Ensayo

Desigualdad social y secuestro anímico


¿Para quién aguanto yo entonces?

A pesar del brutal ajuste y la precarización general de la vida el pueblo no estalla. Mientras hay quienes sostienen la idea del aguante a la crisis como virtud cívica, la resignación y la capacidad de soportar son aprovechadas por el capital para explotar el trabajo precarizado. El misterio de nuestro orden social se sustenta sobre la frágil temporalidad del aguante. ¿Hay un horizonte para la rebelión en la Argentina de Milei?

Pablo Rossi, uno de los periodistas estrella de LN+, baja línea en un auditorio pequeñito, con algo de gente y algunas sillas vacías, en la Expo Rural de Salta. Micrófono en mano, se pregunta por qué “avanza” Milei, y él mismo se responde: porque la sociedad “aguanta”. Y dice que es una respuesta a la que los discursos habituales de la “política” nunca llegan. En general, dice Rossi, las discusiones rondan en torno a que Milei es efecto de la inflación, de los políticos, de los malos últimos gobiernos. De este modo se pierde lo esencial. El fenómeno realmente novedoso y sorprendente —y para Rossi admirable—, que a la política se le escapa a pesar de haber madurado frente a sus ojos ciegos: la sociedad viene demostrando una capacidad inédita de soportar un ajuste descomunal. 

Y si Milei avanza es en la estricta medida en que la sociedad lo acepta, lo tolera y lo padece, sin estallar. 

Lo que fascina al comunicador oficialista es identificar que la novedad no es Milei, sino la sociedad. La novedad política argentina sería la de un pueblo que ya no resiste ni estalla. El verdadero acontecimiento parece ser el de una sociedad incapaz de acontecimientos. Nadie se esperaba semejante cosa del país que protagonizó el 2001.

El periodista presenta este estado de cosas como una derrota que la sociedad estoica le imparte al mundo de las izquierdas y de los movimientos populares. Sería entonces la sociedad y no Milei quien golpea y permite a la derecha extrema avance. Y sería la militancia popular, y no la sociedad, la que habría sido derrotada. Las citas pertenecen a un video que circula en redes con el título de discurso sobre “el aguante”. Rossi habla en el pequeño auditorio de Salta, lo filman y el Gordo Dan viraliza su intervención. 

No alcanza con advertir que el argumento de Rossi es canalla. Es preciso además averiguar si roza de algún modo algo verdadero. Y en caso de hacerlo, tratar de determinar positivamente de qué clase de verdad se trata. De hecho, de rozar alguna verdad, se trata de un roce contrariado. En el que la verdad aparece apenas reconocible. En esto consiste la efectividad del publicista: contactar de lejos con una verdad y presentarnos de ella una imagen invertida y mistificada. 

La verdad sobre el aguante se opone punto por punto a lo que Rossi afirma sobre ella. Porque lo que él nos presenta como supuesta decepción —o aparente “derrota”— de las izquierdas y los movimientos populares, lo es en realidad de una mayoría social de la que esas izquierdas y movimientos forman parte. Y es esa derrota previa de la sociedad la que Rossi escamotea, convirtiéndola retóricamente en una victoria (de las derechas extremas).

Son dos las operaciones discursivas a detectar: el señalamiento de que la verdad de la situación habita más allá del discurso de la política (en un discurso de la sociedad), y la exaltación de la sorprendente tolerancia social a la desposesión como un rasgo característico de este momento histórico.

Si miramos más allá de la Argentina, corroboramos que no son pocas las metrópolis en las cuales el capital ha secuestrado la capacidad de aguante del trabajo precarizado. En todas ellas la premisa reaccionaria es la misma: “el pueblo va a aguantar”. Y esa premisa será verdadera hasta que deje de serlo. Pero, mientras tanto, seremos testigos dolidos de cómo ese aguante popular al ajuste opera como una valiosísima fuente de plusvalía social, en cuya base está la capacidad del trabajo precario para soportar la desposesión.

En su valioso libro Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética (Tinta Limón, 2021), el filósofo italiano Paolo Virno reflexiona sobre la gran paradoja del trabajo precario en el capitalismo actual: jamás la fuerza de trabajo estuvo tan calificada y asistida tecnológicamente, y al mismo tiempo nunca estuvo tan separada política y subjetivamente de esa potencia suya. Equipada técnicamente para una existencia autónoma, resulta en simultáneo enteramente secuestrada por el capital. Un ejemplo de ese secuestro es precisamente, para Virno, lo que sucede con la capacidad de aguantar

En efecto, sufrir, soportar, padecer, pueden ser concebidos como parte de una potencia autónoma que consiste en saber recibir o evitar. Se trata de saberes de la pasividad, indispensables para dar lugar a potencias activas. Como saber acomodar el cuerpo cuando se reciben golpes. Saber renunciar, aceptar, abstenerse. Saber dejar pasar para liberar espacio a otra posibilidad. Se trata de un saber que, en manos del trabajo politizado, habilita no pocas capacidades estratégicas y organizativas.

Esta potencia de recibir, de “resistir” y de “sufrir”, se torna central en el caso de la fuerza de trabajo precarizada. Se trate de trabajadores de call centers, de apps —o de toda clase de servicios precarizados— lo que el capital explota en ella es su aptitud para “soportar lo imprevisto”. Virno señala cómo, montada sobre formas generalizadas de flexibilización laboral, la explotación del trabajo social precario erosiona, esteriliza e incauta esa aptitud autónoma de soportar. El capitalismo actual consiste en cooptar y privatizar esa capacidad de aguante, en someterla a una “impotencia de sufrir”, transfigurada a su vez en “virtud cívica”. Cuando la potencia de aguantar queda secuestrada, se vuelve sobre el sujeto precarizado como mera  “impotencia de aguantar”. Un estoicismo sin recursos cómo recurso único para soportar la multiplicación de los golpes ajenos impactando por todas partes.

En su discurso Rossi nos dice que las posibilidades de despegue del capitalismo argentino actual se basan en esta aterradora capacidad para explotar la capacidad de aguante de una clase trabajadora mayormente precarizada, y que esa parte de la sociedad ya ha asumido este papel. ¿Será esto cierto? En retrospectiva, la sociedad precarizada protagonizó la argentina piquetera de 2001, luego fue sumergida en la economía informal y ahora se la somete a una doble explotación: la del proyecto económico de desposesión (de la tierra, de la comunidad, de los derechos laborales, de su capacidad de acción gremial), y la del proyecto político de subordinación, que pretende hacer de ella un nuevo sujeto. Base electoral, pero también base de una nueva sociedad reaccionaria y máximamente injusta. Desigualdad social y secuestro anímico generalizado. La derecha es nítida en este punto: la Argentina de Milei depende de que el aguante sea privatizado y la rebelión conducida a resignación. Su victoria deberá concretarse en ese terreno del que la política ha desertado: el de la lucha de clases.