Brasil 2014


Todos morirán

La cobertura de la prensa norteamericana y europea de la previa al Mundial fue exagerada y macabra. “Violencia” y “fracaso” fueron los conceptos centrales en las representaciones de Brasil construidas en el extranjero, desde la revista Time al Washington Post. El norteamericano Sean T. Mitchell, Doctor en Atropología de la Cultura, cuenta cómo a su alrededor muchos creían que iba a arruinarse el campeonato por culpa de los “agresivos brasileros”, analiza el mito de la “democracia racial”, su contraparte, el “Brasil violento” y descubre que, en 1950, los medios afirmaban cosas similares. Aunque, hoy, están atravesadas por una lógica poscolonial.

Traducción: Maximiliano Estefa

Tal como sucedió con los pronósticos alarmistas previos al Mundial de Sudáfrica 2010, las agobiantes expectativas de gran parte de la prensa internacional sobre el fracaso y el colapso de la seguridad en el Mundial 2014 parecen haber sido infundadas, pasada la mitad del torneo.

El año pasado surgieron, en Brasil, grandes movimientos de protesta que tuvieron a la Copa del Mundo como uno de los blancos de sus críticas, pero el énfasis morboso que se le dio a la violencia y al fracaso contribuyó a echar más sombras que luz sobre esos movimientos, sobre la verdadera violencia y sobre los conflictos sociales del Brasil de hoy.

No se puede decir de manera tajante que la cobertura mediática haya sido «pura pavada», como la calificó Meg Stalcup en este foro “Seguridad en Brasil: Más allá del Mundial 2014” (aunque la mayor parte lo haya sido). Sin embargo, sí puede decirse que, en el caso de la prensa norteamericana y europea, fue una cobertura sobrecargada y macabra. ¿Por qué?

Para entender por qué se cubren los hechos de una manera tan chocante, hay que tener en cuenta las representaciones históricas de la paz y la violencia en Brasil, y el contexto político actual de ese y otros países.

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Lo primero que hay que considerar es lo siguiente: antes del Mundial, se habló en el New York Times del «alto nivel de modernización» de la seguridad de los estadios, que tendrían tecnología preparada para recibir «a un público muy excitable» y a «las más gigantescas multitudes imaginables en un país tan futbolero». En el mismo año, en un artículo del Washington Post se lamentaban: «a lo largo de muchos años, Brasil se ha sumergido cada vez más en una crisis real, caracterizada por la inflación» y por la «obsolescencia» del equipamiento del país. Además, advertían: «el sistema de transportes y los recursos de energía ya no cubren las necesidades», alertaban sobre la existencia de «hordas de pobres» en San Pablo y Río de Janeiro y sostenían: «el costo de vida, que ya es alto, aumenta cada día». Aseguraban, además, que las élites confiaban en que algún presidente «llevado al poder por los humildes» fuera capaz de «ejercer cierto control sobre las masas populares» porque, si no lo lograba, el país viraría violentamente hacia la izquierda, luego hacia la derecha, y se produciría un «caos» que impediría «poner la casa en orden», en términos económicos.

A pesar de ser muy similar a las últimas noticias que los medios anglosajones publicaron sobre Brasil, la información citada no es de 2014, sino de 1950, año en que la Copa del Mundo también se organizó ahí. Con «alto grado de modernización» se referían a una fosa cavada alrededor del campo de juego del Maracaná, hecha para proteger del público a los jugadores (algo un poquito menos avanzado que los «Robocops» de los que hablan ahora los medios sensacionalistas).

La lista de penurias económicas que daba el Washington Post no dista mucho de lo que publican los medios anglosajones hoy en día, con la diferencia de que el presidente en cuestión en aquel artículo era el exdictador Getulio Vargas (que poco antes había sido electo democráticamente), en vez de la exguerrillera Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), que pronto se presentará para la reelección. Igual que Dilma, Vargas heredó un programa político que tenía mucho apoyo de las masas populares brasileñas, pero tuvo que lidiar con la disconformidad, la agitación política y el deber de aplacar el miedo al socialismo que tenían las élites de su país y del extranjero.

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Cuando me puse a buscar noticias sobre Brasil en la prensa norteamericana de 1950 no fue mucho lo que encontré, realidad que contrasta sustancialmente con la desbordante cantidad de video en vivo, posteos en redes sociales e informes que nos bombardea hoy en día.

Estoy en Nueva York y voy a viajar a Brasil la noche siguiente a la final del Mundial. Voy a mandar, para esta serie, algunos artículos sobre el después de la Copa y sobre el tema del libro que voy a terminar en los próximos meses (un tema totalmente distinto a este), así que suelo recurrir a los medios digitalespero, atento a lo dicho por Jonathan Franzen, quien advirtió que la información «libre y accesible para todos» le quita valor a muchas formas de investigación (incluso, si estás leyendo esto, podés chequearlo en Google), voy a hacer mi mayor esfuerzo para darle un contexto de interpretación más amplio a la información recolectada.

En mi opinión, el punto fundamental es el siguiente: durante mis charlas con gente de Nueva York, me chocó el énfasis que ponían en la violencia y el fracaso, un énfasis mucho más notable que el que recogí de las conversaciones (virtuales) con brasileños. El otro día discutí con un grupo de neoyorquinos que estaban convencidos (no tenían ninguna mala intención, pero estaban equivocados) de que, afuera de la mayoría de los estadios, había batallas campales entre manifestantes y policías. Unos días antes, había tenido que argumentar en vano contra la posibilidad de que algún estadio se derrumbara, una catástrofe que a mi interlocutor le parecía probable.

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Mis colegas de este foro hicieron un excelente trabajo analizando los verdaderos conflictos que rodean a la Copa del Mundo y a los Juegos Olímpicos de 2016, y observaron que hubo una represión draconiana de las voces disidentes que intentaron hacerse oír en las ciudades sede del Mundial. No sería correcto considerar que en este artículo se busca restarle importancia a esos episodios de violencia. Como escribió Ben Penglase en este mismo foro, la criminalización de los jóvenes de piel oscura que viven en las favelas de Río contribuye a legitimar la militarización de esas zonas. Asimismo, el acento exagerado y hasta inverosímil que se pone en la violencia (acento con el que me sigo chocando en los Estados Unidos, donde se informa de una manera que bien podría calificarse como pornográfica) no contribuye a concientizar al público sobre los conflictos sociales que hay en Brasil, sino a legitimar la represión de las voces disidentes.

La pregunta es por qué, en la etapa previa a la Copa, «violencia» y «fracaso» se convirtieron en tropos tan fundamentales en las representaciones de Brasil construidas en el extranjero, sin que importara que algunas fuentes informativas brasileñas pudieran haber ofrecido una perspectiva alternativa de la realidad.

 

Los mitos de un país pacífico y violento

Antes de responder esa pregunta, debo mencionar que, a lo largo de las últimas cinco décadas, aproximadamente, hubo un cambio profundo en las ideas relacionadas con la paz y la violencia de Brasil. En la introducción, traté de hacer hincapié en las similitudes entre la cobertura periodística de 1950 y la de 2014. A continuación, voy a concentrarme en las diferencias.

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El artículo del New York Times que hablaba de la fosa del Maracaná no logró sembrar mucho pánico y, a diferencia de los informes que vemos hoy en día, no se refería a peligros mayores que un simple grupo de hinchas exaltados.

El artículo del Washington Post (publicado después de la Copa) hacía clara referencia a los miedos típicos del lector preocupado por la llegada del «socialismo» a Latinoamérica, provocada por la asunción de un presidente populista. Esos temores son parecidos a los que se propagaron en la prensa internacional durante los primeros años de administración del PT, que llegó al poder en 2003 y permanece hasta hoy. La intención del texto (que llevaba el extraño título «Puede que, en Brasil, el “socialismo” sea algo relativo») era consolar al lector de la época de la Guerra Fría diciéndole que el presidente electo quería inversores extranjeros que colaboraran con los cambios a largo plazo que hubiera que realizar.

En ese aspecto aparecen las diferencias entre esa época y la nuestra. Para llegar a esa aliviadora conclusión, el Post se basó en un análisis cultural. Diametralmente opuesto al discurso dominante de hoy, que muestra a Brasil como un país particularmente violento, aquel artículo destacaba la inclinación de los brasileños hacia la paz: «La “adaptabilidad” de los brasileños les permite resolver los problemas con mucha menos violencia y preocupación que la mayoría de los pueblos», se señalaba en el artículo.

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Esa concepción de Brasil como una nación rebosante de paz tiene una larga historia, aunque quedó eclipsada, al menos en los grupos de élite. Algunos de los tropos principales del mito indican que el país se independizó de Portugal sin necesidad de ninguna masacre, a diferencia de otras gestas independentistas de la región. Se abolió la esclavitud sin necesidad de ninguna guerra (Brasil fue el último país del hemisferio en abolirla, en 1888). Las fuerzas armadas no entraron en conflicto con ningún país sudamericano después de la brutal Guerra de la Triple Alianza (1864-1870).

Tal vez, los lectores contemporáneos estén más familiarizados con un mito fuertemente vinculado al anterior: el llamado «mito de la democracia racial», según el cual la relación entre las razas que coexisten en Brasil es de lo más amistosa y tranquila. Sin embargo, si los lectores conocen ese mito es por haber escuchado críticas hacia él. Al igual que el mito de la paz brasileña, la «democracia racial» todavía sobrevive como ideología popular pero, en la academia y entre los periodistas de nivel promedio e intelectual, solo se lo menciona para denostarlo.

Tomando como parámetro lo que, en términos generales, piensan los más informados de mis alumnos norteamericanos, puedo decir que la idea de que Brasil es un país violento y racista, así como los productos culturales de estilo crudo y realista como el baile funk carioca o la película Ciudad de Dios, dejaron en el olvido absoluto a la paz y a la democracia racial, y también a ciertos clichés mundialmente famosos de la cultura brasileña, como Garota de Ipanema y Carmen Miranda.

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Las causas de ese giro cultural tan fuerte superan el alcance de este ensayo, pero voy a profundizar sobre el tema en otro momento. Por ahora basta con afirmar que el mito del «Brasil pacífico» es tan engañoso como su opuesto, el del «Brasil violento». Al tratarse de una nación que no tiene enemigos externos importantes, pero que sí cuenta con altos índices de violencia urbana y policial y una de las mayores industrias de armas cortas del mundo, cualquiera podría, si quisiera, encontrar ejemplos para abonar cualquiera de los dos mitos.

Escribí un artículo (actualmente sometido a la revisión de algunos colegas) con dos antropólogos, Thaddeus Blanchette y Ana Paula da Silva, en el que mostramos de qué forma los discursos sobre Brasil que se construyen en Europa y, sobre todo, en los Estados Unidos, suelen oscilar entre la utopía y la distopía extremas, en parte porque Brasil es un país suficientemente parecido a los Estados Unidos para utilizarlo como tabula rasa. Los mitos de los que hablé cumplen con ese patrón, casi al pie de la letra.

¿El fracaso de la Copa del Mundo?

Pero, limitemos el campo de análisis a la historia reciente: ¿por qué, cuando los medios europeos y norteamericanos se desvían de las «pura pavadas» y de la temática meramente deportiva, lo hacen solo para hablar de violencia y fracasos?

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Para empezar, es cierto que hay convulsión política en Brasil, y la Copa del Mundo no es ajena a ella. Las muertes, demoliciones de viviendas y otros costos que tuvo la preparación para la Copa, sumados al despilfarro y apropiación de fondos públicos por parte de entes privados, causaron rechazo entre la población. Se está usando el Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016 para favorecer intereses inmobiliarios y reestructuraciones urbanas de corte neoliberal y la FIFA aplica feroces métodos dictatoriales y hace anuncios apocalípticos sobre el ritmo de la preparación de Brasil para el evento. Además, el torneo sirvió de pretexto para convertir grandes sectores de las principales ciudades del país en verdaderos estados policiales.

Como ya se explicó en este foro, en Brasil no solo se protesta contra el Mundial pero, por un lado, los reclamos políticos no aparecen en los medios y, por otro, se habla de movimientos «antigobierno» sin dar información precisa sobre ellos. Por ejemplo, durante la marcha organizada en el primer aniversario de las protestas del 19 de junio de 2013, hubo algunos episodios de violencia y represión policial, pero en este artículo de Reuters se incluye la frase «Copa del Mundo» en el título y, en el cuerpo de la nota, se usa muchas veces «antigobierno». Recién después mencionan lo realmente importante: el reclamo por el boleto gratuito, verdadero detonante de las protestas de 2013 y la de 2014. En la misma línea discursiva, la revista Time publicó una nota en la cual se informaba sobre la misma manifestación y se publicaba una foto en cuyo epígrafe se hablaba de una «protesta contra la Copa del Mundo 2014». El texto empezaba afirmando que en San Pablo había habido «una revuelta contra el gobierno» y que los manifestantes «aparentemente» (solo «aparentemente») reclamaban boleto gratuito.

Para poner todo eso en perspectiva: el mismo día en que Vice.com subió el tercer video de «Caos en Brasil» (una serie de videos muy vista, que incluye algunos ejemplos de buen periodismo a pesar de la obscenidad de los títulos y de la musicalización digna de una película de terror, marcas registradas del estilo Vice), 50.000 personas protestaban en Londres contra las políticas de ajuste. Como señaló un geógrafo amigo mío, Brian Mier, que vive en Río y supo hacer excelentes crónicas para Vice: «la marcha de Londres fue cincuenta veces más grande que cualquiera de las protestas antimundial que hubo la semana pasada. Si le hacemos caso a lo que cadenas como la CNN dicen sobre Brasil, entonces Gran Bretaña debe estar en peligro de derrumbe».

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Lo que pasa es que hay mucho más mercado para las noticias referentes al «peligro de derrumbe» que corre la sociedad brasileña que para lo de Gran Bretaña. «Lo único que les importa a los editores de todo el mundo es hablar de “Brasileños violentos que pueden arruinar el Mundial”», se queja el periodista Lawrence Charles, desde Brasil. Igual de macabras y amarillas son las noticias que nos llegan acá. Hay una cierta lógica poscolonial y geopolítica detrás del asunto, así que preveo que el mundo se va a angustiar mucho por lo que pueda pasar en los Juegos de Río 2016 y el Mundial de Rusia 2018, pero no por lo que pueda pasar en los Juegos de 2020 porque los organiza Japón, próspero aliado de la OTAN.

Además, Brasil celebra elecciones este año, así que el análisis de las consecuencias de haber organizado el torneo tiene un inevitable sesgo partidario. Como señalan los politólogos Joao Feres Junior y Fabio Kerche, los medios de comunicación más importantes del país (Folha do Sao Paulo, O Estado de Sao Paulo, O Globo, Veja y Época) son opositores sistemáticos al PT, que gobierna el país desde 2003. Dichos medios influyen en lo que se piensa de las políticas gubernamentales, tanto dentro como fuera de Brasil.

Estoy de acuerdo con los politólogos, pero su argumento deja abierta una cuestión importante. Los grandes medios brasileños están en contra del PT desde que se fundó, en 1980. Sin embargo, durante gran parte de la década pasada, los medios y las instituciones del primer mundo estaban enamorados del PT y del presidente Lula da Silva, aunque los medios locales estuvieran enemistados con él. Ese enamoramiento parece haber declinado desde la asunción de Dilma Rousseff (que asumió por el mismo partido) aunque ahora los principales medios nacionales e internacionales estén un poco más alineados con su administración que con la anterior.

Más adelante voy a hablar de las razones de ese cambio, que no solo se reducen a la caída de la economía de Brasil, a las diferencias de personalidad entre ambos gobernantes o a los grupos de protesta que surgieron.

Para terminar, me gustaría sugerirles a los consumidores de medios anglosajones que sean escépticos cuando lean alguna noticia descontextualizada sobre violencia en Brasil. Estos nuevos movimientos tienen una clara base histórica. La represión que cae sobre ellos es real, pero no les hacemos ningún favor creyendo palabra por palabra en la violencia pornográfica que circula en los medios internacionales.

*Artículo publicado el 30/06/2014 en Anthropoliteia  y donado por el autor a través del Programa Sur Global.