Si no fuera porque está embarazada de ocho meses, María Inés Landa entrenaría. Pero no puede: aunque una vez por semana sigue yendo a sus clases de yoga y, muchas veces, todavía sueña que está en el gimnasio.
Además de ser instructora de gimnasia aeróbica, profesora de educación física, y representante de Argentina en los mundiales de Orlando, U.S.A y Tokio, Japón (entre una larga fila de otros logros deportivos) es académica. Tiene un doctorado y una maestría en Literatura Comparada y Estudios Culturales –el jurado calificó su tesis de “sobresaliente”- y está cursando una maestría en Sociología en el Centro de Estudios Avanzados (UNC): lo que se dice, una verdadera anfibia.
A lo largo de su carrera, María Inés se hizo preguntas sobre los cuerpos que había visto entrenar, sacrificarse, autosuperarse para llegar a una meta, y sobre su propia experiencia en diversas prácticas desde el fitness al trekking y así integró sus reflexiones en distintas investigaciones que le valieron diferentes y prestigiosas becas como la postdoctoral de CONICET, la Beca AlBan y la CLACSO.
En su casa hacer deporte no estaba tan bien visto. Creció observando que sus padres pasaban el tiempo sentados, leyendo e investigando; su papá en el área de la neuroquímica, su mamá en el área de sociología política y la metodología cuantitativa. “Los libros, los idiomas, la reflexión, las preguntas, las argumentaciones, las decisiones racionales, la escuela, todo ello se celebraba”, dice. Hoy, desde Anfibia suponemos que dejó contentos a todos. A sus padres que la ven seguir sus pasos, pero también a aquellos compañeros de gimnasio y de pista de atletismo que a veces la habrán ayudado a elongar ante un calambre, y habrán escuchado con ella, en silencio, sin molestarse, los gritos exigentes de algún entrenador.