Crónica

El álbum del Mundial


Late, late, nola

Qatar 2022 ya casi empieza y a Antonio Riccobene le faltan varias figuritas para completar el álbum. Qué no hizo para conseguirlas: fue a ver a uno de los más grandes coleccionistas de Argentina, pasó domingos enteros cambiando con chicos y adultos en el Parque Rivadavia, habló por whatsapp con desconocidos, mandó mails a Panini y a la Secretaría de Comercio. Lo cuenta en este texto: por qué un pibe de 25 años que apenas recuerda el nombre de algunos jugadores caminó, peleó, transó y gastó un montón de plata en los paquetes que nunca antes habían sido tan difíciles de conseguir.

Fotos: Télam

Un cartonero se para frente a una librería en Avenida Pueyrredón y Tucumán. Corre el año 2002. Deja su carro afuera y entra con una revista envuelta en una bolsa de nylon. La librería se llama El Debate. Saluda al vendedor, Rafael, y dice que tiene algo para ofrecerle: una revista que se imprimió hace casi 30 años, y tiene más de 350 figuritas de jugadores de las 16 selecciones clasificadas al mundial Alemania 1974. Es el primer álbum mundialista que se comercializa en Argentina.

—Mirá, está completo, quizás te sirva.

Rafael se recuerda a sus nueve años pegando esas mismas figuritas con plasticola. También recuerda un álbum casi lleno, al que solo le faltaba Mwanza Mukombo, un defensor zaireño cuya figurita no había visto en toda su vida. Agarra el álbum, pasa las páginas hasta llegar al país africano.

—No está lleno, falta esta —dice señalando un hueco con restos secos de pegamento, pensando que es una especie de chiste.

—No puede ser, te juro que estaban todas.

Buscan un poco más, revuelven la bolsa, nada. Cuando estaba por irse, Mukombo, el defensor al que buscó por más de 40 años, aparece en el piso.

***

El viernes 19 de agosto el atardecer en Buenos Aires se pone en modo sepia. Es el humo rosarino que trae algunas cenizas. En la vidriera de una librería, un paquete de figuritas color granate con una etiqueta blanca: 150 pesos. Es el único que queda pero no está a la venta. Cuando le preguntan al dueño, contesta que ya no hay más, que si uno busca bien en algunos quioscos va a encontrar.

Camino por mi barrio, voy por Scalabrini Ortiz desde Paraguay hasta Santa Fe. Tres cuadras, cuatro cuadras, nada. En la avenida doblo a la izquierda y sigo hasta Armenia. Pregunto en un quiosco.

–Se acaban de llevar las últimas, mañana entran más.

Sigo. Doblo de nuevo, y después otra vez a la izquierda. Entro a otra librería. Un tipo me mira mientras infla una pelota de fútbol. Casi desde la puerta les pregunto a él y a la mujer que lo acompaña si tienen figuritas. Me dicen que sí. Sonrío y les pido tres.

—¿Tres qué? —me dice ella.

—Paquetes de figuritas.

—Ah, no. Entendí “cintas”.

¿Cintas? Me voy. Camino unas cuadras más por Armenia y veo a un nene de unos nueve años que sale del colegio. Con una mano agarra la mano de su mamá, con la otra, tres paquetes de figuritas. Le pregunto a la mujer dónde compró, me responde que en la esquina de Paraguay. Corro hasta allá, no queda nada.

El sábado a la mañana voy a Maschwitz a visitar a mi familia. Mi mamá me recibe con un abrazo y un manojo de paquetes. También tiene el álbum. Lo compró en “La Santería”, un local del barrio que vende desde estatuillas del Gauchito Gil hasta picadores de marihuana. En los días siguientes, de vuelta en Capital, compro algunos más, los pocos que consigo. La señora de la esquina de mi casa empieza a vender, pero sólo de a dos por persona: quiere que “todos los chicos del barrio tengan su sobre”.

Las primeras repetidas las consigo en Constitución un rato antes de entrar a rendir un parcial. Hay un quiosco en Carlos Calvo y Salta que vende solamente en efectivo. Faltan cinco minutos para el examen. Busco un cajero por la zona, saco plata, vuelvo corriendo. Me llevo 15 paquetes.

Pasan las semanas y la odisea para conseguir figuritas se vuelve cada vez más compleja. El conflicto escala a tal punto que el 20 de septiembre el gobierno nacional reúne a los quiosqueros con Panini, la empresa italiana que es la única autorizada por la FIFA para hacer el álbum de los mundiales. Ernesto participa como representante de la Unión Kiosqueros de la República Argentina (UKRA). Tiene un quiosco en Olazábal y Andonaegui, en el barrio de Villa Urquiza, y recibe alrededor de 500 paquetes por semana.

—El principal problema es que hay una demanda que supera la capacidad de la empresa de fabricar figuritas.

Al diagnóstico de Ernesto se le suma que el 20 por ciento se distribuye por otros canales: supermercados, estaciones de servicios y acuerdos comerciales con empresas como Visa. En la reunión se acuerda que sólo el 5% se fuera por ese medio. Además, la empresa se compromete a aumentar un 15% la producción.

Si conseguir paquetes es difícil, rastrear datos sobre venta y distribución es aún más complicado. La Secretaría de Comercio dice que “no cuenta con esa información”. Las gremiales de quiosqueros responden con una evasiva similar: 

—Eso lo tiene Panini, nosotros no tenemos data. Las ventas son una incógnita.

La multinacional italiana, sin vueltas: “Por contrato de confidencialidad no podemos brindar datos de volumen o facturación”.

Hace algunos meses les pregunté a mis amigos si les interesaba juntar figuritas. Tobías se entusiasmó de entrada, a Juan le pareció una pavada, cosa de nenes. No le di bola porque yo ya lo había decidido: es el último mundial de Messi y es el primero en el que tengo mi propia plata para gastarla en lo que se me dé la gana.

***

Unos días después conozco a Rafael Bitrán, un hombre que atiende lunes y viernes en su librería El Debate, en Once. Desde afuera se ve un ventanal del que cuelgan revistas antiguas: un ejemplar de Tía Vicenta de 1960, una colección especial de Billiken por el 25 de mayo, un número de El Gráfico de 1963 con Oreste Osmar Corbatta luciendo la camiseta de Boca en la tapa y el álbum completo de Italia 90 -el primero vendió Panini en el país- a 15 mil pesos.

La tinta y la humedad se fusionan en un mismo aroma que golpea de lleno al entrar, borrando el olor a caños de escape y basura de la avenida. Se lo comento a Rafael.

—Esto es un túnel en el tiempo —explica.

Tiene 56 años, es licenciado en Historia e hincha de Boca. Da clases en la ORT y abrió El Debate en el ‘93 junto a dos profesores de historia: Alejandro, a quien conocía de la facultad, y Carlos, que trabajaba en el mismo colegio. El primero dejó la librería después de unos años para dedicarse a la academia. Desde entonces, esa sociedad funciona de a dos.

Rafael junta figuritas que datan del año 1900 en adelante. De las primeras décadas del siglo xx, en las que todavía no existían los álbumes como hoy los conocemos, tiene algunas sueltas: me muestra unos dinosaurios, a la actriz sueca Greta Garbo, a Domingo Faustino Sarmiento y a distintos jugadores de la década del '30. Menciona al pasar que también tiene algunas de mujeres desnudas. Le pregunto por los álbumes mundialistas y cuenta datos aleatorios en orden cronológico: Alemania ‘74 lo completó con Mwanza Mukombo; Argentina ‘78 lo armó la empresa Crack; España ‘82 lo financió Canal 13: de Argentina solo traía a Mario Alberto Kempes y a otros dos o tres jugadores de cada selección, “posiblemente por un problema de derechos”; para México ‘86 se armó “una cosa super pedorra, con camisetas pintadas y unas pelotas con dibujitos”. Hace 30 años junta figuritas antiguas porque -dice- lo que más le gusta de coleccionar es la dificultad de conseguir algo viejo que normalmente se tiraba.

—Es una búsqueda arqueológica urbana.

Encontrar hoy una figurita de la década del ‘30 con uno de los primeros goleadores del fútbol profesional como Alberto Fassora, por ejemplo (que hace casi 100 años sólo se conseguía comprando el chocolatín Paulista), le provoca a Rafael una adrenalina que una figurita moderna no le generará nunca. Me dice que lo que pasa con las figuritas de este mundial no es una excepción.

—Si estás dispuesto a pagar 250 pesos por un sobre, lo comprás, no faltan.

Le parece interesante hacer la siguiente analogía: dice que en el mundo hay pobreza y gente que no tiene para comer, pero que los alimentos sobran, el tema es cómo se distribuyen.

—Lo mismo pasa con los sobres. No es joda.

Rafael le baja el precio a la escasez de figuritas de hoy y me recuerda cómo se emocionó hasta las lágrimas cuando encontró “la figurita más difícil de conseguir en la historia argentina”: el defensor de Zaire al que buscó durante años, desde su local, con colegas y aprovechando a revistas como Segunda mano, que en los noventa permitían publicar avisos gratuitos dos días a la semana.

Antes de irme le pido un consejo y me dice que me lo va a dar, pero antes me advierte: “Puede ser el peor o el mejor, depende cómo lo tomes”. Después de un silencio me dice que espere.

—Esperá que se normalice esto, pueden ser dos o tres meses. Dejá la ansiedad y tratá de cambiar todas las figuritas que puedas.

***

Sigo sus palabras, y el fin de semana siguiente voy al Parque Rivadavia, conocido en Buenos Aires como el punto de canje de figuritas por excelencia. Desde Acoyte se ve la cantidad de madres, padres y pibes cambiando figuritas. Casi todos tienen una hoja con el número y el país de las que les faltan, una especie de guía. Yo no, pero me acuerdo las caras de los jugadores, de los pocos que tengo en el álbum.

Se me acerca un chico de 10 años con la camiseta de Argentina, le pregunto si quiere cambiar. Da vuelta sus figuritas y me muestra las primeras tres letras del país y el número. Le digo que no me sirve, que me acuerdo de las caras.

—En serio, guau, ¿cómo hacés? —me pregunta.

Le explico que pegué poquitas y que esas poquitas me las acuerdo. Me da su mazo de repetidas y voy pasando. Yo le doy el mío. Sé que al rubio platinado de Ecuador con cara de volante lateral no lo pegué. Le digo que me interesa y la separo arriba de todo. Sigo pasando las figuritas. Late, late, nola: veo al brasileño Lucas Paquetá, tampoco lo tengo. Me dice que esa me la cambia por dos, que es difícil de conseguir. Le digo que si a él le tocó dos veces tan difícil no debe ser. Me la saca de la mano y sigue viendo de las mías. Se llevó un defensor inglés y me quedé con el ecuatoriano.

Camino un poco más y confirmo que hay un mercado blue de figuritas. Los “arbolitos” no están sobre Florida, sino en los caminitos del parque. El paquete, al oficial, cuesta $150. Pero no se consigue. Acá, un domingo a las seis de la tarde lo podés pagar hasta $280, aunque si tenés suerte y mucha paciencia podés sacar alguno por $230.

—A mí me las manda mi vieja desde Córdoba, trabaja en la distribuidora —me cuenta Nicolás, de 25 años, que ya tiene los escudos de todas las selecciones. El de Argentina lo larga por $2.000, solo el escudo. Otros, como el de Costa Rica, por $300 se los saca de encima.

Sigo buscando cómo conseguir figus. Hablo con Manuel, tiene 22 y está muy cerca de completar el álbum. En el mazo de repetidas que tiene le alcanzaría para llenar otro. Le pregunto dónde las compras y me dice que se las lleva una chica a la facultad. Me dice que me pasa su número y arreglo con ella. La tiene agendada como Juliana, pero me aclara que no es su nombre real, así puede seguir adelante adelante con su negocio sin problemas. Le escribo ahí mismo.

—Hola, Juliana. Te escribo de parte de Manuel —le escribo por WhatsApp—. Me dijo que vendías figuritas a $160.

—A él le vendí a $170, ahora aumentaron a $180.

—Ah, ok, ¿me podrás llevar paquetes mañana?

—Ya tengo todo vendido, me entran el miércoles. Te puedo tomar el pedido —me contesta.

Me frustro y sigo caminando por el Parque.

Arriba de un álbum, solo y suelto veo la figurita leyenda de Maradona. Está desprotegido, no tiene nada encima, ni está dentro de un folio o una carpeta, como otros coleccionistas llevan sus tesoros. Una ráfaga de viento no muy fuerte lo puede volar. Es de Jorge, de 35 años, que está a unos metros cambiando y vendiendo. Le pregunto cuánto sale y me dice que no está a la venta. Espero que termine su intercambio con un chico. Se me acerca. “Te la regalo”, me dice. Antes de soltarla me aclara que es una réplica, que buscó la figurita en Internet, fue a una gráfica e imprimió varias planchas de calcomanías para venir al parque y regalar. Se sensibiliza. Me explica que él es maradoniano y que a Diego le hubiese gustado que todos los chicos tengan su figurita.

Una señora va con Julián Álvarez en su mano buscando canjearlo. Me pide que se lo cambie por diez, le digo que me parece un montón, que el Manchester City habrá pagado 21 millones de dólares por el jugador de carne y hueso, pero que la figurita no vale tanto. Me lo baja a cinco. Lo pienso un momento. Le pregunto si sale por tres. Me dice que es una mujer de palabra, se ofende, da media vuelta y se va.

Nacho está muy contento porque acaba de llenar el álbum. Cambió 80 figuritas. ¿Su método? La reserva por Instagram. En Parque Chacabuco, sobre Emilio Mitre, hay un quiosco que todos los lunes habilita las reservas. Les pidió 40 paquetes cada dos semanas. Así juntó 120 y empezó a cambiar en el parque durante tres fines de semana seguidos. Le pregunto por el local y me pasa el usuario. Reviso sus historias y veo que subió una hace algunas horas en el Parque Rivadavia. Estaban vendiendo paquetes. No los encontré.

***

El lunes me junto con mis dos amigos. En menos de dos semanas empieza el mundial en Qatar. Tomamos una cerveza, charlamos sobre la lesión de Lo Celso y de lo bien que llega Messi. Es nuestra previa. Les cuento sobre la experiencia de cambiar figuritas con chicos de diez años en el Parque. Tobías aprovecha la casualidad, dice que nos trajo un regalo. Saca tres paquetes de su mochila, nos da uno a cada uno, y nos pide que lo abramos juntos.

—Al que le toca la parte de abajo de la copa lo cago a trompadas —advierte con una risa que esconde verdad.