Es septiembre de 2022 y la noche cae en las calles de Sari, la capital de la provincia de Mazandarán, en el norte de Irán. Una fogata arde en medio de una multitud que grita, aplaude y filma con sus teléfonos móviles. Una joven da giros sobre sí misma, tiene los brazos bien abiertos, se mueve al ritmo de una danza liberadora, agita el pañuelo que lleva en sus manos. Su pelo negro, largo, suelto sigue el ritmo de su movimiento circular. Se detiene, arroja su hiyab al fuego. La ovacionan. Enseguida, otras dos mujeres se acercan a la improvisada fogata para arrojar los suyos. La imagen corre a través de las redes sociales.
Durante las últimas semanas, miles de jóvenes iraníes desafían la represión de las fuerzas policiales de este régimen iraní. Se manifiestan en distintas ciudades a lo largo de todo el país, reclaman libertades y cambios profundos. Ocupan el espacio público y desafían al gobierno luego de la muerte de Mahsa Zhina Amini, una joven kurda de 22 años detenida por la policía religiosa (“gasht-e ershad”, literalmente "patrullas para hacer cumplir la ley islámica") por no tener el hiyab colocado correctamente. Las imágenes captadas desde los teléfonos móviles circulan con intermitencia -ya que el Estado controla la red de telecomunicación- pero sostenidamente. Lo suficiente como para atravesar las fronteras nacionales. Estamos en Teherán, estamos en otoño, y las calles se llenan de jóvenes que alzan la voz proclamando en kurdo: “Jin, Jiyan, Azadî” (Mujeres, vida, libertad). Exigen el fin del velo obligatorio. Pero no solo eso. También, y sobre todo, un cambio profundo en el orden del régimen iraní.
La república islámica
Mujeres, jóvenes, artistas, la comunidad educativa, el sindicato de transporte, el gremio de los abogados, los obreros, los presos políticos de la cárcel de Ervin: todo un país se manifiesta. El mensaje va dirigido a la política ultraconservadora del actual presidente Ebrahim Raïssi y al régimen de los mollahs cuyo líder supremo está encarnado en la figura de Alí Hoseiní Jamenei, desde 1989 sucesor de Jomeiní.
Mollah (literalmente “maestro”) es el término que designa a los doctores en derecho musulmán que ejercen las altas funciones jurídicas, religiosas y pedagógicas del Estado. En Irán, los mollahs forman parte del clero de Estado cuyo sistema político es una democracia presidencialista teocrática, gobernada por un líder supremo autocrático, el ayatolá -jefe de las fuerzas armadas y de los doce miembros del Consejo de Guardianes, organismo de mayor poder dentro de la estructura de gobierno-, y por un presidente, o gobernador de Irán, que es el responsable del respeto de la Constitución islámica.
Las calles se llenan de jóvenes que exigen el fin del velo obligatorio. Pero no solo eso. También, y sobre todo, un cambio profundo en el orden del régimen iraní.
Esta élite religiosa se asentó en el poder tras la revolución de febrero de 1979, inspirada por su líder natural, el ayatolá Jomeiní. Aquel proceso de movilizaciones dio lugar a la llamada Revolución Islámica que se reclamaba como punta de lanza del nuevo rumbo del país. Promovía un cambio estructural en su forma de gobierno: una autoridad más representativa de la identidad local que la monarquía vigente, considerada corrupta, represiva y pro occidental. La élite religiosa se hizo eco de aquel reclamo popular y desde entonces gobierna, sin embargo, sin dejar espacio para la creación de una oposición orgánica y fuerte en la República islámica.
Luego de 43 años en el poder, en un contexto de creciente tensión económica, política y social, la muerte de Masha Amini causó indignación en todo Irán pero las mayores manifestaciones de solidaridad tuvieron lugar sobre todo en el Kurdistán, en particular en la ciudad de Sanandadj, tradicionalmente hostil al régimen. La noticia también generó críticas en el Parlamento, tanto de los sectores reformistas como en los conservadores, demostrando fragilidad interna. Hubo disensos en la esfera religiosa de la República Islámica y en la prensa reformista.
La protesta de estos días se sostiene semana tras semanas utilizando métodos innovadores, que no manifiestan miedo al poder central ni a las fuerzas policiales, pero con consignas que ya habían sido anunciadas en ocasiones anteriores contra la República Islámica: en 2009 durante el Movimiento Verde que se oponía a la reelección del presidente Mahmoud Ahmadinejad; en 2017 contra el alto coste de vida y la desocupación; y en 2019 contra el aumento del precio del combustible. ¿Está amenazado el régimen de los mollahs? ¿Estamos presenciando un “otoño persa”? ¿Se está asistiendo a una revuelta anunciada que esta vez deviene revolución?
Juventud conectada, juventud rebelada
Irán arde. De un extremo a otro del país se queman marquesinas de políticos, banderas de la República Islámica, pancartas religiosas, comisarías y entidades bancarias, camiones y patrulleros. Los hiyabs se arrojan a los braseros o se convierten en antorchas. Frente a la convulsión de la revuelta, las fuerzas de seguridad buscan reprimir y contener el disenso. Según la ONG Iran Human Rights, el número de muertos habría alcanzado los 250 fallecidos. Además, se produjeron miles de detenciones y un número desconocido de desapariciones forzadas. Aún así, la juventud inunda de consignas las redes y continúa ocupando las calles, las universidades. Entre protesta y represión, jóvenes de 15 a 25 años habituados a la comunicación digital, reclaman una mayor participación ciudadana. Se hacen eco de las preocupaciones medioambientales y de los derechos humanos. Sus reclamos se oyen en canciones, en videos filtrados a través de las grietas de la señal intermitente de internet, desde sus casas y en las calles. Los videos e imágenes anónimos se filtran cotidianamente por mensajería y redes sociales, llegando a la diáspora iraní que la difunde hasta nosotros.
Los muros de las ciudades y los pueblos se escriben anónimamente con slogans revolucionarios, de la misma forma estos mensajes se escriben y propagan en las redes sociales bajo seudónimos. La línea que delimita el espacio material del virtual se disipa, se entremezcla, se escabulle.
“Por el miedo a bailar en las calles, por el miedo a besar a quienes amamos. / Por mi hermana, por tu hermana, por nuestras hermanas, por el despertar de las mentes oxidadas (...) por el anhelo de tener una vida normal. / (...) Por las mujeres, la vida y la libertad…. por la libertad.” Baraye (Por qué), la canción compuesta por Shervin Hajipour -detenido por el éxito que suscitó su mensaje- utiliza los tuits que otros jóvenes publicaron. Sus estrofas se volvieron un himno para ellos.
Esta juventud rebelada y conectada se volvió ingobernable para los funcionarios del régimen. Hijas e hijos de los iraníes que participaron de la revolución islámica de 1979, pertenecen a una nueva generación que no tiene una memoria directa del derrocamiento de la monarquía Pahlaví. Sus reclamos se alzan en medio de un espacio público y político saturado de prohibiciones religiosas y de control sobre los cuerpos.
La economía del país está extenuada, agravada por las restricciones, por el impacto de la Covid y por el debilitamiento de Rusia —tradicional socio comercial y político de Irán— atrapada en el conflicto con Ucrania. El poder político iraní sumido a las viejas estructuras ya no responde a las necesidades y las demandas de gran parte de la población, sobre todo a las de las jóvenes generaciones. La legitimidad de los reformistas se rompió cuando se reveló que no eran una real oposición al sistema. La crisis medioambiental y del agua en el este y el sureste pone en peligro grandes zonas del país que serán inhabitables en la próxima década. La acumulación de restricciones hace que la vida cotidiana se vuelva difícil y tortuosa. La libertad de expresión se ve acorralada a menudo. Y el contacto con el mundo exterior se reduce muchas veces al espacio de Internet. Pero estos jóvenes siguen conectados y saben cómo viven otros jóvenes en el mundo. Como sostiene la antropóloga Chowra Makaremi, se convirtieron en lo que Agamben llamó el “resto”: esa parte de la realidad que escapa al poder.
Mujeres, vida y libertad
Gestos de insultos con el dedo mayor frente a la imagen de la autoridad, mujeres danzando el Sama —danza sufí de los derviches que giran en su propio eje— con el cabello suelto frente a la torre de la Libertad. Globos rojos que se lanzan al cielo con inscripciones revolucionarias. Muros en las calles con pintadas que piden libertad. Si la juventud inyecta un dinamismo innovador a la revuelta que día a día toma mayor amplitud, las mujeres fueron la fuerza inicial que motorizó la manifestación. Los gestos y símbolos utilizados durante el funeral de Mahsa Amini se han convertido en los marcadores de la revuelta: cortarse el pelo, quemar el hiyab o agitarlo en el aire, gritar “mujeres, vida y libertad”.
Cuando el hiyab es instrumentalizado políticamente como herramienta de dominación y control del cuerpo de las mujeres se siente como el peso del hierro.
Hacia el exterior una imagen se impone: el hiyab, símbolo religioso y cultural. En Irán, la obligatoriedad del pañuelo islámico se afirma como la última línea roja del régimen, aquella que no se debe cruzar. Atacar la obligatoriedad, es atacar la médula ósea del sistema teocrático y la legitimidad de la autoridad. Desde el interior, el cuerpo de las mujeres se expone. Grabado en imágenes y reproducido en los medios de comunicación, se convierte en una cadena de deseos que empuja a otras mujeres a estimular los propios. Liberación de cuerpos-deseos aprisionados, al ser agitado en el aire o quemado en fogatas improvisadas, el hiyab-ícono crea una situación y se vuelve símbolo político.
Las mujeres impulsoras de la revuelta se suman a un movimiento feminista iraní que lleva más de 30 años trabajando orgánicamente desde la intelectualidad y la acción militante; y más de 20 años desde la sociedad civil. Se afirma en la constitución de un movimiento interseccional que incorpora las problemáticas de mujeres iraníes, azeríes, baluchis y kurdas. Algunas desde Irán, otras desde el exilio (como la periodista y activista feminista iraní, Masih Alinejad que llama a no vestir el hiyab símbolo que legitima a los opresores y muro que se debe traspasar, o la actriz y cantante franco-iraní, GolshiftehFarahani, que advierte sobre el silencio de los feminismos internacionales), apelan los movimientos de mujeres de todo el mundo para sumar apoyos. Tanto en el actual contexto de crisis, como desde los primeros meses de la República Islámica —cuando 8 de marzo de 1979 más de 100.000 mujeres ocupan las calles Teherán para manifestar contra la obligatoriedad del velo islámico—, las feministas iraníes han manifestado su oposición a la obligatoriedad del velo, que no implica un rechazo de la religión.
Una vez más, el hiyab se afirma como símbolo político: toma significados diferenciados según el tiempo y el contexto en el que se inscribe. Aceptado o rechazado, es también símbolo de una marca de identidad en el cuerpo situada. Hoy un hiyab en Argentina no implica lo mismo que un hiyab obligatorio en el que se posa la legitimidad del Estado. La complejidad que encierra la cuestión del hiyab es la forma en la que se lo inscribe en contextos cargados de herencias históricas y de disensos políticos. Desde 1979, el hiyab en Irán es fundamento de un estrecho lazo que une y fija religión y política.
El hiyab en sí mismo no devuelve a una mujer a la condición de sumisión frente a otros hombres. Muchas mujeres musulmanas tanto en Irán como en otras partes del mundo lo reivindican como una elección religiosa, identitaria o política. La teóloga feminista Amina Wadud lo lleva como símbolo de su libertad de elección y acción. Pero también, otras mujeres como la periodista y feminista iraní Masih Alinejad lo combaten y lo señalan como el instrumento de dominación que justifica la política de un régimen conservador y autoritario.
El problema aparece cuando el hiyab es instrumentalizado políticamente. Cuando es utilizado como herramienta de dominación y control del cuerpo de las mujeres y como correlato de la autoridad del orden social. En este caso, el hiyab se siente como el peso del hierro.
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Jóvenes y mujeres muestran que se está diseñando una "revolución innovadora" o al menos se están vislumbrando elementos de prácticas revolucionarias innovadoras que persisten y se perfilan en la transformación del espacio público para ampliar derechos ciudadanos y libertades individuales.
Hasta hoy no hay indicios suficientes para suponer que el régimen de los mollahs puede caer. Falta de organización del movimiento, ausencia de un partido político fuerte de oposición que apoye las protestas, sindicatos y sociedad civil relativamente fragmentados obstaculizan las transformaciones. La necesidad de cambio es evidente.
Por momentos la movilización parece agotarse, luego se vigoriza y se reanuda. Como un fuego que se apaga para que otros se reaviven. Frente a un poder agotado y carcomido esta dinámica revolucionaria hace que la lucha perdure. Escritores, intelectuales y artistas iraníes sostienen que la revolución ya se produjo en las mentes y que la imaginación del público alcanzó un nuevo umbral. Las prácticas seculares de contestación, lejanas a la reminiscencia de la Revolución del 79, recuerdan algunos aspectos de los levantamientos populares de la llamada Primavera árabe de 2011 que no llegó a tener impacto en Irán como en otros países árabes. Tal vez, hoy estas mujeres y esta juventud rebeldes están prefigurando un “otoño persa”.