Rodolfo Walsh agarra un cigarrillo. Está sentado en una reposera en el terreno del fondo de su casa. Una casa chica, sencilla, con pocos muebles, pero con un terreno extenso. El piso es de ladrillo, y no hay luz eléctrica. Es de noche, y en San Vicente solo hay silencio. Lilia Ferreyra, su compañera, está a su lado, y fuma también. Da largas pitadas. Se llena la boca de humo, infla los cachetes y lo larga de a poco. Tienen un limonero que todavía no floreció. Hay varias velas encendidas, que iluminan de forma tenue el lugar. Comparten un vino tinto. Él lee en voz alta Juan se iba por el río, el último cuento que escribió. Es el verano de 1977. Ella está conmovida. A veces cierra los ojos porque así escucha mejor. Se le dibuja una media sonrisa en los labios.
Todavía no saben que ese texto permanecerá inédito. Y que la única otra persona que lo va a leer, Martín Gras, lo hará dentro de la Escuela de Mecánica de la Armada, a escondidas de los integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2 que asesinaron a Walsh el 25 de marzo de ese mismo año, y que robaron de la casa sus papeles junto con otros textos también inéditos. De esa misma casa en San Vicente donde sucede esta escena, íntima, impostergable.
Lilia me contó sobre esa noche en el otoño del año 2010, en un diálogo que tuvimos en el predio donde había funcionado la ESMA. Quizás me haya tomado alguna licencia narrativa para describir lo que me dijo, pero sí existieron detalles muy vívidos, un cielo estrellado que recordó, el humo del tabaco, la intimidad.
Walsh le lee en voz alta Juan se iba por el río, el último cuento que escribió, a Lilia Ferreyra. Todavía no saben que ese texto permanecerá inédito. Y que la única otra persona que lo va a leer, Martín Gras, lo hará dentro de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Lilia pasó en limpio Juan se iba por el río en la máquina Olympia portátil, la misma que Walsh usaría para escribir la Carta Abierta a la Junta Militar. Dos textos, un documento político y otro literario, de ficción.
Juan Antonio es el personaje de este cuento. El argentino derrotado del siglo XIX, un hombre de pueblo, un criollo que dejó de ser gaucho, el último antes de las grandes inmigraciones, que sobrevivió a su tiempo y que es ya viejo. Está sentado en un banquito frente al río. Duda es su apellido. Recuerda su pasado, cuando fue reclutado por la leva, rememora batallas, sin entender demasiado por qué o para qué estaba peleando. Recuerda la noche antes de Cepeda y la arenga a las tropas que hizo el General Mitre, quien los animó a pelear por la Patria. Estaba ahí con su amigo Alsina, al que le dijo: “en la Patria de ellos, yo me cago”. También evoca una escena en la que él, junto con lo que quedaba de su batallón, asiste y ve pasar la cureña con los restos del General San Martín; un día lluvioso, en el que queda conmovido por la repatriación de este personaje histórico treinta años después de su muerte. De pronto, Juan Antonio Duda vislumbra a la otra orilla del río unas casitas blancas de la Colonia. Y ve también que el Río de la Plata empieza a secarse, a descender. Mientras recorre su pasado y la época en la que vivió, comienza a gestarse dentro suyo un deseo, que es cruzar a la otra orilla y llegar a las casitas blancas. Se siente el olor del barro cuando el agua se retira. Parece magia, el río queda vacío y emergen restos de barcos. Se ven peces muertos y otras criaturas fantásticas. Se sacude de su melancolía, monta a su caballo y se lanza a atravesar el río. El cuento termina cuando se desata una tormenta. Juan y su caballo son un punto en el horizonte en ese lecho seco. El agua empieza a crecer, incontenible.
“No sabemos si Juan alcanza a llegar a la otra orilla. Esa no es la pregunta que importa. Lo importante es que se anima a cruzar”. Esa es la respuesta que Walsh le da a Lilia cuando ella, al escuchar el final del cuento, le pide saber, le exige una resolución del personaje.
***
En el testimonio que Lilia Ferreyra dio ante el Tribunal Oral Federal número 5 en Comodoro Py, en el marco de la megacausa ESMA, mencionó que el 9 de enero de 1977, el día en que Walsh cumplió 50 años, hizo una promesa: para el 24 de marzo, al cumplirse un año de la dictadura militar, tendría que tener lista para su distribución la Carta Abierta a la Junta Militar, pero también el cuento Juan se iba por el río. “Creo que existía una conexión íntima en la elección de esos dos textos. Rodolfo Walsh también fue un hombre que se animó, en las circunstancias más adversas, a escribir la Carta a la Junta, sin la esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumió hacía muchos años de dar testimonio en momentos difíciles. Este haber cumplido esa apuesta, haber terminado esos dos textos, era para Rodolfo también casi como haber llegado al otro lado del río”.
“No sabemos si Juan alcanza a llegar a la otra orilla. Esa no es la pregunta que importa. Lo importante es que se anima a cruzar”. Esa es la respuesta que Walsh le da a Lilia cuando ella le pide una resolución del personaje.
Martín Gras, el otro lector de este cuento, es un sobreviviente de la ESMA que estuvo secuestrado ahí entre enero de 1977 y mediados de 1978, y uno de los pocos testigos directos que presenció el momento en que a Walsh lo ingresaron al Centro Clandestino, con su cuerpo acribillado por los impactos de las balas luego de ser secuestrado en San Juan y Entre Ríos por la patota. Tenía una guayabera color beige, un sombrero de paja, y un portafolio con copias de la Carta a la Junta. Iba camino a una cita para entregarlas en mano, pero también para despacharlas y tirarlas dentro de los buzones rojos de la ciudad.
Frente al mismo tribunal, Martín dio un testimonio que duró más de seis horas y fue fundamental para comprender el funcionamiento de las estructuras militares, las internas del Grupo de Tareas, la función de la tortura, el trabajo de inteligencia y el proyecto político que quería llevar adelante Massera para llegar a presidente. Fue, además, una clase magistral. Allí contó que unos días después del secuestro de Walsh lo llevaron al sótano del Casino de Oficiales, en donde funcionaba el núcleo concentracionario del campo, una especie de mini oficinita, casi un depósito. “Allí veo un montón de material apilado, me pongo a hojearlo, encuentro una colección de la revista CGT de los Argentinos, varias carpetas donde hay recortes periodísticos pegados, clásico archivo de un periodista, y encuentro un par de hojas mecanografiadas. Una es la carta de Rodolfo Walsh a las Juntas, otra con motivo de la muerte de su hija, y la otra es un cuento, aparentemente el último cuento escrito por Rodolfo, no publicado, lo cual me convierte a mí en miembro de un club muy pequeño y muy selecto. Soy de las poquísimas personas que hemos tenido acceso, del lado de acá por los menos, al último cuento de Walsh, un cuento tremendo”.
Unos años después, en 1982, ya en el exilio, Martín Gras y Lilia Ferreyra se encontraron una noche en Madrid. Hablaron de la ESMA y sus atrocidades. Lilia preguntó por Rodolfo, y escuchó el detalle riguroso y cuidado que él le hizo sobre lo que había visto. También le contó que había podido leer algunos de los documentos internos críticos de la política de la organización Montoneros que Walsh había escrito. “¿Y Juan se iba por el río?”, preguntó Lilia y empezó a relatar lo que recordaba. Martín se sonrió —así lo cuenta ella en el artículo “Dos lectores”— y, entre los dos, empezaron a citar escenas del cuento y a unir los retazos que les quedaban de esas lecturas.
Martín Gras, el otro lector del cuento, es un sobreviviente de la ESMA y uno de los pocos testigos directos que presenció el momento en que a Walsh lo ingresaron con el cuerpo acribillado por los impactos de las balas luego de ser secuestrado en San Juan y Entre Ríos por la patota.
¿Dónde se ubican los pliegues de la memoria? Juan se iba por el río es un cuento que, junto a su autor, está desaparecido. Podemos conocer su contenido gracias a la voz de aquellos que sobrevivieron al horror y lo contaron. ¿Conocemos el contenido? ¿O conocemos una versión de lo que Lilia y Martín recuerdan? Nuestro acervo histórico, nuestra memoria colectiva, se sustenta en esos relatos. Gracias a ese recuerdo, a ese esfuerzo persistente y obstinado, lograron rescatar una memoria que estaba destinada a perderse para siempre en la ESMA. Ahí mismo donde habían planificado arrebatar una parte del patrimonio cultural que sin dudas constituían esos papeles de Walsh. ¿Qué es la resistencia? ¿O las resistencias? ¿Grandes actos heroicos? ¿O son, acaso, pequeñas acciones silenciosas e invisibles de confrontación a ese aparato desaparecedor? “Yo quisiera creer que algún Oficial de Inteligencia de la ESMA mantiene el cuento como botín personal, y quisiera creer que algún día todos van a poder apreciarlo, sino me siento obligado a contarlo”, decía Gras ante el Tribunal. Hay un intento ahí, no solo de denuncia, sino también de despojarse de la responsabilidad de ser los únicos depositarios de esa historia.
La forma de saber cómo funcionaron los Centros Clandestinos de Detención, qué ocurrió allí, y quiénes participaron de las estructuras represivas es a través de las voces de quienes pasaron por ahí como detenidos–desaparecidos y sobrevivieron. Ahora bien, estas personas que sobrevivieron al espanto son un puñado de hombres y mujeres. La regla general del sistema ha sido que quienes fueran secuestrados y llevados a estos sitios serían asesinados. Como decía Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz: “Los sobrevivientes somos una minoría anómala además de exigua: somos aquellos que por sus prevaricaciones, o su habilidad, o su suerte, no han tocado fondo. Quien lo ha hecho, (…) no ha vuelto para contarlo, o ha vuelto mudo; son ellos los verdaderos testigos (…). Ellos son la regla, nosotros la excepción”. Sobrevivencia que en nuestro país residió en las decisiones arbitrarias de los represores. Esa arbitrariedad —considerándose, como ellos mismos lo afirmaban, “señores de la vida y la muerte”— hacía al ejercicio de la voluntad absoluta. En ese sentido, fue precisamente Gras quien planteó en su testimonio ante el TOF 5 en el año 2010 que “hay personas que piensan que se sobrevivía traicionando o dando información. Sin embargo las estadísticas demuestran lo contrario. Un importante número de sobrevivientes tuvo conductas éticas. ¿Por qué? Porque si fuera posible establecer una regla de juego de que si yo me dispongo a entregar a determinada cantidad de gente, yo sobrevivo, estoy siendo un igual, estoy negociando y, por definición, en el campo de concentración la igualdad, el bis a bis y la ratio de relación no existen. Existe la arbitrariedad total y absoluta y la negación absoluta de derecho”.
Ante el sostenimiento del pacto de silencio de quienes participaron de los crímenes de la última dictadura, la voz de los sobrevivientes se erige entonces como el único canal a través del cuál podemos asomarnos al horror e intentar reconstruirlo. Entre su posibilidad de testimoniar y la imposibilidad de testimoniar de los que ya no están, tal como lo advirtió Levi, hay una laguna.
Juan se iba por el río es un cuento que, junto a su autor, está desaparecido. Podemos conocer su contenido gracias a la voz de aquellos que sobrevivieron al horror y lo contaron. ¿Conocemos el contenido? ¿O conocemos una versión de lo que Lilia y Martín recuerdan?
Y en esa laguna del testimonio nos movemos e intentamos interpretar el cuento de Walsh. Lilia también hablaba de la elección del tiempo verbal en el título como una manera de no cerrar el destino del personaje. Juan “se iba”, no “se fue”. La acción no queda definida. Juan puede morir atrapado por la tormenta, o puede alcanzar la otra orilla. Hay ahí, quizás, algo sobre la incertidumbre que provoca la desaparición forzada. Ya lo había dicho Videla: “el desaparecido es una incógnita”. La desaparición de Walsh, y de su personaje Juan, borra también la posibilidad de conocer con rigurosidad qué quiso decir el autor, por qué dejó ese final abierto. O, en todo caso, de dejar librada la interpretación a más voces, a otros lectores posibles. ¿Hay, por ejemplo, un vínculo simbólico entre la retirada del Río de la Plata y la aparición de peces muertos en ese lecho, con los vuelos de la muerte? Walsh ya contaba entonces con información rigurosa. Luego de enumerar una serie de casos de cuerpos masacrados y mutilados hallados durante el primer año de dictadura, en su Carta Abierta proclamaba:
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea 7, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti.
Un texto que logró sintetizar, con una perspectiva analítica notable dado el escaso tiempo transcurrido desde el Golpe, el proyecto político y económico de miseria planificada que los poderes civiles y militares vinieron a instalar en el país. “Yo creo que la Carta Abierta es el Facundo de nuestra generación”, planteó Martín Gras en una entrevista que le hicimos en 2012 con Lucía Sosa. Nos recibió en un despacho de la Secretaría de Derechos Humanos, en pleno microcentro porteño. Martín hablaba pausado y con una seguridad abrumadora. Coronaba sus ideas con una frase cerrada, compacta. Nosotras abríamos grande los ojos, exprimiendo cada palabra. Es que Gras tenía un imán. Ese día estaba sentado de costado en un sillón de cuero color verde inglés, con las piernas cruzadas, mientras hablaba movía una mano, y repiqueteaba la otra sobre un escritorio majestuoso, característico de abogado. Fue una disertación sobre historia política contemporánea. Un privilegio.
Facundo de Sarmiento era leído por la generación de Walsh y de Gras como el gran libro sobre el cual la oligarquía había desarrollado todo lo que sería el sistema de interpretación, las reglas del juego, fundamentalmente en las generaciones del ‘80 y del ‘30. “No se puede entender la historia política sin entender el Facundo, es un libro clave”.
Estamos hablando, entonces, de un intelectual que, en simultáneo a la escritura en los albores de la dictadura de este texto histórico fundacional, no solo crea una herramienta como fue la Agencia de Noticias Clandestina, sino que escribe un cuento de ficción. “Una cosa es inescindible de la otra. Cuando él decide que va a organizar ANCLA, lo hace a partir de su experiencia como militante montonero. Ha hecho una serie de críticas, se da cuenta del distanciamiento de la organización con el pueblo, el elitismo militarista del último período, y eso lo lleva a avanzar en ANCLA como proyecto político. Y, en paralelo, la ambivalencia entre el militante y el escritor, que no son dos cosas separadas, sino dos formas permanentes de expresarse”. Y analiza Gras, también que en ese ejercicio de autocensura que implicaba para Walsh formar parte de un aparato partidario como era Montoneros —que lo limitaba e incluso que lo cosificaba—, Juan se iba por el río era una suerte de narración de la realidad política que estaba atravesando. Martín cree que Walsh describe sus incertidumbres. “Los intelectuales se cuestionan de forma permanente su realidad, sobre todo el intelectual comprometido. Es la duda creativa, la duda del que construye mapas, del explorador, del investigador”, dice. Y para él, Walsh, que era militante y al mismo tiempo un poeta, era un hombre de ideas, de reflexión.
En ese dudar y cuestionar, y a raíz de las críticas que Walsh plasma en los documentos que eleva a la conducción de Montoneros, la fundación de ANCLA constituye una alternativa política: “La recuperación de la palabra: ese va a ser su nuevo partido. Creo que hay un proceso de liberación de esa estructura limitante. Y que esa libertad que él probablemente recupera le permite escribir ficción. Es la primera actividad no montonera de Rodolfo. Creo que en esos momentos alcanzó una de sus cimas, y creo que estaba hablando, de alguna forma, de todos nosotros como generación”. El 24 de enero de este año, el día en que las centrales sindicales pararon el país para protestar por las medidas de un gobierno que pretende instalar esas mismas políticas de miseria planificada de aquel entonces, fue el día que Taty Almeida, madre de Plaza de Mayo, se subió al escenario junto con el secretario general de la CGT y otros dirigentes para cerrar el acto con un discurso encendido, de aliento, en el que recordó que los 30 mil desaparecidos también eran trabajadores y trabajadoras. El mismo día que también falleció Sara Rus, sobreviviente de Auschwitz y madre de Daniel Lázaro Rus, secuestrado el 15 de julio de 1977 y presuntamente llevado a la ESMA. En una entrevista, Sara Rus dijo: “Yo lucho por no olvidar. Lucho por la memoria”. Al igual que Lilia, al igual que Martín.