En el siglo XXI la inversión en Ciencia, Tecnología e Innovación es la base de la prosperidad y el desarrollo de los países más avanzados. Existe una muy fuerte correlación entre Inversión, en particular estatal, en Investigación y Desarrollo (I&D), y el PBI per cápita, que mide el nivel de productividad, y por tanto el bienestar, de una sociedad. Aquellos países que más invierten en I&D son los que tienen al mismo tiempo un mayor ingreso por habitante y mejores indicadores socio-económicos. No hay países desarrollados que no inviertan sustancialmente en I&D. La actividad produce bienes de alto valor agregado que se exportan y que además satisfacen las demandas propias, sustituyendo importaciones.
La Agencia Nacional Australiana de Ciencia estudió la relación entre la inversión bruta en I&D en ese país y el crecimiento del PBI y evaluó su retorno. Las estimaciones más conservadoras muestran que por cada dólar invertido se crean 3.5 en beneficios para la economía del país y un retorno promedio de un 10% anual. Nueva Zelanda y Canadá obtuvieron resultados análogos.
La mayoría de los avances científicos y tecnológicos se desarrollan en instituciones públicas donde los investigadores no están sometidos a metas y políticas cortoplacistas, pueden dedicarse a temas que el sistema evalúa con un potencial innovador futuro. Las inversiones en equipamiento e instalaciones son grandes y solo el Estado tiene espalda para realizarlas y para esperar resultados cuyos plazos son difíciles de predecir con certeza. Los rayos X y sus descendientes, como las diferentes tomografías computadas que revolucionaron la medicina moderna, el código genético, muchas vacunas, la energía nuclear, internet, son solo algunos de ejemplos de los frutos de ese proceso. Varios de estos conocimientos fueron tomados luego, perfeccionados y explotados industrial y comercialmente por empresas privadas, algunas creadas por los mismos descubridores y asociados. Cuando Roentgen descubre los rayos X en el sótano de su universidad, pocos meses después la empresa Siemens comenzó a vender los primeros aparatos radiográficos de uso médico.
Según datos de la OCDE, Alemania destina el 3.13% de su PBI a I&D (el 1.16% de esa inversión es pública); Suecia, 3.49% (1.38%); EEUU, 3.45% (1.16%). En ninguno de éstos países la inversión pública baja del 1%. En nuestro país la inversión total es aproximadamente del 0.52% (siendo el 61% pública). Para mejorar esto recientemente se sancionó la ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, la Ley 27614, que prevé para 2023 una inversión en la Función Ciencia y Técnica del presupuesto nacional, del 0.34% del PBI, y del 1% para 2032. Finlandia tiene 16 investigadores con dedicación exclusiva por cada cada 1000 trabajadores; Alemania, 10; Suecia, 16; Argentina, 3.1. En América Latina nuestro país es líder pero aún está muy lejos de los estados desarrollados.
Según Milei, el CONICET tiene demasiados empleados. De acuerdo a datos oficiales, el organismo tiene una planta de 16200 trabajadores, entre investigadores, personal de apoyo técnico y administrativos, sin contar a los becarios. En 2022 tuvo un presupuesto de 200 o 400 millones de dólares, dependiendo del que cambio se tome. El candidato a presidente lo comparó con la NASA. La Agencia norteamericana tiene 25000 empleados y un presupuesto de 25400 millones de dólares. La comparación está mal hecha, la institución argentina equivalente es la CONAE, con 300 empleados.
El CONICET, una institución con 300 institutos distribuidos en todo el país que se ocupa de todas las ciencias, se equipara en funciones con el CNRS francés que tiene un staff de 32000 y un presupuesto de 3800 millones de euros, 13 veces más que su par argentino. El Instituto Nacional de Salud de EEUU tiene 18500 empleados y un financiamiento de 45000 millones; la National Science Foundation de EEUU, organismo sólo de promoción, similar a nuestra ANPCyT, cuenta con 8300 millones de dólares al año y 1700 empleados; la Sociedad Max Planck de Alemania tiene un staff de 23800 empleados y 1800 millones de euros y la Fundación Helmholtz, también de Alemania, 42000 empleados y 5800 millones de euros.
¿Qué hace el CONICET? Un ejemplo reciente y bastante conocido son los barbijos desarrollados durante la pandemia por investigadoras/es en nanotecnología del organismo, de la UNSAM y la UBA. Barbijos que no existían en nuestro país, con telas impregnadas con sustancias viricidas, bactericidas y fungicidas, desarrolladas a partir de conocimientos básicos en nanociencia, se vendieron por millones por una PYME, en un virtuoso ejemplo de colaboración público-privado. A agosto de 2021 se habían vendido unos 9 millones de barbijos a un valor de 28 millones de dólares oficiales. Es difícil estimar cuántas vidas fueron salvadas por este dispositivo. Durante la pandemia, también se desarrollaron en tiempo record tests de diagnóstico, ahorrándole al país muchas divisas, evitando la importación. El desarrollo de semillas transgénicas de trigo y soja resistentes a la sequía es otro ejemplo de importancia mundial.
La CNEA tradicionalmente se dedicó con mucho éxito a la tecnología de reactores y también a la tecnología vinculada a la energía solar, entre muchos otros temas. En 2022 exportó a Corea un prototipo de acelerador con posibles aplicaciones médicas en cáncer. El instituto KIRAMS (Korean Institute of Radiological and Medical Sciences) hizo un estudio de las diferentes tecnologías disponibles y eligió la Argentina. La venta se hizo en el marco de la ley de Innovación Tecnológica a través de una Unidad de Vinculación Tecnológica, en este caso la Fundación Balseiro. Los fondos ingresaron en la UVT, lo que permitió administrarlos de manera ágil y eficiente y reinvertirlos mayoritariamente en el desarrollo de tecnología de aceleradores y en otras actividades de la institución.
Estos son algunos ejemplos resonantes pero los investigadores/as del CONICET y de otros organismos públicos de I&D, como el INTA, CNEA, INTI, entre otros, hicieron a lo largo de los años muchísimos aportes útiles a la sociedad. Además contribuyen a la formación de profesionales del más alto nivel en las universidades e institutos de todo el país, con salarios mucho más magros que los colegas del exterior.
Nuestro país necesita más inversión en I&D, tanto pública como privada, para poder desarrollarse de manera plena, social y económicamente. Ya sufrió demasiadas interrupciones y retrocesos a lo largo de nuestra historia en el proceso virtuoso de construir un sistema robusto de ciencia y técnica, condición sine qua non para lograr una sociedad más justa.
Fotos Télam