Ensayo

Claves para entender al Papa pragmático


Hundir el bisturí hasta donde sea soportable

Rodeado de dinosaurios adentro y de hienas afuera, bajo la incomprensión de una izquierda y un progresismo bobo que confundieron laicidad con ateísmo militante, Francisco saneó lo más posible la Iglesia Católica Romana de bordes ásperos y autoritarios. Con operaciones zigzagueantes, estratégicas y pragmáticas, la puso en diálogo con estos nuevos tiempos en donde la desposesión neoliberal/libertaria, el racismo, la discriminación hacia las mujeres y comunidades LGBT+, las guerras y la persecución a los pueblos indígenas tienen el aval desvergonzado de las ultraderechas. Así Bergoglio le abrió las puertas a muchas y muchos que no podíamos entrar sin renunciar a nuestros deseos y amores, dice Flavio Rapisardi.

Hace ya unos años, frente a mi pregunta sobre una posible interna eclesiástica local, un amigo cura de la poderosa Tercera Sección Electoral me respondió: “Flavio, eso lo decide Pancho ¡Cómo saberlo! ¡Es jesuita!”. En las palabras de mi amigo me quedó claro lo que muchos sabían o sospechaban: el estilo de Francisco era la aproximación indirecta. Una estrategia necesaria frente a una Iglesia tomada por órdenes ultraconservadoras como el Opus Dei y otras, que de maneras rizomáticas construyeron una quinta columna con ramificaciones. Esas bifurcaciones, hoy sabemos, llegan a Trump y hasta el clero afro, que está haciendo estragos hacia la derecha no sólo en la Iglesia con cabezal en Roma, sino también en otras, como la Metodista, en la que la mayoría africana produjo un cisma de los sectores pro LGBT+ en EE.UU. Lo que me respondió mi amigo cura se puede traducir así: Bergoglio ya Francisco apeló al realismo, lo que en el mundo de la fe obtusa de algunos ya es una revolución copernicana.

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La Pascua de Francisco es más compleja que la muerte de Bergoglio. Porque ese franciscano que supo irse de la ciudad porteña con ideas de volver del cónclave, terminó “papabile” electo y le puso los clavos al intento tibio y fallido del Papa alemán de orientar una nave a la deriva, la Iglesia. Bergoglio se convirtió en Obispo de Roma para su cruz y su gloria. 

Claro que nada se pierde y todo se transforma. Francisco siguió siendo Bergoglio, pero también aprendió a no serlo cuando se encontró en la boca de una ballena que hace más de dos mil años se mueve lenta y sigilosa. Una institución que fue de la Inquisición a frenar la “crisis de los misiles”, de un inicial silencio frente al nazismo a parar el primer bombardeo en Siria, de no abyectar a personas LGBT+ a aprobar la bendición (no el casamiento) de parejas del mismo sexo/género. A eso podemos sumarle su defensa de les migrantes, su crítica al genocidio contra Palestina y sus intervenciones contra el bloqueo de Cuba, entre otras. 

No se trata de mirar el medio vaso lleno ni el medio vaso vacío, sino de ver el movimiento general (la película y no sólo la escena) que Franciso fue armando como un Sun Tzu criollo o, para ser más exactos, un Sir Bail Liddel Hart, a quien él mismo recomendaba leer. 

Liddel Hart en su libro Estrategia. El estudio clásico sobre la estrategia militar recorre los modos de dar batalla desde el siglo V a.c. hasta el siglo XX d.c: desde Epaminondas hasta las estrategias de aproximación indirecta en África. En todas las batallas victoriosas hay una constante: el rodeo paciente, la negociación permanente y la vuelta final que termina con el triunfo. Francisco aplicó esta técnica contra una ultraderecha católica siniestra y activa, a la que logró controlar en su gestión y a la que le dejó terreno minado y fuerza propia. El desenlace dependerá de lo que “los suyes” sepan timonear.

De Bergoglio a Francisco en tierras gauchas

En esta vuelta del mapa astral, Bergoglio todavía no Francisco fue reordenando el clero argentino. Un clero que tenía como antecedente a Monseñor Quarracino, del que Bergoglio fue amigo aún coincidiendo poco con él, y un contrincante como el ultramontano Monseñor Aguer, el de los rizomas fascistas platenses que intentaron mandarlo a Roma en pleno kirchnerismo y no para ser Papa, sino para jubilarlo en un Dicasterio. Al fallar ese intento de “exilio”, el devenido Francisco se entregó a movimientos y operaciones zigzagueantes, estratégicas y pragmáticas. Hundiendo bisturí hasta donde el dolor fuera soportable, arremetió contra estructuras y normas que a la Iglesia Católica Romana jamás se le ocurrió modificar y hoy haríamos bien en temer por su continuidad. 

En estas tierras comenzó promoviendo a curas villeros (no necesariamente tercermundistas) con su “teología popular” diferente a la “teología de la liberación”, en tanto el sujeto no es la clase sino el pueblo: toda una confesión política. Creó así espacios de diálogo y jubiló a una jerarquía que funcionaba como collar de sandías de una institución que se desangraba de fieles y vocaciones aquí, allá y acullá. Todo un modo de administración que los titulares internacionales de centro izquierda y fachos llaman “progresista” y no fue más que un exquisito movimiento de “pragmatismo estratégico”. Apelando a la retórica de la misericordia abrió la Iglesia Católica a muches que no podíamos entrar sin renunciar a nuestros deseos y amores. 

Pero toda esta estrategia no se hizo en el vacío: por fuera de los muros católicos, algunos cristianismos pentecostales, que en nombre de la “libertad religiosa” promueven una ética del esfuerzo personal liberal, un abandono de la idea del pecado estructural (social) y repiten como loros discursos discriminatorios y clasistas, tejieron alianzas con los sectores ultramontanos de adentro de la propia institución y hasta del judaísmo. Este nuevo fenómeno neo y pentecostal no tiene nada de avivamiento y mucho de proyecto re colonizador que responde a los dictados de terminales en EE.UU o Australia. 

Dinosaurios adentro y hienas afuera conforman el bestiario en el que Bergoglio ya Francisco tuvo que atizar para producir avances bajo la incomprensión de una izquierda y un progresismo bobos que confunden laicidad con ateísmo militante. Si no les gustan los conversos, no confundan laicismo con una no creencia obligatoria de creer: el fenómeno religioso es una respuesta existencial válida que debe protegerse siempre que no interfiera en proyectos de buena vida ajenos. 

De la guerra a la bendición 

La misma semana en la que hablé con mi amigo cura, mi trabajo en la universidad me puso en la situación de evaluar un paper sobre configuraciones discursivo-lingüísticas en la industria cultural argentina luego de la consagración del matrimonio igualitario. Y en esas lecturas volví a leer lo que ya había “vivido” como militante: organizaciones de la “comunidad” no estaban de acuerdo con el “matrimonio igualitario”. Para ser más precisos, la CHA insistía con la “unión civil nacional”, ya que consideraba al matrimonio (figura civil) como una institución caduca y conserva. 

Organizaciones nucleadas en la Federación Argentina LGBT (FALGBT) sostenían la consigna “los mismos derechos con los mismos nombres”. Se oponían así al latiguillo de la derecha que el diario La Nación agitaba en sus editoriales con el apotegma “tratar distinto a lo diferente”. Por izquierda y por derecha, matrimonio y unión civil fueron criticados. 

Por esto, cuando se evalúa la posición del Bergoglio todavía no Francisco, se deben leer estos debates de fondo que funcionaban como caja de contención y resonancia de las discusiones en curso. Las posiciones en pugna parecían irreconciliables, pero en algo coincidían: cada una se consideraba más revolucionaria que la otra y la pelea con el apaciguado Bergoglio todavía no Francisco post declaración de “guerra santa” estaba cerrada. Porque si algo reconoce un lector de Sir Bail Liddel Hart es cuándo hay que retirarse. Y ese retiro fue también estratégico.

El proyecto de matrimonio igualitario en manos del oficialismo del gobierno de Cristina Kirchner ya era imparable y los modos en que la Curia se posicionó evidenciaron esta relación de fuerzas: la mayoría social se había logrado, la política también y el poroteo de la parlamentaria daba resultados alentadores. Ante esta situación, la Iglesia Católica Romana Argentina tuvo dos posiciones y el parteaguas fue el período post primera marcha naranja (color elegido por les opositores al matrimonio igualitario). Esa primera marcha con mayoría evangélica, que se aglutina en la conservadora, libertaria y ultramontana Asociación Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), junto con una nutrida participación católica conformada por comunidades parroquiales y algunos colegios confesionales fue numerosa. 

Pero el proyecto era imparable, las tres mayorías (social, política y parlamentaria) se alineaban gracias a la destreza de Néstor Kirchner y del movimiento. Como en Bergoglio ya asomaba Francisco, y luego de una reunión con Marcelo Márquez — un militante católico del Obispado de Quilmes que le regaló un rosario con los colores del arco iris— , el entonces Obispo bajó su intensidad, aunque sin pedir perdón por su exabrupto, en el que llamó a una especie de cruzada contra el proyecto del matrimonio igualitario. La realidad es que la segunda marcha fue sostenida por los evangelismos pentecostales. Sólo la revista Noticias de Jorge Fontevecchia notó esta merma católica en las manifestaciones. La trastienda fue ese encuentro con Márquez y más reuniones que Bergoglio siempre armó desde su visión pragmático-estratégica, en ese lenguaje “privado” que la Iglesia maneja diestramente hace miles de años. 

Y así como en el haber de su papado queda lo que señalamos como logros, también permanecen algunas deudas por saldar. Por ejemplo, una mayor claridad y firmeza contra la red de pederastía contra la que actuó, pero cuya profundidad, alcance y complicidades seguimos sin conocer. Del mismo modo, si bien aumentó la participación de las mujeres en lugares de decisión como sínodos, dicasterios y administración vaticana, no se logró el sacerdocio femenino.

Bergoglio devino Francisco a los 77. Hubo malas conciencias que lo pensaron como un Papa de transición pero, para su sorpresa, a sus casi ocho décadas dio batallas impensadas y ganó la mayoría abriendo espacios de integración imprevistos. Ante el dolor ajeno, decir “no supo” o “no pudo” resultaría cruel. Pero para reconsiderar la validez de esa disyunción, les propongo ser Papa reformista de una institución que no dudó, en su historia pasada, en envenenar pontífices.

Mientras Juan Pablo II fue un operador político efectivo del anticomunismo de Ronald Reagan y Margaret Tatcher, Francisco fue un espejo invertido: fue el que hizo lo que el “Cardenal Panzer” (Ratzinger) claramente no quiso, no supo y no pudo luego de la faena juanpaulista: sanear lo más posible la Iglesia Católica Romana de bordes ásperos y autoritarios y hacerla dialogar con los nuevos tiempos en donde la desposesión neoliberal/libertaria, las migraciones, el racismo, la discriminación hacia las mujeres y comunidades LGBT+, las guerras y la persecución a los pueblos indígenas vinieron con carta de ciudadanía de las ultraderechas que lo gritan sin vergüenza. 

Francisco fue un muro, un constructor de bienaventuranzas en una institución anquilosada. Lo que sigue ahora, sabemos, no está en manos de Dios, sino de varones de sotana, intereses geopolíticos y antiguas lealtades vaticanas que aún están activas. Esperamos que el cónclave tenga la sensatez de no sumarse a la demolición mundial neofacha y neoliberal y siembre el camino de Francisco.