Ensayo

Abuso sexual infantil y poder


Las personas hablan cuando pueden

¿Cómo acompaña el psicoanálisis con mirada de género las consecuencias del abuso sexual infantil? En el espacio de la consulta se genera la escucha atenta para que emerjan las roturas, las imposibilidades psíquicas, el avasallamiento de la subjetividad y el gran tema: el poder. Las personas hablan cuando pueden. El Abuso Sexual Infantil no debería tener una fecha de caducidad: desde el ámbito psicológico no lo tiene.

 “¿Por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa? Allá en Capital, cagándote de calor. Ah, no. Cierto que no podías, que no tenías a nadie para que te cuide. Con más razón. Encima de que te ayudamos, de que te dimos una familia, nos hiciste esto.”

Belén López Peiró, Por que volvías cada verano

La nena de 9 atrapada en el baño con su tía oprimiéndole las tetas con fuerza contra una pared. 

El pibe de 12 con un cuchillo en el cuello mientras un “señor”- su profesor de gimnasia- le grita: “Ponete en cuatro y dejá de llorar, que yo sé que te va a gustar”.

La nena de 7 con la bolsa de golosinas y el dolor anal, tras la penetración, repitiendo en su cabeza: “Si hablas nadie te va a creer”.

Niñas y niños rotos. Eso recibimos en la clínica, no importan las edades.

A raíz de la visibilización de la red de pedofilia integrada por el (ex) productor de Gran Hermano Marcelo Corazza, Lucas Benvenuto -un joven de 30 años, ex amante de un conductor de Telefe, Jey Mammon- denuncia una causa que judicialmente prescribió, pero que en él sigue teniendo efectos: su relación siendo menor con un adulto de 32 años. 

El abuso sexual sobre personas siempre es en desigualdad de condiciones (abusado con diferencia de edad, de situación social, de posibilidad de reacción, de entorno que escuche). Es un delito “más allá del código”, que no prescribe, por lo menos en lo psíquico porque, se sabe, la represión opera como mecanismo de defensa. Es decir, es imposible recordar sin cesar aquello que nos ha hecho daño, que nos provoca dolor, vergüenza, que nos hace sentir objetos, muñecos, cuerpos inanimados. Pero reprimido no quiere decir olvidado: está ahí, al acecho. Lo siniestro puede manifestarse a cualquier edad, condición, situación problemática, levantamiento de lo traumático en cuanto a reprimido. Aparece, acontece, invade. Lo toma todo. 

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La adolescencia abarca una franja etaria en constante movimiento. Actualmente se considera que a los 10.5 años se ingresa a la preadolescencia y a los 13, a la adolescencia como tal. Hasta ahí llegaría la consulta pediátrica, por ejemplo. Eso no sucede porque la medicina suele “saltar” de la niñez a la adultez. La psicología abrió -o lo intenta, por lo menos- la franja con sus particularidades y subjetividades propias del atravesamiento de la etapa: no son niñxs, pero de ninguna manera son adultxs. 

Lxs adolescentes integran un universo que los agrupa: lenguaje, música, vestimenta, grupalidades o no, problemáticas, intereses y lo que se quiera agregar. Pero hay algo que los diferencia claramente del mundo adulto: responsabilidades, accesibilidad. ¿Cuántos adolescentes están preocupados por el aumento de las expensas, la posibilidad de pérdidas laborales, el costo inflacionario de los alimentos?

Por eso cuando Jey Mammon da una entrevista -grabada y sin prestarse al debate- lo hace luego de haber designado a un abogado súper mediático -aún cuando la causa fue desechada-, centra el discurso en sus “costos” -está lleno de clonazepam, no puede salir a la calle- y se enoja porque su abusado, Lucas, rompió un pacto: “él me dijo que nunca iba a utilizar mi nombre”. ¿A quién se dirige? 

Jey Mammon busca nuestra oreja y nuestra mirada. Se enoja con adultxs, dice que no sabe ya si le interesa continuar con su carrera televisiva. No es su decisión: sus empleadores determinaron que no continúe. Sin embargo, cuando recuerda su relación con Lucas -cuyos mensajes e “historia de amor” dice tener guardada no en su corazón, sino en chats de celular- no se posiciona como adulto: ha caído preso del enamoramiento. Así se escucharon también varias voces

Periodista: Vos dijiste que esto significaba dos vidas destruídas: las de la víctima y la del victimario. ¿Hay equivalencia entre las dos situaciones?

Roberto Piazza: Si en el caso de Jey sea un psicópata, no. Si en el caso de Jey haya (SIC) sido una calentura  sí, son dos vidas destruídas.

Diego Ramos: ¿Una calentura momentánea de haberse acostado con un chico menor?

Roberto Piazza: Sí. 

Diego Ramos: Es fuerte, porque se está hablando de un delito, no es una calentura momentánea (…) una calentura momentánea con un niño no es una calentura, es un delito, una aberración.

Piazza luego pidió disculpas, lo mismo Roberto Funes -desde Telefe, quién calificó la situación como “algo del orden privado”- y el circo mediático siguió corriendo. 

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En la consulta lo que se escucha es distinto: roturas, imposibilidades psíquicas, el avasallamiento de la subjetividad y el gran tema: el poder. Desde el ejercicio del psicoanálisis con perspectiva de género nos oponemos firmemente a la revictimización de la víctima. Nuestras escuchas no apuntan, como suele ocurrir en el ámbito judicial, a cómo acontecieron los hechos. Se orientan a los efectos que los sucesos tuvieron sobre la subjetividad de cada caso. No hay una noción de “lxs abusadxs”: interesa cada persona singular, no son agrupables. Si hay lesiones visibles, un entorno médico debe atenderlas pero en el caso de Lucas y de los ejemplos expuestos anteriormente, la intervención está ligada al levantamiento del trauma. ¿Por qué? Porque ha transcurrido un tiempo desde el hecho. 

Por eso hacen daño ciertas voces que hablan desde nuestras disciplinas. Cuando la psicóloga Celia Antonini fue invitada a Intrusos en el espectáculo y definió a la pedofilia como una “orientación sexual” detectable “en lo cerebral” -más allá del repudio que recibió de la comunidad que trabaja par a par con colegas de ESI, que recibe y ubica en un lugar de escucha a personas que no están “preocupadas” por deficiencias cerebrales de abusadores sino que se ven afectadas en su cotidianeidad por actos perversos ligados al poder y al control- va al hueso de esta cuestión: el abuso sexual infantil no es (no debería ser) una cuestión de neurologías ni secretos, de chantajes ni “seducciones”, de orientación sexual, de entorno, de accesibilidad. Nunca la pedofilia puede ser una “orientación sexual”: no hay teoría que avale esa definición.

Nuestras escuchas no apuntan, como suele ocurrir en el ámbito judicial, a cómo acontecieron los hechos. Se orientan a los efectos que los sucesos tuvieron sobre la subjetividad de cada caso.

Una persona de 32 años -edad a la que Jey Mammon comenzó la relación con Lucas- está en una posición de superioridad con un abusado de 14 años (o de 16 como se debate, eso es judicial, insisto). Tiene un sitio donde sostener relaciones sexuales, tiene la posibilidad de hacer regalos, de recorrer lugares (boliches, por ejemplo) donde un menor tiene negado el acceso. Posibilita, habilita, oferta algo a lo que el menor no podría acceder. Juega poder. No es una relación de pares. Messi y Antonella parecen haberse conocido a los 9 de ella, a los 12 de él. Pero la relación comenzó cuando ella tenía 18 y él 21 años: el enamoramiento pudo transformarse en amor carnal, a una edad donde ambxs estaban en condiciones de decidir.  Hay una paridad. El abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes no es producto del deseo, sino de una situación de poder. No contaminemos términos, no disculpemos conductas. 

La discusión mediática es buena. Hace apenas unos años el tema estaba invisibilizado. Pero el enchastre mediático saca de foco lo central, lo manipula. La orientación sexual de Jey Mammon no tendría que estar bajo la lupa, los medios no deberían buscar la palabra de hombres que aman a otros hombres. Como decía el genial Alejandro Urdapilleta: “Soy puto. Soy un hombre al que lo enamoran otros hombres”. El ASI no está circunscripto a una orientación sexual: abusan heterosexuales, homosexuales, lesbianas, trans. 

Lo que sí es bueno que circule es que el abuso sexual infantil se visibiliza luego de siglos de no hacerlo. La implementación de la ESI en los colegios permitió que cantidad de niñeces hablaran y fueran escuchadxs. ¿Si en vez de hacer un “circo” mediático, en los colegios dedicaran una hora de su semana para juntar a alumnas y alumnos para recordarles que nadie tiene derechos sobre sus cuerpos y subjetividades? Esas niñas y niños, adolescentes, conviven con adultxs que miran televisión, que acceden a Internet, que charlan sobre estos temas mediáticos, ¿y si en un simple acto acorde a sus edades se habilitara el espacio para que hablen?.

No hay estadísticas que lo avalen, pero gran número de personas silencian porque no hubo “fuerza o violencia” en sus ataques sexuales, no hubo penetración, no fueron “lastimadxs”. Callan. Enferman. Sufren. ASI no tiene que ver con violencias o no, con forzamientos o no: tiene que ver con hacerte sentir que te lo vas a perder. Que no entendés lo “bueno” de lo que te está pasando. Que si no accedés no estás a la altura. 

“No sé cómo ni cuándo, pero pude cortar. Cortar con todo eso que como una ola inmensa y brava me arrastraba hacia sus adentros pero nunca me devolvía. No existía una orilla. Se llevaba mi cuerpo, lo daba vueltas, lo despedazaba. Y no podía parar. No podía decir que no. Mucho menos cuando no veía la ola. Cuando el peligro, o mejor dicho el maltrato, era la única realidad que conocía”, cuenta Belén López Peiró en su libro Por que volvías cada verano

El abuso sexual infantil está determinado por una multicausalidad de factores, pero sus consecuencias rompen, fragilizan, tienen efectos que atraviesan a las personas a lo largo de sus vidas. Son condenas no determinadas por lo legal, sino por lo íntimo y, muchas veces, por el entorno próximo, el familiar es el más común. Por eso la “condena” es sobre la víctima y no sobre el victimario. Conozco, vía la escucha, las consecuencias siniestras que padecen personas atravesadas por el abuso sexual infantil: dificultades en su sexualidad, en sus maternidades y paternidades, en su producción. Hay un efecto fuerte que cristaliza eso no dicho -o que, cuando pudo ser enunciado, fue no escuchado- que determina el pasaje por las etapas de la vida.

El adolescente que a los 13 años le contó a la madre y -cachetada de por medio- fue acusado de “mentiroso”.

La adolescente que tuvo que soportar la farmacología porque -ante el abuso de su padrastro por años- fue entregada a una psiquiatra ya que “desde chiquita fabula”. 

La adulta que no puede dar la teta ni soportar que le rocen la zona.

El adulto que resignó toda idea de pareja o familia porque tiene “miedo” de que le hagan lo mismo que él sufrió en la infancia, y cada vez está más solo. 

Las personas hablan cuando pueden. El abuso sexual infantil no debería tener una fecha de caducidad: desde el ámbito psicológico no lo tiene, y no debería pasar en lo judicial. Las subjetividades hablan cuando son escuchadas. Y quién puede saber cuando ello ocurra.