Con saco negro, remera negra y zapatillas blancas, el dirigente le da un sorbo a su café y suelta la frase:
—Con la AFA no se pelea, con la AFA se pierde.
Suena a slogan de campaña, afiche callejero o flyer para redes, pero es una creencia que define un momento, casi una ley marcial que se repite en las distintas reuniones del fútbol argentino que conduce Claudio Tapia, ahora con mandato renovado hasta 2028, aunque la Inspección General de Justicia lo considere sin validez. A la AFA de Tapia —empoderada por el éxito de la Selección Argentina y cuestionada por la improvisación en la liga local— hay que ganarle. Y, por ahora, nadie puede hacerlo.
Dicen que la frase la instaló Pablo Toviggino, el principal estratega que tiene Tapia desde que llegó a la AFA en 2017, cuando la crisis que originó la muerte del patriarca Julio Humberto Grondona y la elección vergonzante del 38 a 38 habían derrumbado cualquier atisbo de institucionalidad. Tapia recordó aquellos comicios de realismo mágico en la asamblea del pasado jueves 17: “Esa elección la ganamos 38 a 37, no empatamos 38 a 38”, dijo. Los aplausos, como cada vez que intervino, no tardaron en sonar.
En ese tiempo, Tapia acompañaba la candidatura de Luis Segura y se enfrentaba a Marcelo Tinelli, una rivalidad que años más tarde tuvo otros capítulos, hasta la derrota definitiva del conductor televisivo, que intentó desestabilizarlo con la ayuda de Alberto Fernandez para asumir en la AFA, pero no solo no pudo, sino que luego renunció a la presidencia en San Lorenzo y a todos los espacios que ocupaba.
Como pasó con Mauricio Macri y con Alberto Fernandez, ahora Tapia tiene como antagonista a otro presidente de la Nación: Javier Milei. El Chiqui conoce las armas y los territorios de las batallas contra la Casa Rosada —la rosca, los artilugios judiciales, las alianzas y los alcances políticos regionales—, aunque cambiaron las personas y los tiempos. Como está de moda decir en la Argentina libertaria, al menos por ahora, parece haber domado a los dos.
Milei recibe con apretones de mano y abrazos a cada participante. En la mesa de su despacho en la Casa Rosada —con él en la cabecera y seis personas sentadas posando para una foto teledirigida a Ezeiza y a Viamonte 1366— solo hay tres con carpetas: una negra en las manos de Milei, una celeste que había llevado Daniel Scioli y otra blanca que le prepararon a Andrés Fassi. La única que se abre en ese rato es la de Fassi.
—Quería tener esta reunión para que quede claro de qué lado estoy —empieza Milei esa reunión.
Habían pasado cuatro días de la conferencia incendiaria de Fassi en la que fustigó públicamente a Tapia, a los árbitros y a la organización general del fútbol argentino, motorizado por un grosero error arbitral en los cuartos de final de la Copa Argentina. La terna que encabezaba Andres Merlos perjudicó a Talleres y benefició a Boca en una Copa que no tiene VAR y que cada año acumula más temores y suspicacias.
Tras el partido, Fassi y Merlos se pelearon en el vestuario. Nunca quedó claro cómo se dio esa pelea, pero sí qué pasó después: Fassi fue suspendido por dos años por el Tribunal de Disciplina de la AFA, potenció su rol de opositor casi en solitario en el ecosistema futbolero nacional y también cerró filas con Milei, al punto de que en el Gobierno lo sondean como posible candidato en Córdoba de La Libertad Avanza para las elecciones legislativas del año próximo.
En esa reunión en la Rosada estaban los principales promotores de las Sociedades Anónimas Deportivas de la era Milei: a Fassi se le sumaron el empresario Guillermo Tofoni, la diputada oficialista Juliana Santillán y el secretario de Deportes, Daniel Scioli. Los tres forman la primera línea de una milicia que libra la batalla cultural contra la casta del fútbol argentino.
El Gobierno sabía que perdería este episodio puntual, el de la reelección anticipada de Tapia. Le resultaba imposible contrarrestar el apoyo casi unánime que mantiene Tapia dentro de la dirigencia futbolera: apenas podía embarullar la asamblea, como finalmente sucedió, algo que la dirigencia de la AFA esperaba. “Estaba más cantado que el feliz cumpleaños”, cuentan sobre el pedido de impugnación de Talleres en la IGJ y la participación —y luego retirada— del club cordobés en la Asamblea Ordinaria.
Una postal alcanzó para dimensionar ese apoyo a prueba de todo, incluso de ideas o ideologías: el vicepresidente de River, Matías Patanian, CEO de Aeropuertos Argentina 2000 —alfil del magnate Eduardo Eurnekian, excompañero de Milei en ese holding empresario y por quien el presidente conoció al periodista Alejandro Fantino hace algunos años— tuvo que aplaudir a regañadientes cada vez que la asamblea imponía la ovación al Chiqui. La cámara que transmitía la asamblea por YouTube se había colocado justo delante de él. A veces hay maneras sutiles de disciplinamiento.
Sin embargo, ni las victorias ni las derrotas son permanentes, sobre todo cuando el que promueve la tensión es el Gobierno Nacional, que eligió a la AFA como uno de los símbolos a enfrentar. Milei y Macri, que en esta cuestión sí son socios políticos, evalúan opciones. La quita del régimen impositivo especial para los clubes (decreto 1212/2003) es un nuevo golpe. No quieren a la AFA como un fin en sí mismo, sino como un medio para algo mucho más grande: la apertura total de capitales externos a los clubes, con la posibilidad de que eso modifique estatutos, formatos y modelos.
Pero la AFA no está dispuesta a discutir el modelo de propiedad. Así como el Gobierno asegura que durante su gestión está garantizada la propiedad privada en todas sus formas, la AFA quiere sostener una propiedad colectiva: de los socios y de las socias. En medio de esta puja binaria (¿quién de verdad está debatiendo sobre esto sin su sesgo algorítmico?), lo que pocas personas discuten es cómo hacer para recaudar o generar más dinero dentro de la estructura de clubes que compiten en un negocio globalizado como el fútbol, que reparte y demanda cada vez más dinero.
De un lado, prometen mayor competencia y mejoras sustanciales en infraestructura, sin detallar a costa de qué (¿multiplicar o derivar negocios desde o hacia otros rubros?). Del otro, se aferran a la idea romántica de los clubes, como si después las dirigencias no negociaran con los futbolistas como commodities —al igual que la soja y el petróleo, el jugador de fútbol también está dolarizado— y los hinchas no se enfurecieran por actuaciones o resultados adversos.
Hay maquillajes en los dos vértices de la historia. En la vereda privatista dicen que la inversión también incluiría el aspecto social de cada club, un socialwashing con el que cumplirían la cuota de responsabilidad empresaria. En la otra vereda, la dirigencia expone una apertura a la galaxia fintech, cripto y financiera para legitimar su apertura a estos nuevos tiempos. La suba de los fan token de la Selección Argentina luego de la Copa América es un ejemplo.
Si el Gobierno no abre instancias de discusión en temas como jubilaciones, deuda pública o financiamiento universitario, ¿qué podemos esperar de este? Sin una mesa para discutir estas cuestiones, sin ninguna interlocución entre la AFA y la Casa Rosada, todo se mide de acuerdo a la capacidad de daño, de resistencia o de instalar el tema en la agenda pública o mediática.
El único que amagó con cumplir alguna función de articulación entre la AFA y el Gobierno fue el embajador en Estados Unidos, Gerardo Werthein, actual vicepresidente del Comité Olímpico Internacional (COI). No tuvo éxito. Werthein armó el encuentro en Los Ángeles entre Milei y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Antes de esa foto, a Tapia lo llamaron desde Zurich para avisarle que la reunión no implicaba una toma de posición ni un respaldo político al presidente de la Nación.
Aunque la fantasía de la intervención del Gobierno está siempre en el menú desde que Milei y el ministro de Justicia, Mariano Cuneo Libarona, lo verbalizaron y lo hicieron público, la sola posibilidad de que la guerra contra Tapia mueva de su lugar a Lionel Messi y a la Selección, los hace recalcular.
Ya hubo algunos mensajes en ese sentido: la foto de Tapia tomando mate con Messi y De Paul, un rito en la previa de cada partido de Eliminatorias, esta vez tuvo otra codificación política, un apoyo explícito en un momento de tensión creciente. Y lo que dijo Fantino, quien habla con frecuencia con Milei pero también con Messi, no puede obviarse ni relativizarse: la embestida contra la AFA tiene en su radar a Messi. Y aunque probablemente nunca se pronuncie sobre eso, no esconde su agradecimiento a Tapia por lo que hizo cuando todo salía mal para él y la Selección, en las finales perdidas en 2015 y 2016, y en cómo sostuvo el proceso de Scaloni después.
La IGJ, el órgano que controla a las asociaciones civiles, siempre es una herramienta política para incidir. Está lejos de ser una novedad: Macri y Alberto Fernández la usaron de un modo casi idéntico al de Milei, por más de que el inspector general, Daniel Vítolo, diga lo contrario. La diferencia es que la AFA advirtió que esto podía suceder en los primeros días de la gestión libertaria. Por eso puso al área de Legales a explorar las diferentes alternativas para mudar su domicilio de Viamonte 1366 al predio de Ezeiza, con lo que saldrían de la jurisdicción de la IGJ y pasarían a la órbita de Personas Jurídicas de la provincia de Buenos Aires, un distrito con el que la AFA tiene más afinidad. Eso también se votó en la asamblea del jueves.
Es probable que la AFA haga escuela: la mudanza para eludir a la IGJ libertaria es una estrategia que seguirían, en el corto plazo, otras organizaciones no necesariamente vinculadas al fútbol o a los deportes, pero que comparten con la AFA algo hasta el momento indisimulable: su férrea condición de oposición al gobierno de Milei.
No son pocas las personas que aseguran que Milei encontró en el fútbol una buena manera de congraciarse con Macri. Desde sus primeros días como presidente, cuando fue a votar a la Bombonera en contra de Juan Román Riquelme y a favor de la fórmula que integraba el expresidente junto a Andres Ibarra, y se enojó porque ni el mismo Macri había asistido a sufragar, Milei cumplió todo lo que le prometió a Macri en sus primeras charlas. A la inversa de lo que sucedió con la designación de funcionarios y del tratamiento de temas más importantes para el país, en lo que concierne al gran negocio del fútbol, no hubo bicicleteo ni tensiones: “A veces intenta reparar con eso todo lo otro”, sintetiza un funcionario.
La reglamentación de las SAD dentro del paquete de desregulaciones que comanda el ministro Federico Sturzenegger, incluidas en el decreto 70/2023, fue uno de los pocos aspectos que Macri salió a respaldar públicamente de la gestión libertaria. “Sin dudas es un paso adelante, para tener más inversiones y un espectáculo de más calidad, con mejores planteles y mejores estadios”, escribió en X.
En el mapa que maneja la AFA solo hay dos argentinos que, por sus contactos internacionales, tienen la capacidad o los contactos para traer inversiones de magnitud capaces de comprar total o parcialmente a clubes argentinos. Macri es el principal.
Para Macri las sociedades anónimas en el fútbol argentino no son un tema más. No solo por los negocios multimillonarios que es capaz de generar, ya no solo como empresario sino como presidente de la Fundación FIFA. La reunión con jeques árabes cuando ejercía el cargo de la presidencia de la Nación que le posibilitó a Boca tener a Qatar Airways como sponsor principal podría ser sólo un botón de muestra de los negocios que por ahora tiene obturados.
Pero no todo es plata (al menos en este caso). Hay un aspecto emotivo, una revancha personal, que Macri quiere saldar. En definitiva, fue a través del fútbol que construyó su carrera política: de Boca a la Ciudad, y de la Ciudad a Nación. Macri intentó tres veces la apertura del fútbol argentino a las SAD. En 1998, cuando era presidente de Boca, Grondona le preparó una reunión de Comité Ejecutivo en la que perdió 24 a 1. “Perdimo’, Mauricio”, le dijo cuando terminó. Veinte años más tarde, en 2018, avanzó por dos vías paralelas: le encomendó a Daniel Angelici insistir en el ámbito de la AFA, mientras que en el Congreso, envió a los diputados Nicolás Massot y Héctor Baldassi a impulsar un proyecto de ley para encuadrar distintas formas estatutarias que incluyeran a las SAD (igual a lo que quieren hacer Milei y Sturzenegger en la actualidad).
En la AFA, Tapia convenció al Tano Angelici de que si votaban, iba a hacer un papelón.
En el Congreso, el proyecto de ley nunca llegó al recinto. Quien lo frenó y cajoneó fue el entonces presidente de la Comisión de Deportes, Daniel Scioli. Hoy, Scioli actúa y opera igual, pero al revés.
El otro hombre con contactos para hacer realidad lo que Macri siempre deseó es el empresario Guillermo Tofoni, el enlace entre el Gobierno de Milei y la tribu de magnates que empiezan a interesarse en desembarcar en el fútbol argentino. Tofoni viene de perder en distintas instancias su guerra judicial contra la AFA por la organización de los amistosos de la Selección, pero a la vez logró avanzar como no había hecho nadie en la llegada de capitales extranjeros a un club: fue quien acercó al estadounidense Foster Gillet –cuya familia gerenció sin éxito al Liverpool de Inglaterra– al Estudiantes de La Plata que preside Juan Sebastián Verón, el otro dirigente que mantiene un vínculo fluido con Milei y que promueve un esquema híbrido entre asociación civil y sociedad anónima.
Tofoni está convencido de que el experimento, a diferencia de otras experiencias como el gerenciamiento de Racing o de Quilmes, puede salir bien: los 100 millones de dólares que desembolsaría Gillet se destinarían principalmente para terminar el estadio de 1 y 57, para construir nuevos predios deportivos y para posicionar a Estudiantes en el mundo a través de sus futbolistas. El retorno de esa inversión sería a través de la venta de jugadores, del alquiler del estadio para shows y eventos, y de los premios que otorgan las copas internacionales.
Para Tofoni, Estudiantes sería el primer paso.
—Si se puede demostrar que el ingreso de capital ayuda y mejora el estándar de los clubes, vos después lo podes extender de manera masiva —ensaya.
Tofoni casi no dice hinchas: dice fans.
La quita de los descensos y el regreso a un campeonato de 30 equipos, más los reiterados cuestionamientos a un grupo selecto de árbitros designados de manera frecuente para dirigir a los tres o cuatro equipos referenciados con esta gestión —Barracas Central, Deportivo Riestra y Central Córdoba de Santiago del Estero— son alarmas que suenan cada vez más fuerte para despertar un enojo en tribunas, estadios y medios.
Ante la pregunta de por qué quitaron los descensos, la mayoría de los dirigentes elige el silencio y los titubeos. El que responde para esta nota es Toviggino: “Hay que desmitificar aquel verso que nos quisieron instalar años atrás. El fútbol argentino hace una década que tiene numerosos clubes en todas las categorías. Más clubes, más jugadores, más técnicos, más utileros, más gente que se ocupe del día a día, es decir, más trabajo y crecimiento constante”.
La decisión quizás pueda explicarse en que el mismo Tapia queda preso de su propia dinámica: la rosca de la dirigencia del fútbol —que diseña y rediseña formatos de torneos de acuerdo a su propia conveniencia— y los favores al poder político o económico. Desde gobernadores como Gerardo Zamora, cuya provincia tiene tres equipos entre la Primera y la B Nacional y creció como ninguna otra en estos años apadrinada por Toviggino, hasta el hincha de Tigre y excandidato presidencial, Sergio Massa, o el poderoso empresario Daniel Vila, dueño del Grupo América, Edenor y presidente de Independiente Rivadavia de Mendoza.
Pero esa burbuja puede explotar cuando las bases del fútbol —que son los hinchas— y los protagonistas —jugadores y entrenadores— entiendan que están rompiendo el juguete de sus vidas. Un mínimo ejemplo lo aportó el técnico de Tigre, Sebastián Domínguez, que dirige a un equipo acechado por los promedios y la tabla anual, y aseguró que no estaba de acuerdo con esa medida.
Los insultos a Tapia ya no llegan solo desde estadios rivales como el de Estudiantes o el Mario Kempes, donde Talleres juega de local. El Nuevo Gasómetro ensaya varias canciones contra el presidente de la AFA, a pesar de que la eliminación de los descensos alivió a San Lorenzo y de que su cuestionado presidente, Marcelo Moretti, recibió una caricia —una vocalía titular— después de muchos meses de ninguneo.
Tapia habla en una asamblea transmitida por Youtube, con apenas más de cinco mil personas viéndola en vivo, con la IGJ analizando el órden del día y cada moción, y luego de que Rodrigo Escribano, el representante de Talleres, leyera las razones por las cuales el club votaría en contra. Hay idas y vueltas sobre los procedimientos. Toviggino, cuya voz no es conocida por casi ningún hincha en Argentina, interrumpe y pide seguir con el orden del día: “Esto es una asamblea, no es una reunión de amigos”, dice. Eso mismo postearía en su cuenta de X dos días después.
El tono de Tapia es componedor: le dice “Rodrigo” a la persona que acaba de leerle un manifiesto en su contra. Tapia siempre vuelve a la Selección para hablar de su gestión. Es un loop constante, un motivo —el motivo— por el cual no mermó su base de sustentación. Ese el argumento más sólido y robusto de su gestión: la gloria de las selecciones nacionales en las distintas categorías, la elección de Lionel Scaloni en 2018 tras el decepcionante Mundial de Rusia y todo lo que vino después, lo que ya sabemos: la Copa América 2021, el Mundial de nuestras vidas y la Copa América, otra vez, este año.
Tapia, apuntado por la Casa Rosada, acumula victorias en pocos días más allá de la Asamblea General: la Selección golea 6-0 a Bolivia con tres goles de Messi, la Legislatura porteña lo homenajea en un acto en el que participan el peronismo, el PRO y parte del bloque libertario y recibe el saludo del presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), Alejandro Domínguez, un viejo amigo de Macri que le debe al Chiqui el regreso de una selección sudamericana a lo más alto del fútbol mundial.