—¿Qué va a pasar con el dólar? ¿Qué hago con la plata? ¡Avisame si se viene un corralito!
Es fija: en todo encuentro de dos o más personas donde haya un economista, la conversación es más o menos igual:
—¿Y vos cómo la ves?
—Y, está complicado.
—¿Y qué haces con el tipo de cambio? ¿Vos levantarías el cepo? ¿Creés que hay que desdoblar? ¿No habría que tener un solo tipo de cambio como todo el mundo?
El escenario económico de la Argentina es incierto pero hay un consenso generalizado, bastante mayoritario: el esquema cambiario vigente no sirve, causa más problemas que soluciones y no sobrevivirá por mucho a la elección presidencial de octubre 2023 (si es que llega a ese mes).
“Estamos a un dólar de poder poner ´dólar´ como categoría en el tutti-frutti”, bromeó alguien en Twitter, la red social favorita de los economistas, refiriéndose a las tantas y tan diversas restricciones impuestas. El Banco Central (BCRA) viene perdiendo dólares todos los meses. El gobierno implementó un nuevo “dolar soja” con resultados mediocres. El dólar blue está subiendo nuevamente. No hay casi entrada de capitales extranjeros; ni siquiera de los especulativos de corto plazo, a pesar del alza de la tasa de interés. Cada vez más precios se mueven con el valor de los dólares financieros paralelos. Todas las semanas se aplica una y otra vuelta de tuerca al cepo para crear un nuevo tipo de dólar o una nueva restricción. Así como está, así como viene, el cepo no va. ¿Cómo levantarlo?.
El contexto financiero internacional es bastante desfavorable. El historiador británico Adam Tooze habla de “policrisis”. Sería como “una enorme cantidad de crisis simultáneas”. Conflictos de hegemonía entre EE.UU. y China, serios problemas de deuda en muchos países en desarrollo, alza del dólar a nivel global en medio de perspectivas de estancamiento, la guerra entre Rusia y Ucrania, alza de tasas de interés en los países avanzados. Hay incertidumbre sobre cuánto se prolongará cada una de estas crisis y qué impacto tendrá (por ejemplo, la suba de tasas de la Reserva Federal de EE.UU). Argentina también está atrapada en una policrisis: a la coyuntura global se le agrega una sequía histórica que reduce los dólares provenientes de las exportaciones, atravesar un año electoral, una inflación que no encuentra techo, las restricciones a las importaciones, entre otras variables.
“Estamos a un dólar de poder poner ´dólar´ como categoría en el tutti-frutti”.
Frente a este panorama adverso se discuten varias propuestas con enormes diferencias entre sí para levantar el cepo y modificar el régimen cambiario. Sobre la sugerencia de dolarizar la economía, ni vale la pena hablar. Sobran los argumentos en este artículo. En cambio, el debate acerca de desdoblar o unificar el tipo de cambio forma un dilema shakespeariano recurrente en Argentina. El país ya experimentó ambos regímenes, entre muchos otros.
Un dólar único
La unificación del tipo de cambio implica, como su nombre lo dice, que haya un solo dólar para todos los tipos de transacciones. Algunas regulaciones a la salida y a la entrada de divisas se mantendrán, como en Brasil, Perú y otros países, pero el acceso será más o menos libre.
La gran mayoría de los defensores de la unificación dicen que el principal problema es la escasa oferta de dólares en el mercado. Dólares hay, el problema es que no pasan por el mercado, sostienen. En 2022 las exportaciones fueron récord y el Banco Central no las pudo aprovechar. Cuando pase la sequía, volverán a aumentar fuertemente. Vienen turistas del exterior, pero sus dólares se van al blue o a algún paralelo. Nadie ofrece dólares en los mercados financieros, pero podrían.
La solución, proponen, es “simplemente” tornar atractiva su oferta: que los dólares salgan del colchón o de donde sea que estén guardados o invertidos. Para algunos alcanza con subir las tasas de interés que fija el BCRA. Otros sostienen que, además, se debe devaluar mucho: el dólar tiene que estar tan caro como para que quienes hoy demandan dólares, o ya los tienen, prefieran venderlos para obtener una ganancia.
Este modelo que se focaliza en la oferta de dólares, también reconoce que hay que desincentivar la demanda, si no la manta queda corta. Para que caiga la compra de dólares, habría que quitarle “alimento”, vía un recorte del gasto público y que el BCRA no le pase plata al gobierno. Se escuchan, entonces, frases populares como “que el BCRA deje de darle a la maquinita” o su expresión equivalente: “frenar la monetización del déficit fiscal”.
Dólares hay, el problema es que no pasan por el mercado.
Este conjunto de medidas deberían aumentar la oferta de dólares por parte de quienes quieren venderlos para comprar cosas baratas, bajar la demanda (porque está más caro, y se puede ganar más invirtiendo en otras cosas), permitir al BCRA recomponer reservas y estabilizar el dólar en un nivel más alto, es decir, más caro. En cambio, si la devaluación para aumentar la oferta se retroalimenta con la aceleración de la inflación (por la suba del dólar y de los alimentos; y la baja del gasto público con el alza de las tarifas de luz, agua y gas) y si a eso se le agrega la inercia inflacionaria que ya existe hoy, las perspectivas son feas.
Para evitar un escenario económico dramático hay que estabilizar el tipo de cambio en un plazo relativamente corto, de no más de 3 a 6 meses. En esa dimensión temporal se juega el éxito de este esquema. La recesión y la caída en las importaciones producto de la devaluación debería llegar pronto, la compra de dólares debe bajar rápido, y el BCRA debe comprar todo dólar que flote en el aire.
Esto es más fácil escribirlo que realizarlo. Aún en un año como el 2017, con un tipo de cambio unificado en el que aumentó la oferta porque ingresaron muchos dólares como consecuencia del endeudamiento externo, la demanda de esa divisa para “formación de activos externos”, una de las formas de la llamada “fuga”, superó los 20 mil millones de dólares.
Desdoblar
Cuando se habla de desdoblar el tipo de cambio, se entiende lo siguiente: algunas operaciones de comercio exterior (exportaciones agrícolas, importaciones de energía y otras esenciales, y alguna que otra cosa más) se ejecutarían a un tipo de cambio “comercial”, como el tipo de cambio oficial de hoy en día. Todas las demás operaciones (servicios, turismo, pagos de deuda externa privada, remisión de utilidades, inversiones financieras, compra de dólares por parte del público) se ejecutarían a un tipo de cambio “financiero”, que subsumiría todos los tipos de cambio paralelos (CCL, MEP, Blue, etcétera). En vez de un dólar por cada letra del abecedario habría dos: el “C”, por “comercial”, y el “F”, por “financiero”.
Dos mercados, un precio en cada uno que equilibra la oferta y la demanda, con una brecha entre ambos precios, y con fuerzas más o menos persistentes que determinan esas ofertas y esas demandas. Oferentes en el mercado C (por ejemplo, exportadores de soja, productores agrarios) pueden ser demandantes en el mercado F (compran dólares para adquirir casas) y viceversa. Hay compradores de dólar F que, sea por precaución o especulación, a ciertos precios de ese dólar, pueden decidir venderlos, y viceversa. Hay múltiples actores de distinta importancia, incluyendo al Gobierno, al Banco Central, cada uno con sus expectativas y factores que miran y revisan a la hora de tomar decisiones, en el contexto internacional mencionado, y en un contexto interno que, bueno, ya es conocido por todos.
Quienes defienden el desdoblamiento alertan sobre dos graves peligros post levantamiento del cepo: la fuerte demanda de dólares (como se dijo, por ejemplo, durante la presidencia de Macri) y la alta inflación que acompañaría una muy probable devaluación. Argumentan que el impacto de la suba del dólar sobre la inflación y sobre la canasta básica que consume gran parte de la población sería menor que si se unificara el tipo de cambio. Habría algo de devaluación del dólar C, capaz al ritmo que viene devaluándose hoy en día, pero en principio bastante por debajo de la devaluación del dólar F, y de la devaluación que habría en un mercado unificado. El dólar F inevitablemente se devaluará, al menos por unos días, probablemente por encima del nivel que tienen los dólares “paralelos” hoy.
La variable clave en el desdoblamiento es la brecha entre el dólar comercial y el financiero.
La variable clave en esta propuesta es la brecha entre el dólar C y el F. Después de unos días debería generarse una oferta en el dólar F. Habría más turistas que llegarían atraídos por el dólar barato y el BCRA podría captarlos. Otros podrían optar por vender los dólares si piensan que la devaluación fue de tal magnitud (imposible de conocer a priori) que “el dólar ya subió todo lo que tenía que subir”. También podría generarse una caída en la demanda del billete cara chica o cara grande porque su precio simplemente está fuera del alcance de mucha gente deseosa de comprarlo. La deuda privada externa, que demandó muchos dólares durante la gestión de Alberto Fernández, pesó y pesará en esta propuesta. Si la alternativa es comprar dólar F para pagar sus deudas, esos deudores capaz elijan usar los dólares que ya tienen en vez de comprar nuevos dólares más caros.
Para que el esquema sea estable, la brecha entre el dólar C y el F debería caer. En ese sentido, esta película es similar a la historia de la unificación. Si el desdoblamiento es exitoso, es decir la brecha entre ambos se achicaría y se tendería a la unificación. Si la brecha se expande, en cambio, veríamos que hay menos exportadores que venden sus dólares en el mercado “comercial”, habría más importaciones (reales o ficticias, cualquier excusa con tal de comprar el dólar más barato) y habría mayor demanda en el mercado del dólar F, impulsando nuevamente una devaluación y dejando al BCRA con menos reservas de las que tiene hoy en día. No es un escenario desconocido: el adelantamiento y aumento de importaciones, la subdeclaración de exportaciones y la reticencia a liquidar divisas son la expresión más clara de este problema.
Un dólar o dos dólares, los mismos dilemas
Los que proponen unificar apuntan también a subir la tasa de interés, bajar el déficit fiscal y “ahogar la demanda de dólares”. Varios de los que proponen desdoblar, enfatizan también la imperiosa necesidad necesidad de parar la inercia inflacionaria con un acuerdo de precios y salarios (mucho más amplio que el actual e incluso antes de hacer cualquier cosa con el dólar). El aumento de retenciones, para morigerar el impacto de la devaluación sobre el precio de los alimentos, también figura en uno y otro lado del debate, aunque no tiene unanimidad y su viabilidad política es cuanto menos difícil.
Es más, la viabilidad política de ambos esquemas es altamente dudosa, por la fuerza y credibilidad política que requieren. La experiencia de Macri terminó mal y quemó a mucha gente, Massa no quiere devaluar, y se necesita mucha fuerza política para implementar medidas como los fuertes recortes de gasto (en la propuesta de la unificación) o acuerdos que frenen la inercia inflacionaria (en la propuesta del desdoblamiento).
Ambas posturas enfatizan una u otra de las hojas de “la tijera de oferta y demanda”. Mientras que la unificación del tipo de cambio pone el foco en la oferta, el desdoblamiento lo pone en la demanda. A su vez, la primera tiene una propuesta para incidir sobre la demanda y la segunda sobre la oferta, aunque plantean diferentes medidas para abordarlas.
La viabilidad política de ambos esquemas es altamente dudosa, por la fuerza y credibilidad política que requieren.
Segundo, ambos esquemas provocarían una devaluación inicial y un aumento de la inflación. Más si se unifica, menos si se desdobla, al menos en un principio.
Tercero, la unificación llevaría en un primer momento a una fuerte recesión con un impacto negativo más fuerte sobre los sectores de menos ingresos que el desdoblamiento. Pero el planteo de dos dólares no implica ningún impulso a la actividad económica -es decir, al crecimiento- en el corto plazo, más allá de tratar de evitar una mayor alza en el precio de los alimentos.
Cuarto, ambos programas podrían fracasar si se espiraliza la inflación y el aumento del tipo de cambio. El éxito de ambas posturas, entendido como la estabilización del tipo de cambio en un plazo de 3 a 6 meses posteriores a su implementación, depende de caminar por una delgada cornisa sin que los impactos negativos de cortísimo plazo se retroalimenten y den lugar a una espiral. Las dos están atadas a muchísimas otras medidas adicionales al régimen cambiario que se elija y sus efectos iniciales pueden conspirar contra su propia suerte. Desdoblar o unificar es solo un primer paso.