Ensayo

Mundial Femenino de Fútbol 2023


Ir al frente, poner el cuerpo, tener aguante

La selección argentina no pudo con Italia en el debut mundialista, pero al margen de la derrota, el apoyo recibido en el estadio, en los medios, en las redes y por parte de la entrenadora rival emociona e ilusiona. Jugar al fútbol siendo mujer no establece una linealidad con el feminismo, pero fue y sigue siendo un acto revolucionario: desorganiza al mundo futbolero como arena exclusivamente masculina y resquebraja “la lógica del aguante”. ¿Cómo se reconfigura esta categoría cuando mujeres y disidencias sexuales irrumpen en el deporte? ¿Se puede hablar de un “aguante feminista”?

Argentina debutó el 24 de julio pasado en su cuarto mundial. 30.899 espectadores estuvieron en el primer encuentro ante Italia, con un equipo ofensivo y con personalidad. Después de 87 minutos de un partido parejo y entretenido, la Azzurra hizo pesar su superioridad física y encontró el gol, dejando al seleccionado nacional sin puntos para sumar en esta fase de grupos. Al margen de la derrota, el apoyo recibido en el Eden Park, en los medios de comunicación, en las redes sociales e incluso por parte de la entrenadora italiana Milena Bertolini, emociona al equipo que se encuentra en el puesto 28 del ranking mundial.

Lo que sorprende (o no tanto) en este escenario histórico de crecimiento y calidad del equipo argentino, es que algunas de sus jugadoras se han convertido en el blanco de una campaña de hostigamiento. Días previos al partido, en una entrevista con FIFA, Yamila Rodríguez, delantera de la Selección, había compartido los significados de sus tatuajes, entre ellos uno del portugués Cristiano Ronaldo, por el cual durante las últimas horas recibió una catarata de agresiones. Mensajes racistas, clasistas, homoodiantes y gordofóbicos, comentarios cargados de machismo, misoginia y odio de género que alimentan las violencias contra las que las organizaciones feministas futboleras siguen luchando.

La presencia de cuerpos femeninos jugando al fútbol en el espacio público constituye una manera de mostrarle al mundo que las futbolistas existen y resisten, que no son sólo “pibas jugando a la pelota”, sino más bien “pibas que representan que las mujeres pueden jugar a la pelota” y desafían los estereotipos de género en el deporte. En un estadio mundialista, en un pueblo o en una villa, son mujeres que ponen el cuerpo ante contextos de desigualdad para representar y habilitar la pelota a muchas otras más. 

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Son las 10 de la mañana de un sábado soleado en la cancha Güemes de la Villa 31, donde se lleva a cabo un torneo de fútbol en el que equipos femeninos de distintos sectores del barrio compiten por un premio monetario y por el derecho a llamarse campeonas. La Flaca —rubia, metro sesenta, piel trigueña— corre con gesto esforzado en busca de una pelota que quedó boyando cerca del área, pero la delantera rival llega primero. Sin embargo, la Flaca se recompone justo a tiempo y consigue trabar a su adversaria, robándole la pelota en el momento en que estaba por patear al arco. Con la pelota al pie, avanza hasta el mediocampo empujándola con el borde externo, tira un pelotazo que cruza el área y encuentra a su compañera que está libre para pegarle de derecha y clavarla en el ángulo. El equipo festeja. La Flaca vuelve rengueando a su posición en la defensa con una sonrisa dibujada en el rostro.

Antes de conocer el fútbol, la vida de la Flaca se reducía a su casa, su pareja y sus hijas. Como tantas otras de su generación, empezó a jugar “de grande”, a los 27, cuando una amiga la invitó a sumarse a los entrenamientos de la agrupación La Nuestra. Su esposo no la quería dejar jugar, pero ella iba igual. De a poco, fue entendiendo que podía tomar sus propias decisiones, que había otros caminos posibles, y finalmente rompió ese vínculo opresivo.

Junto a sus compañeras de La Nuestra defendió su derecho a jugar y “aprendió a ser libre”. Hoy no permite que nada ni nadie se interponga entre ella y su amor por el fútbol, especialmente durante el “torneo de los sábados”. A la Flaca le gusta ese torneo porque los partidos se ponen picantes y se juegan a todo o nada, pero también por el orgullo de ser una de sus organizadoras. Antes, el torneo lo gestionaba un varón que se quedaba con todas las ganancias, pero las pibas del barrio lograron desplazarlo y cambiaron la lógica centralizada de la organización por una más horizontal, donde las responsabilidades se reparten entre todas.

Con 40 años y dos hijas, la Flaca sigue dejando la vida en cada pelota a pesar de un constante dolor de rodillas. Como dice una de sus entrenadoras, “las cosas que ha vivido las tiene escritas en el cuerpo”.

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Jugar al fútbol siendo mujer, lesbiana o trans no establece una linealidad con el feminismo, pero fue y sigue siendo un acto revolucionario. Desorganiza al mundo futbolero como arena exclusivamente masculina y resquebraja la lógica del aguante, una categoría largamente estudiada como nativa de las hinchadas de fútbol masculino, que otorga a las prácticas violentas un valor positivo y de distinción para quienes las ejercen. Tener aguante implica ir al frente, bancársela, poner el cuerpo y luego exhibir las marcas de la batalla. Ahora bien, ¿cómo se reconfigura esta categoría cuando las mujeres y disidencias sexuales irrumpen en el fútbol? ¿Es posible hablar de un aguante feminista?

En nuestras investigaciones junto a agrupaciones de fútbol feminista y a grupos de fútbol femenino, observamos continuidades pero también rupturas en torno al aguante, relacionadas fundamentalmente con la importancia de poner el cuerpo, categoría clave del ámbito futbolístico pero también de la militancia feminista. Al igual que para sus pares varones, poner el cuerpo en la cancha para las futbolistas implica demostrar valentía, soportar golpes y patadas, bancarse el contacto físico con otra jugadora en la disputa por la pelota y exponer el propio cuerpo al peligro del choque con otros cuerpos. Poner el cuerpo en el fútbol femenino, además, implica muchas veces jugar en canchas de tierra o llenas de pozos, con vidrios rotos, sin luz ni agua potable, con indumentaria inadecuada y sin asistencia médica. Las futbolistas le ponen el cuerpo a estas condiciones de desigualdad y precariedad, y construyen una corporalidad dispuesta a resistirlas y a dar prueba una y otra vez de que se la bancan. Sus cuerpos son aguantadores de esa violencia simbólica (y a veces física) que reciben por ser mujeres en terreno masculino. Aguantar es, para ellas, poner el cuerpo, pero no sólo para demostrar coraje en un enfrentamiento, sino como estrategia de lucha para defender su derecho a ocupar las canchas. Poner el cuerpo en el fútbol femenino tiene un significado profundamente feminista y simboliza la dimensión corporizada de la resistencia y la transformación social. 

Estos sentidos que emergen dentro de las canchas también se observan fuera de ellas. Allí donde el aliento parecía ser y estar legitimado para unos pocos, aparecen otras formas de bancar, de acompañar, de sostener. Se van configurando entonces otras lógicas de militancia. Militar el fútbol femenino se caracteriza por la exhortación de ir a las canchas a alentar, a no dejar solas a las pibas, a acompañarlas en cada partido. Porque para que esta práctica crezca la hinchada tiene que estar a la altura de la historia y ser protagonista. Construir “un nosotras y un nosotres” a partir de identificar que hay toda una porción de la sociedad —“otres”— que subestima la belleza del fútbol femenino, a quienes hay que mostrarles que “acá estamos y somos un montón”, no solo en las tribunas, sino también en los torneos, en los bares y en las plazas.

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La abrumadora presencia de la agenda futbolera en Argentina convoca al interés por el fútbol femenino derribando aquellos mitos que sostienen que este deporte no es atractivo para el público. Dos de los últimos partidos que jugó la selección argentina antes del Mundial, frente a Chile en abril de 2022 y contra Venezuela en abril de 2023, se celebraron en territorio cordobés. Al celeste y blanco que predominaba en las gradas se le sumaron los colores de los clubes y escuelitas de fútbol de toda la provincia. Ese día no sólo fue una oportunidad única para que muchos niños y niñas conozcan la selección de fútbol femenino, sino también para que puedan aspirar a ser como ellas. Fueron 31.800 las personas que ocuparon las tribunas Gasparini y Ardiles del estadio Mario Alberto Kempes para alentar a la Selección, récord histórico para la disciplina.

Aunque aún prevalece la subrepresentación de las futbolistas, este cambio de época se evidencia, también, en los medios de comunicación. Por primera vez, los partidos de la Primera División se transmiten por la TV Pública encabezados por relatoras y comentaristas mujeres que, con trayectoria en medios gráficos o radiales, inauguran un nuevo rol protagónico. Los nombres y apellidos de las jugadoras comienzan (de a poco) a mencionarse en relación a sus logros deportivos y no en alusión a su apariencia física o a su vida privada. Las ligas y los clubes —algunos presionados por la FIFA y la CONMEBOL y otros por la propia agencia de las jugadoras— habilitan espacios de formación, escuelitas e inferiores para las niñas que eligen este deporte, y sus familias las acompañan.

No obstante, todavía es necesario estar alertas para denunciar cuando los dirigentes le impiden jugar a una piba por el sólo hecho de ser mujer. Como el caso de Paula Bolaño, una nena de 10 años que juega en la categoría 2012 de Cañuelas Fútbol Club con sus compañeros. El año pasado, su equipo recibió la quita de puntos por su inclusión en el torneo de la Liga de Buenos Aires. En 2021, una situación similar se dio con Emma Rodríguez del Club Mercedes cuando, al cumplir sus 12 años, no le permitieron ficharse y competir con sus pares varones en la Liga Regional de Coronel Suárez. El argumento esgrimido fue que no era posible porque la AFA no contempla el fútbol mixto. La historia se repite con Renata de Villa Gesell, Martina de Córdoba, Juana en Mercedes y muchas otras.

Bajo la consigna #DejenJugarA… se realizan campañas virales, acompañadas de denuncias al INADI por la discriminación que sufren las futbolistas que aún encuentran barreras para su desarrollo deportivo. Aunque se trata de una lucha constante, la realidad es que las chicas que eligen el fútbol ya no juegan solas: ahora, cuando levantan la cabeza, encuentran a otras como ellas, y cuando miran hacia atrás saben que cuentan con el respaldo de un colectivo feminista que las impulsa y las apoya. Ahora bien, como sabemos, esto no siempre fue así. ¿Cómo se construyó este momento del fútbol femenino? ¿Qué procesos llevaron a la vinculación del fútbol y el feminismo?

Históricamente, en Argentina se dió por sentado que el fútbol era un espacio masculino. Las luchas de las mujeres en este campo quedaban reducidas a experiencias individuales, invisibilizadas, silenciadas y disciplinadas. Los deportes eran espacios de reproducción de estereotipos de masculinidad y de femineidad, de corporalidades hegemónicas y de violencias, donde parecía que había poco o nada por construir o cambiar. En el marco de la efervescencia que adquirieron los movimientos feministas, nacionales y latinoamericanos, con posterioridad a la masificación de la protesta #NiUnaMenos difundida a través de las redes sociales en el 2015, los reclamos específicos del ámbito futbolístico fomentaron la reunión de mujeres y disidencias y la creación de organizaciones, redes de hinchas, equipos de fútbol recreativos, entre otras formas de acciones colectivas.

Desde diferentes disciplinas sociales, venimos observando y acompañando este proceso de crecimiento, desarrollo y politización del fútbol femenino, que marca un antecedente y el inicio de una transformación, no solo a nivel nacional sino también latinoamericano. Recuperamos algunos hitos y casos paradigmáticos considerando que, en su singularidad, han contribuido para configurar los nuevos sentidos sobre el fútbol femenino marcando itinerarios de luchas territoriales, institucionales y federales.

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Hay algunas acciones que revelan procesos de disputa de larga data. La historia de la agrupación La Nuestra de la Villa 31 es una referencia ineludible para entender la unión entre el fútbol femenino y el feminismo. Desde 2007, este grupo de entrenadoras, educadoras populares y futbolistas organiza entrenamientos, partidos y torneos para niñas, adolescentes y mujeres de todas las edades y los complementa con una reflexión constante sobre las desigualdades de género, socioeconómicas y raciales que pesan sobre las pibas del barrio.

Hoy, la cancha Güemes, donde entrenan todos los martes y jueves a las seis de la tarde, cuando el aroma de los guisos empieza a inundar el aire, es conocida como “la cancha de las mujeres”. Pero para que eso ocurriera fue necesario “conquistar” el terreno de juego, sostener la presencia a pesar de los insultos, los piedrazos y los intentos de mandarlas “a lavar los platos”.

Con ese bagaje a cuestas, en 2014 La Nuestra organizó, en paralelo al 24º Encuentro de Mujeres en la ciudad de Salta, el primer Encuentro de Mujeres que Juegan Fútbol, con la intención de instalar en el ambiente feminista la discusión (tan postergada) sobre el deporte. Con el mismo objetivo, dos años después se llevó a cabo el Primer Festival de Fútbol Femenino y Derechos de las Mujeres “Mi juego, mi revolución”, que reunió a mujeres de distintos lugares de Argentina, América y hasta de Europa para jugar al fútbol e intercambiar experiencias. En aquellos encuentros, se pusieron de manifiesto las problemáticas específicas que compartían todas las presentes por el hecho de ser mujeres, futbolistas y lesbianas, así como la necesidad de luchar en conjunto para transformar esa situación. El fútbol comenzaba a mostrar su potencial para funcionar como una puerta de entrada al feminismo para muchas pibas.

Aquel festival fue el puntapié para la creación de la organización cordobesa “Abriendo La Cancha Fútbol Feminista”, un espacio integrado por mujeres y disidencias que se caracteriza por acciones territoriales de enseñanza de fútbol, en clave feminista y de derechos humanos, en el Espacio para la Memoria del Campo de la Ribera1 El Espacio para la Memoria del Campo de la Ribera es un ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio, que operó en la última dictadura cívico eclesiástica militar Argentina, entre diciembre de 1975 y mediados de 1978. Está ubicado en las cercanías de barrios vulnerables de la ciudad de Córdoba. Como parte de las políticas de memoria, hoy funciona como espacio abierto a la comunidad, que busca preservar la memoria, y promover y defender los derechos humanos. Alberga diversas actividades pedagógicas, culturales y comunicacionales, aparte del museo, entre las cuales se encuentra la escuelita de fútbol para niñas y jóvenes.. Tras hacerse cargo de la celebración de la segunda edición del festival, llamado “Donde rueda una pelota hay encuentro”, entre 2017 y 2018 se multiplicaron las acciones que reunían a pibas de la escena futbolera y al público en general en espacios públicos de la ciudad para transmitir partidos, generar conversaciones o marchar. Simultáneamente, se conformaron redes de hinchas, socias, trabajadoras y deportistas de diferentes clubes buscando construir herramientas para organizarse. Tomaron protagonismo algunos equipos de fútbol femenino recreativo que compartían en redes sociales los escenarios de desigualdad en los usos de canchas y en el acceso al deporte. De esta manera, se fue gestando en Córdoba un escenario de agencia colectiva que reunió a estos espacios en el marco de un año caracterizado por el debate público en torno al Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

Ese mismo año, durante la celebración del 33° Encuentro Nacional de Mujeres en Trelew, provincia de Chubut, se creó el Taller Nº 68 “Mujeres y Fútbol”. De aquella reunion surgió la “Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista”, una red que nuclea a jugadoras de todas las edades y niveles, hinchas, dirigentas, periodistas deportivas y directoras técnicas que luchan por el derecho al juego, contra las desigualdades, por la visibilización de mujeres y la disidencias en el deporte. Este espacio permitió el reconocimiento de experiencias que articulan fútbol femenino, feminismo, prácticas territoriales, militancias políticas, investigaciones académicas y educación popular a nivel nacional.

En la misma línea de acciones, en 2018 surgió, al norte del país, el proyecto de extensión universitaria Pateando Mandatos: fútbol, mujeres y comunicación. Entre las actividades realizadas y en un contexto de mayor visibilización del fútbol femenino se produjo el Decálogo para una cobertura no sexista del Mundial de Francia 2019. Una serie de sugerencias que comenzaban a poner en cuestión los modos de contar hegemónicos de los medios deportivos para buscar y potenciar otras formas de narrar al fútbol protagonizado por mujeres.

No es casual que la militancia por el fútbol femenino se haya multiplicado el mismo año en que se discutía la legalización del aborto en Argentina. La lucha de los feminismos por ampliar los derechos de las mujeres y disidencias sobre sus propios cuerpos dió un nuevo impulso al fútbol femenino y estableció un nuevo marco desde el cual interpretar las experiencias de las futbolistas, que pasaron de ser naturalizadas a ser problematizadas en términos de “discriminación”, “desigualdades” y “violencias de género”. Nada de esto hubiera sido posible sin la persistencia de las futbolistas que sostuvieron su práctica a lo largo de los años a pesar de no contar con apoyos institucionales y de exponerse a las burlas, los insultos y la discriminación por romper las barreras de género en el deporte.

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Los feminismos le imprimieron a los espacios futboleros la construcción de una red, la importancia de la organización colectiva, de aunar fuerzas, de articulación con miras a la lucha para derribar desigualdades, en contra de las violencias y para la construcción de espacios seguros y de disfrute. Sin embargo, ni el fútbol es alojado por todos los sectores de los feminismos, ni todos los espacios futboleros que se posicionan desde los feminismos alzan las mismas banderas. En un escenario en el que confluyen “feministas que se hicieron futbolistas” y “futbolistas que se hicieron feministas”, algunas de las tensiones giran en torno a la posibilidad de reproducción de modos de juego masculinos y neoliberales. Hay quienes sostienen que la competencia exacerba la rivalidad, que contar goles fomenta el exitismo y que jugar siempre con el mismo equipo genera rigidez.

Hay sectores del feminismo, por otra parte, que encuentran en el fútbol un tema demasiado trivial en comparación con los femicidios, desatendiendo la importancia de seguir sumando espacios de disputa en deportes históricamente gestionados y administrados por varones. E incluso, futbolistas, entrenadoras e hinchas que, sin asumirse feministas, disputan y patean la cancha, tejiendo lazos sororos que irrumpen y construyen con otrxs en un espacio desigual. Es por esto que no se puede hablar de un único fútbol feminista, ya que de esa manera se perdería la pluralidad que imprime la lucha en territorios que aún quedan por habitar, desde condiciones de posibilidad diversas, en geografías disímiles y escenarios sociopolíticos diferentes: ser futbolistas no es, ni da lo mismo, en cualquier lugar. En esas tensiones y contradicciones emergen numerosos interrogantes para repensar qué permanece, qué se cuestiona, qué se rompe.

Por último, no podemos dejar de mirar(nos) y pensar al fútbol por fuera de un contexto de crisis económica y sociopolítica, en el que las brechas se ensanchan en todos los sentidos y las desigualdades se profundizan. En este marco, los avances y conquistas colectivas parecerían ser las primeras en estar expuestas a retrocesos. ¿Será este mundial una oportunidad para reforzar y profundizar los tejidos, vínculos y alianzas construidas? ¿O la fuerza fagocitadora del mercado logrará vaciar de contenido político al fútbol femenino, estetizándolo y feminizándolo? Sea cual fuere el desarrollo y el desenlace del evento deportivo, creemos que se desplegarán estas contradicciones en la aparición de nuevas agendas conflictivas y con una práctica aprehendida del fútbol y los feminismos: poner el cuerpo.

Esta nota forma parte de una serie de tres textos que publicaremos a lo largo del Mundial Femenino de Fútbol.

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    El Espacio para la Memoria del Campo de la Ribera es un ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio, que operó en la última dictadura cívico eclesiástica militar Argentina, entre diciembre de 1975 y mediados de 1978. Está ubicado en las cercanías de barrios vulnerables de la ciudad de Córdoba. Como parte de las políticas de memoria, hoy funciona como espacio abierto a la comunidad, que busca preservar la memoria, y promover y defender los derechos humanos. Alberga diversas actividades pedagógicas, culturales y comunicacionales, aparte del museo, entre las cuales se encuentra la escuelita de fútbol para niñas y jóvenes.