Esta crónica fue escrita bajo la mentoría de Lizbeth Hernández, periodista, editora y fotógrafa independiente mexicana.
Adriana no tiene un cuarto propio donde atravesar los efectos secundarios del Misoprostol. En su tránsito por México quedó embarazada, y no está en condiciones de seguir adelante. Adriana es salvadoreña, tiene 25 años y un temple que revela el trayecto que padeció en los últimos meses. Su destino es Estados Unidos, allí la espera su mamá, que ya le está buscando un trabajo en lo suyo, la costura. Por eso, después del test, Adriana no sabe qué hacer. No quiere pedir apoyo en el albergue que la alojaba temporalmente ni acudir a un hospital público: teme que la deporten a su país, donde el aborto está criminalizado bajo cualquier causal.
El aborto en México, en cambio, es legal en 15 de los 32 estados, sin importar causal y hasta las 12 semanas de gestación (excepto en Aguascalientes, que acaban de recortarlo a 6 semanas). En septiembre se cumplió un año desde que la Suprema Corte de Justicia de la Nación lo despenalizó. El aniversario se celebra mientras por primera vez una mujer asume la presidencia en México: Claudia Sheinbaum prometió fortalecer el acceso a los derechos sexuales, y reproductivos mencionando, como evidencia, la cantidad de estados que aún falta involucrar en esta política de salud.
El aborto es legal en la mitad del mapa mexicano. Sin embargo, existe una brecha del papel a la práctica. ¿Cómo experimentan los cuerpos gestantes el acceso? ¿Cómo se organizan las feministas para garantizar el derecho a decidir?
Según una encuesta del Population Council, el 47% de las migrantes encuestadas desconoce que puede acceder a servicios de salud y cuidado sin tener que presentar documentos de identidad, y el 85% no sabe que los hospitales públicos deben facilitar la práctica sin pedirles constancia de denuncia policial por violación.
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A pesar del temor al pitazo, la primera reacción de Adriana fue pedir atención en un hospital público en Tapachula, en la frontera sur del país, donde estaba. Tardaron horas en atenderla; luego le pidieron que presentase mil papeles.
Después, fue a una clínica privada:
―Trae una identificación y comprobante de domicilio.
Agobiada, se acercó a otro centro del ISSSTE.
―Te recomiendo que lo pienses bien –le dijo una enfermera delante de un póster donde se leía “aborto seguro” y un código QR que lleva un directorio de servicios. La enfermera explicó que tendría que sacar una cita, exponer las razones a la ginecóloga y ser derivada a otra cita en un hospital. Tiempo indefinido.
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Desde hace décadas, y en todo el mundo, activistas feministas articuladas en redes brindan acompañamiento para promover el aborto con medicamentos, más allá de la adhesión de los Estados a este derecho. Escuchan, contienen, informan. Facilitan la medicación y acompañan de manera presencial o virtual.
Las tres dosis de cuatro pastillas de 200 mg de Misoprostol se toman cada tres horas. Entre los efectos secundarios esperados están un sangrado leve, cólicos, vómitos o diarrea. Por eso, otra de las necesidades es tener espacio y tiempo para abortar. ¿Qué hacer cuando los efectos secundarios se deben ocultar por miedo a que tu pareja o tu familia sepan del procedimiento?
―Yo no puedo hacerlo aquí ―le dijo Mariana a Vanessa, de la colectiva Necesito Abortar. Se refería al lugar donde vivía con sus papás.
―Si quieres ven a mi casa —respondió Vanessa.
Vanessa es diseñadora gráfica. Estudió en una escuela católica. “En esos años era antiaborto”, cuenta. Está pendiente del reloj: es la cuidadora de su mamá y tiene que ir a recogerla a un consultorio médico. En la universidad se unió a grupos LGBT+ junto con Sandra, su pareja. De ahí, profundizó en los derechos reproductivos “como una bola de nieve”. En esos círculos activistas conoció estas redes, así llegó a Mariana.
“Imagínate qué condiciones tiene ella que se le hace más seguro meterse a casa de dos desconocidas que con cualquier persona que conozca”, pensaron Vanessa y Sandra. A raíz de esa experiencia, en 2017 comenzó La abortería, un espacio gratuito para cualquier persona que necesite un ambiente seguro y acompañamiento para abortar con Misoprostol.
Las activistas insisten en la sencillez de este método. “Solo se necesita un baño y un lugar privado donde estar.” Cuando Vanessa habla de la tarea de acompañamiento al aborto seguro, quien la escucha suele imaginar que se trata de un proceso complicado, hasta peligroso. La mayoría de las veces, en cambio, “solo son mensajes por WhatsApp” que intercambian información y emojis. Cerca de las socorristas, el procedimiento se realiza lejos de burocracias y violencia institucional.
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Después de enfrentar tantos obstáculos en el sistema de salud, Adriana estaba desesperada. Googleó: “aborto México”. Así llegó a Ninde, abogada feminista. “¡El buscador pudo haberte llevado, también, a una página anti derechos!”, dice Ninde. Ella comenzó a acompañar hace 10 años, después de haber pasado por esa experiencia. “Lo llevé sola, en casa, con la información que encontré en internet”.
Ninde acompañó el aborto de Adriana, quien sigue en Tapachula con un solo objetivo: reencontrarse con su mamá en Estados Unidos.
La legislación alrededor del aborto es diferente a lo largo de la ruta migrante. “Las mujeres que necesitan abortar traen la idea de que llegando a Estados Unidos van a poder acceder, pero depende de dónde caigan”, aclara Ninde. La incertidumbre no solo está en su llegada a destino, sino en si tendrán garantizados o no sus derechos sexuales y reproductivos en la próxima parada.
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¿Qué documentos NO deben pedirle a una persona que solicita un aborto? Una de esas listas es la compartida por IMUMI, el Instituto para las Mujeres en la Migración:
Identificación oficial
Comprobante de domicilio
Denuncia en caso de violación
Autorización de la fiscalía
Autorización del Ministerio Público
Los servicios de aborto seguro deberían brindarse, de acuerdo al mismo gobierno de México, desde un enfoque de derechos humanos, acceso a la salud y apego a la ley, con personal capacitado y sensibilizado y con un rango de opciones que se ajuste a las necesidades y preferencias de quien lo solicita.
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“Un nuevo cruce fronterizo: las mujeres de EE.UU. recurren a México para abortar”, publicaba The New York Times hace un año. Entonces, era sorpresivo el camino divergente que Estados Unidos y México estaban tomando en torno al aborto. Texas se volvió uno de los estados más restrictivos en cuanto al acceso al aborto en Estados Unidos. Fue después de la anulación del fallo Roe v. Wade, el caso que sentó el derecho constitucional al aborto. Es legal sólo si la persona gestante corre peligro de vida.
Frente a la avanzada antiderechos de algunas regiones de Estados Unidos se generó la expectativa de que hubiera un alza en el turismo médico estadounidense hacia el sur en busca de un aborto. Sin embargo, el aumento no ha sido tan significativo. De acuerdo con Stephanie Lomelí de Fondo María, tendría que ver con que “allá ya hay fondos de aborto, algunos estados no tienen restricciones y el movimiento es mucho más fácil dentro del país que irse fuera, con otra lengua y otro contexto”..
Aún cuando los recursos económicos lo facilitan, el acceso a un aborto seguro no necesariamente está ligado a tener cómo pagarlo. Incluso en la colonia Roma, uno de los barrios más caros de Ciudad de México, donde se asienta también gran parte de las nómadas digitales.
Lo dice Google Maps. Al escribir “aborto en colonia Roma” en su buscador, aparecen varios lugares con reseñas variadas. Se anuncian con fotos de pañuelos verdes, cajas de Misoprostol y señalética ligada al feminismo. Una de las direcciones remite a una casa azul rey ubicada en una calle llena de bares, y cuya puerta de madera está siempre cerrada. Tiene un letrero: “Fundación”. Afuera, la coreografía se repite día a día. Suele haber tres personas bajo una sombrilla: una de ellas, una mujer policía.
―¿Tiene cita? ―preguntan, con una voz apenas perceptible. Y luego entregan un papel escrito a mano para completar: “Semanas de gestación… Nombre:... Teléfono:... Estado:... Edad:... Fecha:../…/…/…”. Sólo así se puede concretar la consulta.
Los otros lugares que aparecen en Google Maps son difíciles de encontrar. Excepto la Fundación Marie Stopes, lugar recomendado también por las redes de acompañantes. Marie Stopes fue pionera del acceso a la salud reproductiva en Inglaterra y su fundación provee abortos seguros en 36 países. En su web mexicana facilitan la información: cuesta entre $100 y $380 dólares. El procedimiento más barato es con medicamentos y acompañamiento en línea. La aspiración manual endouterina (AMEU) tiene un costo intermedio; se realiza en el lugar y requiere tomar analgésicos que “disminuyen las molestias”. Los más caros se ofertan “sin dolor” y con posibilidad de estar acompañadas por alguien conocido. En línea comparten una guía con información.
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El aborto autogestionado es recomendado por la OMS para realizar procedimientos de bajo riesgo y eficaces. Los efectos abortivos del Misoprostol fueron descubiertos en los ´80 por parteras brasileñas, quienes notaron las extremas advertencias que tenía un medicamento para úlceras gástricas para usarse durante el embarazo.
Patricia, activista de San Luis Potosí, trabajó en una línea telefónica nacional de acompañamiento. “Llegábamos a mujeres de municipios más alejados”, comenta, puesto que podían alcanzar zonas complejas para la conexión a internet. Mientras conversamos, me pide que la espere dos minutos: corre a entregarle un paquete al conductor de Uber que acaba de tocarle el timbre: es Misoprostol para una de las personas que acompaña.
En México se llaman Necesito Abortar y Las libres. En Colombia, Las parceras. En Chile, En casa y con las amigas. En Argentina, Socorristas en red. En Perú, Serena Morena. En Ecuador, Las comadres. Las redes de acompañamiento se expandieron en las útimas décadas gracias a internet y las redes sociales, y resultan de una larga historia de acción colectiva feminista. De repartir folletos en mano y compartir información boca a boca, a colgar manuales en internet y más. Te acompaño es un chatbot creado en septiembre de 2023 por 14 organizaciones migrantes y de salud reproductiva. Ofrece conversaciones automatizadas sobre derechos, directorios de servicios de salud, puntos de venta de misoprostol (costo y requisitos) y espacios de acompañamiento.
―¿A cuántas personas acompañas al mes?
―Nueve o diez por semana. En pandemia, 15 por semana.
La que lleva esa cuenta es Jenny, regiomontana recién graduada de trabajadora social. Forma parte de Necesito Abortar, una red de 18 acompañantes. Como esta, existen varias en la mayoría de los estados del país. Estamos conversando cuando suena su WhatsApp.
―Hola, acompañaste a una amiga, entonces me pasó tu número.
―Holaaa. Mi nombre es Jenny.
Jenny le recomienda hacerse una prueba de sangre para ver si tiene anemia (en ese caso, debería esperar dos o tres semanas, comer “puras lentejas y espinacas”). Le cuenta que hay dos maneras de abortar con pastillas: 1) con misoprostol, 2) misoprostol y mifepristona (“el combinado es más efectivo y rápido, pero más costoso”). Ambos se consiguen en la farmacia.
―ADVERTENCIA!!! Probablemente no quieran vendértelo. ADVERTENCIA!!! Quizá te pidan una receta, aunque no deberían. SUGERENCIA!! Pídele a un hombre que la compre, a ellos no les ponen excusas.
Si no logran conseguirlo, las socorristas muchas veces lo pueden facilitar, y a precio de mercado. En casos de violencia sexual, si la persona gestante es menor de edad, de escasos recursos o pertenece a una comunidad indígena, la colectiva dona el medicamento. El precio de una caja ronda los 25 y 40 dólares.
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―Apenas ubiques las cuatro pastillas de miso debajo de la lengua, las dos nos ponemos alarmas: dentro de 30 minutos (ahí te vas a pasar las pastillas con agua), otra en tres horas (vas a repetir el proceso). Tres horas después te pones las últimas cuatro pastillas. Si algo te llama la atención, me mandas una foto. Abortar no es igual a ver chorros de sangre. Si eso no pasa, no te asustes, no creas que no funcionó.
Daniela lleva 15 años acompañando. Sabe identificar tejidos a través de fotografías. Sabe “si es un tejido endometrial, si es la bolsa, si es el embrión”. Estudió Letras latinoamericanas, y ahora se dedica a la repostería: hornea pasteles al tiempo que acompaña. Tiene un local en Toluca, Estado de México, donde el aborto aún es clandestino.
Pasan quince días y la misma mujer la vuelve a contactar.
―Todavía tengo sangrado y cólicos.
―Es normal. Te puedes tomar un ibuprofeno o hacer una ecografía. Si quedan restos, no te preocupes: puedes volver a usar otras cuatro de miso.
La mayoría de las acompañantes no son doctoras ni enfermeras. Han trasladado el conocimiento médico fuera de las clínicas a través de las redes de acompañamiento, quienes están en constante capacitación médica, psicológica y legal. Tienen entre 25 y 40 años. Las han buscado gestantes casadas, solteras, con o sin dinero, con o sin hijes e inclusive algunas con pañuelo azul, hombres trans y personas no binarias. Les escriben desde distintos estados de México, incluso desde otros países. En el último tiempo, las contactan muchas latinas desde Texas.
La legalización no es el punto final. La lucha principal cuando los derechos ya están asentados en papel es la despenalización social, la deconstrucción del sistema de salud patriarcal.
―Hay veces que las chavas ya tienen pastillas, información, todo ―dice Jenny―. Nada más quieren que estés con ellas, apoyando su decisión. Ser acompañante es ser la amiga necesaria en el momento necesario y con la información necesaria. Es generar autonomía.