Todas las vidas de una villera


¿Quién le teme a Fernanda Miño?

El martes a la noche un comando de policías encapuchados y con armas largas allanó la casa de Fernanda Miño en Villa La Cava. Vive en el mismo barrio donde nació, hace cincuenta años. Un tiempo en el que vivió muchas vidas: la de niña trabajadora, militante social, funcionaria, catequista, madre. Hace tiempo que denuncia la falta de políticas públicas en los barrios y que las bandas narco se están adueñando del territorio. En su entorno no saben si el allanamiento de anoche fue un mensaje político o mafioso.

Fernanda sintió que tenía que volver. Algo le dijo que apurara la despedida con una compañera que volvía a Entre Ríos. La acompañó hasta la terminal de ómnibus y después de pasar por el Canal C5N, donde tenía que dar una entrevista, regresó a Villa La Cava. Al llegar al barrio, en la oscuridad de la noche, alcanzó a ver que una de sus hijas trataba de evitar que alguien entrara a la casa: 

—No rompan nada, yo les abro —la escuchó decir, y corrió asustada hacia la casa. 

Fernanda pensó que era un enfrentamiento entre vecinos, algo habitual en su barrio que, cuando sucede, hay que interceder para calmar los ánimos. Unos segundos después un policía con casco y uniforme negro, la cara encapuchada, se interpuso en su camino con un escudo y no la dejó acercarse a su hija de dieciséis años. Con un arma en la cabeza le dijo:

—Callate. 

Con el mismo brazo con el que tenía el arma, el policía la tiró al piso. 

Desde ese momento todo sucedió entre gritos, empujones y llantos. 

En medio del desconcierto, Fernanda se preocupó por sus hijas pero también por su esposo, que hace poco fue operado. 

—Mami no les contestes, no les digas nada— le suplicaron sus hijas mellizas de doce. 

Cuando la vieron tirada en el piso se subieron encima de ella, formando un escudo sobre su cuerpo. No querían que le siguieran pegando.

Un grupo de policías que había estado dentro de la casa salió al pasillo de la villa - los uniformes y cascos negros, las caras tapadas - y quedaron apretados contra la pared. El corredor angosto ya había sido ocupado por los vecinos, en alerta por lo que pasaba en la casa de Fernanda. 

La hija de Villa La Cava

Fernanda Miño se crió en un pozo: así le llaman a ese sector de Villa La Cava, donde los límites barriales van del pasillo al country sin escalas. Nació hace 50 años en ese barrio de Beccar, partido de San Isidro, en el conurbano norte. Desde la vereda tenía esta vista: a un costado, un basural; enfrente, una laguna.  

Hija de una ama de casa y un estibador del puerto que llegaron a Buenos Aires desde el Chaco en plena dictadura militar y formaron una familia de nueve hijxs. De chiquita, Fernanda miraba con ganas las cartucheras de Frutillita que estrenaban sus compañeras del colegio, mientras ella usaba los útiles que se iban pasando de hermana a hermana. 

Durante la adolescencia, su mamá casi no la dejaba salir. Ni al club, ni a la plaza. Mucho menos a la iglesia: 

—Vas a terminar en un zanjón —le decía. 

El miedo también era a la política. Mucho tiempo después, en otra de sus vidas, se daría cuenta de que fueron sus padres quienes le legaron el peronismo. 

En todos estos años a Fernanda le nacieron varias Fernandas. La militante barrial, la funcionaria,  la niña trabajadora doméstica, la vecina, la mamá, la esposa y la catequista. En una de esas vidas, la de funcionaria, se metió de lleno en lo que ella llama “la política”. En 2020, durante la gestión del presidente Alberto Fernández, fue la primera mujer villera en estar al frente de una secretaría del Estado Nacional: la de Integración Socio Urbana, conocida entre las organizaciones sociales como “La SISU”. Bajo su gestión se realizaron obras de mejoramiento de viviendas y del espacio público y comunitario en 5.060 barrios populares, más del 78 por ciento del universo total del Registro Nacional de Barrios Populares. Incluido Villa La Cava, el mismo barrio donde nació y aún vive.

La militante barrial

Doscientos metros separan la esquina por la que se entra al pasillo donde vive Fernanda de las calles que parecen escenas de una ficción de los noventa. Doscientos metros que separan ese pasillo angosto de la calle asfaltada, cubierta por la sombra de los árboles verdes, estéticos y altísimos que se abrazan en el cielo formando un techo natural. En esas calles los autos pasan lento, las parejas pasean niñxs en cochecitos enormes y los perros trotan moviendo sus colas largas y de pelo abultado. 

El pasillo de Fernanda nace casi en la esquina de Guillermo Hudson e Intendente Neyer y muere después de zigzaguear unos cuantos metros frente a un paredón. 

En marzo, cuando recibe a Anfibia, es una anfitriona desde el momento cero. Muestra casas, detalles, cuenta historias. 

—La chica que vivía entrando ahí —señala otro pasillo que cruza por el que va caminando— murió de dengue la semana pasada. Otra, más allá, salió de alta ayer.

Su cuerpo alto y decidido avanza como en piloto automático. 

—Está embarazada. 

No mira el camino. Para Fernanda, seguir viviendo en La Cava es una decisión “personal, espiritual y política”. 

—Acá forje lo que soy y la familia que formamos con mi marido. Sería un fracaso irme, aunque sé los riesgos que implica, elegimos transformar este lugar. Eso quiero dejarle a mis hijas.

La Cava es uno de los 16 barrios populares que existen en San Isidro, según  el Registro Nacional de Barrios Populares creado en 2016 y del que Fernanda fue parte desde sus inicios.

—Esta pared fue levantada con el Programa Mi Pieza— señala el frente de ladrillo hueco que todavía luce el color naranja nuevito.

Los problemas barriales siempre la ocuparon. En 2010 su patio, preciado espacio al aire libre en un barrio donde casi no los hay, ya se había convertido en el “Patio Cultural EnBarriarte”. Su participación en las mesas por la urbanización de los barrios de San Isidro llamaba la atención. 

—Esa cosa de profesora que tengo de andar hablando a los gritos —se ríe. 

En una de esas reuniones, estudiantes universitarios que iban a hacer tareas solidarias propusieron decorar los volquetes donde se tiraba la basura. Ponerles flores y frases para mejorar el barrio. 

—A mi casi me da un ataque. Yo pensaba ¿esta gente no toma agua de acá? ¿No saben que cuando llueve nos entra la mierda de los pasillos dentro de las casas? ¿De qué hablan? La mayoría venía de vivir en otros barrios, muchos con buenas intenciones, pero yo era casi la única que tenía un espacio comunitario en el barrio y vivía acá mismo.

La funcionaria 

La principal fuente de financiamiento de la SISU es el Fondo de Integración Socio Urbana (FISU), creado en 2021 por la ley 27.453. Este fondo se solventó durante la gestión de Fernanda casi exclusivamente por el Impuesto País, del cual percibía un 9 por ciento. Con esos ingresos, la SISU hizo obras de mejoramiento en barrios populares que alcanzaron a 339.118 familias, asistió a otras 255.576 con el programa “Mi Pieza” y 23.348 accedieron a lotes con servicios destinados para vivienda única de los sectores populares. 

En la mayoría de los barrios populares, más aún en las villas con pasillos, las empresas de servicios básicos como el agua, la luz y el gas no entran aunque lo quieran pagar, cuenta Fernanda. En su barrio era común que los vecinos buscaran algún caño maestro de agua, le hicieran unas pinchaduras y agregando otro caño llevaran agua para las casas pasillo adentro. Lo mismo con la electricidad. 

En el living de su casa Fernanda tiene aire acondicionado y una tele grande, pero las luces son tenues. Aunque las empresas no los quieran tener como clientes “hay que cuidar igual”. Las conexiones de electricidad intradomiciliaria de su casa y las de otros frentes del Sector 20 de Junio, donde vive desde hace casi 30 años, fueron realizadas con obras de su gestión: 

—Acá pudimos hasta hacer cloacas y también las conexiones eléctricas intradomiciliarias, pero de forma segura. Porque la realidad es que las conexiones existían pero de forma precaria. Las empresas prestatarias no entran a los barrios para invertir en medidores y pilares: quieren cobrar nada más. 

La realidad de La Cava es la de muchos barrios populares. La “del pueblo pobre” como dice Miño. En 80 años sus 20 hectáreas se fueron poblando y hoy la habitan 2300 familias. 

—Las obras estructurales hechas acá nunca fueron con aportes municipales y lo sé porque fui concejala. Con todo el poder adquisitivo que hay en los barrios lindantes. Qué pecado ¿no?

La plata de la SISU, “la caja negra de la política” según una campaña mediática que la tuvo como objetivo a ella y a Juan Grabois, la administraron casi en su mayoría organismos gubernamentales provinciales y municipales. Tuvo dos tipos de auditorías: las realizadas de manera externa por 29 entidades de profesionales y las implementadas por la Sindicatura General de la Nación. De manera adicional, fue evaluada por una Comisión Parlamentaria Mixta Revisora de Cuentas, que aprobó la rendición de todo el periodo 2018-2023.

La mayoría de las noticias sobre el tema hicieron hincapié en los millones de pesos que manejaba Miño. Casi ninguna mencionaba que con esa plata se hicieron, por ejemplo, las tapas de cemento que sellan las cloacas y evitan que la caca flote en las inundaciones, como las que desde hace pocos años hay en el pasillo de Fernanda. 

Entre los municipios que ejecutaron obras de la SISU hay peronistas y macristas, pasando por vecinalistas. Para Miño, el logro de la política de su secretaría fue vencer “el prejuicio” con el que veían al área en general y a ella en particular.

—Algunos hicieron publicaciones dando las gracias y valorando el área, pero muchos me decían “yo te voy a llamar, sabes que lo que necesites que vengan acá si quieren y yo les muestro todo pero yo no me puedo exponer”. Y yo lo entiendo, ¿no? Es parte también de la política.

El nombramiento de Miño al mando de la SISU se demoró varios meses, pese a que su organización, el Movimiento de los Trabajadores Excluidos, y Juan Grabois ya lo habían acordado con el propio Alberto Fernandez. El prejuicio no sólo era externo. 

Algunas personas no querían que fuera secretaria porque venía de un barrio pobre y no era profesional. Ella no hace énfasis en eso: prefiere seguir hablando de las obras en Santiago del Estero o la inauguración en Tigre de un Club refaccionado con proyectos del año pasado.

La SISU fue premiada internacionalmente en 2023 por la Plataforma de Hábitat Urbano y Vivienda en el marco del Concurso Latinoamericano de Prácticas Inspiradoras en Vivienda y Hábitat frente al Cambio Climático. El Programa Argentina Unida por la Integración de los Barrios Populares, a cargo de la Secretaría, recibió el primer premio internacional en la Categoría “Políticas, Programas e Iniciativas Públicas Nacionales". 

El relato del “curro” chocó con las propias declaraciones de Sebastian Pareja, el funcionario libertario que la reemplazó. Sólo pudo decir que no tenía ninguna prueba que avalara esa teoría y que, de hecho, si no fue la única secretaría que funcionó bien en el gobierno anterior “ le pegaba en el palo”. 

Para Fernanda, este ataque hacia ella y Grabois fue una excusa para quedarse con el 9%  del Fondo País que nutría el presupuesto de la SISU. En febrero el  gobierno fue por el Fondo de Integración Socio Urbana, el fondo fiduciario desde donde salían los fondos de manera directa hacia la SISU. El Decreto 193/2024 dispuso una reducción drástica de ese porcentaje, asignando solo un 0,3 por ciento al FISU. Esto significó una baja de 35.000 millones de pesos mensuales a apenas 2.000 millones. Una disminución del 96 por ciento. Hasta el año pasado, el Fondo financiaba obras en el 85 por ciento de los 6.467 barrios populares registrados en el RENABAP.

—Me demonizan primero diciendo que no vivo en un barrio, después que tengo una camioneta , que es 2012 y encima está rota —se ríe—. Dejar el 0,3% de ese impuesto es una burla, no alcanza para nada.

El Impuesto para una Argentina Inclusiva y Solidaria (PAÍS)  es un tributo que se debe abonar sobre ciertas operaciones en moneda extranjera. Su uso solventaba al FISU y también aportaba a programas de ANSES y PAMI, obras de vivienda social, obras de infraestructura económica y fomento del turismo nacional. Además tenía como objetivo  financiar programas del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados. Aunque está vigente hasta el 31 de diciembre de este año, no hay información oficial respecto de su futuro.

En todas las áreas donde el impuesto aportaba ingresos, el gobierno nacional anunció despidos, cierres, privatización y reducción presupuestaria.

La militante política

Cuando Fernanda cuenta su trabajo en la Secretaría junta detalles técnicos y humanos. Para ella, toda política que sea de mejoramiento estructural barrial tiene que ser acompañada por otra que mejore los ingresos y la vida cotidiana.

—Me duele decirlo porque fui parte, pero en nuestro gobierno eso nos faltó. 

Recorriendo un barrio donde se inauguraban obras, una mujer se le acercó. Le habían otorgado un subsidio del Programa Mi Pieza, que asistía económicamente a mujeres de Barrios Populares con el objetivo de que puedan realizar refacciones, mejoras, y/o ampliaciones de su vivienda.

-Mire, me quedaron 1200 pesos y con eso me compré milanesas. Hace un mes y medio que no podía comprar— recuerda Fernanda que le dijo aquella mujer-¿Qué le puedo decir? ¿Que no, que debía comprar ladrillos con lo que le quedó? 

La niña trabajadora

Fernanda conoció la fe en la adolescencia y eso, para ella, fue un acto de rebeldía aunque su diálogo con Dios comenzó un poco antes.

Cuando tenía 12 años dejó los estudios, aunque era habitual que fuera abanderada y sus maestras la convocaran para realizar cursos y talleres extracurriculares en la biblioteca del barrio. Su mamá tenía miedo: ya era casi tan alta como ahora y su cuerpo llamaba mucho la atención. “Está lleno de degenerados” era el argumento que usaba para no dejarla ir. Pero Fernanda quería salir. A los 13 años, un poco cansada de los límites brutos y el encierro, se fue a trabajar a una casa como niñera, en los barrios adinerados cercanos al suyo. De lunes a viernes dormía ahí y por unos pocos mangos las familias se aseguraban del cuidado infantil y también de la limpieza. 

Una tarde tranquila como otras, Fernanda escuchó sonar el timbre. Su “patrona” no estaba y el hijo al que cuidaba tampoco. Estaba sola. Dudó en atender, pero vio que se trataba del ex marido de la dueña de casa. Se habían separado hacía poco y aún lidiaban con los arreglos por el cuidado del niño. Abrió la puerta con confianza y él le dijo que iba a buscar algo. Apenas entró se le abalanzó y comenzó a tocarla. “Kevin, Kevin” atinó a gritar, pese a que el niño no estaba. Nadie le había enseñado, pero ese día rezó.

—Las mujeres que trabajamos dentro de una casa limpiando y cuidando, yo siempre digo: qué Netflix ni Netflix, lo que vivís ahí cama adentro tiene de todo: abusos, violencias, injusticias. Yo tuve suerte. Fue cosa de Dios

Años después se animó a ir a la parroquia Nuestra Señora de La Cava. Se metió de lleno en las actividades parroquiales y así conoció a los curas Jorge Garcia Cuerva y Anibal Filippini. Ambos vinculados a los sacerdotes de la Opción por los Pobres, la formaron “para la vida”. 

—Entendí que éramos pobres y era una injusticia. Había responsables de eso. Y teníamos que hacer algo para que sea distinto.

A los 16 años conoció en esa iglesia a Juan Carlos Molina, con quien se puso de novia y se casó cuatro años después. 

—Encontrarnos fue una liberación para los dos. Pagamos nuestra fiesta de casamiento solitos. 

Compraron su casa actual y durante los primeros años de su matrimonio militaron en la parroquia, donde Fernanda se recibió de profesora de catequesis.

La vecina

Fernanda contabiliza: de los 29 años a los 39 se la pasó criando. En ese tiempo, entre jardines, adaptaciones, miedos y maternidad incipiente, ella recibía vecinitos y vecinitas que venían a jugar con “las chicas”. Claro, su patio era un oasis entre los pasillos angostos. Con el paso de los meses Fernanda y Juan Carlos decidieron formalizar esas tardes de juego y abrir el patio como espacio de la comunidad. Dos horas todas las tardes la hamaca paraguaya se compartía. Los juguetes también. Para Sol, su hija mayor, el recuerdo es ambiguo. 

-Al principio fue un poco difícil porque tenía que aprender a compartir con todos los chicos y acostumbrarme a la idea de que mi mamá era como la mamá de todos y dejaba de ser mía por unas horas.

Con el tiempo se acostumbró. El patio se llenaba todos los días: personas de afuera del barrio que se sumaban como "profes" para dar apoyo escolar, donaciones, talleres y más gente. Siempre más gente.

- Hasta el día de hoy esos voluntarios que juntó  mi mamá siguen viniendo. Nos conocen desde muy chicos y ahora nos ven grandes. Nos dieron felicidad. Algunos la necesitaban más que otros y ellos nos la dieron a todos por igual.

En 2012 Fernanda y su marido Juan Carlos Molina empezaron a repensar las cosas. Tenían el Patio Cultural, las chicas, era todo hermoso puertas adentro de su casa, pero “era un iglú”. Afuera seguían faltando cosas. En 2013 las inundaciones que dejaron muertxs y desastre en el Gran Buenos Aires, la movilizaron y buscó espacio para canalizarlo. Así, entre las mesas barriales y las marchas al Municipio insistiendo con los reclamos de La Cava conoció a los integrantes de la Corriente Sur. Ellos en 2016 fundaron el MTE. “Le dijimos a Grabois que te tiene que conocer”, le avisaron.

El día que Grabois fue a Villa La Cava a conocerla, tomaron mates y charlaron. Ella le advirtió enseguida: todo lo que quieras pero a mi no me hables mal de Cristina. En ese entonces el dirigente tenía críticas al kirchnerismo. “Algunas de las mismas que sigue diciendo ahora” agrega Fernanda. En la pared principal del living de su casa donde se conocieron, una estatuilla de la Virgen María y las fotos de Evita y Perón fueron parte de la charla. Melisa, una militante del MTE que la conoce desde ese entonces cuenta que entre ellos:

 —Fue un flechazo mutuo.

En los años posteriores la experiencia de redes entre las organizaciones sociales del barrio le quedaron chicas y buscó hablar con otros sectores. Un día se animó a responder la invitación para participar de una asamblea del Partido Justicialista local. Criada en una casa donde la mamá y el papá lloraban mirando la foto de Eva y de Perón, el peronismo siempre la atravesó pero no tenía cauce.

—Acá en San Isidro es elitista hasta el peronismo pero ese día canté la marcha peronista por primera vez, aunque siempre la supe. Me sentí parte.

Ese día también dijo lo que pensaba: 

La política viene, se saca una foto, pone dos focos en la cancha y se va. Pero con eso no se arreglan las inundaciones ni las faltas de servicios. 

Los ojos de “la política”, se posaron sobre esa catequista que pocos conocían. Desde ahí se sumó a todas las asambleas a las que fue invitada. En 2017 la propuesta fue directa:

—Queremos que seas la cabeza de la lista de concejales —le dijeron lxs dirigentes de la entonces alianza Unidad Ciudadana. 

En esos años su militancia política y la social se complementaron. En 2017 asumió como concejala de San Isidro y en 2019 logró unificar a todos los sectores de Unión por la Patria con su candidatura a Intendenta. 

Melisa es militante del MTE y también, como Fernanda, empezó su militancia en la iglesia de su barrio. En 2012, como ella, salió de su “iglú” para hacer algo un poquito más allá de las injusticias cercanas. Cuando Fernanda fue candidata a intendenta, vio el spot de campaña junto a Hilda, una compañera de Tigre:. 

—¿Viste? Vive en un barrio como yo”. 

La mamá

Si las vidas de Fernanda fueran lienzos y hubiera que unirlos, sus hijas serían el hilo. Cuando habla de ellas, sus cuatro hijas mujeres, su voz cambia, se vuelve suave y baja el tono. Están enredadas en cada momento político o de militancia que ella recuerda. Con cuatro años de diferencia entre sí marcaron los tiempos en los que ella estudió, militó y trabajó. 

“Mama las concibió con esto (se señala la cabeza), después con esto (se mima el corazón) y por último con esto (se toca la panza)”

La catequista

Este año Fernanda volvió a dar catecismo en la parroquia del barrio, la misma de siempre. Ahí ve el impacto de estos primeros meses del gobierno actual.

—Hay muchas personas arrepentidas, con mucho dolor. Te dicen: estábamos muy mal y pensé que íbamos a estar mejor. Hay vecinos que en dos meses quedaron en la calle y sin indemnización. Gente preocupada y endeudada.

Para ella, seguir viviendo en el barrio es una elección pero le pesa más que antes. La violencia creció de una forma que nunca había visto, cuenta, y es común que pase noches sin dormir por los disparos que resuenan en los pasillos.

—Es triste pensar que estuvimos cerca de cambiarlo y no pudimos—. La voz se le entrecorta.

En este tiempo, Fernanda nota un denominador común: la esquina vuelve a ser la mejor opción y en muchos casos la única. Es el ingreso a las redes de narcotráfico o la prostitucion. 

—Las mujeres quedan aún más expuestas por las desigualdades de género que ya sabemos y la prostitucion en estos contextos vuelve a ser la única salida.

Desde hace algunos meses Fernanda recibe llamadas de cooperativistas de todo el país. Le piden ayuda para explicar a sus vecinxs que las obras están paradas por decisión del Gobierno Nacional. 

 —La gente lo primero que piensa es que las cooperativas se afanaron la plata. Es lo que incentiva el gobierno. Pobres contra pobres.

Con estas tareas Fernanda volvió a un viejo amor: la Mesa Nacional de Barrios, un espacio que aglutina a organizaciones sociales, la Iglesia Católica y Fundaciones como TECHO. 

—Cuando vivís y trabajas en un barrio es común que te toquen la puerta y te pidan explicaciones. A unos les dicen “te quedan diez metros para llegar con la obra a mi casa, ¿porque no seguís?”, pero ese mismo cooperativista es víctima: con el freno de las obras también se quedó sin empleo.

Para ella el dolor reclama soluciones mágicas. “¿Cómo salimos de esto, Fer?” le preguntaron la semana pasada unas vecinas. Ella carga con lo propio. El año pasado uno de sus sobrinos falleció:

—Tenía problemas de consumo y se pasó —la voz se agudiza, se entrecorta. Relata otros problemas familiares atravesados por la misma problemática. La agobian. La entristecen.

—Como familia podemos acompañar hasta un punto, pero ya sabemos lo que pasa cuando el Estado se corre. 

La voz se recompone. Retoma el hilo, suspira. 

—Cuál es el límite del sufrimiento, le pregunto a Dios. Muchas veces solo queda abrazarse, estar y seguir. No queda otra.

Nadie se salva solo

Los oficiales que quedaron adentro de la casa de Fernanda tiraron al piso la maqueta escolar de sus hijas que estaba sobre la mesa y la llenaron de papeles. Le leyeron documentos que hablaban del supuesto robo de una moto y de un arma. A ella le costó entender, estaba preocupada porque había policías revolviendo toda su casa. Temió, por un momento, que le “plantaran” algo. 

Al barrio llegaron Juan Grabois,  sus familiares, vecinos y compañeros. Pero ella estuvo dos horas incomunicada. Un rato después, cuando el lugar se despejó y pudieron hablar, se escucharon tiros tres pasillos al fondo. Ya no había policías allí. 

Fernanda aún tiene la voz entrecortada después de lo que vivió anoche en su casa, en ese barrio en el que vive desde que nació. Dice, se repite, que cree haber aportado “humildemente” cuando le tocó estar en el Estado a crear nuevas realidades en los barrios populares donde la pobreza vuelve a crecer. No le preocupa sólo el discurso de odio oficial contra las personas que viven en las villas. Le duele que ese discurso circule socialmente, incluso entre vecinos de los barrios en los que ella vive y trabaja. 

—La tenemos que remar para llegar a fin de mes mientras nos culpan de no tener servicios, de no poder estudiar, porque asumen que lo merecemos, que somos vagos. Nos demonizan por eso y si nos organizamos también

Aún no entiende el allanamiento y la violencia de anoche: 

—No sé si fue un ataque político, ni mafioso. Pero sí pienso que el poder se cree con derecho a ser violento, más allá de las razones, solo porque vivimos en un barrio pobre. 

La voz se recompone. La tristeza está ahí pero ella arremete:

—Yo no me considero una mujer débil. Sigo viviendo acá porque nadie se salva solo.