Ensayo

El hecho bendito del país chimentero


Wanda, la que no necesita Nara

En menos de veinte años logró lo que pocas: prescindir de su apellido. Como Mirtha, Moria y Susana, siempre se narró a sí misma. El huracán Wanda reapareció con fuerza y parece haberse ganado la eternidad en el quilombo farandulero. Porque no solo protagoniza, sino que sabe contar: construye escenas y personajes. Es popular en una época donde podés ser muy famoso en un nicho y totalmente desconocido en otro. Una celebridad con formas del siglo XX —manejo excepcional de los medios y las filtraciones—, mezclado con un uso perfecto de los dispositivos del siglo XXI. Y la gente opina hasta para decir que no quiere opinar. Icardi, L-Gante y la China son circunstanciales; solo Wanda permanece.

Aplaudan, aplaudan,
no dejen de aplaudir,
los quilombos de Wanda
que ya van a venir.

Como la lluvia en la primavera porteña, sus escándalos están siempre al caer. En un medio que construye y destruye rápidamente —desde mucho antes de las redes sociales— ella es planta permanente. La potencia de su imagen de rubia de Boulogne se proyecta en todos los televisores y en todas las redes sociales. Si hoy la popularidad se desarrolla por nichos, ella apunta contra la amante de su pareja y el país entero da su opinión. El escándalo es el combustible para cumplir la que parece ser su misión en este mundo: que su nombre esté en boca de todos.

Desde los tiempos de Mauro Viale, allá por mediados de la década del noventa, que los escándalos mediáticos llenan las pantallas de televisión. Después vendría Polino con Zap y la meca: Intrusos en el espectáculo. A lo largo de treinta años de farándula chimentera son pocas las figuras que logran prevalecer en el ambiente. La mayoría mueren potros sin galopar con sus treinta segundos de fama. ¿Qué hace que alguien permanezca? ¿Cuál es la fórmula para no agotarse? Wanda parece tener la piedra filosofal de los escándalos mediáticos, se ha ganado la eternidad del quilombo farandulero.

Wanda viene de los últimos estertores del siglo XX: teatro de revista, producciones para póster de talleres mecánicos y televisión chimentera. Pero hoy se mueve en la era digital mejor que ninguna. Cuando apareció en Intrusos, allá por febrero de 2006, tanto Facebook como Twitter estaban en pañales. Para pegarla había que tener un romance con un famoso y saber generar escándalos. El camino de Samanta Farjat. Wanda siguió esa senda, vio luz, entró y nunca salió. Pero no solo comprendió el camino para ser conocida, también supo que aquello que mostraran las cámaras no necesariamente tenía que ser verdad. Wanda fue su propia fake. Pidió un calzoncillo prestado, llamó a la televisión y salió al balcón. Después, que la cuenten como quieran.

Son pocas las figuras que logran sostenerse en el star system argento. La cámara casi siempre es una excusa para alcanzar otra cosa: una pareja, promocionar algo, hacer carrera en la música o la actuación, etcétera. Las —y en esto me pego al femenino— que se mantienen en el tiempo van logrando diferentes formas de status. Panelista de programa de chimentos, conductora, jurado del bailando o del cantando. Y, en algunas privilegiadas, el artículo. La, la, la. La Ritó, La Guercio, La Tauro, La Pradón, La Alfano. El artículo es una marca de que llegaste. Yanina Latorre ya era la reina de las mediáticas en cuanto se quedó con el apellido de su marido. 

Y si hablamos de apellidos, Wanda logró lo que pocas: prescindir del suyo. No son muchas las mujeres argentinas que necesitan solo su nombre para ser reconocidas. Carmen podría ser cualquiera sin Barbieri. Flor puede ser Peña o De La V. Llamar solo por el nombre habla de familiaridad o amistad, aunque algunas veces las queramos menos —quien nunca se peleó con un primo, un amigo o una tía—. Susana, Mirtha, Moria. Y ahí también, aunque recién en carrera, Wanda. La que no necesita Nara.

Durante décadas, Susana y Moria monopolizaron las pantallas, las carteleras y las tapas de revistas. Estilos contrapuestos: la rubia y la morocha; la que no quería hablar de sus relaciones y la que mostraba sus sex toy en televisión; la que se queja por los impuestos y la nacional y popular; la amiga de Macri y la novia del Pato Galmarini; ay que horror y si querés llorar, llorá. Se han puteado, han bailado y se han deschavado amores en vivo. Segunda línea del divismo argentino —por debajo de Mirtha, claro— Susana y Moria son los bronces que supimos construir. Wanda parece la síntesis entre ambas. Tiene la popularidad de Moria, pero construyó su figura bajo el ala de Susana. Cada quilombo suyo tiene su respectiva charla en el living de Su. El día que Susana quiera jubilarse jugando al Candy crush en Uruguay, es obvio quién puede ocupar ese rol. Tiene más CV y onda que Juanita. De nada, Telefé. 

Porque Wanda no es solo un nombre conocido. Es popular en una época donde podés ser muy famoso en un nicho y totalmente desconocido en otro. Cuando algo pasa con ella, la gente —sí, la gente— opina hasta para decir que no quiere opinar. Wanda es una celebridad con números y formas del siglo XX —manejo excepcional de los medios, como el agua conoce todos los secretos de las filtraciones—, mezclado con un uso perfecto de los dispositivos del siglo XXI. Todo potencia. 

De Jorge Corona a ganar el Martín Fierro. Del debut con caída en Patinando por un sueño a cantar entre chapes con Catriel y Paco Amoroso. Rubia y morocha. Boulogne y Milán. La virginidad anunciada en ropa interior en la tapa de Paparazzi y la separación relatada en una historia de Instagram. 

Wanda se construyó a sí misma. Desde aquel verano marplatense, en el que apareció caminando en un balcón —en una ciudad que tiene una relación muy particular con los balcones y los famosos— vestida con una camisa y un slip, enseñó la fórmula que utilizaría siempre. La firma de Wanda es la sugestión, dejar que el resto complete lo que ella insinúa. Si se muestra con ropa interior masculina, los medios dirán que era de Maradona. Si ella dice que es virgen, un coro de panelistas llenará horas de aire diciendo que no puede ser cierto. Si sube una historia llamando zorra a otra, las redes completarán con la China Suárez. Si en otro posteo muestra su mano, alguien reparará en que le falta el anillo de casada. Como los mejores poemas, Wanda dice sin decir. 

El truco funciona tan pero tan bien que pega la vuelta y sigue siendo efectivo. Aunque se sospeche que el cerebro de Wanda está detrás de todo, la necesidad del chisme puede más. Del último escándalo, que tuvo a Wanda e Icardi —la pareja— en el mismo lugar que a L-Gante y la China Suárez —respectivamente los amantes—, llegó a decirse que fue armado por ella. Wanda Migré. Si efectivamente ella llamó a Elián cuando se enteró que Mauro y Eugenia estaban en ese restaurant y le dijo “vamos”, merece una oportunidad como guionista de telenovela.

Desde que retornó al país, su aparición mediática va en ascenso. El huracán Wanda está pasando con una potencia que no veíamos desde los tiempos del primer affair entre La China y Mauro. Misma fuerza que en su irrupción en los medios, el casamiento con Maxi, el divorcio con Maxi y la declaración de amor de Icardi. Pero, ¿cómo es posible? Lo de Wanda es artesanal, tiene una marca de autora. No es solo protagonizar, sino saber contar. Construye escenas y personajes —hasta el Fan de Wanda fue una invención suya—. Ella no se separa así nomás, hay una orfebrería del divorcio. Si el qué es siempre el mismo, lo que vale es el cómo. Si la tribuna dice con tono cansado “otra vez se separa Wanda”, ella responderá: “¿Ah sí?”. Y nos dará una de las grandes escenas de los últimos tiempos.

Su vigencia se debe a los mismos motivos del éxito de los grandes cantantes populares, interpretar e interpelar las historias que están en todas las calles de todos los barrios. Leo Mattioli, Dalila y Karina narran mejor la vida cotidiana que Silvio Rodríguez o Spinetta. Encontrarse a su pareja –o ex pareja– con la amante, mientras ella está con su nuevo novio –o amante–, no solo suena sino que es una canción de Arjona. Historia de un taxi, el sueño del tachero. La mujer despechada que sube al auto con ganas de vengarse del marido infiel. Y todo va bien hasta que ella le propone al tachero ir al bar donde está el esposo. Entonces el tango. No solo al marido infiel se encuentra en el bar, sino que justo está con la otra. “Mira si es grande el destino y está ciudad es chica —canta Arjona en modo Woody Allen—. Era mi mujer”. La versión felices por siempre de la canción es, anticipo de Maluma, de a cuatro. Difícil proyectar un futuro similar para nuestros personajes. Una cosa es segura: Icardi, L-Gante y La China Suárez son circunstanciales. Solo Wanda, el hecho bendito del país chimentero, permanece.