fue sumamente poderosa durante los gobiernos de Cristina Fernández. En este sentido, el kirchnerismo ensayó distintas estrategias de coalición entre sectores peronistas y no peronistas (“transversalidad”, “concertación plural”, “frente justicialista para la victoria”), e incluso tuvo alianzas cruzadas en cada uno de los territorios provinciales con sectores del peronismo y del polo no peronista. A pesar de estas variaciones, y de la vocación kirchnerista de mantener una coalición progresista amplia y enmarcar los conflictos al interior del campo justicialista, la composición del voto kirchnerista no varió sustancialmente: se arraiga en los electorados tradicionales del peronismo.

En este marco, Mauricio Macri constituyó con paciencia una coalición política y social propia, conformada, en su núcleo, por todos los sectores excluidos de los espacios de decisión en el Estado nacional. En particular, sectores neoliberales en materia económica y conservadores en materia cultural. La capacidad de nombrar funcionarios y los recursos económicos del gobierno del distrito más rico del país son factores que le permitieron ampliar y consolidar sus apoyos políticos, e incluso ganar autonomía frente a sus apoyos sociales de base sin alienarlos de la coalición. En este sentido, basta señalar la verba desarrollista reiterada como un mantra por algunos referentes políticos del PRO, que no ha alejado a los economistas ortodoxos ni a las agrupaciones empresarias, como lo demuestra el apoyo sistemático de los empresarios agropecuarios en la coyuntura electoral de 2009 o, en la actualidad, el apoyo explícito y público de las grandes empresas del país, reunidas en el Foro de Convergencia Empresaria. A su vez, la reclusión en un electorado de tendencia hostil al kirchnerismo le permitió construirse como alternativa política mientras otros partidos y líderes opositores se consumían o dispersaban frente a la hegemonía electoral oficialista.

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Por su parte, la forma de movimiento político que adoptó el Frente para la Victoria fue eficaz para generar coaliciones políticas acordes a la agenda reformista de los gobierno kirchneristas. Néstor Kirchner logró darle forma a un armado “transversal”, que garantizó un amplio apoyo parlamentario y social a la revisión de las políticas neoliberales y facilitó dos triunfos electorales clave en 2005 y 2007. Los gobiernos de Cristina Fernández, en cambio, atravesaron escenarios de conflicto social activo y coyunturas desfavorables. En estos casos, el control personalista de un movimiento político amplio y heterogéneo fue la clave para recuperar la hegemonía política y el apoyo popular.

El conflicto con las entidades patronales agropecuarias de 2008 significó el inicio de una nueva forma de legitimar el liderazgo kirchnerista: movilizó a los sectores internos de la coalición en defensa del gobierno. Esta estrategia de movilización y polarización fue muy eficaz para fidelizar a sus bases y homogeneizar a una coalición sumamente heterogénea. Pero también aumentó los costos de los socios internos y favoreció su deserción, como sucedió en 2008 con gran parte de los socios radicales y amplios sectores del peronismo. No obstante, las disidencias peronistas recién alcanzaron su mayor grado de cohesión en 2013, bajo el liderazgo de Sergio Massa e incentivadas por la imposibilidad de una nueva reelección de Cristina Fernández.

La unificación del peronismo disidente significó un escollo para el PRO, que en la última década apostaba a hegemonizar a los actores justicialistas dispersos. De hecho, en las elecciones presidenciales de 2011 dividió sus apoyos entre la candidatura de Eduardo Duhalde y la de Adolfo Rodríguez Saá. Desde 2007, el PRO ensayó distintas estrategias de expansión territorial, aunque su principal objetivo fue proteger la figura de Macri y el control del ejecutivo. Con esas cartas, instaló a su líder como punto focal para la incorporación o cooptación de organizaciones políticas y sociales en disponibilidad.

El primer objeto de esta política era el peronismo disidente, principal aliado del macrismo en las provincias durante el período 2003-2013. Ante la negativa del peronismo federal de reunirse en torno a Macri, el PRO instaló figuras políticas propias, extraídas de sectores ajenos a la política partidaria, como el mundo empresario –más aún luego del conflicto del campo- o el mundo del espectáculo y el deporte. Esta última línea aceleró la presencia del PRO en distintas provincias, y le garantizó capacidad de negociación real frente a actores partidarios provinciales. Sobre la base de estos elementos, y cuando el peronismo disidente se unificó detrás de la figura de Sergio Massa, el PRO encontró las condiciones para avanzar en la cooptación de la estructura radical.

Dada la conformación y evolución de ambas coaliciones, tanto el Frente para la Victoria como la alianza Cambiemos lidiaron con importantes desafíos frente a la coyuntura electoral de 2013 y la eventualidad de gobernar la Argentina.

El mayor desafío para el Frente para la Victoria como movimiento político fue la definición de la sucesión presidencial. Si bien logró una candidatura unificada, la puesta en escena de las deliberaciones internas en un contexto de desgaste de la popularidad presidencial fueron factores negativos para la imagen de Daniel Scioli como expresión genuina del amplio y heterogéneo movimiento político. Eso erosionó la verosimilitud de una figura política que, desde 2003 hasta ahora, ostentó sistemáticamente los mayores índices de imagen positiva de toda la clase política argentina. La dificultad para administrar los equilibrios internos se resolvió tras los resultados bonaerenses y de cara a la dramática disputa en la segunda vuelta electoral. La posibilidad de sufrir una derrota a manos de Mauricio Macri puso en alerta a los sectores identificados como el núcleo duro del kirchnerismo, especialmente a los movimientos sociales, quienes manifestaron un apoyo sin reservas a un candidato que promete renovar los elencos en caso de acceder a la presidencia. En efecto, Daniel Scioli construyó desde la gobernación bonaerense su propio conjunto de alianzas, que se puso en escena en la difusión de apoyos y asesores en diversos temas. De un lado, durante la campaña para la primera vuelta electoral, Scioli construyó su figura rodeado de los gobernadores justicialistas. Del otro lado, el gabinete bonaerense ha constituido un elenco político propiamente sciolista.

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En el caso de la alianza Cambiemos, como ya señaló Federico Rossi, sus principales elencos partidarios -los postulados a los principales cargos y los que poseen mayor exposición mediática- casi no tienen vínculos con la UCR ni con la Coalición Cívica: provienen del núcleo duro macrista y de algunos de sus socios. El círculo personal de Mauricio Macri -que viene del mundo empresario- y los cuadros del Grupo Sophia –como Vidal y Rodríguez Larreta- se alternan con economistas de formación neoliberal y con cuadros políticos de organizaciones no gubernamentales, así como con distintos referentes vinculados a partidos políticos de centroderecha. El común denominador de estos heterogéneos actores es que todos fueron sistemáticamente excluidos de los ámbitos de toma de decisiones durante los gobiernos kirchneristas.

El camino a la segunda vuelta electoral demuestra el grado de maduración de la cultura política argentina y de su sistema democrático. El dramatismo de la elección contrasta con el contexto de normalidad institucional y social en el que se desarrolla el proceso. El voto popular elegirá para el ejecutivo nacional entre dos coaliciones políticas diametralmente opuestas, tanto en su composición social como en su perspectiva sobre los principales aspectos de la vida política, cultural y económica del país.