Fotos: Télam
Informe: Marianela Sal Anglada
Una nube de gas lacrimógeno inundó la tribuna, el campo de juego, el estadio entero. Los hinchas, con los ojos al rojo vivo por el ardor de los gases. La disyuntiva imposible: quedarse, seguir sufriendo los efectos del gas que pica, seca la garganta, la raspa y hace llorar, o intentar salir por las puertas todavía cerradas, salir a la intemperie del bosque desde el llegan los estallidos de las balas.
Gimnasia y Esgrima La Plata recibía a Boca Juniors por la 23° fecha del torneo de la Liga Profesional. Una gran cantidad de público había ingresado desde muy temprano. A las 21:30 empezó el partido, pero todavía miles de hinchas con sus carnets de socios, otros con entradas, querían ingresar a un estadio que ya estaba al máximo de su capacidad. La policía comenzó a reprimir con balas de goma y gas lacrimógeno a quienes llegaban hasta las puertas. El abuso de gases se transformó en una neblina que lo cubrió todo.
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La represión policial, los palos, los ataques, son una postal repetida. Los operativos de seguridad se organizan bajo la lógica de la sospecha. Todos los y las hinchas son presumiblemente violentos, sospechosos de ser delincuentes y tratados como tales. La legislación que ordena la seguridad en el fútbol, desde la Ley 23.184 de 1985 como piedra fundamental en adelante, se erige bajo ese paradigma de separar, vigilar y controlar a los hinchas. Las políticas securitarias, en líneas generales, repiten hasta la fecha la misma lógica y apuntan a sofisticar dispositivos de vigilancia y control a partir de nuevas tecnologías y a incrementar constantemente la cantidad de agentes de seguridad como único recurso. Los policías, en ese contexto, tienen una respuesta eminentemente represiva. Se preparan especialmente para combatir el delito, no para la gestión de conflictos de modos no violentos. Todavía nos debemos una fuerza estatal de agentes no policiales, desarmados y preparados especialmente en el trabajo en espectáculos masivos.
La otra gran trampa de los operativos es lo que denominamos un triple pacto entre barras bravas, policías y dirigentes. Un pacto táctico en el que cada parte sale ganando, pero que es tan inestable por sus propias características que cada tanto se fractura y estalla por cualquiera de sus aristas. La policía forma parte de la organización de los operativos, establece la cantidad de oficiales que se necesitan para cada partido y cobra de parte de los clubes por brindar seguridad. Así tiene una primera ganancia económica, con un triste truco: si hay violencia, para el siguiente partido argumentará la necesidad de mayor presencia policial, aumentando la caja. Los dirigentes, con este arreglo, se desligan de cualquier responsabilidad, dicen que descargan la tarea en la policía a la que contratan. Las barras pactan operativos con la policía para permitirse negocios legales e ilegales en las inmediaciones y dentro de los estadios. Para que esos mercados funcionen se necesita cierto orden. Al mismo tiempo, funcionan como fuerza de choque y apoyo político de dirigentes, consiguiendo así privilegios en los clubes. Pero las barras, como los policías, muestran su aguante y su masculinidad en enfrentamientos, entonces tanto unos como otros tienden a, eventualmente, romper ese orden, porque sólo en batalla pueden probar su honor y su hombría. El pacto, como vemos, funciona y ordena, pero está condenado al fracaso permanente. Y los operativos también.
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La tragedia de Hillsborough, en Inglaterra, 97 muertos. La de Heysel, en Bélgica, 39 muertos. La masacre de la Puerta 12, en Argentina, 71 muertos. Estos casos tienen en común la represión policial, el desborde de hinchas, estadios en malas condiciones y puertas cerradas en un combo que termina con avalanchas y muerte.
La situación en el estadio de Gimnasia cumplió con todas las características que lo podían sumar a esta lista trágica de grandes masacres históricas. Que lxs hinchas de Gimnasia se respetaran entre sí como no lo hizo con ellxs la policía fue lo único que evitó una catástrofe aún mayor. Muchos pudieron romper alambrados para meterse dentro del terreno de juego y esperar de a miles a poder salir. Otros tantos insistieron hasta lograr abrir puertas o rejas y poder salir en dirección a sus casas, arriesgándose a cruzar la cacería policial desplegada por el bosque.
En Inglaterra, después de las dos grandes tragedias de Heysel y Hillsborough, encargaron el informe Taylor para investigar, desde las ciencias sociales, las causas de las violencias y planificar políticas para transformarlas. Entre los puntos salientes se encuentran dos aspectos fundamentales. En primer lugar, las condiciones de los estadios. Esto implicó una remodelación general que incluyó apoyo estatal y subsidios, pero que desgraciadamente en el caso inglés significó inversiones privadas vinculadas a un proceso de elitización del acceso al fútbol que desplazó a las clases populares de los estadios por los costos de las entradas. Ejemplos más enriquecedores en ese aspecto encontramos en Alemania o Bélgica, con entradas más accesibles y donde se permiten tribunas populares. En cualquier caso, la condición de los estadios resultó una prioridad. En segundo lugar, el trato hacia el público. Se pasó de la lógica de security a safety. Ambas se traducen al español como seguridad, pero la primera hace referencia a la securitización y el control y la segunda a salvaguardar y al cuidado. Cuidar a los hinchas antes que controlarlos.
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La cacería policial continuó durante más de una hora en los alrededores del estadio, por toda la zona del bosque. Murió al menos un hincha por la represión, mientras era trasladado a un hospital. Otros tantos, más de cien según los primeros conteos, resultaron heridos. Un camarógrafo recibió tres balazos de goma a quemarropa por querer mostrar lo que pasaba. La saña y el envalentonamiento policial tienen como respaldo los discursos que los legitiman. Sergio Berni, ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, enfatizó en la responsabilidad del club como organizador del evento. Declaró que la muerte del hincha fue evitable, pero que correspondía a una desgracia y no a un enfrentamiento policial. Justificó la represión porque estaban enfrentando a “los violentos”. El mismo Berni era secretario de seguridad de la nación cuando, en 2013, un policía asesinó a un hincha de Lanús en el ingreso al Estadio Ciudad de La Plata con un disparo a quemarropa de bala de goma. Fue un parteaguas en la historia del fútbol argentino, que desde ese día prohibió definitivamente el público visitante en los estadios.
Los discursos de Berni legitiman la violencia policial, la defienden y la celebran como parte de un modelo de gestión. Es un relato compartido con las proclamas que prometen la guerra contra las barras. La guerra se pelea con soldados y armas. Y en el caballo de troya de la supuesta guerra traen el refuerzo de las lógicas represivas, la multiplicación de dispositivos de control y el incremento de miembros de las fuerzas de seguridad para ejercerlo, replicando un modelo fallido. Mientras, el ministro de seguridad le tiró la pelota a Gabriel Pellegrino, presidente de Gimnasia, al acusarlo de vender más entradas de las permitidas. Pellegrino, por su parte, sostuvo que el club respetó todos los protocolos y que no tenía ninguna responsabilidad en lo sucedido, ya que todo lo que ocurrió fuera del estadio era desde su criterio jurisdicción absoluta de la policía. La pelota de nuevo a Berni. Con el pacto resquebrajado, ninguna de las partes se hace responsable. Si no empezamos reconociendo el problema, es imposible encontrar las soluciones.
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Hace más de veinte años que el sistema científico financia y produce investigaciones y conocimiento sobre estas problemáticas. Hace un tiempo varixs investigadorxs hicimos un diagnóstico y planteamos propuestas para transformar las condiciones de las violencias en el fútbol argentino. Entre algunos puntos se destacan:
1. Involucrar a los hinchas en la organización de la seguridad. Sancionar una nueva ley de espectáculos deportivos, más inspirada en el Estatuto do torcedor que en el Código Penal. Generar espacios de encuentro, debate y decisión democráticos.
2. Formar una fuerza estatal con agentes de seguridad desarmados y especialmente capacitados para actuar en espectáculos futbolísticos, asistiendo en primer lugar a la resolución de conflictos.
3. Crear un observatorio con capacidad para sancionar retóricas discriminatorias o violentas emitidas desde los medios de comunicación. Desde la capacitación a los medios, buscar transformar las formas culturales que legitiman las prácticas violentas.
Pero las voces académicas, como las de la militancia de los y las hinchas por un fútbol sin violencias, suelen ser silenciadas y desatendidas. Mientras tanto, otra tragedia, otra muerte, la de Carlos “Lolo” Regueiro, hincha de Gimnasia. Atrapados, sin salida, entre los gases y las balas de goma, repitiendo una vez más el fracaso anunciado y permanente de la seguridad en el fútbol argentino.