Ensayo

Israel y Hamás en guerra


La vida imposible

La violencia que estamos viendo estos días en Medio Oriente se nos impone como lo que es: el artefacto de separación más infalible. ¿Para qué escribir cuando lo real irrumpe con tal crudeza? Mariela Cuadro avanza a tientas entre esos grandes bloques molares que se nos presentan como homogéneos, Israel, Palestina, para desgajarlos. Intenta hacer un poco de espacio que permita un mínimo de conversación ante tanto dolor irremediable y traza líneas para no renunciar a pensar la paz.

La violencia que estamos viendo estos días en Medio Oriente se nos impone como lo que es: el artefacto de separación más infalible. ¿Para qué escribir cuando lo real se nos impone con tal crudeza? ¿Qué palabras poner a jugar (si está permitido el uso de ese verbo en un texto que aborda la muerte, el asesinato, el terror)? 

Que la escritura sirva para escapar de las lecturas extorsivas; para hacer un poco de espacio que nos permita un mínimo de conversación ante tanto dolor irremediable, tanta injusticia cotidiana; que sirva también para alojar la angustia. Escribir con paciencia y cautela. Avanzar a tientas de forma tal que la escritura nos ayude a desgajar esos grandes bloques molares que se nos presentan como homogéneos. Hacer una lectura más bien molecular. Trazar algunas líneas dispersas. 

Los límites de la imaginación política: el deseo de Estado-Nación

Comencemos a contar una historia sin vocación de universalidad, es decir, una historia que no aspire a convertirse en la Historia. Se trata de una historia de pueblos con vocación de Estado, de intentos de homogeneización mandatados por la búsqueda del reconocimiento internacional. Autonomía, soberanía, auto-determinación: el lenguaje que articula los objetivos de las partes es del todo moderno, los modos de lidiar con el otro también lo son.

Como postula Mark Levine, colonizadores y colonizados hablan la misma lengua, son constituidos como tales por ella. Y es que, en efecto, el conflicto palestino-israelí toma su forma a partir de una serie de relaciones coloniales superpuestas que tienen lugar en el marco de los colonialismos constitutivos de la modernidad y del actual mapa del Medio Oriente contemporáneo.

De las fuerzas que actualmente se encuentran en disputa, solo una de ellas logró su cometido. Y lo hizo, como dicta la lógica de la modernidad, sobre el desplazamiento y la desposesión de la otra, perfeccionando y aggiornando mecanismos de exclusión que devinieron cotidianidad. El reverso de este éxito fue el fracaso de la contraparte.

Pero esta no es una historia de dos fuerzas enfrentadas. En primer lugar, porque en este territorio en disputa confluyen otras fuerzas que no son ni palestinas ni israelíes. En segundo lugar, porque, si bien en momentos como los que nos toca vivir, las fuerzas tienden a amalgamarse y a alinearse haciéndose binarias, como en el caso del nuestro, cada uno de estos pueblos es múltiple. Las heterogeneidades son de todo tipo: de clase, territoriales, religiosas, políticas. Entre estas últimas destacan posiciones a favor de la paz (de un lado y del otro), experiencias de convivencia y desarrollos de proyectos conjuntos, y posiciones que no pueden concebir la coexistencia (también de un lado y del otro). Estas distinciones deben ser mantenidas en la memoria si no queremos, nosotros también, hablar el lenguaje de la modernidad colonial.

Los árabes y la cuestión palestina

Podemos trazar líneas que nos permitan establecer múltiples clivajes y evitar hablar de “los palestinos”, “los israelíes”, “los árabes”, “los musulmanes”. Estos pueblos están atravesados por relaciones políticas que los obligan al dinamismo e impiden que tracemos entre ellos relaciones directas, inmediatas, unívocas.

A modo de ejemplo, el posicionamiento de los Estados árabes ha variado indiscutiblemente en 1949, 1967, 1973, 1979, 1994, 2020 o 2023. Los años elegidos no son inocentes. Los primeros tres representan fechas en que países árabes hicieron la guerra contra Israel (por distintas razones e impulsados por distintos contextos). Los otros, son años en los que distintos Estados árabes hicieron la paz con Israel, es decir, le brindaron reconocimiento o comenzaron negociaciones con esa intención. El proceso recorrido en esos años fue transformando el conflicto árabe-israelí en uno de naturaleza más local y menos regional que actualmente denominamos palestino-israelí. En los casos en los que  Estados árabes firmaron la paz con Israel, su objetivo fue lograr beneficios económicos y militares individuales y exigieron débiles concesiones a Israel en relación a la cuestión palestina, que se fue cayendo paulatinamente de la agenda de los distintos gobiernos árabes aunque no del imaginario de las poblaciones de dichos países.

El último capítulo de esta pérdida relativa de importancia es también el contexto regional inmediato en el que se sitúan los ataques de Hamas contra población civil israelí: las negociaciones entre Arabia Saudita e Israel mediadas por Estados Unidos. Además de aspirar a profundizar los lazos comerciales y financieros que unen a ambos países desde la firma de los Acuerdos de Oslo en la década del 90 del siglo pasado, el principal interés saudí en esta firma radica en la dimensión militar. El reino árabe busca asegurar un pacto militar que obligue a Estados Unidos a defenderlo en caso de necesitarlo a cambio del reconocimiento de Israel. Si bien el pacto supondría la obligación de la potencia norteamericana sin importar el atacante, Arabia Saudita tiene en su mente a Irán quien, a pesar del acuerdo firmado por mediación de China en abril de este año, continúa siendo considerada la principal amenaza para el reino. 

Con los antecedentes de los acuerdos de paz anteriores entre Estados árabes e Israel y siendo el principal motor de Arabia Saudita su propia seguridad, puede intuirse que Riad no presionó por el establecimiento de un Estado palestino a cambio de la normalización de sus relaciones. Por ello, de efectivizarse, la firma hubiera supuesto un nuevo y certero golpe al sueño palestino de un Estado-nación, puesto que los palestinos habrían perdido una carta fundamental, tratándose del Estado árabe que actualmente hegemoniza la región y que alberga los dos principales lugares sagrados del Islam. Ahora bien, si bien Arabia Saudita no puso sobre la mesa de negociaciones un Estado palestino, a modo de legitimación del acuerdo frente a la “calle árabe”, buscó presionar sobre la situación en Cisjordania.

Cisjordania, Gaza, Hamás y la ultra-derecha israelí

Cisjordania es uno de los tres territorios del espacio en disputa que formaría parte de las fronteras reconocidas internacionalmente de un hipotético Estado palestino. Fue ocupado por Israel en la guerra de 1967 y, a partir de entonces, fue objeto de un veloz proceso de colonización que llevó a que en la actualidad un 60% de dicho territorio esté constituido por asentamientos habitados por colonos judíos y, por tanto, bajo gobierno de Israel. La colonización cuenta y ha contado con el apoyo del aparato estatal israelí que entregó ingentes beneficios a quienes se instalaran en el territorio. Solo un 18% de Cisjordania está actualmente bajo administración de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), a cargo del partido mayoritario dentro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Al-Fatah. El restante 22% está bajo una administración conjunta entre la ANP e Israel.

La ocupación total de Cisjordania es parte de los objetivos explícitos de fuerzas político-religiosas israelíes de ultra-derecha que conforman la coalición de gobierno presidida por Benjamin Netanyahu. Estas tienen a su cargo dos ministerios -el ministerio de seguridad nacional y el ministerio de finanzas- y también se les dio un rol especial en el ministerio de defensa. La reforma judicial de la que tanto se ha hablado aparece como una condición necesaria para lograr esta finalidad. La estrategia se basa en el diagnóstico de que el modelo de la solución de dos Estados que sostiene la izquierda israelí ha fallado y que Israel debe dejar de administrar el conflicto y, en cambio, proponerse ganarlo definitivamente. Son estas fuerzas las que están constituidas por y apoyan más enfáticamente a los colonos israelíes. De acuerdo a la organización “Breaking the silence”, el ejército israelí no pudo proteger a quienes fueron atacados por Hamas porque se encontraba en Cisjordania concentrado en la protección de este sector de la población, fundamental para esta estrategia. 

Además de Cisjordania, un futuro Estado palestino se erguiría sobre dos territorios más: Jerusalén Este, anexado por Israel en 1980, y la Franja de Gaza, gobernada por el otro protagonista político de la escena palestina y cuyas acciones dispararon la andanada de palabras e imágenes en torno al conflicto que se esparcieron en los últimos días: Hamas. El Movimiento de Resistencia Islámico nació en 1988 como capítulo palestino de los Hermanos Musulmanes egipcios y apuntalado por la primera intifada palestina. Su Carta Fundacional manifestaba una posición política sin medias tintas respecto al conflicto: abogaba por la eliminación del Estado de Israel. Si bien este documento es muchas veces referenciado para señalar invariabilidad en la posición política del Hamas, sus posicionamientos fueron cambiando al ritmo de los distintos contextos locales, regionales y globales. En 2006 se presentó a elecciones legislativas para la ANP. Como sucedió en muchos países árabes donde la estrategia que acompañó la Guerra Global contra el Terror alentó elecciones democráticas, Hamas, en tanto partido islámico, resultó victorioso. Esto llevó a un enfrentamiento entre los dos principales partidos políticos palestinos que supuso un quiebre delimitado territorialmente: la OLP quedó a cargo de Cisjordania y Hamas, a cargo de Gaza. 

Gaza merece un párrafo aparte. Se trata de un espacio de 365 km2 en el que vive una población de más de dos millones de personas, muchas de ellas refugiadas y el 53% de las cuales viven bajo la línea de pobreza, según datos del FMI. Pero, en lugar de darnos una idea más acabada, los números nos distancian. Se trata de uno de los territorios con mayor densidad de habitantes del planeta. Existen solo dos accesos por tierra al mundo exterior y ambos se encuentran cerrados: uno por Israel, el otro por Egipto. Desde la toma de Gaza por parte de Hamas hace 16 años, los palestinos que allí viven se encuentran literalmente encerrados, cercados por una valla dotada de una sofisticada tecnología que se extiende incluso a las capas subterráneas. En este punto, se precisan descripciones detalladas: “En la frontera septentrional de Gaza hay un muro de ocho metros de altura que separa la Franja de Israel. La barrera tiene más de setenta kilómetros de longitud, y los tramos más largos son cuatro metros más altos que el Muro de Berlín, además de estar mucho más fortificados. En la frontera oriental hay un foso, luego un muro bajo, y encima de él una valla electrificada, salpicado de torres de vigilancia guarnecidas por soldados israelíes y patrulladas por tanques. En la frontera meridional hay otro muro que separa Gaza de Egipto. Este muro tiene quince kilómetros de longitud y es bastante parecido al de la frontera norte con Israel. Tiene ocho metros de altura y cuenta con quince torres de vigilancia.” El aire también se encuentra bajo control israelí; y las armadas israelí y egipcia vigilan el mar y sus costas. No hay escapatoria. Además, el bloqueo total impuesto desde aquel momento es posible debido a que Israel controla todos los servicios básicos que llegan a la Franja, incluyendo el agua y la electricidad. Es decir que tiene la capacidad de dejar incomunicadas y sin acceso a insumos vitales a esas más de dos millones de personas y ha utilizado esa capacidad en varias oportunidades. Por supuesto, así como no todos los israelíes apoyan estas prácticas, no todas las personas que viven en Gaza son partidarias de la fuerza que las gobierna. 

A partir de la ruptura de 2007, alentados por distintos incentivos, se profundizaron las líneas estratégicas de cada una de las organizaciones políticas palestinas: la OLP sostuvo posiciones mayormente negociadoras y Hamas recurrió a la lucha armada siempre que lo consideró necesario. Esta decisión (y, sospecho, su carácter islámico) le valió la etiqueta de terrorista. Esta forma de caracterizar a agrupaciones y organizaciones rápidamente clausura la discusión política. Si bien no hay dudas a la hora de adjetivar las acciones del Hamas contra israelíes en el marco de la denominada “Tormenta de Al-Aqsa” como terroristas y a todas luces condenables, al transformar esas prácticas en una identidad o una esencia se intensifican las condiciones que imposibilitan la solución del conflicto.    

¿Cuáles fueron los argumentos de Hamas para lanzar esos ataques de crueldad sin ropajes? En primer lugar, hay un argumento religioso (no por eso menos político): las transformaciones en el status quo de la mezquita de Al-Aqsa en detrimento de los musulmanes y a favor de los judíos que se han venido evidenciando en los últimos años. La mezquita, ubicada en la zona de Haram al-sharif en Jerusalén oriental, es el tercer lugar sagrado del Islam. Los judíos denominan a esa misma zona Monte del Templo y para ellos también tiene un carácter sagrado. Hasta hace unos años existía un acuerdo que versaba que, si bien creyentes de otras religiones podían visitar el lugar, podían hacerlo en horarios específicos, cuidando el rezo de los musulmanes. Ese acuerdo, como tantos otros, se rompió. Muchos de los últimos enfrentamientos entre palestinos e israelíes religiosos se dieron en el marco de distintas irrupciones violentas de la policía israelí y de judíos religiosos y sus representantes políticos de la ultra-derecha israelí que violaron dicho acuerdo. Este mismo actor y sus planes para ocupar la totalidad de Cisjordania constituyen el segundo argumento del Hamas. Concebir a este actor como político permite hacerle lugar y darle voz a sus palabras y no esperar a que se imponga a través del espectáculo de la crueldad.

Continuará…

Se dirá que lo escrito es insuficiente, que faltan elementos. ¿Qué hay de Irán, de Hezbollah? ¿Qué pasa con Qatar, con Líbano, en fin, con la posibilidad de una escalada regional? Se dirá que se han callado argumentos y voces, que se han omitido o subrayado ciertas prácticas cotidianas y no otras, que se ha hecho un recorte, que no se ha dicho todo en esta historia. No tengo argumentos contra esas posibles acusaciones: escribir implica recortar indefectiblemente; las palabras no son sino líneas que se recortan sobre un papel. 
Resulta muy difícil escribir sobre tanto dolor y tanto odio acumulados con paciencia, día tras día, mes tras mes, año tras año. Sobre todo resulta muy difícil sortear los señalamientos morales que aguardan agazapados ante cada palabra que se pronuncia sobre este conflicto. Pero es necesario poder hablar, poder usar palabras que, al decir de Oliverio Girondo, “en lugar de separarnos, nos acerquen un poco”. Porque si hay algo que dejan en evidencia los acontecimientos de los últimos días es que la vida (de unos y de otros), tal como la propone este sistema, se hace imposible.