Fotos: Gustavo Ortiz
Por los altavoces del estadio comienza a sonar el himno que escuchamos desde hace ya seis Mundiales. “Tan-tan-tan-tan-tan-tan”. El oficial de FIFA inicia la salida del túnel hacia el campo de juego. Más de 50.000 personas gritan en el estadio por sus selecciones. Millones y millones ya están imantadas a la TV. De repente, algo falla. “¿Qué sucede? ¿Por qué vas tú solo?”, preguntan por intercomunicador. El oficial FIFA detiene su marcha hacia el centro del campo, gira la cabeza y advierte que, efectivamente, nadie lo está siguiendo. Vuelve sobre sus pasos. Se da cuenta que el árbitro está paralizado. Y que su parálisis detiene la salida de los equipos. “¡Vamos, vamos!”, le ordena. Lo toma de un brazo. Lo arroja a la jaula. Al Coliseo romano. A que lo devoren los leones.
La escena sucedió en pleno Mundial de Estados Unidos 1994. Me la cuenta, con pedido de reserva de su nombre, el propio oficial FIFA testigo directo del terror que invadió a ese árbitro. El juez tenía fama y prestigio en su país. Pero debutaba en un Mundial, el circo máximo del deporte que cada cuatro años, como sucede ahora en Brasil, paraliza a miles de millones y nos hace jugar a que ninguna otra cosa es más importante en el mundo que lo que sucederá en ese mes. El mes en el que también el mundo se paraliza.
El japonés Yuichi Nishimura, nacido en Tokio hace 42 años, no se aterrorizó cuando le tocó entrar al Estadio Itaquerao el 12 de junio pasado, en la apertura del nuevo Mundial. Tiene tres Mundiales juveniles, dirigió cuatro partidos en Sudáfrica 2010, dos Copas de Asia y una de Africa, Juegos Olímpicos de Londres 2012, Copa de Confederaciones 2013, seis partidos de eliminatorias al Mundial 2014 y, a nivel de clubes, Liga de Campeones asiática y la final del Mundial de Clubes 2010. Es el segundo árbitro más rápido del ranking FIFA. Un currículum impecable. Nishimura salió entonces seguro y con paso firme cuando comenzó a sonar el himno oficial. Y en el partido todo iba bien. Hasta que llegó el minuto 69. Brasil, anfitrión obligado al triunfo por su propio público, empataba 1-1 con Croacia. Y Fred, goleador grandote y algo torpe, al estilo Martín Palermo, sintió la mano del defensor Dejan Lovren sobre el hombro, giró y se dejó caer. Nishimura compró. Penal y 2-1. El pobre Nishimura, que luego anuló mal un gol a Croacia que hubiese significado el 2-2 (Brasil terminó ganando 3-1), fue lapidado en las redes sociales. “Si el Mundial sigue así, terminará en circo”, se sumó el DT de Croacia, Nino Kovac.
El árbitro de la apertura es muy importante para la FIFA. El elegido para la inauguración de Alemania 2006 fue el argentino Horacio Elizondo. “Era nuestra final”, me dijo Elizondo meses atrás. Decía “nuestra” incluyendo a los líneas Rodolfo Otero y Darío García. “Tenés que hacerle entender a los jugadores de ese partido, al resto de los jugadores que lo miran por la tele, a la gente y a lo medios, cuál va a ser la línea del arbitraje en ese Mundial”.
En los desayunos, su director de formación en FIFA, el español José María García Aranda, lo fue preparando. Tres días antes de la ceremonia inaugural, mientras le preparaba el café, le avisaba que si bien había dos o tres tríos que podrían ser elegidos había grandes chances de que fueran ellos. Elizondo pasaba el rumor a Otero y García. Una vez concretado el anuncio, Elizondo y sus asistentes estudiaron el DVD elaborado por FIFA sobre Alemania y Costa Rica, protagonistas del partido inaugural (hay uno para cada selección). Y hablaron con el analista técnico, táctico, estratégico de la FIFA, que dio más información sobre cada equipo, sus jugadores más fuertes, más protestones, más mentirosos. En ese primer partido, Elizondo marcó tanta tendencia que terminó dirigiendo la final. No creo que suceda ahora lo mismo con Nishimura.
El japonés marcó tendencia, pero una tendencia mala.
Al día siguiente, el colombiano Wilmer Roldán, también con Mundiales juveniles, Copa América, Juegos Olímpicos y partidos de eliminatorias, anuló dos goles legítimos a México, que igualmente terminó ganando 1-0 a Camerún. Lo perjudicaron sus líneas, Humberto Clavijo y Eduardo Díaz, que marcaron sendos offsides. Ese mismo día, el arquitecto italiano Nicola Rizzoli, uno de los árbitros más cotizados, internacional desde 2012, se dejó engañar por el brasileño naturalizado Diego Costa y marcó un penal inexistente para España, que terminó perdiendo 5-1 contra Holanda.
Toda la prensa advirtió que se venía otro Mundial de desastres arbitrales. Temían, sucediera lo mismo que en 2002, cuando Corea del Sur, co-organizador con Japón, llegó a semifinales de la mano de los jueces. Sobre todo por la labor de un ecuatoriano llamado Byron Moreno, escandaloso contra Italia, que ocho años después fue arrestado en el aeropuerto de Nueva York con seis kilogramos de heroína. Hay que aclarar que, tres veces suspendido, ya había cesado como árbitro.
Tiempo después, el triniteño Jack Warner, encargado de la comisión designadora, fue echado de la FIFA acusado de cobrar coimas.
Y sin embargo, en los partidos siguientes de Brasil 2014 no se repitió el fiasco 2002. Al menos por ahora.
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La FIFA aún resiste el uso de la tecnología total que impera en otros deportes: tenis, rugby, básquetbol, vóleibol, disciplinas que adaptaron sus reglamentos a los tiempos y exigencias de la TV que, a cambio, paga millones. El fútbol también recibe millones pero es tan poderoso que, en más de un siglo, mantuvo sus reglas casi inalterables. Es un primitivismo, una resistencia a la modernidad, que acaso explica su magnetismo. Y, de paso, permite polémicas que duran décadas. Que todos sigamos hablando de fútbol aún cuando no se juega al fútbol.
En Brasil 2014 (algo hay que conceder) debutó la tecnología para definir si una pelota cruzó o no la línea de gol. Siete cámaras focalizan el arco desde ángulos distintos conectadas a una computadora. En un segundo se define si la pelota entró al arco. Si es gol, el árbitro recibe el aviso en su reloj. El brasileño Sandro Meira Ricci, burócrata de ministerios y hasta de la ONU, recibió el aviso en el segundo gol de Francia ante Honduras, anotado por Karim Benzema. La primera imagen en la pantalla del estadio de Porto Alegre parecía indicar que la pelota no había cruzado la línea y el público silbó la decisión. La imagen siguiente, con el debut de la tecnología, difundió lo que Ricci ya sabía. Y el público dejó de silbar.
En Brasil, también debutó el spray que indica la distancia reglamentaria de la barrera en los tiros libres. La prensa argentina atribuye el invento exclusivamente al periodista argentino Pablo Silva. La brasileña dice que fue el brasileño Heine Allegmane. Como sea, ambos se asociaron y se lo vendieron a la FIFA.
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A los 22 años, Néstor Pitana ganó un casting en Posadas para interpretar a un guardiacárcel en la película La Furia. Lo sigue a Diego Torres, protagonista junto a Laura Novoa, en el ingreso a la cárcel. Jugó fútbol en diversos clubes, fue basquetbolista de la selección misionera Sub 18, estudió preparación física y estudió para ser árbitro en Corrientes.
Hasta hoy, día en que escribo este artículo, salió airoso en sus dos partidos de primera fase (Rusia 1-Corea del Sur 1 y Portugal 2-Estados Unidos 2). Lo hizo tan bien que le dieron un tercero. Su equipo ((los líneas Hernán Maidana y Juan Pablo Belatti) resolvieron jugadas claves.
Hincha de Boca, según cuentan algunos, de impecable presencia física, responde a las nuevas exigencias del fútbol moderno. Si los árbitros de Sudáfrica 2010 corrieron una media de 12 a 14 kilómetros por partido, los de Brasil 2014 corren 14 a16, reflejo de un fútbol cada vez más rápido. Lo demostró en el entrenamiento previo que realizaron los árbitros en Recreio do Bandeirantes, en el Complejo de Futebol del ex crack Zico. Entrenamientos diarios de dos o más horas. Y trabajo con el sistema Instant-feedback.
Simulación de jugadas complejas, dos computadoras, una cámara fija, una editora que elige las imágenes. Dos instructores FIFA, uno que toma los tiempos y decide los cambios. Y el otro que los recibe en una carpita y les marca eventuales errores. El colega Jonathan Fabián, exárbitro, me facilita los videos que filmó allí apenas días antes del inicio del Mundial, con el trabajo de los árbitros y jueces de línea.
El 17 de junio de 2006, a las siete horas seis minutos de la tarde alemana, Ghana le ganaba uno a cero a República Checa. Matthew Amoah entraba solo al área contra el arquero cuando un defensor checo lo tocó de atrás. Horacio Elizondo lo había visto claro y pitó señalando con dos dedos de la mano derecha el punto del penal. Sin embargo, se dio cuenta, había perdido el número del jugador que había hecho la falta como último hombre. ¿A quién debía expulsar?
Si el actual diputado nacional del PRO, Néstor Baldassi solía agacharse, fijar la vista y apuntar con el brazo extendido porque eso daba sensación de que su sanción era de total seguridad, para las jugadas difíciles Elizondo sabía cómo llegar al área. Un ex árbitro se lo había aconsejado: “Los dos pies apoyados, pisando firme”. Esa tarde caminó más lento que nunca. Preguntó primero por el intercomunicador a Darío Otero (su asistente) si había visto al jugador que debía expulsar. “Yo tampoco sé quién es”, respondió Otero. Así que Elizondo se dio vuelta, giró hacia donde discutían los jugadores. “Red card, red card” (tarjeta roja) le reclamó un jugador de Ghana. “¿Qué numero fue?”, le preguntó Elizondo en voz baja. “twenty one” (el 21) le sopló el africano. “No podía creerle a un adversario, pero ya tenía una primera información”, confiesa ahora.
El árbitro argentino retomó el camino al área. El capitán, otro jugador y “el 21” (Tomas Ujfalusi). Les miró la cara a los tres y vio, en los ojos de Ufjalusi, la resignación. Pum, roja y afuera.
“Pero cortamos clavos. Habíamos aprendido todo, los procesos nuestros tácticos y estratégicos, pero el A, el B, el C, a veces no están y tenés que sacar un plan D e inventarlo sobre la marcha”, dice más tranquilo Elizondo. “Creo que, más allá de la preparación, esas cosas la tenemos primero porque somos argentinos, y en segundo lugar por el fútbol argentino, que te da un training extra porque vivís resolviendo problemas constantemente, y te da esa picardía. Yo no se si un árbitro de otra cultura, de otro lugar, hubiese podido salir de ese momento”.
Es curioso. Ese “lo atamo con alambre” tan argento permitió a Elizondo llegar a la final y protagonizar uno de los fallos más históricos en la decisión de un Mundial.
A cinco minutos del tiempo suplementario, el francés Zinedine Zidane le cabeceó el pecho al italiano Marco Materazzi, que lo había provocado. Elizondo estaba de espaldas y su asistente (Otero) tampoco vio qué había pasado. “Terrible cabezazo del diez de los blancos al seis de los azules, terrible cabezazo”, gritó por el intercomunicador con dramático tono andaluz el cuarto árbitro, el español Luis Medina Cantalejo. “¿Viste si hubo provocación?”, preguntó Elizondo. “No, no, no, yo lo único que vi es el cabezazo del diez de los blancos, pero oye coño, cuando lo veas en el video del hotel no lo vas a poder creer”. Los jugadores discutían. “¿Cómo no me vas a creer lo que te digo si estuviste cenando en mi casa?”, se enojó Gennaro Gatusso con Liliam Thuram, que no podía creer que su compañero hubiera golpeado a Materazzi sin pelota. Medina Cantalejo, asegura Elizondo, vio el golpe sin recurrir a la TV, como protestó Francia. Porque hay un monitor FIFA entre los bancos de suplentes, un poco más atrás. Y también está la trasmisión dentro de los estadios, que fue inaugurada en Alemania 2006. En el primer partido Alemania ganó 4-2 y los goles costarricenses fueron al filo del offside. La FIFA decidió entonces que las jugadas polémicas no saldrían por la pantalla del estadio. Por error, en Sudáfrica 2010 mostraron el gol de Carlos Tevez a México en claro offside. El director de cámaras se quedó sin trabajo.
En Brasil 2014 el error se repitió y la FIFA debió rectificar. Si está claro que Nishimura no será un nuevo Elizondo, entonces se abre el debate sobre quién dirigirá la final. Algunos apuestan ya al ingeniero industrial español Carlos Velasco Carballo, de buen debut en el difícil clásico que Uruguay ganó 2-1 a Inglaterra. Sería un premio consuelo para el fútbol español, el campeón mundial de peor desempeño en la Copa siguiente, eliminado ya en la segunda fecha y en un Mundial que, lejos de la especulación, comenzó con ataque, goles y partidos de ida y vuelta, difíciles físicamente para los árbitros, pero menos friccionados. Difícil que tenga ese premio consuelo Inglaterra, los inventores del fútbol, también eliminados al segundo partido. Bastante suerte con que la FIFA le dio un segundo Mundial al sargento de policía Howard Webb. Sería imperdonable designarlo para una nueva final después de las patadas que permitió a Holanda contra España en la final de Sudáfrica. El italiano Rizzoli también tiene sus boletos, según me cuentan, pese al penal que sancionó para España ante Alemania. Si es Pitana eso querrá decir que Argentina, hasta ahora ganadora pero discreta, no estará en la final. Y, si lo está, rogamos que no nos toque un Edgardo Codesal, el mexicano del penal de la final de Italia 90. O un Rudolf Kreitlein, el alemán que expulsó a Antonio Rattín en Wembley contra Inglaterra, en el Mundial 66. Son nombres inolvidables, a diferencia del tunecino Ali Ben Nasser, que sigue sin ver la mano de Diego en el gol a los ingleses. Sólo recordamos a los villanos y creemos en conspiraciones antiargentinas. El árbitro que sea designado para la final del 13 de julio en el Maracaná, el que sea, sabe que no tiene hinchada y que será arrojado a los leones. Lo ayudarán los jueces de línea, el cuarto árbitro, la tecnología y hasta el spray. Pero estará demasiado solo.