Apenas se sienta en el banquillo de los acusados del caso más leído y visto de la historia criminal argentina, Nicolás Pachelo toma un sorbo de agua. Se lo ve calmado. En la sala de San Isidro no hay periodistas y apenas unos pocos familiares -los jueces despejaron el lugar para evitar altercados-. Atento y visiblemente cansado, de tanto en tanto se aferra a uno de los antebrazos, allí donde tiene tatuado “lo que no te mata, te fortalece”.
Tal vez la calma de Pachelo se deba a que conocía de antemano el veredicto. El que, a partir de la tarde del 1 de diciembre de 2022, se filtró en los medios bajo el mismo halo de escándalo que envolvió la investigación del asesinato de María Marta García Belsunce desde aquel 27 de octubre de 2002, veinte años atrás.
Los fiscales acusaron a los abogados de Pachelo de haber filtrado la sentencia de absolución, tras cuatro meses de juicio. Nadie, en los tribunales de San Isidro, recordaba tamaño aquelarre.
—El homicidio de María Marta vuelve a quedar impune —se quejaron horas antes del veredicto los fiscales Patricio Ferrari, Andrés Quintana y Federico González, que habían pedido perpetua para el ex vecino de María Marta en el country Carmel de Pilar.
Los fiscales lo acusaban de haber entrado robar a su casa con la complicidad de dos vigilantes. En ese momento, dijeron, se habría encontrado con la socióloga y entonces la habría asesinado.
Impunidad: la palabra bastarda más usada, que nació con su muerte.
Durante su juicio -el tercero en total por el asesinato de la socióloga-, el ex vecino Nicolás Pachelo fue construido como el sospechoso perfecto. La fiscalía aportó testimonios de testigos que contaron que Pachelo, previo al crimen, le había secuestrado el perro a García Belsunce y les pidió plata a cambio del rescate; que manipuló un arma calibre 32 (el mismo del arma usada en el asesinato); que tres adolescentes -hoy hombres de treinta y pico- lo vieron trotando cerca de la casa de María Marta antes del crimen; y, sobre todo, hicieron foco en los antecedentes del acusado: los distintos robos a varias casas de barrios privados, que solían ser los domingos por la tarde, día y horario coincidente con el asesinato de María Marta.
En un hecho inédito, el propio Pachelo habló como nunca: ante cada testigo, ante cada prueba revelada en las audiencias, pedía la palabra para defenderse. Se sentó en trece oportunidades frente a los jueces para contrastar las acusaciones, responder preguntas, cruzar chicanas con los fiscales, reconocerse autor de una serie de robos en countries y afirmar, una y otra vez, que él no conocía a María Marta, que por lo tanto no la odiaba, que no había entrado a robar a su casa y que, menos que menos, había sido su asesino.
—Pido la absolución y que me den por cumplida la pena para compartir mi vida con mis hijos. No he visto en el debate que se haya podido poner un arma en mi mano. Jamás he cometido un hecho con arma ni de forma violenta y jamás he lastimado a una persona —fueron las últimas palabras del principal acusado.
Pachelo, de 46 años, está preso desde 2018 por ocho robos -él reconoció seis- y, por esos hechos, la fiscalía había pedido quince años de cárcel más la reincidencia.
En una mañana soleada y con los argentinos expectantes a los movimientos de la selección de fútbol en la previa de los octavos de final, los jueces Esteban Andrejin, Federico Ecke y Osvaldo Rossi del Tribunal Oral Criminal 4 de San Isidro fueron lacónicos. Y confirmaron la filtración: absolvieron a Nicolás Pachelo por el crimen de María Marta García Belsunce. Fue por mayoría de dos votos contra uno: Ecke había votado por la condena.
Lo que sí acordaron fue una pena de nueve años y medio por los robos en otras casas, en los que también fue sentenciado su cómplice, Matías Marasco. En tanto, los guardias del country que habían sido imputados por el crimen, Norberto Glennon y José Ortíz, fueron absueltos.
La calma de Pachelo se convirtió en llanto luego de la sentencia.
“Fue desahogo por lo de María Marta, pero bronca porque creía que ya había cumplido los años de prisión por los robos”, deslizó uno de sus abogados. “Sólo queda confiar en la justicia divina”, proclamó Carlos Carrascosa, abatido, que se retiró acompañado de su bastón después de la sentencia. “Ojalá te pudras en la cárcel, asesino”, le gritaron los pocos familiares que entraron a la sala a Nicolás Pachelo. “Una vergüenza. Estos tres hijos de puta de los jueces volvieron a matar a María Marta”, lanzó Horacio García Belsunce, enfurecido.
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Era un final imprevisible. No sorprendía que lo condenaran, no sorprendía que lo absolvieran.
“En las audiencias Pachelo fue el indeseable, tan infame que se lo creyó capaz de matar a su propio padre. Ninguna duda de su condición maldita, ninguna empatía, todo el country lo detestaba”, dice un exitoso escritor de novelas policiales por WhatsApp.
Pero el sospechoso perfecto, decía el maestro del suspenso Alfred Hitchcock, se transforma en su reverso: cuando todos afirman y nadie se interroga, algo no termina de encajar.
El afamado y anónimo escritor, que cree que casos del “true crime” como el de María Marta superan largamente a la ficción, se sitúa en la misma línea de narradores del policial argentino como Vicente Battista, para quien la única certeza que dejó el caso fue la existencia de un cadáver. Un caso que nació maldito, con pruebas alteradas y pérdidas a lo largo de los años. “El tiempo que pasa es la verdad que huye”, solía decir el periodista Enrique Sdrech, citando al criminalista Edmond Locard.
“Hubo un intento de ocultar el crimen creando el misterio”, había dicho Battista en una entrevista, donde opinó que los García Belsunce lograron un trato excepcional por su condición de clase -como en las novelas de Raymond Chandler, canon de la novela negra norteamericana-, capaz de decirles a la policía que no concurra a investigar y desviar la atención de la fiscalía. Para Battista, haciendo un nexo del caso con la tradición del policial enigma inglés, Pachelo era el mayordomo. Y el mayordomo nunca suele ser el asesino.
“Y un caso tan maldito que esta sentencia contra Pachelo se dio el 2 de diciembre, el mismo día de la pericia forense a María Marta. Esa autopsia que se hizo más de treinta días después, el error capital del fiscal Diego Molina Pico que empantanó el caso hasta el infinito. Desde ahí, el caso siempre fue más allá de Carrascosa y de Pachelo: habla de la incapacidad de la justicia por dar una respuesta convincente”, agrega el escritor afamado y anónimo, en una larga reflexión.
Escándalo, misterio, impunidad y un cadáver que, desde que yació inundado de sangre alrededor de la bañera, sigue mudo: el de María Marta.
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Después de veinte años, con un caso que pasó por tanto manoseo judicial, a Ricardo “Patán” Ragendorfer, uno de los periodistas policiales más lúcidos y experimentados de la prensa nacional, el juicio contra Nicolás Pachelo le pareció una lisa y llana ridiculez. Se perdió demasiado tiempo, se perdieron pruebas, se perdió pericia, se perdió seriedad. Testigos importantes, dice, fallecieron en el camino.
En un rápido repaso, Ragendorfer recordó la primer condena por encubrimiento, en 2007, a Carlos Carrascosa, su posterior cadena perpetua en 2009 tras fallo de Casación; la condena en 2011 por encubrimiento a la familia, al primer médico en llegar a la casa, Juan Ramón Gauvry Gordon, y al vecino amigo Sergio Binello y la posterior anulación de dicho juicio; la absolución de Carrascosa en 2016 -estuvo detenido casi ocho años hasta que fue absuelto- y ahora el juicio a Pachelo, el vecino malo. Le resultó raro que a Irene Hurtig –hermanastra que causó serias sospechas de investigadores- se la intentó juzgar por homicidio, pero al final quedó en la nada.
El pituto, el country Carmel, Carlos Carrascosa, la masajista Beatriz Michelini, los Taylor, los hermanastros Hurtig y el cuñado Bártoli, los Belsunce, María Marta, el fiscal Molina Pico, Nicolás Pachelo. Todas aristas de un caso que se convirtió en espectáculo morboso cuando el periodismo, según Ragendorfer, construyó una grieta abismal incapaz de complejizar la trama. “Están los Carrascosistas, como Pablo Duggan, dispuesto a luchar por la familia a capa y espada, y los Anti-Carrascosistas, como Ricardo Canaletti. Recuerdo incluso en Página/12 a Tuny Kollmann, apuntando a la defensa de Carrascosa, y Horacio Cecchi, en la otra vereda. Una cosa muy argentina, desde luego”.
¿Fue la familia o no fue la familia? ¿Fue Pachelo o no fue Pachelo? ¿Hay posibilidad aún de seguir pensando en un asesino en las sombras, veinte años después? ¿Fue un crimen perfecto?
Para Ragendorfer, el crimen perfecto es aquel que queda impune, y el de García Belsunce lo es. Abona la teoría del cuarto cerrado, no sólo porque ocurrió en el baño sino en un country: el asesino fue alguien que operó desde adentro. Pero es imposible saberlo. Incluso cuando sus sospechas sigan estando del lado de la familia.
Realidad y ficción, componentes esenciales para entender la profundidad del caso. “En la literatura, cuando alguien es acusado, investiga y desenmascara al verdadero asesino. En la vida real, sin embargo, cuando alguien es acusado por un crimen que al parecer no cometió, empieza a actuar como un asesino. Eso es lo que hizo la familia. Supongamos que ellos no fueron, pero, ¿por qué hicieron cosas como haber tirado el pituto al inodoro?”.
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La periodista María Helena Ripetta cubrió el caso desde el comienzo y se permite una autocrítica. "A María Marta siempre la dejamos en un segundo o tercer plano, cuando ella es la víctima. Una persona joven, de 50 años, a la que violentamente le arrebataron la vida. Fue cosificada por los medios y por la justicia", dice y agrega que hasta hoy apenas hemos conocido los detalles de su vida: que fue socióloga, que fue vicepresidenta de Missing Children, pero no mucho más.
Por su fuerte personalidad, no duda que María Marta luchó salvajemente por no morir. Le parece un caso atípico en la historia argentina: no es frecuente que en un caso policial un sospechoso que luego fue condenado, como Carlos Carrascosa, ahora se haya presentado como particular damnificado. Y que se repitieran casi los mismos testigos.
—María Marta se merece que se encuentre a su asesino. A más de veinte de años, era muy difícil demostrar que Pachelo hubiera cometido un delito tan grave como un homicidio. La justicia actuó con lentitud y enorme ambivalencia.
—¿Quién fue, entonces?
—No soy juez, soy periodista. Es absurdo que un periodista diga quién es el culpable y quién es el inocente. ¿A quién le importa?
La historia, dice el cronista y novelista policial Osvaldo Aguirre, ocurrió dos veces: en 2020 fue el tema de un documental -“Carmel, ¿quién mató a María Marta?”, dirigido por Alejandro Hartmann- y este año se presentó como una serie de ficción de HBO. Ambos alcanzaron picos de rating y reactualizaron el caso en la charlas de sobremesa. Aguirre explica que la serie “María Marta, el crimen del country” volvió sobre el caso García Belsunce con otra versión de los hechos, la que sostuvo la familia desde un principio -que el vecino malo, Pachelo, fue su asesino-, y no fue casual la coincidencia del estreno con el desarrollo del juicio que tuvo como acusado a Nicolás Pachelo. Es decir, mezcló de nuevo las cartas entre la realidad y la ficción, de un lado y del otro.
“La construcción del primer fiscal que intervino en la causa, Molina Pico, resultó un castillo de naipes y terminó de derrumbarse con el fallo de la Corte Suprema de la Nación que confirmó la inocencia de Carlos Carrascosa, el viudo. Nunca hubo un móvil para sostener la acusación contra la familia, y la serie subraya el absurdo de algunas hipótesis y sus presuntas razones ocultas: los enjuagues de ´la familia judicial´, el interés de apaciguar a los medios. En cambio, las sospechas contra el actual acusado surgen de su pasado como ladrón y de su personalidad”, apunta Osvaldo Aguirre.
El documental, argumenta Aguirre, concentra mayor profundidad en ese aspecto al mostrar el contexto que volvió verosímiles las sospechas contra los García Belsunce: el convencimiento arraigado históricamente en la sociedad argentina sobre la impunidad de los poderosos, que los García Belsunce alimentaron con torpezas y declaraciones. Así también lo piensa la periodista Virginia Messi, para quien la condición de clase les jugó en contra.
El caso sigue siendo apasionante porque hay elementos que pueden leerse de varias maneras y desde diferentes enfoques. “Tiraron el pituto al inodoro, podemos pensar qué hijos de puta. Pero a su vez ellos mismos lo dijeron al fiscal, y si no, nunca se habría sabido. Fueron víctimas de su clase, en su altivez no despertaron la menor empatía del público”, dice Messi.
A la familia no le resultó favorable estar en el poder. Fueron soberbios, maltratadores, querían cambiar el certificado de defunción porque la querían enterrar rápidamente en Recoleta. “Carrascosa era un pancho –suelta Messi, que entrevistó varias veces a la familia-. Dudé, pero nunca lo vi como culpable. Pasó más de siete años preso, fue demasiado, pero si hubiera sido un pobre o un vulnerable, ahí nos hubiéramos indignado”.
María Marta era una mujer querida por la familia, comprobó Messi en su investigación del caso y, a diferencia de su colega Ripetta, arriesga una hipótesis: “Creo que Molina Pico se vengó porque no lo dejaron hacer su trabajo. Había quedado como un zonzo ante el fiscal amigo de la familia, Romero Victorica, el que le dijo ´pibe, andá tranquilo que acá no pasó nada´, y no era siquiera su jefe. Ahora bien, Pachelo era un candidatazo pero no alcanzó la prueba para condenarlo. No tenés el arma, no hay ADN. Es un caso muy difícil”.
Osvaldo Aguirre no arriesga sobre si Pachelo mató o no a García Belsunce. Dice que, como ningún otro caso, las pruebas dependen del punto de vista que uno tenga de la historia, del contexto, de los personajes, del cruce los testimonios, casi a la manera de “Rashomon”, la célebre película de Akira Kurosawa. Apunta, sin embargo, a la cobertura periodística. “Fue muy sesgada y alineada a la hipótesis de la fiscalía. La fiscalía tuvo una actitud agresiva con Pachelo desde el arranque, montando el show de las seis balas sobre la mesa. Usaron testimonios de fallecidos que incriminaron a Pachelo, cosas que no se podían contrastar. La prensa, que siempre ocupó un rol más importante que la justicia en este caso, decidió que Pachelo fue el culpable por su perfil psicopático, como había ocurrido con la familia García Belsunce en los juicios anteriores”.
La repercusión de este juicio, dice Aguirre, fue notablemente más baja que los anteriores. En el imaginario social todavía existe una sensación predominante de que hubo un pacto de silencio de la familia y Pachelo era un tipo diferente de criminal. Vecinos del country dijeron que era una amenaza. Eran impresiones más que evidencias: nunca lo denunciaron porque querían sacárselo de encima ellos mismos. “Ese perfil de Pachelo le resultó bastante indiferente al ciudadano común, en contraposición a los secretos de la familia y a su posible encubrimiento. No vendió en los medios, digamos”, acota Aguirre.
De hecho y a la vez que los jueces leían la sentencia, la mayoría de los medios sacó un móvil en directo desde los tribunales de San Isidro, comunicó la noticia y enseguida, como si nada hubiera ocurrido, habló de la lesión de Ángel Di María o de los cortes de calle por las protestas en Capital Federal.
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¿De qué vivía el financista Carlos Carrascosa? Lavaba dinero, sin ninguna duda, dice el periodista Patán Ragendorfer, el problema es que nunca se supo para quién lo hacía. ¿Y su vecino Nicolás Pachelo estaba al tanto de eso y de la desaparecida caja de las Damas del Pilar que contenía suculentos cheques? En este nuevo juicio, y pese a que hasta su propio hermano lo consideró capaz de matar por su ambición monetaria, los jueces no pudieron probarlo.
La hipótesis del crimen del Cártel de Juárez la descartó el fiscal Molina Pico -el mismo que la había puesto sobre la mesa- por falta de pruebas. Había pensado en ese nexo por un pariente de Pichi Taylor, la amiga de María Marta que protagonizó un emblemático careo en el primer juicio de 2007 con otra amiga de la socióloga, Inés Ongay, que se convirtió en trending topic a partir de la escena del documental “Carmel: ¿quién mató a María Marta?”.
En la serie hay una escena emblemática. María Marta se da vuelta y mira, sorprendida, por encima de sus hombros. ¿A quién ve antes de ser rematada? “Me conmuevo en pensar que los últimos que vio en vida María Marta fueron gente que conocía”, dice el fiscal Molina Pico en el documental.
Todos posibles sospechosos. Todos posibles criminales. Todos posibles inocentes. El falso culpable, un tópico tan antiguo como moderno, dominó el caso en un torbellino arrasador que superó en tapas de diarios al Juicio a las Juntas.
Los ricos soñaban el Paraíso como uno de sus jardines cerrados de la cortesía. Así ha pensado desde siempre la escritora Claudia Piñeiro el caso: countries como castillos y palacios medievales, siempre replegados en sí mismos, siempre defendidos del afuera, erigidos para resistir los asedios, los asaltos.
Un mundo que se derrumba. Y que parece luchar por no derrumbarse.
La teoría de la "conspiración paranoica" recogida por Piñeiro -sobre la tesis de Ricardo Piglia- donde esgrime que en el género policial necesitamos saber cuánto antes quién mató y por qué: no aguantamos la incertidumbre.
“Estás acabado una vez que se te condena, sobre todo si el sistema no lo ha hecho bien”, dice el abogado de Chester Weger, un estadounidense que fue condenado en 1960 por el asesinato de tres mujeres y que en 2022 una prueba de ADN demostró su inocencia.
¿Todos mienten en el caso García Belsunce? ¿Quién dice la verdad? ¿Qué se dice y qué se esconde? ¿Quién es realmente cada uno? ¿Toda la verdad está realmente en los expedientes?
“Hay gente en Argentina que piensa que a Nisman lo mataron, otros que Yabrán está vivo. A los argentinos nos encantan las teorías conspirativas”, suelta Virginia Messi.
¿Y si los inocentes son los culpables, como decía Charly García?
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La mayoría de los criminalistas coinciden en que la escena homicida duró minutos y que fue ejecutada por una sola persona: un hombre. Fue un ataque rápido, violento, con saña y sin premeditación. En opinión de Daniel Salcedo, licenciado en Criminalística y ex jefe de la Policía bonaerense, que testimonió en el juicio contra Nicolás Pachelo, todo comenzó cuando María Marta fue sorprendida en el baño principal de la planta alta de su vivienda. Allí recibió un golpe de puño en la parte izquierda de su rostro, cayó y golpeó con la parte posterior de su cabeza con uno de los sanitarios al caer. En el piso recibió golpes y patadas en las piernas. Y luego la remató a quemarropa. Se cree que el asesino tardó pocos segundos en hacer los seis disparos con un revólver calibre .32 largo. Finalmente, tomó a María Marta y colocó medio cuerpo en la bañera.
Si no conocía a la víctima, el asesino conoció el lugar previamente haciendo inteligencia. "El agresor tiene que haber quedado manchado con sangre, sin ninguna duda”, sentenció Salcedo.
Las discrepancias de los especialistas, hasta el presente, radican en el móvil. Mientras están los que piensan que fue por dinero, otros no lo creen posible. ¿Algún secreto familiar que María Marta estaba dispuesta a denunciar, por su carácter inflexible? ¿Una venganza contra su esposo por sus manejos financieros? ¿Por qué la familia actuó con tantas torpezas después del crimen, al punto de alterar la escena, si el asesino había sido Pachelo?
Lo que se fue con el cadáver es algo irrecuperable. Daniel Salcedo certificó que el cuerpo “fue puesto en el agua, se perdió mucha información, además de que primero se tomó el caso como un accidente y no un homicidio”. El homicida, dijo, pretendió enmascarar el crimen. “Hay varios aspectos: un revólver para no dejar vainas en la escena, muy poco ruido y, fundamentalmente, la modificación de la posición final de la víctima, de ponerla en la bañera”. Y concluyó: “Tuvo ocasión, oportunidad y motivo”.
Nadie de la familia llora al recordarla, destaca Dany Jiménez, periodista de Radio Vorterix: la frialdad parece estar acordada, ¿o bien es otro rasgo de clase? Eso se ha dicho de Carrascosa: que no reaccionó como “normalmente” un esposo reaccionaría al ver a su esposa tirada en un charco de sangre. Eso también se ha dicho de tantos sospechosos, sobre los cuales luego se demostró su inocencia. Como el caso de Osvaldo Martínez, “El Karateca”, en el cuádruple crimen de La Plata: que estaba como ido.
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En cualquier manual de criminalística se explica que las primeras horas de un crimen son fundamentales. Que la familia alteró -por miedo, negligencia, status de clase- la escena del crimen en una serie de hechos a los especialistas no deja lugar a dudas. Hay uno revelador: cuando John Hurtig tomó el pituto prolijamente con una servilleta y lo tiró en el inodoro. ¿Con su declaración luego Hurtig quiso lavar sus culpas y pasar como inocente? Lo cierto es que Hurtig, con esa acción, alteró la escena.
Cualquier persona se ha acostumbrado a opinar sobre el caso como si fuera especialista. En su podcast “Spam”, la influencer Camila Brancowitz esboza su propia teoría: intuye, por deducciones y por análisis de su personalidad, que la asesina fue Irene Hurtig. Y sobre Pachelo se hizo varias preguntas.
¿Se paseó en bicicleta a metros de la casa de los Belsunce dejándose ver si poco después tenía intenciones de entrar a robar? ¿Podía ser tan tonto sabiendo que todos lo tenían en la mira y, ante cualquier duda, lo acusarían?
Preguntas y más preguntas que carecen de respuestas definitivas. Hasta el hartazgo, en un intrincado laberinto.
¿Cómo fue posible que los amigos de la familia, como el comisario Angel Casafus y el fiscal Juan Martín Romero Victorica, terminaron desconfiando de los Belsunce a punto tal que los acusaron por el crimen?
¿Carrascosa se cortó solo al ir al Club House y tuvo que cambiar su coartada cuando Irene y su esposo Bártoli se enteraron? ¿Por qué había una empleada en la casa de Irene, si es que ella y su marido fueron coautores, empleada que dijo que a las 18 ya no quedaba nadie en la casa?
¿Había en Irene una falsa empatía sobre su hermanastra? ¿John actuó como el héroe de la familia para demostrar que ellos no querían esconder nada? ¿Hay una interna en la justicia de San Isidro que pesa sobre el caso, algo que empezó con el ex fiscal Julio Novo y sigue hasta hoy, como sugiere Tuny Kollmann en sus columnas periodísticas? ¿Por qué todos le echan la culpa al corporativismo judicial?
¿Fue tan errada la idea de Molina Pico de llegar al homicidio a través del encubrimiento, comprobada la teoría del accidente avalada por la familia, con la llegada de decenas de personas alterando la escena del crimen, y cotejando la declaración del segundo médico, Santiago Biasi, en una alerta que no fue escuchada?
“Soy un sospechoso más de los 400 que ese día estábamos en Carmel”, había dicho Nicolás Pachelo, que recordó que perdió demasiadas cosas en su vida por esa sospecha, como el suicidio de su madre.
La mirada del periodista Mauro Szeta es categóricamente pesimista: nunca, dice, sabremos quién fue el verdadero asesino. “Una definición del femicidio de María Marta es la impunidad. Nunca conocimos quién fue el autor material, si hubo un intelectual, y todo por ineficacia judicial y policial. Mal investigado, mal instruido, de arranque se hizo todo erróneamente. Un caso así cuesta enderezarlo, se diluye en el tiempo”.
Nunca se sabrá qué pasó, insiste Szeta. Salvo que, como en los crímenes memorables, alguien un día se levante de su cama, harto por las especulaciones, llame a una comisaría y termine confesando.
¿Nicolás Pachelo fue el verdadero culpable que absolvió una justicia incapaz de dar respuesta o fue el perejil que la justicia tomó a mano, en uno de los secretos mejor guardados de la historia criminal argentina?