Por Hernán Arias
A 23 años del fin del Apartheid en Sudáfrica, la discriminación cruda, la segregación brutal, en los libros de los escritores sudafricanos el tema aflora una y otra vez de formas distintas. En las historias, las descripciones de lugares, los comentarios de los narradores o las acciones de personajes a miles de kilómetros de ese país remiten sucesivos a la trama política y social que cruzó a la sociedad durante casi cincuenta años. ¿Qué recursos pueden usarse, desde la literatura, para pensar el horror descarnado? ¿Cómo expresar esa crueldad?
La Universidad Nacional de San Martín acaba de publicar Miradas, un libro que reúne catorce cuentos de dos escritores sudafricanos hasta ahora desconocidos en la Argentina: Zoë Wicomb e Ivan Vladislavić.
Zoë Wicomb nació en Namaqualand, Sudáfrica, en 1948. En 1970 emigró para completar sus estudios primero a Inglaterra y después a Escocia, a la ciudad de Glasgow, donde aún vive y da clases de escritura creativa y literatura poscolonial en la universidad de Strathclyde. Su primer libro de cuentos es de 1987 y se llama You Can't Get Lost in Cape Town. Después publicó las novelas David's Story (2000), Playing in the Light (2006), The One That Got Away (2008) y October (2014). En toda su obra hay un tema recurrente: el apartheid, es decir, el sistema de segregación racial que se implementó en Sudáfrica y en la actual Namibia entre los años 1948 y 1992. Sin embargo, el tratamiento que le da no siempre es el mismo.
En los cuentos que integran Miradas, Wicomb nos habla de situaciones cotidianas, sencillas, en apariencia sin importancia, pero en las que los personajes de pronto se abisman y descubren que su entorno les resulta hostil o extraño, y eso los vuelve introspectivos.
En El niño de la bolsa de arpillera, el cuento que abre el libro, un viejo académico que pasa sus días escribiendo en soledad y se considera a sí mismo “un cabo suelto”, descubre por la ventana a un chico tapado con una bolsa caminando por el jardín de su casa. El viejo conversa con él, lo acompaña en el relevamiento de las especies de plantas del jardín, y lo invita a almorzar. Por un tiempo ese chico que vuelve cada sábado modificará sus hábitos, pero sobre todo lo llevará a repasar su propia vida como no lo había hecho antes. De este modo sutil ingresan a los cuentos de Wicomb los asuntos vinculados a la historia de Sudáfrica y el apartheid.
Ivan Vladislavić nació en Pretoria en 1957 y vive en Johannesburgo. Su primer libro, Missing Persons, también es de cuentos, lo publicó 1989. Después publicó las novelas The Folly (1993), The Restless Supermarket (2001), The Exploded View (2004) y TJ & Double Negative (2010); y los libros de cuentos Flashback Hotel (2010) y 101 Detectives (2015). En 2006 dio a conocer Portrait with Keys, una serie de textos documentales sobre Johannesburgo, y ha publicado además obras en colaboración con artistas y fotógrafos. Actualmente trabaja como profesor en el departamento de escritura creativa en la universidad de Wits.
Como en los cuentos de Wicomb, en los de Vladislavić el apartheid también aparece una y otra vez de formas diferentes. En estas historias cualquier cosa que se señale, se encuentre o se describa de alguna manera remite al apartheid. Incluso si los personajes están a miles de kilómetros de Sudáfrica.
Sin embargo, Vladislavić es un escritor claramente distinto de Wicomb. En los cuentos de esta última hay una poética definida que uno reconoce en cada uno de sus textos, mientras que en el caso de Vladislavić ésta es más bien experimental, y todo puede cambiar al pasar de un texto a otro. Dos de los cuentos de su autoría incluidos en este libro, Vinimos al Monumento y La biblioteca perdida, tienen el tono, la atmósfera y las imágenes de los sueños, incluso de las pesadillas. Otro de sus cuentos, Informe sobre una Convención, respeta precisamente el estilo de los informes; y otro, Banco sólo para blancos, reproduce la conversación de una reunión de trabajo en un museo en el que se está preparando una muestra de objetos de los años del apartheid.
A diferencia de lo que se propone Vladislavić, la escritura de Wicomb no busca sorprendernos sino más bien inquietarnos. En las escenas de sus cuentos hay un progresivo enrarecimiento que incomoda más y más. Algo está fuera de lugar: puede ser una idea, un objeto o un personaje. Y sus narradores, lúcidos y agudos observadores, siempre lo hacen notar.
Tanto Wicomb como Vladislavić recuperan en estos cuentos el mismo hecho: el asesinato del primer ministro sudafricano Hendrik Verwoerd, ocurrido en 1966. Verwoerd, de origen holandés, fue uno de los creadores del apartheid, y murió acuchillado por Dimitri Tsafendas, quien se oponía al régimen.
En el caso de Wicomb, aparece de manera lateral: por accidente, Tamieta, una chica de raza negra, queda envuelta en un homenaje al primer ministro: “Tamieta no tenía idea de que la ceremonia fuera sólo para gente blanca. ¿Oh, qué tendría que hacer ahora? La vergüenza le quemaba el pecho. ¿Esperar a que le digan que se vaya? ¿Recoger la bolsa con su ropa de trabajo que acaba de meter bajo la silla y marcharse sin hacer ruido?”
Vladislavić, por su parte, pone en el centro de su cuento la ceremonia de entierro del primer ministro, a la que el narrador, un chico de diez años, asiste con su padre, y en la que ambos terminan transportando sobre una carretilla y hasta la tumba el cajón donde se encuentran los restos del difunto, luego de que el camión que los trasladaba se descompusiera a mitad de camino y no volviera a arrancar. Por momentos Vladislavić se permite reír frente a ese tipo de situaciones, algo que Wicomb no hace.
Tal vez el cuento que mejor resume el espíritu de este libro sea Coraje de Vladislavić. Narrado también por un chico, en este caso de raza negra, aquí se cuenta la llegada de un escultor a una comunidad en busca de un modelo para la estatua que le encargó el nuevo gobierno, y que debe homenajear en la figura de un hombre el coraje de aquellos que combatieron por su libertad. Toda la comunidad se ve alterada por este acontecimiento: muchos intentan impresionar favorablemente al escultor con la esperanza de perpetuarse en el bronce, mientras que otros huyen de su vista, temerosos de ser elegidos y convertidos en una fría escultura.
En Coraje, Vladislavić encuentra un modo inteligente de abordar distintas cuestiones fundamentales en la Sudáfrica que dejó atrás el apartheid, o al menos intenta hacerlo: el nuevo gobierno, la comunidad empobrecida, el rol de los artistas… El curioso modelo que elige el escultor, al que luego no le será para nada fiel, lleva al narrador a decir: “Nuestra recién encontrada libertad también rompió sus promesas. No nos trajo las cosas que esperábamos, como agua, electricidad, paz y prosperidad”.
La excelente traducción de estos cuentos es de Teresa Arijón, que realizó además un valioso aporte al insertar notas al pie que ayudan a comprender mejor el complejo entramado social de Sudáfrica y sus procesos políticos en las últimas décadas.
Zoë Wicomb e Ivan Vladislavić visitaron recientemente la Argentina, invitados para dictar el seminario “La literatura de Sudáfrica” en el marco de la Cátedra Literaturas del Sur de la UNSAM, dirigida por el premio Nobel John Maxwell Coetzee. Ellos volvieron a su país, pero nos dejaron sus cuentos.
Fotos de Pablo Carrera Oser