La masividad y alcance territorial de la marcha del 1F fue elocuente, aunque diferentes analistas políticos y voceros en los medios le han intentado bajar el precio. La fijación con poner en duda los números de participación ya es un clásico que aburre. Otres han puesto en duda la capacidad de construcción política de un movimiento que les tiene confundidos. Hay quienes, en el mejor de los casos, aplauden la potencia de canalizar el descontento y el miedo ante el explícito autoritarismo del gobierno y de encontrar una palabra para comunicar la convocatoria en forma sencilla: antifascismo. Otres insisten en el ya remanido análisis de las preocupaciones de nicho, demandas identitarias que no suman, y demás obviedades de las que se alimentan los algoritmos de las redes sociales. La mayoría entiende que la gente salió por arrastre, no a posicionarse. El análisis de poco vuelo coincide en menospreciar el valor político de la respuesta del movimiento lgbtinbq+ ante un escenario inédito, no sólo local, sino del mundo occidental.
No nos vieron venir.
¿Qué significa esta irrupción? ¿Qué tiene de diferente y cómo se vincula con otros colectivos sociales y políticos perjudicados por la violencia simbólica, económica y política que impulsan las nuevas derechas?
Hace unos años el filósofo, activista y profesor Michel Feher, explicaba por qué podíamos les mostris llegar a ser un posible frente de activismo de insurgencia ante la condición neoliberal. Tal como él lo proponía, les mostris estábamos en el centro de la disputa en relación a cómo el daño del capital ya no solo se explicaba por la relación explotador-explotado.
El liberalismo murió en 1979, afirmaba Feher en 2011. Ya no estamos en una economía de beneficios, sino en una economía de crédito. La figura central de la condición neoliberal actual, explica el filósofo, es el inversor. Su prerrogativa es la de asignación del capital. Feher caracteriza a los inversores por su permanente pronunciamiento para tener prioridad sobre otros actores sociales.
No es casual, en este sentido, que Milei decidiera hablar sobre nosotres en el Foro de Davos. Necesitaba desesperadamente acelerar la demarcación de alguien distinto al trabajador explotado, alguien identificable que sufriría los efectos de las políticas económicas. Les hablaba a los inversores, pero también a otros actores sociales y económicos. Por un lado amenazaba: ¡Voy a por Uds.! Por el otro tranquilizaba: es contra elles, específicamente.
Finalmente les decía que los invertidos serían controlados o exterminados. Porque a nadie se le escapa que en Argentina les mostris, los otros invertidos para el capital, logramos, en los estertores del Estado de Bienestar y en el fin del liberalismo económico, ser reconocidos como sujetos de pleno derecho.
La respuesta antifascista y antirracista lgbtinbq+ dejó en evidencia el programa económico libertario basado en la complicidad de la gestión biopolítica con la extensión del capitalismo neoliberal.
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La noche anterior a la marcha, en el bar de mostris de siempre, había acampe de vereda, birra y rosca. El saludo repetido “nos vemos mañana” sellaba no solo el compromiso sino la certeza de que íbamos a sacudir a pie de calle la modorra del verano y algo más.
No sería la primera vez.
El antecedente directo fue la primera movilización contra las políticas de ajuste y endeudamiento del gobierno de Macri, luego de tejer alianzas con las centrales sindicales, partidos políticos, organismos de derechos humanos, y feminismos. Fue la primera vez que el movimiento trans, travesti y lgbinbq+ marchó encolumnado bajo la bandera de la Colectiva Lohana Berkins exigiendo cupo laboral travesti-trans: TraVajo.
En ese momento, una de las propuestas, quizás la que más se alejaba de las formas de la política tradicionales, había sido la de “entrar en la agenda emocional de la nación”. Casi diez años después, la construcción colectiva de un movimiento que nadie se esperaba, capaz de articular la primera respuesta organizada, veloz y transversal contra la destrucción de los acuerdos básicos de la vida democrática en Argentina, mostraría masivamente que somos la agenda emocional del pueblo que resiste.
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Se sentían los nervios. Yo me acosté temprano como nunca y al día siguiente arrastre a mi pequeña familia mostri: sobrina estudiante universitaria lesbiana, marido investigador trans, amigues travos trabajadores. Fuimos hacia el punto de encuentro en la Avenida de Mayo. Siento ahora la tentación de dar cuenta aquí de los momentos extraordinarios de construcción común que vivimos en esa semana. Detallar el profundo trabajo político que se realizó en los días previos a la marcha en todo el país, dar cuenta de las formas novedosas de organización que retratan un aprendizaje consciente y un traspasamiento de saberes para modificar errores del pasado; ganas de contar cómo el ejercicio de una lectura constante, continua y en tiempo real del contexto - que se mostraba cambiante a cada hora - permitió la creación de nuevas herramientas de organización y también de la reactualización de otras más viejas. Pero hemos aprendido que es mejor cuidar los cuerpos y los espacios, que no todo debe ser expuesto. Sin especificaciones, puedo dar testimonio de que esa magia ocurrió.
Sólo voy a describir la cara de felicidad que vi en muches cuando por primera vez estaban en las banderas de arrastre de sus organizaciones, sindicatos, partidos: rostros en éxtasis de lucha. La expectativa cuando se anunció: comenzó el trenazo. Y la alegría de ser bienvenides cuando alguien gritó ¡Llegó La Plata!
Si bien somos un movimiento, el lgbtinbq+, que ha estado en toda la historia política argentina, siempre hemos sido relegados al afuera, al adjetivo diverso de cualquier orga, sindicato, partido u oficina. Esas risas, esas cabezas en alto, esas manos elevándose hacia el cielo, esas cadenas de cuerpos abrazando, bailando, riendo, cantando; esos cuerpos son las superficies de placer de un saber hacer político.
A la plaza se entró gritando ¡Abran paso que llegamos las maricas! ¡Sexo anal contra el capital! ¡No sos zurdo, no sos trans, sos funcional a la derecha neoliberal! ¡La lucha es una sola y a quién no le gusta: fascista, racista! ¡Fuera Milei! ¡Cómo a los nazis les va a pasar, adonde vayan les iremos a buscar! ¡Milei, basura, vos sos la dictadura!
Cuando la cabecera se acercó a la pirámide de mayo y comenzó un semicírculo a su alrededor sentimos la increíble fuerza de lo simbólico haciéndose cuerpo y el grito fue ¡Madres de la plaza, las travas las abrazan, los travos las abrazan! ¡Antifascista! ¡Antirracista!
Les invertides por primera vez ingresaban multitudinariamente a la plaza histórica a exigir que el inversor se vaya. Quizás sí, esto sea un hito en la lucha contra el capital financiero y los nuevos tecnorricos. No es casual que uno de los carteles que más se repitió en la calle fue el Nunca Musk.
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Tal como afirma el filósofo y cineasta trans Paul B. Preciado en Yo soy el monstruo que os habla: Estar marcado con una identidad significa simplemente no tener el poder de nombrar como universal tu propia posición identitaria. Dicen que no somos el pueblo, pero el pueblo lleva nuestros rostros, nuestras formas, nuestra piel, nuestros olores, somos la columna subcutánea que vertebra estas tierras ¿Acaso las políticas neoliberales no llevan cuarenta años intentando hacer de nuestro país tierra de invertidos—lugar donde arriban los inversores e invierten? ¿Qué pasa cuando les invertides hablan? Aún más: ¿Qué pasa cuando les invertides, les mostris, hacemos política?
Nos leen con las anteojeras de la identidad y nosotres hacemos micropolíticas travestis. Nos leen con las anteojeras de un sector con demandas minoritarias y nosotres ya expandimos las identidades, las abandonamos, las re inventamos. Quieren gestionar el cuerpo de la mostra desapareciéndola, insultándola, pero la mostra ya mutó y se hizo enfermera, docente, archivera, médica, científica, becaria, mamá, abuelo, prima, pintora, artesana, indígena, emprendedora, motoquera, nadadora, mecánica, ministra, militante, dirigente, referente social, líder sindical, rappi, trader. Y en el 1F se sentó y metió las patas en la fuente.
Las personas salieron a la calle, no porque decidieran defender una quimera ideológica sino porque comprendieron que ellos y ellas también eran parte del pueblo invertido agredido, basureado, humillado, aterrorizado, agotado. Y que son a quienes amenazan explícitamente con la muerte social y material por el simple hecho de ser quienes son. Son a quienes se les suspende el crédito para poder seguir subsistiendo, a quienes se les niega el acceso a la salud mental, a la vivienda digna, a vivir sin sufrir racismo o discriminación son parte de su cotidianidad, de su comunidad, de su familia. Son su doble, su espejo, elles mismos, nosotres mismas.
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En los años 90 del siglo pasado no había acceso a hormonas o a cirugías. No había derecho a la identidad, ni de origen ni de género. Las personas trans e indígenas no teníamos siquiera derecho a un nombre propio. Incluso era muy difícil encontrar espacios de subsistencia, tanto para feminidades, masculinidades y no binariedades. Las leyes patologizaban, la policía perseguía, las escuelas nos humillaban o expulsaban y muchas familias rechazaban e incluso violentaban a sus niñes y adolescentes. Si me hubieran dicho que iba a poder ir a un hospital público a buscar mis hormonas con mi nombre y género elegido en mi DNI me hubiera reído y hubiera dicho: ¡Imposible, eso es ciencia ficción! Si alguien me hubiera anticipado que podía formar una familia o que podía ser un niñe o adolescente trans, travesti o no binarie e ir a la escuela: ¡Imposible! Imaginar una sociedad donde fueran otres quienes salieran a defender con nosotres nuestros derechos a la salud, la educación, al trabajo, el placer, la participación social y política, a vivir en familia, a crear y ocupar todos y cada uno de los lugares ya no es imposible. Es algo que está sucediendo: vernos junto a nuestras familias, compañeres de trabajo, de deportes, de estudio, nuestres amigues, abueles, nietes, sobrines, hijes, nuestras y nuestros mediques, enfermeras, docentes, referentes sociales, religiosos y políticos cientifiques, comunidades hospitalarias, de recreación, nuestras comunidades indígenas y afro ancestrales, comunidades migrantes, comunidades escolares y tantas más de las cuales somos parte y pertenecemos. ¿Podemos pensar entonces que nuestra sociedad está saliendo del closet de les invertides y empieza a soñar futuros comunes? Michel Feher dice que la temporalidad es fundamental en la resistencia contra la condición neoliberal. La insurgencia al régimen del inversor, propone, tiene que ser intensa, de asedio y continua. Pero uno de los efectos más notables del régimen del inversor impuesto por el libertario es el sufrimiento psicológico.
Luego de las agresiones públicas en Davos, los pronunciamientos en las redes sociales, la entrevista televisiva que dio repitiendo lo que había dicho mientras decía que no lo había dicho, hace unos horas el vocero presidencial dijo en conferencia de prensa que se “ha tomado la decisión de prohibir los tratamientos y cirugías para cambio de género en menores de edad”. Esta mañana apareció modificada la reglamentación de la Ley de Identidad de género en el Boletín Oficial. Ataca experiencias y vidas de adolescentes e infancias. Desinforma, aumenta el estigma, dificulta aún más el acceso a tratamientos en el sistema de salud. Personas trans, travestis, no binaries mayores han comunicado en nuestras redes afectivas de contención ideación suicida, crisis de ansiedad, ataques de pánico; lesbianas y mujeres han reportado accidentes domésticos, cardiovasculares, tensión alta; maricas y hombres nos hablan de desgano, insomnio, depresión, llanto incontrolable; mapadres de niñes trans de angustia, terror, sensación de desesperación. Esta es nuestra condición humana hoy.
El capitalismo neoliberal aprendió de la pandemia del SIDA y les mostris también. En la pandemia de COVID19 el capital financiero aprovechó el encierro para fantasear un mundo completamente dominado por redes algorítmicas que instalan targets semióticos, cero conflictividad social, extraccionismo sin controles, muertes masivas, mano de obra hiperprecarizada.
Nosotres, en la pandemia sabíamos en qué arena estábamos y apostamos a fortalecernos afectivamente, a encontrarnos. Sabíamos también del valor de una caricia y una muerte digna desde la crisis del SIDA; les jóvenes quizás fueron los más tomados por las políticas de inversión en riesgo futuro: salir a cualquier costo. Los más grandes navegaron en los temores de morir solos, encerrados, pero activaron pronto formas de memoria y de vida. ¿Les niñes?: Anfibios. El cuerpo afectivo borró las barreras adultas entre lo virtual y presencial, enseñaron a sus abuelas a usar Tik Tok para bailar y salieron rápido a jugar cuando se pudo, aprendieron más que nadie que tocar es con sentimiento y consentimiento, les iba la vida en eso.
En la pandemia nuestros compañeres mostris precarizades por años habían rentabilizado todo lo posible y lo imposible. Ya no tenían respuestas. El Estado, que prometía estar cerca, no aparecía lo suficiente o llegaba con poco o nada, ¿Por qué un joven trans pudo votar a Milei? Porque hubo un fallo en la escucha social: Milei era la promesa de los inversores, no de les invertidos.
En la pandemia nos sostenían nuestras amigas y nuestras familias ensambladas y disfuncionales, allí también aprendimos a encontrarnos, a articularnos, a entender que nosotres éramos ese efecto impensado del neoliberalismo que se ofrecía como capital sexual, culinario, identitario, estético o lo que sea. Y, a la vez, la condición de que otro posible era posible.
La consigna Orgullo Antifascista y Antirracista en las banderas de arrastre en todo el país dan cuenta de que esta lucha no es nueva. Hay historia, hay memoria. El “+” al final de las siglas lgbtnbiq es la apertura fundamental a un profundo y transformador espacio de insurgencia a un régimen que las formas comunales como partidos, sindicatos, asociaciones civiles, ongs y programas de estados benefactores hasta ahora no han sabido articular. Pero que, como lo demuestra el pasado 1F, lo sabemos hacer juntes.
El invertide que habita en nosotres no se rinde. Esta es nuestra condición humana.